31 de diciembre de 2019

La Vida Nueva que nos viene por María, Madre de Dios


Evangelio según san Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.


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                                            La Adoración de los pastores, Mengs

Una vez en nuestro mundo hubo un establo,
y lo que estaba en ese establo 
era más grande que todo nuestro mundo.
C.S. Lewis

Dos viejas leyendas muy conocidas, que ya han salido por estos blogs. La primera la ha contado el papa Francisco estos días, la segunda, recogida abajo en forma de poema por Antonio Murciano. Las dos nos ayudan hoy a contemplar la Vida que viene a salvarnos, a bendecirnos con el Nombre de Jesús, y a reflexionar sobre el sentido de la gran Fiesta que el primer día de cada año celebramos, que no es para los cristianos el estreno de un nuevo año civil, sino la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, la más importante de las advocaciones marianas, porque es el primer y mayor privilegio de María; mayor aún que ser Inmaculada. Santa María, Madre de Dios, repetimos una y otra vez en cada Avemaría del Santo Rosario, con el que contemplamos con la mirada de María los Misterios de la existencia terrena de Aquel que es la Vida y vino a darnos Vida.

Año nuevo, vida nueva, pensarán y dirán muchos. Y es cierto que empieza un año civil y para muchos es solo un paso más, una etapa más en su historia personal y en la historia que recogen los anales. Historia cronológica que pasa y acabará, tarde o temprano, en el abismo del olvido, como acabó el templo de Jerusalén, del que no quedó piedra sobre piedra.

Más verdad que la historia que se enseña en colegios, universidades y enciclopedias, son a veces las leyendas, los poemas, los cantos de amor que esa contemplación de la Verdad-Palabra inspira. La humildad, la inocencia y el asombro son su tono, el latido que los hace perdurar cuando la historia muestra sus costuras, sus errores, sus mentiras.

Contemplemos en estas dos leyendas el Misterio de Jesús, Palabra eterna del Padre, que nos viene a través del "Sí", eterno también, de María, madre de Dios y madre nuestra.

EL QUE NO TENÍA NADA

Cuenta una antigua leyenda que en tiempo del Rey Herodes, la noche en que nació Jesús, cuando los pastores recibieron el aviso del nacimiento del Mesías y todos decidieron acercarse a Belén llevando algún presente para el Niño, uno de ellos no se atrevía a ir porque no tenía nada para ofrecer. 

Sus compañeros insistieron y le convencieron para que les acompañara. Y hacia Belén caminó con el grupo, el único de ellos que iba con las manos vacías. 

Al llegar al portal de Belén donde había nacido el Salvador, según el anuncio de los ángeles, encontraron a una jovencísima doncella con un niño recién nacido en los brazos. Los pastores se fueron acercando para dar los regalos: queso, lana, dátiles y otros frutos.

La joven madre no podía coger los regalos porque sostenía al Niño en su regazo, pero, al ver a un pastor con las manos vacías, puso al Niño en esas manos, esos brazos temblorosos que no llevaban nada y en un instante se llenaron de Todo, porque sostenían la Vida, el Amor, la Luz del mundo.

                                            El tamborilero, Los chicos del coro


LA VISITADORA

Era Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujiera cuando entrara.
Era una mujer seca, harapienta y oscura
con la frente de arrugas y la espalda curvada.

Venía sucia de barro, de polvo de caminos.
La iluminó la luna, y no tenía sombra.
Tembló María al verla; la mula no, ni el buey,
rumiando paja y heno igual que si tal cosa.

Tenía los cabellos largos color ceniza,
color de mucho tiempo, color de viento antiguo.
En sus ojos se abría la primera mirada,
y cada paso era tan lento como un siglo.

Temió María al verla acercarse a la cuna.
En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría…?
Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le ofreció la cosa que llevaba escondida.

La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse.
¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!
El Niño la miraba. También la mula. El buey
mirábala y rumiaba igual que si tal cosa.

Era en Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujió cuando se iba.
María al conocerla gritó y la llamó: «¡Madre!»
Eva miró a la Virgen y la llamó: «¡Bendita!».

¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
Afuera aún era pura, dura la nieve y fría.
Dentro, al fin, Dios dormido sonreía teniendo,
entre sus dedos niños, la manzana mordida.

He aquí que Yo hago nuevas todas las cosas…, dice Jesús en el Apocalipsis. Todo nuevo… Esa transformación de la anciana oscurecida, arrugada, encogida de tiempo, olvido y pecado, en la joven luminosa de inocencia recobrada es lo que anhela nuestro corazón, lo que cantan todos los poetas (escriban poemas o no…). Es la belleza, tan antigua y tan nueva, por la que San Agustín dio todo…. Porque Él nos hizo para Sí... Que descanse ya ahora nuestro corazón en Él, Dios con nosotros, tan cerca que es más íntimo a mí que yo misma…, tan cerca que está dentro… Detente, descansa, alma mía, recobra tu calma; nada te turbe….

Todos los poetas, todos los amantes del Amado, todos los adoradores vengan y vean cómo la manzana mordida de pecado se deshace en el polvo de los siglos, porque la verdadera Historia comienza con Aquel que hace nuevas todas las cosas. Todo nuevo, lo demás, el miedo, la angustia, las pérdidas, los fracasos, las derrotas…, todo es sueño, viejo sueño de olvido y separación…, píxeles de una matrix virtual, que se borran y desaparecen con solo pulsar una tecla, la tecla del Amor, que ya fue pulsada antes de todos los tiempos, fue nuevamente pulsada cuando María dijó "hágase" y el Salvador vino al mundo, y permanece activada, desde entonces, para que sigamos amando hasta el final, que es el nuevo Principio. Cielos nuevos, tierra nueva…

Hoy, a punto de iniciar otro año para la historia que pasa, entrego mi manzana mordida al Niño del pesebre, que me mira bajo la sombra de una cruz. Le doy mi vieja manzana de miedo y deseo, de sueño y tristeza, de olvido y cansancio, y Él, con Su mirada de Amor, me ilumina, me transforma, me endereza, vuelve a crearme para una nueva Vida en Él. 

Día de gracias, día de bendiciones, agradezco tanta gracia al Señor que ha venido a salvarnos y, como Eva regenerada, le digo a la Madre: ¡Bendita! Ella, por quien nos vino la Gracia y que es mediadora de todas las gracias, nos bendiga y acompañe cada día. www.diasdegracia.blogspot.com

                                          Mary, did you know? Pentatonix

28 de diciembre de 2019

"Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto"


Evangelio según san Mateo 2, 13-15.19-23

Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: “Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto”. Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño”. Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Y, avisado en sueños, se retiró a Galilea, y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría nazareno.

                                        La huida a Egipto, Alessandro Turchi

            No se entra en la vida de Cristo como a una pastelería, dispuestos a hartarnos de dulzuras. Se entra en ella como en la tormenta, dispuestos a que nos agite, a que ilumine el mundo como la luz de los relámpagos, vivísima, pero demasiado breve para que nuestros ojos terminen de contemplarlo y entenderlo todo.

                                                                                         José Luis Martín Descalzo

El Evangelio de hoy, Domingo de la Sagrada Familia, narra la huida a Egipto de María y José, para poner a salvo al Niño Dios. Si hemos logrado vivir con atención, fe, esperanza y amor la Navidad, habremos percibido y acogido con alegría la chispa que se ha encendido en nuestro corazón. Jesús ha nacido en nosotros, pero es aún tan frágil y pequeño, tan desvalido, tan vulnerable… 

Herodes –el mundo– con su locura, ceguera y egoísmo, temeroso de perder su efímero poder, quiere acabar con este Niño que se nos ha dado, como una Luz que el mundo no recibe porque no Lo conoce (Jn 1, 5.10-11). ¿Qué podemos hacer? Seguirles en su huida a Egipto, la tierra de tinieblas, que iluminaremos con nuestra luz, hasta que el ángel nos avise de que podemos salir porque el Niño ha crecido y su vida no está amenazada. Jesús vino a asumir nuestras miserias, pecados y opresiones. Por eso viaja al Egipto opresor, del que Moisés sacó al pueblo elegido, y en el que seguimos esclavizados, sumisos, inconscientes.

Refugiarnos en el Egipto santificado por la Sagrada Familia, a pesar de vivir en el Egipto pagano del faraón que oprime y maltrata las almas, proteger la vida del recién nacido… Podemos hacerlo sin necesidad de viajar físicamente. Podemos seguir en el mundo sin ser del mundo, discretos, astutos como serpientes, con la mansedumbre que el Niño ha impreso en nuestras almas. Que nada de este mundo ciego y efímero nos seduzca, nos atrape, nos haga olvidar los cuidados que debemos al Niño Divino que hemos dado a luz y precisa de toda nuestra atención.

El significado etimológico de la palabra “santidad”, en su raíz griega, no es perfección, sino “apartarse”. Alude a una actitud que lleva al aspirante a santo a distanciarse de sí mismo, de su ignorancia y ceguera, de sus proyectos y ambiciones, de su carencia de un centro de gravedad permanente. Apartado también de las distracciones mundanas, aunque parezca convivir y mezclarse con ellas, el santo va construyendo ese centro estable que le permite nacer de nuevo, libre, regenerado (Jn 3, 7; 1 Jn. 3, 9).

Herodes, y luego Arquelao, seguirán al acecho, buscando la muerte del tierno Infante. Cuando hayas logrado apartarte, vigila, mantente en guardia, no dejes que lo encuentren, pasa desapercibido para las huestes de los tiranos, hasta que el Niño haya crecido lo suficiente como para regresar.

Recuerda que los príncipes del mundo atacan por la ambición y el orgullo, haciéndote desear y buscar el poder, la riqueza, el reconocimiento. Combátelos con la humildad y el abandono, porque quien pierde su vida gana el alma (Lc 9, 24). Te acosarán también con el canto de sirenas de los sentidos físicos, la sensualidad y el hedonismo. Tú sigue firme, manteniendo la pureza interior y exterior, como los limpios de corazón. Por último, te atacarán con esas malas artes sibilinas y más sutiles, inspirándote emociones y pensamientos negativos: prejuicios, tristezas vanas, imaginaciones absurdas, indolencia, frustración, desesperanza… 

Solo importa que el recién nacido pueda crecer sano y salvo. Esa es tu misión; deja que José, que simboliza la devoción y el servicio, proteja en ti al Niño, la chispa divina, la pureza, y a la madre, el verdadero amor, la entrega sin condiciones, hasta que el ángel le avise de que podéis volver a Israel, la “tierra de visión”, porque Herodes, Arquelao y sus secuaces ya habrán muerto para ti. Más adelante llegará el momento de subir a Jerusalén, pero antes, has de seguir creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52).


              Imágenes de El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini.

En rápida sucesión y al ritmo de Bach, una metáfora de la vida terrena de la Sagrada Familia, siempre en la inestabilidad material, en lo incómodo, en lo precario y amenazado por los poderes del mundo. Su centro de gravedad, sus apoyos, nunca estuvieron aquí, en lo transitorio, sino en la confianza depositada en lo Verdadero. Que su libertad, su desapego y generosidad sean nuestra inspiración. www.diasdegracia.blogspot.com


La tierra de esclavitud es una matriz para aquel que se verticaliza y una tumba para el que se enamora de ella.
¡Y Egipto ensalzará sus tumbas! Mas se hará matriz para los hebreos.
Uno comprende entonces que Egipto en el lenguaje bíblico, simbolice el mundo llamado “de la Caída”. E Israel, el de la realización, fuera del condicionamiento de la caída, al darle acceso a la “tierra prometida”, tierra interior; de la que Jerusalén es la gemela en el exterior.                                                       
                                                                                 Annick de Souzenelle

24 de diciembre de 2019

Navidad continua


Evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este era de quien yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado.

                                       Puer natus in Bethlehem, J. S.Bach

Para que nosotros, seres relativos, podamos volver al Absoluto, 
es preciso que el Absoluto descienda y nos tome. 
Ese descenso es justamente la encarnación del Verbo; 
ese tomarnos es Jesucristo, el Hijo único de Dios. 
He aquí el evangelio.

                                                                                                    Paul Sédir

El Concilio Vaticano II nos recuerda que, desde el principio de los tiempos, el Verbo ha estado iluminando a todos los que nacen en el mundo. Desde la primera Navidad, hace ya más de dos milenios, como dice William Johnston, podemos rezar íntimamente al Jesús que anduvo por el mar de Galilea y que murió en la cruz, al tiempo que creemos por la fe que el mismo Jesús, cósmico y glorificado, se le revela a todos los hombres y mujeres que han existido o existirán. Ésta es la grandeza de la unión mística con Cristo, el Verbo encarnado. 

Para que Él pueda llevar a cabo su obra y nacer en nosotros sin ningún obstáculo, hemos de vaciarnos de todo lo falso y accesorio… Por eso san Agustín nos dice: “Vacíate para que puedas ser llenado; sal para poder entrar”. Vaciándonos y guardando silencio, la Palabra podrá ser pronunciada en cada corazón y podremos escucharla. Vacíos, seremos llenados; callados, Él hablará. El olvido de sí hará posible el Recuerdo de Sí, que nos lleva a la Fuente de lo Verdadero.
       
Jesús, el Verbo encarnado, Dios y hombre: Dios que nos creó, hombre que nos recrea. En Él vemos la imagen de Dios que el conocimiento humano puede captar y asumir. De su mano caminamos hacia la Visión plena y definitiva. Porque si la creación del mundo es expresión del poder de Dios, la encarnación del Verbo es expresión de Su amor infinito.
En Él, la naturaleza humana es elevada de su estado condicionado y abocado a la muerte, para enraizarse en el Yo del Verbo, una ya con Él. Es la encarnación; la posibilidad de levantarnos gracias a Su venida. Somos Hijos si queremos, con un destino glorioso para los que se abren a esta luminosa “propuesta”.
Él se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud y eternidad que integra todo, incluidas las formas y los nombres. Pero si nos quedamos en lo temporal, no llegaremos a lo más sutil, lo sublime, lo absolutamente perfecto. Qué misterio asombroso e inefable que Él se haya abajado, siendo lo único Real, a tocar en la puerta de nuestros dormidos corazones, para que pueda encarnar en nosotros la Vida.
En su tratado Sobre la encarnación del Verbo, San Atanasio afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres hasta la Cruz, para que nosotros heredáramos la vida eterna.

El Señor del Tiempo, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis). Vivió cronológicamente, como un hombre mortal, para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.

Desde entonces, no hay nada que hacer, según lo que el mundo entiende por "hacer". Solo Ser, en Él, lo que Dios soñó para cada uno, porque nos ha abierto las  puertas a una eternidad donde seguir siendo. 

            Dios, la Unidad primigenia, entra por amor en la multiplicidad. La no-forma se hace forma, lo absoluto entra en lo relativo, lo no manifestado en lo manifiesto, lo ilimitado se hace limitado, concreto; lo eterno se hace temporal, el Todopoderoso se vuelve vulnerable.

Imitemos la humildad de Jesús, para recibir la Luz que viene con un corazón sencillo, como el de un niño, con la pureza esencial, la inocencia que permite reconocer el Misterio y aceptarlo. Él es el modelo de manifestación, porque encarnó por amor. Encarnemos conscientemente para amar sin medida, como Él. No hay un gozo mayor que el que nos brinda el Amor que podemos vivir a cada instante, en ese presente eterno donde somos uno con Él.  www.diasdegracia.blogspot.com


                                     78. Diálogos divinos. Navidad continua

Desde otro "instante sagrado", más allá del tiempo y del espacio, el poeta José Miguel Ibáñez Langlois canta con claridad y belleza el tesoro escondido de estos días: que Cristo no es un maestro más ni un avatar, que Él es la Fuente de la Vida, el Camino, la Luz, el Hijo de Dios que viene a liberarnos.


Él no es un iluminado porque Él es la Luz.
Él no ha buscado la verdad porque es la Verdad.
No es un héroe del verbo porque es el Verbo.
Él no se ha descubierto ni a sí mismo.
Jesús de Nazaret, qué diantres,
con la voz de la infinita humildad, simplemente susurra antes de morir:
yo soy la resurrección y la vida,
yo soy la luz del mundo,
Yo Soy El Que Soy,
Yo Soy.