Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús
había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era
experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es
el mandamiento principal de la Ley?". Él le dijo: “‘Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’. Este mandamiento
es el principal y primero. El segundo es semejante a él: ‘Amarás a tu prójimo
como a ti mismo.’ Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas".
Jesús en la sinagoga de Nazaret, Van den Eeckhout |
Amar a Dios y amar al prójimo, y hacerlo de
corazón, sin reservas, sin medida…, imposible desde los valores del mundo:
oportunismo, competencia, individualismo... Para empezar a amar desde nuestra
condición frágil y limitada cuando, como San Pablo, hacemos lo que no queremos
y eludimos lo que queremos, la voluntad es esencial.
Pero la voluntad humana obrando separada de la Voluntad Divina es muerte, caos, destrucción, como hemos comprobado en la historia y en nuestra propia vida. Para amar como el Señor quiere, amamos Su
voluntad, fuente del Amor perfecto.
Porque el amor verdadero no tiene nada que ver con sentir, pensar, experimentar... El Amor es Acto y amamos cuando injertamos nuestros actos en el Acto Único de Dios y ya no son actos humanos sino divinos, ya no es amor humano, limitado y mezquino, sino Amor divino, el que Dios quiere y por eso nos lo da previamente, para que le correspondamos como Él espera. diasdegracia.blogspot.com
Viviendo, amando con la Divina Voluntad como Vida, voy dando a Dios lo Suyo, que es todo, como veíamos el domingo pasado y voy devolviendo una y otra vez al Cesar lo suyo, su “nada de plata”, lo que pasa, todo lo que no es de Dios, que va desapareciendo, quemado al fuego del Amor Divino, dejándome vacía para llenarme de Él.
Y mientras pago al Cesar lo suyo, voy pagando a Dios lo Suyo y, como Él me lo devuelve aumentado, en esa correspondencia de Amor que es Su Plan, lo que no es de Dios cada vez tiene menos espacio, lo voy sintiendo más ajeno, más sombra, más ilusión, más nada que se desintegra con el resto de las “nadas” de plata, de cobre o de chatarra.
Y todo se va convirtiendo en oro, y comprendo el verdadero sentido de adorar: igualdad de obras. Y ad-oro, convierto todo en el oro de la Divina Voluntad y con cada “te amo” devuelvo Dios a Dios en la Unidad de Su Querer.
Aceptando vivir con nuestra voluntad humana unida a la Divina, iniciamos el camino hacia la Unión plena, atravesando fases de purificación, fricción, revelación, que nos conducen hacia el Amor auténtico. Son las conocidas etapas de la mística: purgativa, iluminativa y unitiva, pero todo comienza, y también crece y se asienta, sobre una disposición interna, nuestra voluntad fundiéndose con la Voluntad Divina. Así lo expresa San Anselmo de Canterbury:
Todo lo que hay en la
Escritura depende de estos dos preceptos.
Reinar en el cielo es estar íntimamente unido a Dios y a todos los santos con una sola voluntad, y ejercer todos juntos un solo y único poder. Ama a Dios más que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres -con tal de que estos no se aparten de Dios- y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, Dios y todos los santos se conformarán con la tuya. Por tanto, si quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas.
Pero no podrás poseer perfectamente este amor si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen su corazón llenos de amor de Dios y del prójimo no quieren más que lo que quieren Dios o los hombres, con tal que no se oponga a la voluntad de Dios. Por eso son fieles a la oración, hablan del cielo y se acuerdan de él, porque es dulce para ellos desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en quien aman. Por eso también se alegran con el que está alegre, lloran con el que sufre, se compadecen de los desgraciados y dan limosna a los pobres, porque aman a los demás hombres como a sí mismos. De esta manera toda la ley y los profetas penden de estos dos preceptos de la caridad.
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