Las Bodas de Caná, Igor Stoyanov
Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará Dios contigo.
En Caná, la
Madre cede de algún modo el testigo al Padre. Hasta ahora, su misión fue
cuidar de Jesús, educarle, enseñarle..., pero ha llegado el momento de que el
Hijo amado, el predilecto, dé testimonio de Sí mismo, y proclame la buena nueva, la
semilla del Reino para todos.
Si en
Getsemaní estará triste hasta la muerte (Mt 26, 38), en Caná se muestra por un
momento triste, serio, con la amargura del que empieza a vislumbrar la magnitud
dramática de su misión. De ahí la respuesta inicial que, según San Máximo de Turín, y como vimos ayer, no expresa enfado ni frialdad, sino que contiene un "misterio de compasión".
María, que ha comprendido el mensaje de Jesús, y sabe que una sola cosa es necesaria (Lc 10, 42), experimenta un cambio interior, deja de referirse al vino que se ha terminado y se dirige a los sirvientes, es decir, a nosotros (los evangelios siempre están hablando de y para nosotros), con ese imperativo que es toda una
catequesis: “Haced lo que él os diga”. Dice “él” en lugar de “mi hijo”, como si
quisiera hacernos percibir ese segundo alumbramiento de Jesús que acaba de producirse.
Es entonces
cuando Jesús actúa y ordena, en los dos sentidos de las dos palabras actuar y
ordenar.
Actúa de
acción (es evidente), y de actuación, pues la vida de Cristo es un maravilloso,
irrepetible y sagrado drama, que ejemplifica lo que ha de ser nuestra vida.
Ordena de
mandar (también es evidente en su imperativo “llenad”) y de poner en orden,
pues nadie como Él pone orden en el caos que nos rodea y que nos llena.
En
el relato se nos presenta una carencia que tiene que ver con lo material, con
las razones y condicionamientos del mundo. Falta lo necesario para algo cotidiano,
el vino, como elemento de alegría y agasajo a los invitados. No queda vino, un
gran apuro en una boda de esa época, una de las escasas ocasiones en las que la
abundancia era primordial. ¿Eran realmente necesarios 600 litros de vino
cuando la celebración está acabando? ¿Cuál es la verdadera necesidad que hemos
de leer entre líneas?
El Señor interviene en cada carencia, cada apuro, cada fracaso, cada
dificultad, haciéndonos ver que estamos en el mundo pero no somos del mundo,
que si seguimos el imperativo de María, que nos fue dada como madre al pie de
la cruz, y hacemos lo que Él nos dice, realizaremos el Reino aquí, ya.
Entonces, escalamos de golpe muchos de los niveles que nos separan de nuestro
ser verdadero, y que en este episodio de Caná se sintetizan didácticamente
en tres, proyectando luz sobre las bases del camino espiritual. Niveles o etapas no excluyentes, sino que se van integrando verticalmente, sobre los buenos y necesarios cimientos de la piedra. Rechazar un nivel sería caer de nuevo en el dualismo, en la separación, y construir castillos en el aire.
Piedra. Base, estructura, cimiento firme y necesario. Interpretaciones literales. Antiguo
Testamento. Las Tablas de la Ley. Lo más exterior de las religiones, ritos,
fórmulas. Las tinajas son 6, el número de la preparación. El peligro sería no ver más allá, quedarse a ras de suelo, seguir ligados al mundo, creyendo a veces que somos muy espirituales, mientras nos mantenemos sujetos a leyes, normas y reglamentos, sin profundizar ni avanzar, la mano en el arado y la mirada hacia atrás (Lc 9, 62).
Agua. El anhelo de
conectar con nuestra verdadera esencia hace que soltemos los
condicionamientos y la rigidez de ciertas reglas y fórmulas, para asomarnos a una religiosidad más profunda y coherente,
con más contenido y más compromiso interior. Se descubre el sentido del verdadero seguimiento. Nos convertimos
en discípulos, fieles, con todo lo que ello implica.
Vino. La relación con
Dios y con nuestra esencia inmortal va haciéndose más real, trascendiendo
ritos, formas e intermediarios, viendo en ellos un instrumento útil, imprescindible para muchos, pero sin confundirlos con el fin. Hemos comprendido el sentido de la verdadera
oración (Mt 6, 5-8) y lo que significa
adorar en espíritu y en verdad (Juan 4, 23-24). Podemos interiorizar esa unión y vivir conforme al mandamiento nuevo, el Mandamiento del Amor.
Alcanzar
el nivel del vino, de la vida, la alegría y el amor, supone tener la semilla enraizada y
haber conectado con ese nivel de nosotros mismos donde sabemos que somos
eternos.
María nos dice continuamente: “Haced
lo que él os diga”. Y Jesús no deja de decirnos: “Llenad las tinajas de agua”.
No se refiere a cualquier tinaja, sino a las enormes vasijas de piedra reservadas para el agua
de las purificaciones. Quiere que llenemos esos recipientes vacíos con agua, símbolo
de fecundidad y generosidad, de sed apagada. El agua es la pureza, la
inocencia, la confianza, la capacidad de asombro, la creatividad del que suelta
prejuicios, condicionamientos, creencias… Suelta todo, da el salto que la
auténtica fe permite dar, confía y se encuentra con su realidad esencial, la
que es capaz de probar y saborear el vino nuevo.
Esa confianza
puesta en Jesús hará que el agua que vertemos en las tinajas de la
religión establecida se transforme en vino, en lo que realmente necesitamos, mucho
más allá de cualquier necesidad material o anecdótica. Vino nuevo de la
buena nueva, de la alegría incondicionada que nos embriaga en el banquete eterno
que, para quien pueda entender (Mt 19,
12), ya ha comenzado.
Se puede
intentar en vano llegar al vino con esfuerzo y un largo trabajo interior, como sostienen
algunas tradiciones espirituales, o se puede llegar por la gracia, creyendo en
Jesucristo, aceptándolo, confiando en Él, dejando que sea Él quien haga el milagro.
Solo
tenemos que hacer lo que Él nos dice: llenar las tinajas de agua, superar la
etapa de la piedra, de la pura exterioridad del rito y el formalismo, llenando
todo con el agua pura de la fe verdadera, la que no tiene que ver con creencias
institucionalizadas ni con rígidos esquemas mentales, sino con la valentía y la libertad que nacen de un corazón
despierto. Entonces probaremos y beberemos el vino de la alegría, porque Él, que es el esposo y es el vino nuevo, ha
venido para que tengamos vida y la tengamos abundante (Jn 10, 10).
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