16 de marzo de 2024

"Para esta hora he venido"


Evangelio según San Juan 12, 20-33

En aquel tiempo entre los que habían venido a celebrar la Fiesta había algunos gentiles; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.


El expolio de Cristo, El Greco
                                 

¡Ah, cuánto mejor es vivir en aridez y tentaciones con la voluntad de Dios, que en contemplación sin ella!

                                                                   San Juan de Ávila

Buscar, encontrar, ver, no ver, vida y muerte, luz y tinieblas, juicio y salvación, conceptos claves en el Evangelio de Juan, el más profundo, el más cercano al latido del Maestro. Fue el discípulo amado el que apoyó su cabeza en el costado de Jesús la noche del amor supremo y Le conoció, otro concepto esencial de su Evangelio, que resuena también en la primera lectura de hoy (Jeremías 31, 31-34).

Seguimos avanzando hacia la meta de la cuaresma: la Pascua del Señor que nos abre las puertas de la eternidad. El precio de la entrada a esa Vida verdadera lo pagó Él por nosotros, fue Su sangre. La dio toda, lo dio todo, Se dio Todo… Y nosotros también hemos de dar todo lo que creemos tener: nuestros bienes materiales y espirituales, nuestros miedos, nuestros deseos, nuestros rencores y culpas, nuestras expectativas y anhelos, nuestras miserias, nuestras bondades…

Porque solo Él es Bueno, solo Él es Santo, renunciamos también a los propios méritos, tan ilusorios. Hay personas que han ejercitado tanto sus virtudes que muchos los toman como ejemplo. A ese “virtuosismo” personal, a ese ser de los buenos, a las obras hechas para justificarnos, también hay que renunciar cuando nos lo apropiamos, atribuyéndonos su bondad y sus frutos.

Un corazón puro, pedimos con el Miserere, el Salmo 50 que hoy cantamos. Un corazón puro, capaz de salir del egoísmo y vivir la alegría de saber que la Salvación siempre viene del Señor, que Él dio su vida por nosotros para que nosotros la demos por los demás.

Se trata de morir a uno mismo para poder renacer o nacer de nuevo, recordábamos el domingo pasado. Y ese segundo nacimiento pasa siempre por mirarse en el Señor, que nos renueva y nos prepara para seguirle en el servicio y la entrega..

Si pretendemos seguir viviendo como hombres y mujeres viejos, exteriores, que se conforman con mejorar poco a poco, con ser cada vez más “buenos”, pero no se atreven a dejarlo todo y renacer, no podremos seguir al primer Hombre Nuevo el que, elevado sobre la tierra, quiere atraer a todos hacia Sí.

El amor verdadero, que está más allá del sentimiento y la emoción, permite engendrar, gestar y dar a luz a ese nuevo ser, hombre y mujer interiores, renacidos y libres, que siguen en el mundo pero no son del mundo, porque han sido elevados por Aquel que venció al mundo y glorificándose nos glorifica. Porque Él es fiel a la alianza y muere para que tengamos vida en Él. Vivió nuestra vida humana para que vivamos Su vida divina. Si en Cristo destrozado -Eccehomo, dijo Pilatos- me veo a mí y lo que debería haber padecido yo, en mí he de ver a Cristo.

Esa es la tarea que hemos de hacer: reconocer que él nos amó hasta el extremo y ser consecuentes: entregarlo todo, darnos por entero, como grano de trigo que muere para dar fruto, más allá de la mente y sus dictados y mentiras, más allá de la existencia de aquí abajo, que solo conduce a vidas que se agotan en sí mismas. Aquellos griegos buscaban a Jesús, como nosotros lo hemos buscado hasta ser encontrados por Él. Buscaban la Verdad, la plenitud, la dicha sin fin que viene de un Dios que se hace hombre para hacernos Dios.

Cómo no estremecernos cuando sentimos el latido de Su ley en interior, conexión bendita, Amor que se vive, que se reproduce, que se comunica, alianza firmada con sangre, Corazón Sagrado que se intercambia con corazón contrito que reconoce su miseria.

Todo eso resuena en la primera lectura de hoy, que anuncia una alianza nueva basada en el amor que nace del conocimiento. Conocemos a Dios cuando vemos cómo perdona y olvida. El perdón de Dios es un perdón que renueva al ser humano, como canta el salmo. No es como el perdón de los hombres, condicionado y frágil, donde se filtra el rencor. El perdón de Dios es recto y perfecto, total. Avanzamos en la Cuaresma confiados porque contamos con el perdón total de Dios, que entregó a su único hijo como prueba de ese amor, ese perdón para quien lo acepta.

En la segunda lectura (Hebreos 5, 7-9) se nos dice que las oraciones y súplicas de Jesús al que podía salvarlo de la muerte fueron escuchadas. Y sin embargo murió, porque Él, que vivía en la Voluntad del Padre, no oraba por su salvación, sino por la nuestra. Aceptó su misión, su hora, siendo Uno con el Padre, y nosotros aceptamos la nuestra para ser Uno con nuestro Salvador. En Getsemaní y en tantos ratos de oración en la vida de Jesús, Dios reza a Dios, oración perfecta, cumplimiento.

Y aun así, Su alma está agitada porque carga con el pecado, el olvido y la ceguera de todos los hombres, de todas las épocas. La lucha que deberíamos librar con el príncipe de este mundo, el que nos hizo caer y pretende mantenernos sometidos, la libró Él. Su agitación, como su sed en la cruz, proceden de nosotros, de nuestra voluntad egoísta y torcida. El Señor se agita, tiembla, llora y suplica para que aceptemos su amor redentor. Para esa hora vino; para vencer al mal y la muerte en nuestro lugar.

¿Cuál es mi hora? ¿Para qué hora he venido? ¿Qué es una hora? La hora de Dios no es la ocasión que buscan los seres humanos para aprovechar, controlar, justificar, imponer su propia voluntad, incluso con “buena intención”. Pretendemos ser santos con una santidad a nuestra medida, como queremos nosotros, no como quiere Dios. Todo gira en torno al propio yo. Creemos servir a Dios, pero solo lo hacemos si se acomoda con lo que nos brinda seguridad y sentido, ilusorios, vanos, tan endebles que se desvanecen al primer soplo de viento. Nuestra verdadera hora es la Suya, hora de temor y temblor, de muerte y sacrificio, de amor y servicio, de entrega total. Él se puso en nuestro lugar para que nosotros nos pongamos en el Suyo. Jesús vivió nuestra vida y nuestra muerte para que vivamos Su vida y Su gloria.

El sufrimiento espiritual de Cristo es infinitamente mayor que el físico. El momento cumbre de la Redención es Getsemaní pero toda su vida desde la Encarnación fue un in crescendo hacia esa "hora" de generosidad y amor supremos en que cargó con todas nuestras miserias, las de cada uno de los seres humanos que ha habido y habrá. Eccehomo, recordábamos arriba las palabras de Pilato, he ahí el hombre. En Jesús destrozado, humillado, estamos todos. La meta es que en cada uno de nosotros esté un Día el Cristo glorioso.

San Agustín expresa magistralmente ese maravilloso intercambio que hace que hayamos vencido en Cristo, porque él fue tentado en nosotros y que hayamos resucitado en Cristo, porque él ha muerto por nosotros:

“En él puedes ver tus esfuerzos y tu recompensa; tus esfuerzos en la pasión, y tu recompensa en la resurrección. He ahí cómo se hizo él nuestra esperanza. Tenemos dos vidas: una la que ahora vivimos, y la otra la que esperamos. La que ahora estamos viviendo, nos es conocida; la que esperamos la desconocemos. Soporta con paciencia la que ahora vives, y conseguirás la que todavía no tienes. ¿Cómo la soportas? Si no te dejas vencer por el tentador. Con sus fatigas, sus tentaciones, sus sufrimientos y su muerte, te dio Cristo a conocer la vida que ahora vives; con su resurrección te manifestó la vida futura. Nosotros, los humanos, sólo conocíamos que el hombre nace y que muere; la resurrección del hombre y la vida eterna la desconocíamos; él tomó lo que tú conocías, y te mostró lo que ignorabas. Por eso se ha hecho nuestra esperanza en las tribulaciones, en las tentaciones. Mira lo que dice el Apóstol: Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia, la paciencia la virtud probada, y la virtud probada la esperanza; pero la esperanza no defrauda, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Luego se ha hecho nuestra esperanza quien nos dio el Espíritu Santo; y ahora caminamos hacia la esperanza; no caminaríamos, si no tuviéramos esperanza. ¿Qué dice el mismo Apóstol? Lo que uno está viendo ¿cómo lo va a esperar? Pero si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con paciencia. Dice también: Estamos salvados en esperanza.”

¿Nos atrevemos a morir con Él para poder resucitar a la nueva vida? No van a torturarnos ni a clavarnos a una cruz de madera, pero sí a una cruz invisible, interior, cada uno la suya o las suyas. Cada vez que renunciamos a nuestra voluntad limitada y egoísta nos dejamos crucificar con Él para resucitar con Él.

No hay vuelta atrás. Crucifico mi voluntad para vivir la vida de Cristo con su voluntad divina. Fui un desastre, cultivé poco y mal las virtudes. Pero el Señor acepta mi sí ahora y toda mi vida pasada es prueba superada en Él, que vivió mi vida por mí. Él vino a asumirla y a vivirla. Yo se la entrego y me dispongo a vivir la Suya y acaso un día podré decir: si por esto he venido, para esta hora.

En www.diasdegracia.blogspot.com contemplamos otro pasaje del Evangelio de Juan que la liturgia propone como alternativa para este V Domingo de Cuaresma.


                                                     Miserere mei Deus, Gregorio Allegri

9 de marzo de 2024

El que cree en Él tiene Vida eterna

 

Evangelio según San Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

Mosaico absidal SXII Basílica sup. de San Clemente en Roma. El simbolismo del árbol asociado a la tradición de la Cruz, de su base sale una mata de hojas de acanto que da origen a espirales que ocupan la semiesfera, a sus pies los 4 rios del Paraiso.
Mosaico absidal, Basílica de San Clemente, Roma
                                    

Gritad jubilosos, habitantes de Sión,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel.

                                                                                                                   Isaías 12, 6

"¡Volvamos al Señor!", dice el profeta Oseas. En ese regreso al Señor, que es la conversión, vamos soltando todo lo que nos sobra y nos pesa, impidiéndonos avanzar. Es un camino de vuelta instantáneo, sin dejar de ser infinito, si lo hacemos mirando la Cruz, centrados en Su Corazón traspasado, del que brota la Salvación y la vida eterna que es ya. A veces pensamos en la Salvación en futuro: confiamos en salvarnos cuando llegue la hora, sin darnos cuenta de que la Salvación ya ha sucedido y que la vida eterna empieza aquí.

Nacimos por segunda vez en el Bautismo, pero no siempre somos conscientes de ello. En cada Pascua, meta de la Cuaresma, y en cada Eucaristía, se nos da la oportunidad de renacer de nuevo de agua y espíritu, como dijo Jesús a Nicodemo. Las categorías mentales son incapaces de alcanzar lo inefable, lo absoluto. Por eso Jesucristo nos guía hacia la Verdad, que es Él mismo, y nos eleva, nos ilumina y nos hace libres.

Creemos en Jesús y eso nos salva, pero, para renunciar a todo lo que nos mantiene en  las tinieblas del olvido, la inconsciencia y la ignorancia, apostamos por la coherencia, que las obras respondan a lo que hay en el corazón. No hacen falta gestos heroicos o evidentes, basta con vivir centrados en Cristo, mirando esa Cruz que lleva a la Luz, anhelando la Comunión que Él pidió al Padre para nosotros en la Última Cena. 

Mirándole, escuchándole, reconocemos las propias sombras, y Él las convierte en luz. Eso es realizar la verdad, dejar que la Verdad sea en ti, en mí, en nosotros, para ser Uno en Cristo. Charles Arminjon, tan leído por Santa Teresita, escribe en El fin del mundo y los misterios de la vida futura:

“¡Pobres almas! No tienen más que una pasión, un afán, un deseo, superar el obstáculo que les impide lanzarse hacia Dios, que les llama y les atrae con toda la fuerza de su belleza, de su misericordia y de su amor sin límites. (…) Es imprescindible que sean echadas a un crisol devorador, para que se desprendan de la herrumbre de las imperfecciones humanas, para que, a semejanza del carbón negro y vil, salgan con la forma de un diamante precioso y transparente; es necesario que su ser se haga sutil, se depure de cualquier resto de sombras y de tinieblas, que se vuelva apto para recibir sin obstáculos los rayos y los esplendores de la gloria divina que, fluyendo un día a ellas a borbotones, las llenará como a un río sin orillas y sin fondo.”

Vivamos ya esa purificación que nos causa el fuego de Su amor, desechando todo lo que nos aparta de ese amor inmenso que brota del corazón cuando el Verbo encarnado ocupa su centro, y desde ahí nos eleva. La Jerusalén celeste ya, aquí, en una tierra renovada en cada ser humano que acepta seguir a Aquel que atrae con toda la fuerza de Su belleza, Su misericordia y Su amor sin límites. El Reino de los cielos está aquí. Jesucristo Es, y eso es mucho más que estar aquí o allí. Y yo soy, tú eres, somos, cuando Le entregamos todo y nos entregamos por completo a Él. 

En www.diasdegracia.blogspot.com contemplamos otro pasaje del Evangelio de San Juan, que la liturgia propone como alternativa para este IV Domingo de Cuaresma, en que sentimos la alegría de acercarnos al Alba de la Resurrección.

El que muere por mí, Pioneros de Schoenstatt


POR LA CRUZ A LA LUZ

En ese cuerpo muerto está la Vida,
y no es una metáfora o un símbolo.
Figura y símbolo era la serpiente
de bronce, salud para el que la miraba.
Y aquí no hay curación, hay mucho más;
un infinito más: la Salvación,
Luz inmortal corriendo por sus venas
eternamente nuevas, Luz de Luz.

Mira a Cristo en la cruz, es lo que toca
representar ahora en este drama
que hemos creado desde la caída
en el sueño del sueño. Qué estridente
despertador hemos necesitado. Él lo sabía
y vino a hacerse hermano,
a hacerse tú, a hacerse yo,
en un vientre escogido de doncella inmaculada.

Pero ahora toca sombra, cadáver vertical
de Dios suspendido en un madero,
abrazo mudo y sordo al universo,
con esos brazos yertos,
con ese rigor mortis divino que ha cubierto
la tierra de tiniebla, el alma
de miedo, desamparo y soledad…

Es lo que toca... 
Si te quieres creer que el tiempo puede
vencer la eternidad, que el tiempo vence
con su estela de muerte y destrucción,
mira el cadáver, quédate en ese rostro inexpresivo,
rígido, seco, máscara
de silencio endurecido,
con el nunca jamás en cada rasgo,
con el nunca jamás
de todos los que han muerto y morirán.

Pero acaso has conocido de este drama
lo que sé, lo que tantos van sabiendo,
pues nos lo han enseñado desde arriba.
Tal vez has visto o intuido la tramoya,
y miras el cadáver y sabes que es tan solo
lo que toca que veas, lo que cambia
mirada y universo, los transforma
desde la raíz, y el nunca más se desvanece,
como sombra que es, ante la luz.

Que el muerto está a la vez resucitado,
que su cuerpo glorioso está debajo
del cadáver sombrío, de la mueca
de fúnebre agonía que tienen los cadáveres
en este valle de lágrimas,
valle de crear almas, que decía el poeta.

Porque hay otras lágrimas, las buenas,
que manan de la Fuente
y se deslizan suaves, dando Vida.
Hay otras lágrimas que no deforman
el rostro en gesto de dolor,
lo expanden, comunión
de las aguas, y unen lo que el drama
de la vida fingió separar, simulacro de ausencias,
sombras mudas moviéndose indecisas,
autómatas sin alma, olvido de la Esencia,
la cueva de Platón.

Pero la cruz… hermosa o tremenda…
¿Es muerte o gloria?
¿Es patíbulo o es trono?
¿Tiniebla o resplandor?
Dime qué miro,
qué he de mirar en ella,
que es lo que Tú quieres que vea.

Mira al Resucitado en el cadáver,
contempla ya su gloria en ese cuerpo
inmóvil y callado.
Verás que en ese muerto está la Vida
y esa cruz ensangrentada es más bella
que los cedros del Líbano,
más hermoso su perfil de sombra 
que los árboles de oro de las Hespérides.

El que vino a mostrarnos el regreso
al Árbol de la Vida muere en un árbol falso,
dos maderos en cruz para hacerse patíbulo.
El que vino a salvarnos de la muerte
cuelga muerto, con la expresión tremenda
de todos los cadáveres,
en un árbol de una sola rama
de donde cae, gota a gota,
hasta la tierra, la sangre
del Único fruto,
la sangre
de Dios,
gota
a
g
o
t
a
.
Qué espantoso final, qué asombroso comienzo...
Que al principio era el Verbo,
y el Verbo es anterior y posterior,
el Verbo es todo,
siempre,
y más que siempre,
eternidad,
inmune a la muerte y sus secuaces.

Mira otra vez la escena con los ojos
que han creado los ojos,
mírala bien, hasta que veas
sobre la cruz, la Cruz de Luz.
Mensaje recibido,
me quedo en la mirada vertical,
ese centro de vida donde Soy.

Se acabaron los “qué”, comienza el “cómo”.
Ni lo que veo, ni lo que quieres que vea,
es cómo veo, si mira la Luz
donde nace la Cruz, con su peso de estrella,
rayo de Amor en vertical descenso,
el Árbol de la Vida
gravitando y suspendido,
inspirando cuando baja,
aspirando en la subida al mismo tiempo,
gloria desdibujando lo fatal,
hermosura antigua y nueva
devolviendo la tersura
a este viejo secarral de confusión y miedo.

Por la cruz a la Luz, 
en espiral eterna. 
Dios muerto, Dios resucitado,
dibujando el retorno
con signo de infinito vertical.
Torsión bendita, camino de vuelta,
borrando distorsiones,
uniendo los extremos
en un lazo sagrado,
anulando los efectos
de la caída primera
por amor.

2 de marzo de 2024

Tú en mí

 

Evangelio según san Juan 2, 13-22

Como ya estaba próxima la fiesta judía de la pascua, Jesús fue a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.” Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.  


                       Jesús expulsa a los mercaderes del templo, El Greco
                                              
Jesús, Jesús, Jesús…,
azote de cambistas y de tibios,
cómo  ha de transformarse
el corazón para saber amar
como amas Tú...

Ya no sirven los suaves
vaivenes de lo cotidiano,
no sirve el previsible
empalago de la sensiblería,
ni el cambalache “te doy porque me das”,
donde, creyendo ganar,
perdemos todos,
perdemos Todo,
nos perdemos.

Ya no nos sirve nada
de lo aprendido,
lo conocido
lo familiar,
lo estable y lo seguro,  
no nos sirve nada,
no sirve.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular,
solo ella sirve,
solo la Roca,
nada más sirve
para la Obra.

Es hora de servir
cada uno a los otros,
y todos al Propósito;
servir y recorrer,
el camino de vuelta,
nuestros pies en Tus huellas.

Es hora de servir y de crear
contigo, en Ti,
no de pedir,
ni cambiar o vender para seguir,
tahúres tramposos,
trapicheando vida,
olvidando la Vida donde somos reales.

Se acabaron los negocios
que dispersan y confunden,
derribaste los mercados,
con un gesto profético,
tan lleno de significado,
de sentido esencial
como todos los tuyos,
como Tú.

La representación de este mundo se termina,
caen monedas, caen mesas,
caen sueños, experiencias repetidas,
caen mentiras, caen fichas,
caen barajas enteras
de naipes somnolientos,
castillos tan bonitos como falsos,
siempre a ras de tierra,
círculos planos, cansinos,
pues ni siquiera castillos
en el aire nos atrevimos a hacer…

Esos valdrían,
castillos invisibles hacia Ti,
verticales y dignos,
aire y silencio,
espirales de anhelo.
Esos sí valen,
luz que regresa
decidida a la Luz,
esos sí,
si el castillo o la obra es cada uno,
si el castillo soy yo, 
mejor dicho, Tú en mí,
y no le cuento a nadie
cómo vas elevándome,
espiral de consciencia
que se mira en el Verbo,

si el castillo o la obra que se entrega
soy yo, Tú en mí, y no le digo a nadie
lo que es ni lo que era,
lo que solté, a lo que renuncié
por el Tesoro
escondido en el campo,
el que pierde su vida, encuentra la Vida.

Jesús, Jesús, Jesús…
cómo nombrarte,
si se vuelve de oro
(pobre Midas)
celestial cada letra,
cuando no existe nada más que Tú.

Letras de oro,
pensamientos de oro 
ad-oro te devote,
fundiéndose en una
sola Letra alfa/omega,
y al final, ninguna letra,
ningún sonido,
Unidad primigenia recobrada.

Jesús, Jesús, Jesús,
aún tengo boca y voz para alabarte,
Tú que te hiciste humano,
para hacernos divinos,
Tú, el solo Santo,
sabes que canto 
mi canción a quien conmigo va 
y Ese eres Tú,
desde siempre y para siempre,
más que siempre, eternamente Tú,
Jesús,
Jesús,
Jesús


En el blog hermano, Días de gracia, otra mirada para contemplar el Misterio con temor y temblor.(www.diasdegracia.blogspot.com ).


                 Romance del Conde Arnaldos, Amancio Prada


No se entra en la vida de Cristo como a una pastelería, dispuestos a hartarnos de dulzuras. Se entra en ella como en la tormenta, dispuestos a que nos agite, a que ilumine el mundo como la luz de los relámpagos, vivísima, pero demasiado breve para que nuestros ojos terminen de contemplarlo y entenderlo todo.    
                                                                                                        José Luis Martín Descalzo


                                 218. Diálogos Divinos. Abandono en tiempo de flagelos