Evangelio de Juan 10, 1-10
En
aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: “Os aseguro que el que no entra por la
puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es
ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A
este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el
nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina
delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño
no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba.
Por eso añadió Jesús: “Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los
que han venido antes de mí son ladrones y bandidos, pero las ovejas no los
escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y
salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer
estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.
El Buen Pastor, Cristóbal García Salmerón |
Alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera de ti
lo que está en ti todo entero y del modo más verdadero y manifiesto?
San Agustín
Jesucristo
aúna, concilia, integra todo, incluso para los
que aún no han declarado su adhesión al cristianismo, o ni siquiera han oído hablar
de Él, pero, gracias a la pureza de su corazón y la sinceridad de su búsqueda,
logran conectar con Aquel que es el Camino, la Verdad, la Vida, y se preparan
para seguirle.
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Cuántos
buscadores de diferentes tradiciones, muchos incluso de los que se dicen
cristianos, se quedan en el Yo
seré de Moisés. Aún no se dan cuenta de que, aceptando a
Jesucristo, uniéndose a Él o descubriendo que somos Uno en Él, estarían en el Yo Soy. Porque Él nos
perfecciona en Sí, nos purifica y trasciende nuestras limitaciones, nos da el
alimento espiritual que precisamos para ir alcanzando la Semejanza, como hemos recordado estos días releyendo el Discurso del Pan de Vida.
Escogiéndole,
adhiriéndose a Él, no hay nada que hacer, ningún sitio al que llegar, solo hay que vivir lo que ya somos en Él, aprendiendo a superar los condicionamientos, los pensamientos repetitivos e inútiles, la inercia que nos inclina al egoísmo y la separación.
El
Evangelio nos ofrece un camino de transformación que integra cuerpo, mente,
corazón, alma y espíritu, y nos da la clave que muchos han buscado en vano.
Creer en Él, aceptar su amor incondicional y redentor, es el verdadero
"atajo". Jesucristo nos abre la puerta, ¡es la
Puerta!, nos pone en el camino, ¡es el Camino!, y, cuando queramos darnos cuenta, nos
encontraremos a menos distancia de la meta que del inicio. Es Su fuerza, Su
impulso, que nos lleva como en volandas.
Dichoso
el que crea sin haber visto,
es, como estamos recordando estos días de Pascua, la bienaventuranza de los hombres de hoy. Y, si nos fijamos bien, en ella
están contenidas todas las demás. Si creemos de verdad, sin necesidad de apoyos
sensibles, no con la mera “creencia” conformista, interesada, rutinaria de la
mente, sino con la voluntad que nace de un corazón generoso, nos sentiremos siempre unidos a Jesucristo, y esa conciencia luminosa y transformadora nos
llevará de regreso a Casa, porque Él nos dará la gracia necesaria
para seguir amando hasta el final. Y el amor es mucho más que la fe, más que
las obras y más que la fe con obras.
Simeón, el Nuevo Teólogo, distingue
entre el Hijo, que es la puerta (Jn 10, 7.9), el Espíritu Santo, la llave de la
puerta (Jn 20, 22-23) y el Padre, la casa (Jn 14, 2). Pero estos son solo unos
de los infinitos símbolos, de las innumerables metáforas que pueden ayudarnos a
intuir el Misterio.
Todos los nombres, todos los colores,
todos los matices, todos los silencios están contenidos en el nombre de Jesús.
En las Escrituras Sagradas vamos encontrando, si estamos atentos, esos nombres,
esa plenitud de significados que solo es posible en Aquel que es verdadero Dios
y verdadero hombre, en Aquel que es todo. José María Cabodevilla, en Cristo Vivo,
hace una síntesis de todos los nombres, facetas y colores que están en
Jesucristo y que se encuentran repartidos en las Escrituras. Entre decenas de
apelativos y atributos, se encuentran también los que hoy contemplamos a la luz
de Evangelio: “Es pasto y pastor, y puerta del redil y cordero. Cordero pastor:
"el Cordero, que está en medio del trono, los apacentará.” (Ap 7, 17)”
Jesús
no es un maestro más, no es un avatar más. Si es Camino, Verdad y Vida, Pan
Vivo, Puerta y Pastor, Cordero y Rey, es porque es el Hijo de Dios. Por eso, él
no tiene que "evolucionar", como pretenden tantos falsos “maestros”, Él, al contrario, tuvo que
involucionar, abajarse, descender para elevarnos. No se trata por tanto de un
hombre más adelantado, sino del Hombre, el Verbo encarnado por amor, para
obedecer todas las leyes que Él mismo había creado. Su humanidad, voluntariamente
asumida, sí tuvo que aprender y crecer, pasando por todas las etapas que
atraviesa un ser humano.
Los
cristianos no tenemos por qué hacer un duro trabajo interior, solos, con pocas
esperanzas y una meta lejana… Cristo ha hecho el trabajo por nosotros. Solo nos
queda reconocerlo, creyendo en Él, y aceptar agradecidos tan alto don.
Entonces, somos coherentes y no tememos porque el Buen
Pastor, fiel a Su promesa, nos acompaña todos los días hasta el fin del mundo. Solo hemos de aceptar ese Amor y corresponder, con coherencia y gratitud.
Los ricos de espíritu no pueden pasar por la
«puerta estrecha», ese umbral invisible, que da acceso al Reino, ese acceso escondido para los sabios y entendidos del mundo porque no pertenece a este mundo. La pobreza de espíritu, en cambio, es el camino de
retorno, desde el exilio al Paraíso, a nuestra esencia original, anterior a la Caída que la soberbia provocó.
Los ricos de espíritu no pueden reconocer la
supremacía divina sobre lo creado y, escogiendo la separación, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, caen en la eterna
tentación de Adán y Eva, alejándose de la Sabiduría. La pobreza espiritual nos hace reconocer la voz del
Buen Pastor y la Puerta que lleva a los verdes pastos en cuyo centro está el Árbol
de la Vida.
El verdadero pobre de espíritu no solo se ha
desapegado de bienes materiales, sino, en escala ascendente, o
descendente, se ha liberado también de las cadenas de la mente, que se disfrazan de conocimientos,
saberes, ideologías…, ha soltado incluso la necesidad de hacer y de
saber. Es la
muerte del ego, el renunciar al mundo para ganar el alma, el perder la vida
para ganar la Vida, el morir a uno mismo para nacer al Sí mismo.
La
pobreza de espíritu es la infancia espiritual, consciente y libre. Hacerse como
niños es haber sido capaz de lo que no logró el joven rico: renunciar a todo y
seguirle, con la confianza del que se sabe guiado por el Buen Pastor, atento y
amoroso.
The Lord is my shepherd
José Miguel Ibáñez Langlois canta con precisión y belleza la esencia del camino del cristiano: que Jesucristo no es un maestro más ni un avatar, que Él es la Fuente de la Vida, el Camino, la Luz, el Hijo de Dios que viene a liberarnos.
Él no es un iluminado porque Él es la Luz.
Él no ha buscado la verdad porque es la Verdad.
No es un héroe del verbo porque es el Verbo.
Él no se ha descubierto ni a sí mismo.
Jesús de Nazaret, qué diantres,
con la voz de la infinita humildad,
simplemente susurra antes de morir:
yo soy la resurrección y la vida,
yo soy la luz del mundo,
Yo Soy El Que Soy,
Yo Soy.
Tú eres mi pastor, Salomé Arricibita
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