Evangelio de Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Excelentísimo Teófilo: Muchos han emprendido la
tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros,
siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos
oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo
todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden,
para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la
fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las
sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en
la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la
lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró
el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar
libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y,
enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga
tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta
Escritura que acabáis de oír.»
El hombre debe entrar en el Cristo con todo
su ser, debe “apropiarse” y asimilar toda la realidad de la Encarnación y la
Redención para reencontrarse a sí mismo.
Juan
Pablo II
La alegría es el tiempo presente, poniendo
todo el acento en lo del tiempo presente. Por esta razón es Dios dichoso. El
que eternamente dice: hoy; el que eternamente e infinitamente se es actual a sí
mismo en ese ser al día.
Soren Kierkegaard
Pasó un Resucitador por el mundo y nació en
el mundo una esperanza más grande que todos los siglos; la cual no morirá. Uno
que ya no tenía esperanza ha escrito: “Jesús es simplemente la esperanza más
grande que ha pasado por la Humanidad.”
Oh Renán, escucha: No ha pasado.
Leonardo Castellani
Cuando tiene
lugar esta escena que nos relata Lucas, ya habría corrido la voz de lo sucedido
en Caná. Muchos abrazaban la idea de que Jesús fuera el Mesías. Por eso en la
sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se crió y donde casi todos le conocen, permanecen
atentos, expectantes, en actitud de escucha. La atención consciente es antídoto
contra la división y la ignorancia, y es puerta a la comprensión y la unidad. Algunos
de los que hoy atienden a las palabras
del carpintero, del hijo de María y José, entrarán por ella.
Qué sacudida en los corazones debió suponer
la voz y la enseñanza de Jesús en aquellos días. Terry Eagleton, teólogo y
marxista (¿por qué no?), dice que Jesús era menos revolucionario que los
marxistas, en el sentido de que no quería hacer una revolución en lo temporal y
material, pero mucho más revolucionario en lo esencial, pues lo que quería era
nada menos que instaurar el reino de los cielos en la tierra, cambiando
radicalmente las conciencias y los valores de un mundo abocado a su auto
destrucción.
Jesús
viene a hacerlo todo nuevo. En principio, subvierte la relación del hombre con
Dios, mostrándonos la posibilidad de una relación directa, sin intermediarios
con un Dios que ya no es un lejano juez implacable, sino un cercano Padre
amoroso.
El
Antiguo Testamento adquiere su plenitud de sentido y significado en el Nuevo
Testamento. La vida de Jesús se adapta perfectamente a lo que los profetas
vaticinaron muchos siglos antes. ¿Cómo iba a ser de otro modo, si Él es el
Verbo encarnado? Ya lo dice San Agustín: La
ley estaba preñada de Cristo. En Jesús se cumplen las antiguas profecías. “Mesías” y “Cristo” significan “Ungido”, el
enviado para anunciar la buena nueva, para liberar, sanar y dar esperanza.
El comentario de Jesús a la profecía de
Isaías es tan breve como contundente: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis
de oír”. Movido por el Espíritu, Jesús se muestra como lo que es: luz,
gracia, mano tendida, liberación, perdón, sanación, alegría… Pero, lo más
impactante es que cambia el propio concepto de mesianismo, por la afirmación de su filiación divina (Jn 10, 22), y lo extiende, lo
reparte, haciéndonos compartir, fraternalmente, su misión salvadora y liberadora (Mt 28, 19-20; Mc 16, 20, Jn 14, 23).
El
cristianismo es el no-dualismo por excelencia. Somos en Cristo, miembros de Su
Cuerpo místico, porque Él es el Verbo, el verdadero Sí mismo libre de ego y
hacia Sí nos eleva. La verdad es
una persona, Jesucristo, como dicen San Ambrosio y San Agustín. Y la justicia, la
bondad, la belleza, la paz, también son Jesucristo. ¿Se opone esta realidad
maravillosa y revolucionaria a la plenitud integradora que experimentamos a
través del trabajo interior de atención, observación, conciencia
del aquí y ahora, superando la mente que juzga y separa, que quiere
enloquecernos con pensamientos falsos? Claro que no; Cristo es el verdadero no-dualista y nos quiere con Él y en Él. La locura de la separación necesitaba
este Salvador, que es uno de nosotros y uno con nosotros, llamados también, por
tanto, a ser salvadores y libertadores.
Todo encaja en
Cristo; no hay que escoger entre ese no-dualismo que nos
libera y nos permite vivir en plenitud y un cristianismo aparentemente dualista para algunos, por nuestra
condición de criaturas que se dirigen a Lo Otro. Cristo es la buena nueva que
instaura definitivamente la Unidad por el Amor. Tenemos que hacer lo que Él
hace y amar como Él ama, ese es el centro de su enseñanza. Pero solo somos
capaces de amar así si estamos unidos a Él, en Él, si somos capaces de mirarnos
y vernos en Lo Otro, hasta que solo hay Uno. El amor de Cristo, el mandamiento
nuevo, solo se puede entender desde el no-dualismo. Porque Él quiere que
hagamos de su obra y su palabra vida en nosotros, para que seamos uno en Él. Sí,
hemos de mirarnos en Él hasta ser Él, porque Él lo quiere, nos transmite su
Obra, lo que nunca pudiera haber conseguido nadie sino el
Verbo, el Hijo de Dios, Dios y Hombre verdadero.
El año de
gracia o jubileo consistía en la condonación de todas las deudas. Eso es lo que
hace Jesús con nosotros. Nos regala un jubileo continuo, que nos libera de
deudas y también de miedo, culpa, tristeza y soledad. Salvador, libertador, esa
misión que lleva en su nombre y hace extensiva a cuantos le siguen, se lleva a
cabo en dos dimensiones, en seguida comprensibles para el que tiene ojos que ven
y oídos que oyen: una, material, y otra, sutil; una, exterior, visible, y otra,
interior a cada uno.
Por eso, no
solo se refiere a los pobres por falta de recursos materiales, sino también a los
benditos pobres de espíritu que no albergan soberbia en el corazón. Libera a los
cautivos de otros hombres y a los que lo son de sus propias tendencias y
pasiones. Devuelve la vista a los ciegos físicos y a aquellos otros cuya ceguera
les impide vislumbrar lo real. Defiende y salva a los oprimidos por los hombres
y a los oprimidos por sí mismos, por sus propias ambiciones, sus hábitos,
sus falsas creencias, su locura…
Soberbios,
cautivos de pasiones, ciegos o dormidos, oprimidos por la ira, el orgullo, el
hedonismo… Él viene a salvarnos de la totalidad del pecado, de todo lo que nos impide
acertar y llegar a la meta para la que hemos nacido. Porque la palabra pecado, del latín peccatum, significa tropiezo, fallo; y del arameo khata, o del hebreo jattá'th, significa errar el blanco, no alcanzar la meta, fallar en el objetivo.
Él
viene a entrenar nuestra "puntería" hoy,
día en que se cumple la Escritura. Vino y vendrá, pero también
viene hoy; su mensaje resuena vivo y
actual para cada uno de nosotros. Jesucristo es eternidad; por eso, si tienes
una experiencia de Dios a través de Jesucristo, tienes una
experiencia de eternidad. Aprender a vivir ya en esa dimensión atemporal, en la
que somos, es conectar con nuestro Ser auténtico, eterno y libre. Hoy es la plenitud del presente vivido
con consciencia. Porque el hoy que
Lucas pone en boca de Jesucristo nos remite a esa "tempiternidad" que explica Raimon Panikkar, experiencia intensa del instante, que nos trasforma y dignifica, porque nos permite vivir
conectados con la fuente de la que venimos y hacia la que vamos.
Hoy se cumple esta Escritura para nosotros, que somos en Jesucristo.
Porque Él no solo es el rostro visible de Dios, sino también el presente de
Dios, su continua actualización para quienes hemos sido enviados para
anunciar el Evangelio a los pobres, la libertad a los cautivos, devolver la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y anunciar el año de gracia del
Señor.
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