30 de junio de 2018

Despierta tú que duermes


Evangelio según San Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
–Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido, curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:
–¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaron:
–Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: «¿quién me ha tocado?»
El seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo:
–Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
–Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta que tengas fe.
No permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:
–¿Qué estrépito y qué lloros son estos ? La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
–Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Resurrección de la hija de Jairo, Som Vag Batvg

Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
                                                                                                                                 Efesios 5, 14

Con estos dos relatos, unidos por razones teológicas (Jesús trae la Salvación, vence el dolor y la muerte) y literarias (mientras la hija de Jairo agoniza, se produce la curación de la mujer), el evangelista crea una especie de circuito: la fe de Jairo le lleva a pedir la salvación de su hija a Jesús. Cuando Jesús camina hacia la casa de Jairo, la mujer enferma de hemorragias requiere a Jesús, pero a escondidas, con la inocencia de una niña, tal vez de una niña de doce años, como la que Jesús va a resucitar. La niña muerta-dormida no puede pedir nada a Jesús, hace lo contrario que la mujer audaz y creativa. La niña dormida-muerta recibe pasivamente las palabras de Jesús.

Palabras que resucitan, silencios que curan… Porque la hemorroísa ni siquiera habló con Jesús, solo contestó cuando este se extrañó por la fuerza que había salido de él. Actuó como deberíamos de actuar todos los que, considerándonos hijos, abrimos confiados “la nevera” de la casa del Padre para coger lo que necesitamos. Con ese descaro transparente, que el Padre aprueba, deberíamos tomar todo lo que nos da. 

La mujer de los flujos de sangre no está “robando”, confía y sabe que lo que Jesús tiene es infinito, inagotable. La niña no sabe nada, está ausente y es la palabra de Jesús la que la interpela para devolverle la consciencia, la vida, la capacidad de ser hija todavía aquí, antes de pasar definitivamente a la Casa del Padre.

La palabra de Jesús, como su silencio, son creadores, efectivos, porque Él es la Palabra y Él es el Silencio primordial. La niña resucita, despierta; tenía doce años de vida inocente, limpia, pura. La mujer es sanada, devuelta también a la vida, porque los flujos de sangre simbolizan el desangrarse, ir muriendo alejados de la Fuente de la Vida. Doce años de vida inocente que agoniza, doce años de enfermedad e impureza… Lo mismo en el fondo, una puerta a la Vida verdadera.

Dos figuras femeninas necesitadas de salvación y, en los dos casos, doce años, de vida o de enfermedad. Doce, símbolo de las doce tribus de Israel, femenina tantas veces en el Antiguo Testamento, como “esposa” de Dios. Inocente y corrupta, elegida e infiel, perdonada, sanada definitivamente con la llegada de Jesucristo, que hace de Israel mucho más que el pueblo elegido, el inicio del Reino de los cielos en la tierra, para el que esté dispuesto a escoger la vida, cada uno a su manera, algunos con la desfachatez que la necesidad impone, como la mujer con hemorragias, otros aceptando lo que Jesús trae, escuchando su voz, obedeciéndola como la niña muerta-dormida..

En ambos casos, han llegado a una situación de impotencia, nadie puede ayudarlas, solo se puede llorar o apretujar, enterrar o excluir… A Jairo se le acaba su descendencia, a la mujer, la enfermedad le ha impedido tener descendencia. ¿Qué es tener descendencia? ¿Qué es perpetuarse, crecer y multiplicarse? Ya no estamos en el Génesis, estamos en la Nueva Alianza, camino de la Jerusalén celestial, y ahora las palabras son otras, los códigos son otros, los horizontes, otros…

Jairo quiere que Jesús ponga las manos sobre su hija para que sane o resucite. En el caso de la mujer de los flujos de sangre, es ella misma, con sus manos impuras, a los ojos de los demás, la que quiere tocar a Jesús o al menos su ropa, o al menos el borde de su manto… En ambos casos se trata de tocar, la corporalidad adquiere una relevancia clara, porque somos cuerpo, alma y espíritu, y seremos cuerpo, alma y espíritu.

Tenemos la fortuna de poder tener ya aquí, en esta vida, una relación con Jesús de absoluta intimidad de cuerpo, alma y espíritu. No solamente podemos tocarlo, sino comerlo. Si sus manos podían sanar y resucitar en los caminos de Galilea, ¿qué podrá hacer todo su Ser dentro de aquel que se acerca a la Eucaristía con fe? Porque se trata siempre de la fe: el que comulga con fe adquiere la Vida eterna; el que comulga sin fe y sin dignidad, como diría San Pablo, está alimentándose de su propia condenación. 

Como siempre, la opción es clara: vida o muerte, luz o tiniebla, salud o enfermedad, gracia o pecado. Por eso es tan importante recibir el Pan de Vida bien preparados, teniendo esa constante comunión de deseo que llevó a la hemorroísa a tocar el borde de Su manto para cortar la hemorragia, ese desvivirse que es andar disperso, perdido, distraído. Hablar de más es desangrarse, vivir para el mundo y sus afanes es desangrarse, olvidar al Único que salva es desangrarse.

El grado de intimidad al que llegaron las dos con el simple hecho de tocar o ser tocada por el Maestro no es nada comparado con lo que se nos da en la Eucaristía, medicina del alma y mucho más. Cuando la unión con Jesús es tan estrecha que se puede decir con San Pablo: “vivo, pero no soy yo, es Cristo que vive en mí”, la Eucaristía es néctar, alimento sutil para vivir ese vínculo de amor que se proyecta hacia la Vida eterna.

Salvadas ambas, tocadas las dos por el Hijo de Dios. Jairo buscaba la sanación de su hija; la mujer anhelaba mucho más que sanarse, y lo consigue. En diasdegracia.blogspot.com he intentado, como otras veces, contemplar el evangelio con otra mirada más poética, pero me han pedido la palabra ellas, la niña muerta-dormida y la mujer herida en lo más íntimo de su vida, porque las dos están dentro de mí... Todas las niñas muertas o dormidas, todas las mujeres enfermas o heridas de tristeza, de soledad, de abandono o de olvido están en mí, y las pongo en las manos del Señor de la Vida. Qué más poesía que el Evangelio, la buena noticia de que Jesús está con nosotros y nos salva, nos resucita, nos regenera hoy.

J. S. Bach - Gloria in Excelsis Deo (Messe h-moll)

23 de junio de 2018

Juan es su nombre


Evangelio según san Lucas 1,57-66.80

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, vinieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "¡No! Se va a llamar Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en el espíritu, y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

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Nacimiento de Juan Bautista, Artemisia Gentileschi


No es solamente en aquel tiempo que «los caminos fueron allanados 
y enderezados los senderos» sino que todavía hoy el espíritu y la 
fuerza de Juan preceden la venida del Señor y Salvador.  

                                                                                          Orígenes  

Vosotros mismos sois testigos de que yo dije: “Yo no soy 
el Mesías, sino que he sido enviado delante de Él.” 
(…) Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar. 

Juan 3, 28, 30 


La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, por eso es Solemnidad. El único de los santos cuyo nacimiento se festeja. Celebramos el nacimiento de Juan, el de la Santísima Virgen y el Nacimiento de Jesús. Juan nace de una anciana estéril; María de un matrimonio de castidad ejemplar, Jesús de una joven Virgen. Zacarías no creyó en el anuncio de Gabriel y se quedó mudo; la Virgen creyó, y su “Fiat” concibió a Jesús por el  Espíritu Santo.

Poco antes de morir, Chesterton afirmó: "El asunto está claro ahora: entre la luz y las sombras, cada uno debe elegir de qué lado está." La Luz es Jesucristo, que nació en el solsticio de invierno, cuando los días empiezan a ganar tiempo a la noche. San Juan Bautista, el heraldo de la Luz, nace en el solsticio de verano, a partir del cual los días comienzan a disminuir, para recordarnos que hemos de dar paso a la Luz en el mundo y en nuestras vidas. 

Es necesario que Juan, el hombre, disminuya, para que el Hijo de Dios crezca. Disminuimos con el gozo del que sabe que, muriendo a sí mismo, se acerca a la verdadera grandeza, su condición de hijo de Dios, su naturaleza restaurada. Lo humano es así la antesala de lo divino, lo temporal, de lo eterno, la condición de hijos de mujer, frágiles y terrenales, precede a la condición de ciudadanos del reino de los cielos. 

Es el sentido de la conversión que predica Juan, con la aspereza y rigor de su temperamento de asceta, necesario en aquel momento para el pueblo judío, que aún no conocía el poder transformador del amor que Jesús vino a predicar. Juan predicaba la conversión, dejar de mirar solo las realidades perecederas del mundo y mirar hacia la realidades eternas.

El mayor de los nacidos de mujer (Mateo 11,11), la voz que clama en el desierto (Juan 1, 23), Juan el Bautista, el último de los profetas de la Antigua Alianza y el Precursor de Jesucristo, la Nueva Alianza de Dios con la humanidad.  Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar…, dirá Juan. ¿Qué debe menguar y qué debe crecer en nosotros para dejar de ser ciudadanos del mundo, hijos de mujer, y comportarnos como los ciudadanos del Reino de los Cielos que somos por el Bautismo?

Que mengüe lo que no somos, el ego, las máscaras, los frutos de la soberbia, y crezca nuestra verdadera realidad de hijos en el Hijo.  Cada día, cada instante, podemos escoger entre ser solo hijos de mujer, de los que Juan el Bautista es el mayor, o ciudadanos del Reino, seguidores de Cristo y, por la gracia de su amor infinito, hijos de la Luz, imagen de Dios y, por fin, semejanza restaurada.

Desde el seno de mi madre me llamaste, cantamos con el Salmo de hoy. Dios nos soñó antes aún de que fuéramos concebidos. Nos conoce y nos ama desde siempre y nos llama por un nombre que aún no conocemos y que no es el nombre que nos dieron nuestros padres biológicos. 

Juan es su nombre, dijo Zacarías a sus parientes, tras recuperar el habla. Es el nombre que Dios mismo, a través de su ángel, había escogido, que en hebreo significa "favor de Dios" y también “fiel a Dios”. San Juan Bautista, favorecido por Dios desde el seno materno, es modelo de fe; abandona lo mundano y se retira al desierto a preparar el camino del Señor. Es modelo de humildad; renuncia a sus discípulos para que sigan al único Maestro. Y es también modelo de fidelidad y coherencia hasta la entrega de su vida por la Verdad, de la que es testigo y mensajero.

El mismo Jesús afirma que la ley y los profetas llegaron hasta Juan, símbolo de lo antiguo que anuncia lo nuevo. Por ser el último eslabón de lo antiguo, nació de un matrimonio de ancianos. Y por ser el heraldo de lo nuevo, fue santificado en el seno de su madre, la anciana Isabel, por Jesús desde el seno de Su Madre, la Virgen María. Y la gracia  recibida le hizo saltar de alegría en el vientre materno diasdegracia.blogspot.com .

El silencio de Zacarías es mucho más que un castigo por su incredulidad. Es un signo de que, en esta transición misteriosa y gestante entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, el sentido de las profecías quedaba en “suspenso”, velado, latente hasta el Nacimiento del que da cumplimiento a todas las profecías y todas las promesas, Jesucristo, nuestro Señor. Cuando nace Juan y recibe el nombre que Dios le ha dado, la voz del que clama en el desierto está lista para anunciar al Salvador, y Zacarías recupera el habla. Porque Juan era la voz y Jesús es la Palabra eterna que en el principio ya existía (Juan 1, 1).


TEMOR Y TEMBLOR

Temor y temblor en el regazo oscuro
cuando la luz atraviesa 
el útero como un rayo
para mostrarme el Camino.

Dos embriones se encuentran;
uno, de hombre,
otro, divino,
acostumbrándose a la sangre,
haciéndose carne para poder tocar,
acariciar, derribar mesas de cambistas,
bendecir, sanar, resucitar a los muertos,
resucitar, Él Mismo, al tercer día.

¡Y ya lo veo!
Cómo no saltar en el seno de mi madre,
Isabel, Isha bethel, que significa:
mujer, casa de Dios;
cómo no agitarme
viendo, presintiendo mi latido de non nato
el drama, entero, consumándose
más allá del tiempo y del espacio… 

Gigantesco Jesús,
inmenso desde el seno virginal,
deja que mengüe,
que disminuya desde ahora, 
aunque mi cuerpo siga creciendo
para ser el asceta rudo
que se va formando desde el vientre
tan cercano al más puro
que te gestó, gesta, gestará infinitamente.

Es mi madre también,
más que ninguna después de la tuya,
Isha Bethel, mujer, casa de Dios.
Dioses sois recordará el Maestro,
yo lo seré, si Tú quieres,
en Ti, por Ti, contigo,
en ese reino de Hijos que vienes a anunciar.

Pero deja que antes disminuya, que mengüe,
que descienda, que desande,
me desnude de formas y ritos,
desaprenda los dulces pasatiempos,
renuncie a los goces de la carne,
que se forma en el seno de mi madre,
sorprendida de ver en el rostro de su prima,
la luz dulcísima, la belleza infinita
y eterna de la madre de Dios,
y madre nuestra.


                                                           Benedictus, 2Cellos

16 de junio de 2018

El Reino: lo pequeño es lo inmenso


Evangelio de Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía en parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado. 


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Fotograma de La Pasión de Mel Gibson


Una vez en nuestro mundo hubo un establo,
y lo que estaba en ese establo
era más grande que todo nuestro mundo.

                                                                                                                      C.S. Lewis

Cristo es el Reino y viene a dárnoslo, viene a darse. De ahí el versículo que repetimos en el Salmo de hoy: “Es bueno darte gracias, Señor” (Salmo 91). Un Niño nacido de una joven virgen es, como dice la cita que abre este post, más grande que todo nuestro mundo, más grande que todo. Y cuanto toca ese bebé-semilla, que es Dios, se transforma y adquiere un potencial que no se ve, pero que está lleno de Su misma Vida. Así será la resurrección, que transformará el polvo en cuerpo glorioso y eterno…., como anuncia la segunda lectura (Corintios 5, 6-10).  

El “reino de Dios” es el centro del Evangelio, de la buena noticia que anunciamos y queremos vivir. Un reino cercano (Marcos 1,15), interior (Lucas 17,21), presente y actual (Mateo 20,28). Lo Infinito se nos da por pura gracia para unirnos a Él y devolvernos la semejanza perdida con nuestro Creador.

Solo hace falta conocer lo que se nos ofrece, disponernos a recibirlo, confiar y soltar todo lo nuestro, lo que hemos creído que somos. La semilla es tan pequeña, y tan grande a la vez, que necesita que no haya otras semillas porque requiere espacio para crecer y desarrollarse. diasdegracia.blogspot.com

Nada, nada, nada, y en lo alto del monte, nada…, cantaba San Juan de la Cruz. Es lo necesario para la fecundidad: vacío y “hágase”, vacío y Fiat. Si el útero de la mujer está lleno, no es posible una nueva concepción. María, que concibió sin necesidad de hombre, lo hizo a través del “hágase” incondicional. Una mujer que quiera concebir necesita un útero vacío, disponible, receptivo. Un alma que quiera concebir el Reino, que es Cristo, necesita ese mismo vacío, que en el alma es el Fiat.

Es lo que buscan tantas tradiciones orientales en sus prácticas y meditaciones. Logran a veces el vacío, la receptividad, la disponibilidad, pero falta la semilla, el propósito divino, la divina voluntad. Así es también el poema esencial. Nace de un anhelo, de un vacío receptivo, dispuesto a acoger. Si se siembra la semilla de belleza y verdad, nace el canto. El Magnificat, el canto de María, es la expresión más bella de esa humildad disponible, de esa pequeñez inmensa, de ese enaltecimiento de los que se hacen pequeños, como niños, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Así es también el Sagrado Corazón de Jesús, que contemplamos especialmente este mes; aparentemente pequeño para los ojos, tan pequeño que la punta de una lanza pudo traspasarlo, tan infinito que inundó el universo de pureza y vida, de perdón y gracia, de la plenitud divina que contenía desde antes de todos los tiempos.

Porque ese Corazón que mana sin cesar es el Dueño del tiempo. Si no recibimos Su Vida, el tiempo vence, aplasta, cercena, aniquila, malogra lo que deberíamos ser. Si La recibimos, el tiempo se rinde y se inclina, adorando a Su creador, y ya no hostiga ni empuja ni golpea, se convierte en aliado, en balsa segura que conduce a la orilla donde el Maestro espera con un pescado en la brasa, para seguir alimentándonos como ha hecho siempre, desde el inicio de los tiempos, que son Suyos.

Así lo viví en la Misa en honor del Sagrado Corazón de Jesús, el miércoles pasado, en el Cerro de los Ángeles. Al comulgar, es Dios quien entra en ti; y en Él está todo: la Creación (Padre), la Redención (Hijo), la Santificación (Espíritu Santo) a la que estamos llamados, esto es, la semejanza con Dios. Cristo entra en ti y, si lo acoges y dejas que se quede, te convierte en Sí Mismo.

El milagro de los milagros; porque milagro es algo que supera las leyes naturales, y en esa comunión conscientemente recibida es vencida nuestra naturaleza caída. Se deshace el pecado original y se restaura la vida divina que se dio a Adán, pero con mucho más, infinitamente más de lo que Adán recibió: con la Sangre de Cristo redentora, sus llagas benditas, la herida de su costado, tan pequeña como la punta de una lanza, tan grande como para abarcar toda la Creación, toda la Redención y a todos los que aceptan esa Redención, que es el inicio del Reino. 

Felix culpa, dijo San Agustín, que intuyó la magnitud de lo que se nos dio con la Muerte y Resurrección de Cristo, la primera semilla triturada que dio origen al Árbol de la vida. En Sus ramas se posan los redimidos, y en Su savia fluye Su preciosísima Sangre junto con la del que se atreve a ser más que redimido, más que salvado, se atreve a morir, nueva semilla triturada, para ser otro Cristo.

La Eucaristía es por eso el rostro visible del Señor. En Juan 12, cuando Felipe y Andrés le dicen al Maestro que unos griegos quieren verle, la respuesta de Jesús es desconcertante: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.”

Parece una respuesta rara, pero si nos damos cuenta de lo que está diciendo en profundidad, sabemos que es el modo de mostrarse ante nosotros: como el sembrador y como la semilla. Por eso se presenta así ante los griegos, porque Él es el primer grano de trigo que ha muerto para que surja el Pan de Vida.

Ser fecundos y disponibles para acoger la semilla del Reino y ser además la semilla: morir para dar vida, desaparecer para Ser y mostrar con nuestro rostro el rostro de Jesús. La Eucaristía es el rostro del Señor que se presenta en forma de pan; por eso dice el salmo 24: que se alegren los que buscan al Señor. Buscamos su rostro y queremos reflejar su rostro. Seguimos su ejemplo en dar la vida para tener Vida.


                                              Corazón que mana

9 de junio de 2018

De la culpa, a la gracia


Evangelio según San Marcos 3, 20-35 

En aquel tiempo volvió Jesús a casa y se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Unos letrados de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”. El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: “¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil, no puede subsistir; una familia dividida, no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: “Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan”. Él les preguntó: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.


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Raphael Sanzio


¡Ah, cuánto mejor es vivir en aridez y tentaciones con la voluntad de Dios, que en contemplación sin ella!

                                                                                                      San Juan de Ávila

El hombre es una criatura que ha recibido la orden de convertirse en Dios. 
                                                              San Basilio

El pasaje del Evangelio que hoy narra Marcos acaba con unas palabras que resumen el camino del cristiano. “El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Es una idea que hemos leído y meditado a menudo, pero quizá más en la versión de Lucas (Lc 11, 28) o de Mateo (Mt 7,24). 

En Lucas, Jesús responde al piropo espontáneo de aquella mujer “dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”, con un piropo mucho más profundo hacia su madre, la que mejor escuchó la Palabra de Dios y la cumplió, que algunos no entendieron y lo tomaron como un desaire. Mateo va a lo concreto, con el símil del hombre sensato que construye su casa sobre roca, para hacernos ver cómo la escucha de la palabra y su puesta en práctica edifica una morada eterna.  

Marcos, el Evangelista más escueto y directo, no menciona la escucha de la palabra, va "al grano", como tantas otras veces, y sintetiza ese “modo de ser” cristiano, de los de Cristo, su familia espiritual, en cumplir la voluntad de Dios. 

Hay quien está obsesionado con recordar las palabras literales de Jesús. Sacerdotes que insisten en la necesidad de leer y releer y meditar el Evangelio para que la fe se haga más sólida y nos lleve a un conocimiento más profundo de Jesús. Eso está muy bien, en el Evangelio está sintetizado el mensaje de la Salvación, y leerlo a menudo nos guía y nos va transformando. Pero el verdadero Evangelio, la Buena Noticia es el propio Jesucristo, que es infinitamente más que palabras, enseñanzas, parábolas y sentencias recogidas por los evangelistas. Es la Palabra, que está más allá de las lenguas y de los libros, incluso los libros sagrados; el Verbo eterno que pronunció el Padre en la Creación.

Ser dichoso por escuchar Su palabra y cumplirla es llegar a una identificación tal con Jesucristo que seamos una sola vida en Él. El discípulo amado lo entendió mejor que nadie. Juan, después de María, recostado en el pecho del Maestro, supo que cumplir Su palabra es vivir Su vida interior, es latir en Su latido y para eso no hace falta conocer las palabras concretas, sino conocer Su voz y Su eco, el mensaje tan inmenso que no cabe en los libros y nos lleva al “todo está cumplido”; Vida eterna para el que vive Su vida.

Una sola palabra bastaría: Fiat. El “hágase" de la Creación, Fiat, el “hágase en mí” de María, Fiat, el “no se haga mi voluntad, sino la Tuya” de Getsemaní. La palabra que Adán y Eva no quisieron pronunciar, la que debemos pronunciar, la Palabra que basta para sanarme… Escuchar a Jesús dentro: y ya no son palabra; vivir en Él, y es el Verbo sin palabras. Porque las palabras que cumplir son las literales, pero también, sobre todo, las más profundas, esos niveles de comprensión que van hacia dentro y a lo alto, hasta el Fiat triple y eterno.

Vayamos a lo que hay detrás de las palabras que pronuncia la Palabra y, desde ahí, vayamos a los silencios sonoros y, más allá, a la Palabra primordial del Verbo, ese Fiat original que nace del Amor. 

Por eso Marcos, el evangelista directo que va al "grano", que se expresa a veces más por lo que calla que por lo que dice, en la conclusión del pasaje de hoy no menciona lo de escuchar la palabra. Cumplirla es haberla escuchado. Más aún, cumplirla es haberte transformado en la Palabra, haberte unificado en el Verbo. 

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La Cruz, el Árbol de la Vida

Para llegar a esa meta hay que aceptar primero la Redención que Cristo nos trae. Él vino a liberarnos de la carga que Adán y Eva dejaron a la familia humana. No puedes ser perdonado si no crees que puedes ser perdonado. Si te sabes perdonado, puedes dejar de luchar contra ti mismo y con todos los demonios que te habitan, insidiosos, mentirosos, ávidos de conflictos. Para sentirte merecedor de perdón has de unificarte y qué mejor manera que fundiéndote con el Sagrado Corazón de Jesús, que ayer celebrábamos, del que brota agua y sangre, gracia y vida.

El nuevo Adán vence donde el viejo Adán cayó. Jesucristo es el Hombre Nuevo, que nos señala el camino de transformación. Lo que propone Satanás son siempre atajos para no pasar por la cruz. Vencer supone no tomarlos y seguir por el camino estrecho que conduce a la Vida, para experimentar el segundo nacimiento que Nicodemo no entendía. Nace así una nueva criatura, el antiguo “Adán”, la antigua "Eva" mortales que somos se convierte en otro Cristo, resucitado y eterno. Venceremos en Él y por Él a través de la humildad y la confianza, la pobreza de espíritu, el vaciarnos de nosotros mismos, para volver al Paraíso, la esencia original, pura y unificada. 

Los ricos de espíritu no pueden reconocer la supremacía divina sobre lo creado y, escogiendo la separación, el dualismo de lo contingente, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, caen en la eterna tentación de Adán y Eva, alejándose del Conocimiento unificado, la Sabiduría de Dios, que lleva a la Verdad y la Vida, la Unidad primigenia. diasdegracia.blogspot.com

Luzbel, el ángel más bello, dominado por la soberbia, quiso ser, Adán y Eva quisieron ser. Todas las guerras, los conflictos interiores y exteriores proceden del deseo soberbio y egoísta de ser, olvidando que no se puede ser sin morir a uno mismo. Jesús nos enseña a escoger el Bien absoluto que consiste en unir la propia voluntad a la de Dios. 

Volviendo al inicio de este post, ya no se trata solo de cumplir o hacer la voluntad de Dios, para lo que es necesario haber escuchado la palabra. Se trata de ser la voluntad de Dios, y eso solo es posible fundiéndose con la Palabra.

                                                     De profundis clamavi, Salmo 129

Cuando el Omnipotente hubo creado al hombre a su semejanza, animándole con un soplo de vida, hizo alianza con él. Adán y Dios conversaban en la soledad, pero la alianza quedó rota de hecho como resultado de la desobediencia, porque el Ser eterno no podía proseguir comunicándose con la muerte, ni la espiritualidad tener algo en común con la materia, pues entre dos cosas de propiedades diferentes no puede establecerse punto alguno de contacto sino en virtud de un medio. El primer esfuerzo que el amor divino llevó a cabo para acercarse a nosotros fue la vocación de Abrahán y el establecimiento de los sacrificios, figuras que anunciaban al mundo el advenimiento del Mesías. El Salvador, al rehabilitarnos en nuestros fines, debía devolvernos nuestros privilegios; y el más precioso de estos era, sin duda, el de comunicar con el Creador. Pero esta comunicación no podía ya ser inmediata como en el Paraíso terrenal; en primer lugar, porque nuestro origen subsistió mancillado; y en segundo, porque nuestro cuerpo, ya esclavo de la muerte, es demasiado débil para comunicarse directamente con Dios sin morir. Era preciso, pues, un intermediario, y este fue su Hijo, que se dio al hombre en la Eucaristía, haciéndose, digámoslo así, el camino sublime por cuyo medio nos reunimos de nuevo con el Creador de nuestra alma.
Si el Hijo hubiera permanecido en su esencia primitiva, es evidente que habría existido en la tierra la misma separación entre Dios y el hombre, porque no puede haber unión entre una realidad eterna y el sueño de nuestra vida. Pero el Verbo se dignó hacerse semejante a nosotros al descender al seno de una mujer. Por una parte, se enlaza con su Padre en virtud de su espiritualidad, y por la otra se une con la carne, en razón de su forma humana; de esta manera se constituye el lazo buscado entre el hijo culpable y el padre misericordioso. Ocultándose bajo la especie de pan, se hace un objeto sensible para los ojos del cuerpo, mientras permanece un objeto intelectual para los del alma. Si ha escogido el pan para velarse es porque el trigo es un emblema noble y puro del alimento divino.
Si esta elevada y misteriosa teología, de la que nos limitamos a trazar algunos rasgos, arredra a nuestros lectores, obsérvese cuán luminosa es esta metafísica, comparada con la de Pitágoras, Platón, Timeo, Aristóteles, Carnéades y Epicuro, pues no se halla en ella ninguna de esas abstracciones de ideas, para las cuales es forzoso crearse un lenguaje ininteligible al común de los hombres.
Resumiendo, la Comunión enseña la moral, porque es preciso hallarse puro para acercarse a ella; es la ofrenda de los dones de la tierra al Creador, y trae a la memoria la sublime y tierna historia del Hijo del hombre. Unida al recuerdo de la Pascua y de la Primera Alianza, la Comunión va a perderse en la noche de los tiempos; se enlaza con las primeras nociones relativas al hombre religioso y político, y expresa la antigua igualdad del género humano; finalmente, perpetúa la memoria de nuestra primera caída, y la de nuestra rehabilitación y unión con Dios.

                                                                                              Chateaubriand
                                                                                     El Genio del Cristianismo