12 de julio de 2025

Amor perfecto

 

Evangelio según san Lucas 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Él contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Él le dijo: “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.” Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?” Jesús dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: “Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?” Él contestó: “El que practicó la misericordia con él”. Jesús le dijo: “Anda, haz tú lo mismo”.

                                                El Buen Samaritano, Eugene Delacroix

La mejor manera de descubrir si tenemos el amor de Dios es ver si amamos a nuestro prójimo. 
                                                                       Santa Teresa de Jesús

¿Qué es un corazón compasivo? Es un corazón que arde por toda la creación, por todos los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Tan intensa y violenta es su compasión, tan grande es su constancia, que su corazón se encoge y no puede soportar oír o presenciar el más mínimo daño o tristeza en el seno de la creación. 
                                                                            San Isaac el Sirio

Qué riqueza de símbolos y metáforas despliega Jesucristo en esta parábola. Desde los primeros Padres de la Iglesia se viene repitiendo que el Buen Samaritano es Jesús; el herido, la humanidad caída; el vino y el aceite, los sacramentos; la posada, la Iglesia; el posadero, los miembros de la Iglesia; los dos denarios, el Antiguo y el Nuevo Testamento; el día siguiente, la Resurrección; el regreso, la Parusía.

El Buen Samaritano no solo hace todo lo posible en el momento, con ternura y atención, con infinita misericordia, amando al otro como a sí mismo, sino que se compromete a seguir procurando los cuidados necesarios. Él paga siempre por anticipado, ama por anticipado, vela y preserva por anticipado.

Medio muertos al borde del camino, heridos, vapuleados, desangrándonos, estamos todos antes del encuentro con Jesucristo. Algunos conscientemente,  otros por inmadurez o ignorancia, casi todos volvimos a bajar de Jerusalén, a Jericó, de la luz, a la oscuridad, de la Ciudad celeste, al mundo, de la gracia, al pecado. ¿Cómo no caer en manos de bandidos? ¡Qué descenso tan largo y qué profundo a veces! Ya lo decía San Agustín: Toda la humanidad yace herida en el borde del camino en la persona de ese hombre, a quien el diablo y sus ángeles han despojado.

Pero Él vino a nuestro encuentro; no podíamos volver a subir solos, nadie puede por sí mismo. Es Él quien ha bajado en nuestra busca, para levantarnos y salvarnos la vida. No se limita a ejercer la caridad por compasión; la misericordia divina llega mucho más lejos que la compasión. Él no solo se compadece, le duelen hasta las entrañas al vernos tan maltrechos, y por eso nos ofrece la curación total; porque Él no es otro mediador, sino el Hijo, el mismo Dios encarnado.

No nos ensañemos con el levita y el sacerdote; recordemos todas las ocasiones en que nos comportamos como ellos. A fin de cuentas, están cumpliendo la ley sobre la pureza de la religiosidad judía, dan un rodeo y pasan de largo. ¿A qué leyes o preceptos obedecemos nosotros? ¿Seguimos adaptándolos a nuestra conveniencia? ¿Somos fieles al Mandamiento del Amor que instituyó Jesucristo? ¿O solo alardeamos de conocerlo, y, en la práctica, nos limitamos a otros cumplimientos más cómodos y llevaderos? Más mezquinos al final, cumplimiento, cumplo y miento, alertaba San Josemaría. 

El ejemplo que nos pone Jesús, el Buen Samaritano, la metáfora de Sí mismo, es natural de Samaria, miembro, por tanto, de un pueblo de herejes, ancestralmente enfrentado con los judíos. Qué audaces tus lecciones, Señor, cuándo las asimilaremos en su plenitud transformadora… 

Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín, no como rebeldía o provocación, sino porque en el amor a Dios y al prójimo se sostienen toda la ley y los profetas (Mt 22, 40). El amor es más fuerte que el miedo y la muerte, más que las leyes y los dogmas, más fuerte que todo. Las normas, reglamentos, prohibiciones..., son necesarios para los que no han llegado, todavía, al amor y se rigen por la frialdad de la ley, la amenaza y el temor. Los que han dado el gran salto están en la plenitud de la ley (Rom. 13, 10) y viven libres, confiados en Dios, abiertos al mandamiento del amor, que contiene y sostiene todo y a todos. En ese amor esencial que brota del alma del verdadero discípulo, que se reconoce amado y se reconoce como amor, encontramos el terreno fértil para el entendimiento, la armonía y la unidad.

                                                 El Buen Samaritano, Pelegrín Clavé
                                             

27 de junio de 2025

Inmaculado Corazón de María

 

Evangelio según san Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

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Aquel “conservaba todas las Palabras en su corazón” 
significa que las vivía. María era totalmente 
la Palabra, solo la Palabra.

                                                                                                                Chiara Lubich

He escogido como imagen para este post, la única imagen de María no pintada por mano humana, la que quedó en la tilma de Juan Diego, en el cerro del Tepeyac, en 1531. De todas las apariciones marianas, es en esta donde María nos ofrece el mensaje más consolador, el más acorde con su misericordioso e Inmaculado Corazón, que late al unísono con el Sagrado Corazón de Jesús, su hijo, nuestro hermano, pues desde la Cruz nos la dio por madre, para guiarnos hacia el Reino de la Divina Voluntad, cuya Ley es el Amor. 

Escojo un extracto de ese mensaje, que deberíamos imprimir en el corazón, para afrontar estos tiempos recios y extraños con confianza. Como dice San Pablo en Romanos 8, 38, nada ni nadie nos puede apartar del amor de Dios. Ni la muerte, ni la vida, ni potestades, ni pandemias, ni la locura de quienes quieren imponer una dictadura del miedo y la mentira nos pueden apartar del amor de Dios manifestado en Su Hijo Jesucristo, y en María Santísima que nos mantiene unidos a Sus Sagrados Corazones con vínculos eternos, como solo una Madre puede hacer.

“Juanito: el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los que me invoquen y en Mí confíen.
(…) No temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa…”

Uno de los pasajes del Evangelio que se eligen para la Fiesta del Inmaculado Corazón de María, inseparable del Sagrado Corazón de Jesús, que contemplamos y adoramos en el blog Días de Gracia, nos relata el episodio en que Jesús, Niño de doce años, se "perdió", cuando peregrinó a Jerusalén con María y José. 

María Santísima nos transmite en Reina del Cielo, libro dictado por Ella misma a Luisa Piccarreta, cómo vivió aquellos tres días en que perdió a su Hijo y lo encontró en el Templo, enseñando a los doctores. Tres días, como los que estuvo en el sepulcro, como los que aguarda a que Le encontremos dentro de cada uno, nuestro amado, nuestro Dios, Verbo eterno, capaz de todo para que aceptemos Su Amor.

Cual no fue mi asombro e inquietud que sentí cuando llegados al punto donde nos debíamos reunir y no lo vi a su lado. Sin saber lo que había sucedido, sentimos tal espanto y tal dolor que nos quedamos mudos los dos. Quebrantados por el dolor regresamos apresuradamente, preguntando con ansia a cuantos encontrábamos: “¡Ah! díganos si habéis visto a Jesús, nuestro Hijo, porque no podemos vivir sin Él” Y llorando lo describíamos: “Él es todo amable, sus bellos ojos azules resplandecen de luz y hablan al corazón; su mirada golpea, rapta, encadena; su frente es majestuosa, su rostro es bello, de una belleza encantadora; su voz dulcísima desciende hasta el corazón y endulza todas las amarguras; sus cabellos rizados, y como de oro finísimo lo hacen hermoso, gracioso; todo es majestad, dignidad, santidad en Él; Él es el más bello entre los hijos de los hombres.” Sin embargo, a pesar de nuestra búsqueda ninguno nos supo decir nada, el dolor que Yo sentía se recrudecía en modo tal, que me hacía llorar amargamente y abría a cada instante en mi alma heridas profundas, las cuales me provocaban verdaderos espasmos de muerte. 

Hija querida, si Jesús era mi Hijo, Él era también mi Dios, por eso mi dolor fue todo en el orden divino, se puede decir, tan potente e inmenso, de superar todos los otros posibles dolores juntos. Si el Fiat que Yo poseía no me hubiera sostenido continuamente con su fuerza divina, Yo habría muerto de espanto. 

Viendo que ninguno nos sabía dar noticias, ansiosa interrogaba a los ángeles que me rodeaban: “Díganme, ¿dónde está mi querido Jesús? ¿Adónde debo dirigir mis pasos para poderlo encontrar? ¡Ah! díganle que no puedo más, tráiganmelo sobre vuestras alas a mis brazos. ¡Ángeles míos, tengan piedad de mis lágrimas, socórranme, tráiganme a Jesús.” 

En tanto, habiendo resultado vana toda búsqueda, regresamos a Jerusalén, después de tres días de amarguísimos suspiros, de lágrimas, de ansias y de temores, entramos al templo, Yo era toda ojos y buscaba por todos lados, cuando de repente, finalmente, con gozo descubrí a mi Hijo que estaba en medio de los doctores de la ley, Él hablaba con tal sabiduría y majestad, que cuantos lo escuchaban permanecían raptados y sorprendidos; al sólo verlo sentí que me regresaba la vida y rápido comprendí la oculta razón de su extravío.

            La relación entre la Virgen de Guadalupe y el Reino de La Divina Voluntad

23 de junio de 2025

Benedictus

 

Evangelio según san Lucas 1,57-66.80

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, vinieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "¡No! Se va a llamar Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en el espíritu, y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. 

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Natividad de San Juan Bautista, Ghirlandaio

Ciertamente, no era la Luz, pero permanecía por entero
en la luz, el que mereció dar testimonio de la Luz verdadera.
                                                                                             
San Máximo de Turín

Hoy celebramos, como Solemnidad, el nacimiento de San Juan Bautista, el único santo, a excepción de la Santísima Virgen María, del que la liturgia celebra el nacimiento, y lo hace por estar relacionado con el Nacimiento de Jesucristo. San Juan Bautista anuncia al Verbo encarnado que viene a dar cumplimiento a todas las promesas que anunciaron los profetas. Con Juan acaba el Antiguo Testamento y comienza la Buena Noticia. Así lo presenta el propio Jesús: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él» (Mateo 11, 10-11).

La Natividad de Juan se celebra tres días después del solsticio de verano: lo que empieza a morir, aunque aparentemente está en la plenitud de la vida. En el calendario se sitúa en el polo opuesto del solsticio de invierno, en que celebramos la Navidad: el Sol invicto, la semilla de Vida para todos, en la aparente oscuridad del invierno y en la fragilidad de un recién nacido. Pero a partir de esa noche, la más larga del año, los días empiezan, muy despacio, a alargarse sin que tengamos que hacer nada, como la semilla que el sembrador esparció en tierra buena o el grano de mostaza de los que hablaba Marcos en el Evangelio del domingo pasado. 

Juan el Bautista marca la superación del Antiguo Testamento, del vino viejo, del ascetismo y la conversión en medio de sufrimientos, culpa y ceniza. Jesucristo es el Nuevo Testamento, el Camino, la Buena Nueva que libera, alegra y expande el corazón. Todo el que le sigue puede entrar en el reino y alcanzar la estatura, el tamaño, el nivel que su fe y su entrega le permitan. 

Juan llamaba al arrepentimiento y, enérgico y riguroso, sacudía las conciencias, pero se quedaba en la literalidad de la ley. Por eso Jesús dijo de Él que era el mayor de los nacidos de mujer, pero que el más pequeño del reino de los cielos era mayor que él. Juan hablaba de normas, cumplimientos, reglas externas, Jesús hablará de la transformación interior necesaria y previa para poder hacer. Juan les decía lo que tenían que hacer, Jesús les decía, nos dice, lo que hemos de ser.

Juan es la enseñanza literal, buen germen necesario, buena piedra donde cimentar. Pero hay más, mucho más que la piedra; los que quieran, además de la piedra, el agua y el vino han de transformarse en vasija vacía y en odre nuevo, y seguir a Aquel que es el Agua Viva y el Vino Nuevo, el mejor de las Bodas porque, con ser nuevo, conserva el sabor y el aroma de la Verdad, la Belleza y la Bondad eternas.

El sentido literal de la Enseñanza, que Juan predicaba, ha de ser respetado y conservado, como peldaño para acceder a niveles superiores de la Enseñanza de Cristo, viva porque brota del Verbo Creador y de la experiencia transformadora de Comunión con Él que cada uno de nosotros seamos capaces de vivir y compartir.
 
El que bendice es bendecido, es ley del nuevo orden que Jesús viene a instaura. Isabel, que bendijo a  su prima María con las palabras que recordamos cada día en el Avemaría, fue la bendecida madre del Precursor. Y el padre de la voz que clama en el desierto, fue bendecido recuperando la voz y el habla cuando acató el mandato del ángel e impuso a su hijo el nombre de Juan. Zacarías recupera la voz y alaba a Dios, que es la finalidad para la que tenemos voz y vida. De esta alabanza surge el Benedictus, la oración que la Liturgia de las Horas reza en Laudes para bendecir y alabar al Señor.
 
Bendito sea Juan, el mayor de los nacidos de mujer, por ser la Voz que anuncia al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Bendito sea por llamarnos a la conversión con claridad y contundencia, bendito, por su valentía y su humildad. Bendito sea por reconocer sus limitaciones y apartarse, por mostrarnos al Maestro para que, siguiéndole, aprendamos a ser ciudadanos del Reino. O a recordar que ya lo somos.

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La Visitación, Van der Weyden


AGUA Y ESPÍRITU

María e Isabel, dos senos llenos de Vida.
Uno, virginal, de mujer muy joven, casi niña,
fecundado por el Espíritu.
El otro, de mujer cansada,
desierto de carne seca,
que el Espíritu empapa y hace fértil,
para que la semilla de hombre fructifique.

Manos que se cruzan en los vientres,
miradas que manan amor reverente,
éxtasis de asombro.
Cuerpos que se encuentran
e intercambian los latidos nuevos.
Signo de infinito, dar y recibir.
Fiat, hágase.

La obra entregada que,
aceptada y transformada,
se convierte en Obra.
Propósito y existencia,
materia iluminada por el Verbo increado,
que se hace carne para elevar y transmutar la carne.

Placenta primordial y placenta humana
agitándose de asombro.
Crisol atemporal, espiral eterna,
lazo infinito que perpetúa la Salvación.
Mengüemos a lo que no somos,
para crecer a lo que Somos
por Él, con Él y en Él.

Jesús salva.
Preparemos Su Camino,
fundiéndonos con Él
en  abrazo sagrado,
entrelazando luz, con Luz,
agua de la experiencia con el agua de la Vida,
Comunión de las aguas para Ser.


¡Dichoso tú, Juan, elegido de Dios, tú, que has puesto la mano sobre tu Maestro, tú, que has cogido en tus manos la llama cuyo resplandor hace temblar a los ángeles! ¡Estrella de la mañana, has mostrado al mundo la Mañana verdadera; aurora gozosa, has manifestado el día de gloria; lámpara que brilla, has designado a la Luz sin igual! ¡Mensajero de la gran reconciliación con el Padre, el arcángel Gabriel ha sido enviado delante de ti para anunciarte a Zacarías, como un fruto fuera de tiempo… El más grande entre los hijos de los hombres (Mt 11,11) vienes delante del Emmanuel, de aquél que sobrepasa a toda criatura; primogénito de Elizabeth, tú precedes al Primogénito de toda la creación!      
                                                                                                                      San Efrén         

21 de junio de 2025

Eucaristía

 

Evangelio según san Lucas 9, 11b-17

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se acercaron a decirle: “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.” El les contestó: “Dadles vosotros de comer.” Ellos replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.” Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.” Lo hicieron así y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos. 


                   La multiplicación de los panes y los peces, Goya

Día para reflexionar y comprender lo que festejamos con la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el centro de nuestra fe, Dios con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. Soltamos lo que nos impida abrir el corazón, contemplar el Misterio y adorar. Porque en el Santísimo Sacramento del Altar, además del Jesús que recorrió Galilea, está el Verbo creador, el Cristo victorioso del Apocalipsis, todo el poder de un Dios misericordioso, que se esconde para alimentarnos.

Verbo increado y Dios encarnado… tanto amó Dios al mundo… En la Hostia y el Cáliz consagrados, vemos, tocamos, comemos a Aquel que anhelaba este encuentro desde toda la eternidad, el intercambio prodigioso, la correspondencia de amor que solo era posible haciéndose uno de nosotros. Pero además quiere, y así nos lo enseñó en la Última Cena, que cada uno de nosotros, de los Suyos, se haga Él.

En el Cenáculo, junto a sus íntimos, Dios consagra a Dios, ofrece a Dios, comulga y da a comulgar a Dios, llevando en Sí a todos los que se habían perdido, se pierden, se perderán. Redención total para el que la acepta. Cuando veas o sientas dolor de cualquier tipo, recuerda que Jesús aquella noche luminosa, asumió sobre Sí todos los dolores. Él, todo en todos. Él, todos para el Todo. El Cordero sin mancha que nos enseña a comulgar: unidos a Su Sacrificio eterno, con Su voluntad, Su humanidad y Su divinidad, poniendo en cada Comunión lo que Él puso en Aquella Comunión del Jueves Santo.

Por eso, en la Consagración, me ofrezco junto a Cristo, y el mismo Dios acepta mi ofrenda insignificante, toma mi voluntad humana, la nada que soy, mis errores, olvidos y desvaríos, y lo transforma todo en Él. Al comulgar, renuncio de nuevo a mí misma, para que Él sea en mí, me llene, me colme, me transforme, para que pueda amar y entregarme sin condiciones, como Él.

Lo más cercano al cielo que hay en la tierra es la Eucaristía, el sacramento del amor verdadero, donde somos preparados y enviados para amar (ite missa est) . Ahí es donde hemos de poner la atención, y Él pone Su atención en nosotros; nos transforma en Sí. La Eucaristía, lo aparentemente nada para el mundo de los ciegos, lo más real para la Vida.

Si supiéramos con todo nuestro ser y creyéramos con una fe firme y sin fisuras que tras la apariencia del pan y del vino está el Verbo que ha creado el universo, caeríamos de bruces. Adorar, qué otra cosa podemos hacer…, desaparecer en Él, abandonarnos en Su Vida, soltar todo lo que no es Él, dejar de ser para Ser.


                              Panis Angelicus, Cesar Franck, por Pavarotti


Todos los que le tocaban quedaron curados.

Cuando Jesús estuvo en este mundo, el simple contacto con sus vestiduras curaba a los enfermos. ¿Por qué dudar, si tenemos fe, que todavía haga milagros en nuestro favor cuando está tan íntimamente unido a nosotros en la comunión eucarística? ¿Por qué no nos dará lo que le pedimos puesto que está en su propia casa? Su Majestad no suele pagar mal la hospitalidad que le damos en nuestra alma, si le es grata la acogida. ¿Sentís la tristeza de no contemplar a nuestro Señor con los ojos del cuerpo? Dígase que no es lo que le conviene actualmente...

Pero tan pronto como nuestro Señor ve que un alma va a sacar provecho de su presencia, se le descubre. No lo verá, cierto, con los ojos del cuerpo, sino que se le manifestará con grandes sentimientos interiores o por muchos otros medios. Quedaos pues con él de buena gana. No perdáis una ocasión tan favorable para tratar vuestros intereses en la hora que sigue la comunión.

                                                                                       Santa Teresa de Ávila 
                                                                              Camino de Perfección, cap. 34 


                                40 Diálogos divinos. Sacramento. Eucaristía