29 de diciembre de 2018

Jesús, perdido y hallado


Evangelio según san Lucas (2,41-52)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.


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Jesús entre los doctores, Giovanni Paolo Panini


Aquel “conservaba todas las Palabras en su corazón” significa que las vivía. María era totalmente la Palabra, solo la Palabra. 
                                                                      Chiara Lubich

Si el Niño Jesús que nació en Belén ha nacido en mí, el Niño de doce años que se pierde y es encontrado en el Templo he de hallarlo también en mí. Él quiere que sea Su templo y que pueda decir: Vivo, pero no yo, es Cristo que vive en mí. Viviendo Su vida en mí, veo a Jesús en todo y veo el sufrimiento que conduce a la Gloria. 

Y comprendo por qué buscaba la Cruz como signo, símbolo y bandera desde que tengo uso de razón. Buscaba, ahora lo sé, mi imagen verdadera. Toda mi tristeza procedía de este no encontrarme; y al fin me he encontrado en el cuerpo, la sangre y la divinidad del Crucificado que muere y resucita para rehacer mi vida. 

Me he encontrado en el que traspasaron, el que se ve en los crucifijos y el que no se ve, pero continúa traspasado en el Sagrario como Pan de Vida. En el espejo ya no quiero ver mi rostro, sino el Suyo. En la Eucaristía aprendo a ser la Hostia viva que Él quiere: Jesús en mí salvando, rehaciendo todo y resucitando por amor. 

Mi crisis de identidad era el Niño perdido. Y ahora que lo he hallado, lo cuido y atiendo, porque María me ha pedido que sea también Su madre y que Le tenga siempre tan cerca, tan dentro como ella. Él conoce nuestras necesidades, pero yo se las presento; Le digo: mira, Señor, y Él mira a través de mí y vuelvo a ver, pero ya con sus ojos, vuelvo a mirar, pero es Él quien mira en mí. 

Soy el Niño perdido y hallado. Soy quien le busca y soy el encontrado. ¿Dónde estabas, hijo, padre, hermano, esposo? ¿Dónde estabas, Jesús? Con mi Padre, en las cosas de mi Padre, respondes con amor. Ahí te busco y te encuentro, en las cosas de nuestro Padre, que mora en el alma que vive en Su voluntad, fundida en Su querer. Ahí me busco a mí también, en mi alma que es Tuya, en ti, Señor, ¿dónde quieres que esté, que sea, que viva por toda la eternidad?

Del padre al Padre, de los lazos de la carne a los del espíritu, como vemos en diasdegracia.blogspot.com.Y aprendo a ver, a escuchar con otros sentidos, a comprender con otra lógica. Y sé que solo es vida verdadera la vida en Cristo. Lo demás: sombra, mentira, sueño, cancioncitas inútiles y discordantes que hemos de recoger para rehacerlas con Jesús y ofrecérselas al Padre, convertidas en canto de alabanza. 

María Santísima, madre de Jesús y madre nuestra, nos transmite en Reina del Cielo, libro dictado por ella misma a Luisa Piccarreta, cómo vivió aquellos tres días en que perdió a su Hijo y lo encontró en el Templo. Tres días, como los que estuvo en el sepulcro, como los que aguarda a que Le encontremos dentro de cada uno, nuestro amado, nuestro Dios, Verbo eterno capaz de todo para que aceptemos su amor.

“Cual no fue mi asombro e inquietud que sentí cuando llegados al punto donde nos debíamos reunir y no lo vi a su lado. Sin saber lo que había sucedido, sentimos tal espanto y tal dolor que nos quedamos mudos los dos. Quebrantados por el dolor regresamos apresuradamente, preguntando con ansia a cuantos encontrábamos: “¡Ah! díganos si habéis visto a Jesús, nuestro Hijo, porque no podemos vivir sin Él” Y llorando lo describíamos: “Él es todo amable, sus bellos ojos azules resplandecen de luz y hablan al corazón; su mirada golpea, rapta, encadena; su frente es majestuosa, su rostro es bello, de una belleza encantadora; su voz dulcísima desciende hasta el corazón y endulza todas las amarguras; sus cabellos rizados, y como de oro finísimo lo hacen hermoso, gracioso; todo es majestad, dignidad, santidad en Él; Él es el más bello entre los hijos de los hombres.” Sin embargo, a pesar de nuestra búsqueda ninguno nos supo decir nada, el dolor que Yo sentía se recrudecía en modo tal, que me hacía llorar amargamente y abría a cada instante en mi alma heridas profundas, las cuales me provocaban verdaderos espasmos de muerte. 
Hija querida, si Jesús era mi Hijo, Él era también mi Dios, por eso mi dolor fue todo en el orden divino, se puede decir, tan potente e inmenso, de superar todos los otros posibles dolores juntos. Si el Fiat que Yo poseía no me hubiera sostenido continuamente con su fuerza divina, Yo habría muerto de espanto. 
Viendo que ninguno nos sabía dar noticias, ansiosa interrogaba a los ángeles que me rodeaban: “Díganme, ¿dónde está mi querido Jesús? ¿Adónde debo dirigir mis pasos para poderlo encontrar? ¡Ah! díganle que no puedo más, tráiganmelo sobre vuestras alas a mis brazos. ¡Ángeles míos, tengan piedad de mis lágrimas, socórranme, tráiganme a Jesús.” 
En tanto, habiendo resultado vana toda búsqueda, regresamos a Jerusalén, después de tres días de amarguísimos suspiros, de lágrimas, de ansias y de temores, entramos al templo, Yo era toda ojos y buscaba por todos lados, cuando de repente, finalmente, con gozo descubrí a mi Hijo que estaba en medio de los doctores de la ley, Él hablaba con tal sabiduría y majestad, que cuantos lo escuchaban permanecían raptados y sorprendidos; al sólo verlo sentí que me regresaba la vida y rápido comprendí la oculta razón de su extravío.”

                                       No puedo vivir sin ti, Hermana Glenda

25 de diciembre de 2018

Navidad


Evangelio de Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este era de quien yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado. 

El nacimiento de Jesús, B. Murillo
                                      
      Aunque Cristo naciera mil veces en Belén
      y no dentro de ti, tu alma estará perdida.
     Mirarás en vano la Cruz del Gólgota 
     hasta que se eleve de nuevo en tu interior.

                                                                                    Angelus Silesius

           Ya sabemos que la Navidad no es un tiempo de vacaciones, comidas familiares, regalos, luces y jolgorio. Los que la viven así no conocen su verdadero sentido, no viven la Navidad. Pero ¿la viven y la comprenden realmente los que parecen darle una dimensión cristiana? ¿La vivimos y comprendemos realmente, con lo más profundo del corazón?    

Si logramos soltar todo lo que no es la Navidad, podemos profundizar en el gran Misterio, el gran Milagro, que es el Nacimiento del Hijo de Dios como uno de nosotros.

Hace falta silencio, un gran silencio, real y fecundo, para experimentar la verdadera Navidad. El Verbo nace en el silencio de la noche. Si queremos que Él nazca en nosotros, hemos de hacer silencio y vaciarnos, liberarnos de ruido, palabras vanas, imágenes, distracciones, actividad innecesaria, todos esos ídolos, a veces aparentemente buenos, que se oponen al Nacimiento de Dios. Liberémonos de todo lo que amenaza ese silencio, lo que impide que encarne, se geste y nazca en nosotros la Palabra.

Frithjof Schuon insiste en que la venida de Cristo es "el Absoluto hecho relatividad, a fin de que lo relativo se haga Absoluto". Bendita relatividad, bendita multiplicidad, entonces, contemplada desde la esencia que nuestra condición restaurada de Hijos nos otorga.

Celebramos el Amor; Él nos ama tanto que hace que su Hijo nazca hombre. Si no fuera por el misterio del Amor, que solo en el silencio podemos experimentar y vislumbrar, el verdadero significado de la Navidad sería visto desde fuera como una locura. Que Cristo encarne en un niño, que Dios se haga hombre, esa locura maravillosa, nos da una dignidad que nada ni nadie puede quitarnos. Y también nos enseña a ser humildes, contemplando al mismo Dios, desvalido y envuelto en pañales, en un pesebre.

Estamos conmemorando la segunda creación del hombre. Desde el nacimiento de Jesús, el hombre tiene libre acceso a las dimensiones más elevadas de sí mismo. No hay amor más grande, no hay alegría mayor; podemos entrar en comunión con el Amor a cada instante, en ese eterno presente donde ya somos uno con Él.

Ese Amor encarnado, el resplandor de la naturaleza humana divinizada, enciende una chispa en el corazón del que está atento y dispuesto a acoger al Niño. El destino de esa chispa es crecer hasta que se convierta en un fuego purificador que nos transforme y queme lo que queda de hombre viejo, de viejo mundo, en nosotros. He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! (Lc 12, 49), nos dirá Jesús, treinta años después de su primera venida. ¿Cómo no reconocer que Él es nuestro amor, nuestra luz, nuestra alegría?

            En Belén se inicia el camino que nos permite recuperar la inocencia primordial, esa dimensión sin espacio ni tiempo ni coordenadas, en la que todas las cosas y todos los seres mueren para renacer en la Unidad, en un presente eterno, un único latido que trasciende las formas y los nombres, ante el único Nombre, que siempre está viniendo. diasdegracia.blogspot.com

                                                Diálogos divinos. Navidad

22 de diciembre de 2018

Acoger a la Vida


Evangelio de Lucas 1, 39-45

María se puso en camino y fue aprisa a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, la criatura saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."

                                                         La Visitación, Icono bizantino

Trabajad por vuestra salvación con temor y temblor,
porque es Dios quien activa en vosotros el querer
y el obrar para realizar su designio de amor.
                                                      
                                                                                   Filipenses 2, 12-13

TEMOR Y TEMBLOR

Temor y temblor en el regazo oscuro
cuando la luz atraviesa
el útero como un rayo
para mostrarme el Camino.
Dos embriones se encuentran;
uno, de hombre,
otro, divino,
acostumbrándose a la sangre,
haciéndose carne para poder tocar,
acariciar, derribar mesas de cambistas,
bendecir, sanar, resucitar a los muertos,
resucitar, Él Mismo, al tercer día.

¡Y ya lo veo!
Cómo no saltar en el seno de mi madre,
Isabel, Isha Bethel, que significa:
mujer, casa de Dios;
cómo no agitarme
viendo, presintiendo mi latido de non nato
el drama, entero, consumándose
más allá del tiempo y del espacio…

Gigantesco Jesús,
inmenso desde el seno virginal,
deja que mengüe,
que disminuya desde ahora,
aunque mi cuerpo siga creciendo
para ser el asceta rudo
que se va formando desde el vientre
tan cercano al más puro
que te gestó, gesta, gestará infinitamente.

Es mi madre también,
más que ninguna después de la tuya,
Isha Bethel, mujer, casa de Dios.
Dioses sois recordará el Maestro,
yo lo seré, si Tú quieres,
en Ti, por Ti, contigo,
en ese reino de Hijos que vienes a anunciar.

Pero deja que antes disminuya, que mengüe,
que descienda, que desande,
me desnude de formas y ritos,
desaprenda los dulces pasatiempos,
renuncie a los goces de la carne,
que se forma en el seno de mi madre,
sorprendida de ver en el rostro de su prima,
la luz dulcísima, la belleza infinita
y eterna de la madre de Dios,
ya madre nuestra.


                        105 Diálogos divinos "María poseedora de todos los bienes"

15 de diciembre de 2018

La Buena Nueva


Evangelio según san Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: “Entonces, ¿qué hacemos?” Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga”. El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.


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Juan el Bautista predicando, Pier Francesco Mola


En el Evangelio del domingo pasado, Lucas insistía en demostrar con nombres y geografía que Jesús nació aquí, en la tierra, en nuestro mundo de límites, para transformarlo y transformarnos, para conducirnos a la Unidad de lo Ilimitado. Se hace uno de nosotros, se mezcla con nosotros, el Infinito viene a lo finito por Amor.

El Verbo eterno, decide nacer en este mundo de criaturas condicionadas. Nace entre nosotros y vive entre nosotros, con la gran diferencia: Él no se cree este escenario, tan hermoso y a la vez tan terrible, no se deja arrastrar por las múltiples posibilidades, sabe que es una representación con fecha de caducidad. Nos lleva al desierto una y otra vez, para que soltemos disfraces, proyecciones, fantasías y reencontremos la Esencia desnuda de lo que somos, imagen y semejanza Suya.

Volvamos al desierto a escuchar la voz que anuncia la llegada de Jesús. Volvamos al silencio, a la esencia que no está en lo que el mundo valora, sino en lo humilde, lo sencillo. Como la Madre, María Inmaculada, que celebrábamos el día 8, y no es por casualidad la fecha, el Infinito vertical encarnado en una mujer, la única criatura verdaderamente libre, inocente, capaz de acoger el Misterio en su seno.

Juan Bautista señala a Jesús, que trae la buena nueva, el Reino de paz, justicia, amor y unidad. Es el final de los tiempos de vivir separados de Dios y de los hermanos, el final de la división y la comparación, de la lucha y la defensa. Juan es el puente entre ambas visiones. Él ya sabe que el que viene a juzgar el universo viene, a la vez, a perdonarlo, integración de opuestos, que transforma y crea una nueva Realidad, haciendo nuevas todas las cosas. Es la maravillosa paradoja del amor, que da la vuelta a los criterios humanos. Acaban las posibilidades que la soberbia humana proyecta, esos futuribles que nos apartan del único Futuro posible ya, que es volver a Casa. Acaba el seréis como dioses y todas sus diabólicas versiones (dia-bólicas, separadoras), con las diversas opciones del árbol del bien y del mal, que nos convierten en "expertos" en fantasear, en lugar de vivir. Llega el tiempo de la conversión, la vuelta a la única Versión, con todo el equipaje de miseria, error y confusión que El que vino, viene, vendrá transforma en combustible para ese viaje de retorno.

Como nos proponían las lecturas del segundo domingo de Adviento: allanemos lo escabroso, enderecemos lo torcido para emprender ese camino de regreso, libres de los vestidos de luto y aflicción. Alegrándonos y gozando, libres, sin temor, como dice la primera lectura de hoy (Sofonías 3, 14-18a).

¿Cómo allanar, cómo enderezar, como transformar todo transformándonos? Convirtiéndonos para renacer, hombres y mujeres nuevos, resucitados, porque hemos muerto con Cristo y  hemos resucitado con Él.  diasdegracia.blogspot.com

Estemos alegres, que nada nos preocupe, nos recuerda la 2ª lectura (Filipenses 4, 4-7). Dice san Gregorio Magno, con palabras de plena actualidad: “¿Qué es esta vida mortal sino un camino? ¡Qué locura, hermanos míos, agotarse en el camino, no queriendo alcanzar el fin!... Así, hermanos míos, no améis las cosas de este mundo, que, como vemos según los acontecimientos que se producen alrededor nuestro, no podrá subsistir por mucho tiempo”.

Y Chesterton, también actual, siempre lúcido, con una afirmación  que hizo justo antes de morir y que deberíamos repetir hoy (siempre es hoy): "El asunto está claro ahora. Está entre la luz y las sombras, cada uno debe elegir de qué lado está." Y la Luz que viene es Jesucristo, que ilumina el camino regreso al Padre, al sueño de dicha y plenitud que Dios soñó para cada uno de nosotros. Él es la Luz del mundo y las sombras son el mundo, este laberinto a veces tan hermoso de posibilidades, algunas tan apetecibles y buenas. Pero ¿quién quiere lo bueno cuando tiene lo Bueno? Las sombras, las opciones, tan legítimas y plausibles a veces..., cantos de sirena que nos entretienen girando en círculo, como burros atados a la noria, para que no veamos la espiral que eleva, la única posibilidad, el regreso a Casa.

Alegría y confianza nos transmiten la primera y segunda lectura. Se acabó el recrearse en los remordimientos que nos anclan al pasado y solo crean más pasado. Es hora de crear futuros, o, mejor dicho, el mejor futuro, el único en realidad, que ya existe, ya Es, lo creó para todos Jesucristo, y Juan lo vio y lo anunció. Nosotros solo tenemos que aceptarlo y vivirlo.

Adviento, tiempo de espera llena de esperanza porque la promesa ya está cumplida. Espera en tensión, pero tensión buena, de estar alerta, despiertos, conscientes. Es un  querer que venga, sabiendo que ya viene, que ya está y regresamos con Él, apartando lo que nos dificulta la marcha.

Todos las instrucciones que da Juan para responder a la pregunta ¿qué tenemos que hacer?, están muy bien, pero ya no se trata de mal o bien… se trata de por qué lo hacemos y, sobre todo, desde dónde lo hacemos.

Compartir ropa y comida es muy bueno. Ser honesto es buenísimo. Dar limosna es bueno, pero puede ser Bueno. Depende de cómo y desde dónde lo hagas, podría llegar incluso a ser malo. ¿Quién da? ¿A quién ves cuando das? ¿Ves al mendigo al que tratas inconscientemente de mantener en su triste y mísera condición? ¿O ves su esencia original, y la honras compartiendo?  ¿Ves tu esencia  original en él pues es la misma? ¿Os veis unidos en el amor?

Las verdaderas buenas obras nacen del reconocimiento de uno mismo desde el Sí mismo donde ya somos. Superar las propias miserias de criaturas condicionadas, superar incluso el alma ya aquí, pues somos más, infinitamente más que el alma. Superar límites, condiciones, instrucciones para sobrevivir en el mundo, desvalidando, neutralizando, soltando, viendo, acogiendo al que ya viene, al que ya llega, al que nunca deja de venir, la Luz del mundo. Preparémonos para recibirle, apartémonos de las tinieblas que nos impiden verlo, reconocerlo y reconocernos en su mirada de amor. Tiempo de anunciar y esperar la segunda venida de Jesucristo que, en su primera venida, tanto nos amó como para hacerse uno de nosotros, en el mundo para vencerlo y trascenderlo, llevándonos a todos con Él de regreso a nuestro verdadero Hogar.


                               La Virgen sueña caminos, Carmelo Erdozain

9 de diciembre de 2018

Preparad el camino del Señor


Evangelio según san Lucas 3, 1-6

En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios».


El Bautismo de Jesús, Murillo


El mundo puede cambiar si vosotros cambiáis. Si os convertís en el hombre nuevo, haréis posible al mundo nuevo; y en el Evangelio tenéis todas las luces y las fuerzas necesarias para crear, el uno por medio del otro, al hombre nuevo y al mundo nuevo. 
                                                                                      Padre Gatry
                                                        
               
Adviento, tiempo de esperanza y alegría, de ponernos en pie, de alzar la cabeza, de atrevernos. ¿Qué nos detiene?, ¿qué nos estorba?, ¿qué nos impide caminar al encuentro del que viene? Ver esos obstáculos es ya un gran paso para liberarse y estar disponible para ser un instrumento fiel. Verlo nos expande, nos abre perspectivas, nos quita lastre, nos libera, recordándonos que estamos en el mundo pero no somos del mundo…

Adviento, presencia, aquí y ahora, vigilantes despiertos, vivos y reales, sabiéndonos ya liberados de la muerte por Aquel que está viniendo. diasdegracia.blogspot.com

Adviento, fidelidad, promesa  cumplida, confianza, alegría, amor. Tiempo para recordar que ya somos libres y hemos de vivir conscientes de serlo. La libertad es ausencia de miedo y no temer es la raíz de la alegría. Él es por eso: libertador, salvador, defensor, roca, motivo de dicha. Libre, el que no teme y por eso puede estar en paz, y sentir alegría.


VOZ QUE ANUNCIA A LA PALABRA

El desierto es mi hogar y mi destino.
¿Quién no atraviesa en su vida un desierto?
Pero el mío ha sido mi morada,
paisaje desnudo para el asceta,
arena infinita para el precursor.

Profeta de la Luz,
heraldo de la Vida, eso soy yo,
desde este espacio yermo
que me abrasa de día
y de noche congela hasta las lágrimas.

Cómo hubiera seguido tus pasos
si otra hubiera sido mi misión;
habría aprendido a bailar y reír,
para poder predicar la alegría del Reino.
Mas debía seguir en mi desierto,
exhortando a la conversión.

Quién pudiera ser de pecadores
el consuelo, el refugio, el defensor,
y no el hostigador, y no el azote,
y no el recuerdo ingrato de las penas
para el que no quiere ser
ciudadano del Reino de la alegría.

Por eso pregunté si eras tú,
desde el ventanuco de mi cárcel postrera,
no porque lo dudara, era una forma
de acercarme a tu grupo
de discípulos fieles, compartir
desde la distancia del cautivo
vuestra amistad, vuestro entusiasmo.

Qué ingrato y qué difícil mi papel,
lejos del Maestro, pero anunciándole.
Te bauticé porque me lo pediste,
con estas manos ásperas
de asceta solitario,
del último del  Reino de los Cielos,
yo, Juan, que, desde el seno de mi madre,
en el seno de la Tuya te reconocí.

Yo soy la voz que clama en el desierto
y anuncia la Palabra que eres Tú,
Verbo eterno, Palabra
definitiva del Padre, ven Jesús,
sigue viniendo, yo, Juan,
el último del Reino,
no dejo de anunciarte y proclamar
que eres Señor.



Cantata de Adviento, J. S. Bach

“Cuando buscamos una palabra en un gran diccionario tardamos en llegar a ella, pues nos solicitan tantas imágenes y palabras que a menudo ni siquiera nos acordamos de lo que buscamos y volvemos a cerrar el libro, cansados, dispersos, vacíos y tan ignorantes como antes.
Satán es la distracción en la multitud de las cosas creadas por el hombre en el mundo, que nos impide ir directamente hacia Dios. Por eso se le llama el tentador.
La dificultad es grande, pues hay que tener los ojos bien abiertos para buscar la palabra, estamos obligados a ver las demás palabras, y hay que tener mucho atrevimiento y determinación para no hacer caso y seguir recto hacia la palabra clave, ¡al reino de Dios que nos da todo lo demás por añadidura! Pues se busca toda esa añadidura en el polvo de las palabras infinitas e inasible en; saber mirar el mundo y no verlo.”

Louis Cattiaux da en el centro de la diana, con una reflexión que nos recuerda la ceguera y dispersión, cada vez más evidente, de estos últimos tiempos. Él habla de palabras y diccionarios, pero lo podemos ver también en los centros comerciales, en las alienantes redes sociales, en las diabólicas estrategias comerciales de la red. “Red”, qué acertada palabra para esta Matrix que nos esclaviza, nos aturde, nos convierte árbol estéril, en paja que se quemará. Fijémonos en Juan el Bautista hoy, Segundo Domingo de Adviento. Escuchémosle hoy, siempre es hoy, porque aún estamos a tiempo de ser trigo o árbol que da buen fruto.

Liberémonos de todo lo que obstaculiza el camino al Señor, que ya viene. Soltar, limpiar, vaciar... Dejemos de ordenar las sillas del Titanic, pues así discurre nuestra vida tantas veces. Ese no querer perderse nada de lo que el mundo ofrece, que nos lleva a perder el alma y la vida eterna. Dejemos de estar encandilados con las preciosas sillas del Titanic. Que otros las ordenen, admiren y adornen, si quieren, que las sigan hasta el légamo oscuro y frío donde acaban todos los naufragios. Pongámonos nosotros manos a la obra para ordenar nuestra alma, con la mirada puesta en María, la Estrella de la Mañana. Ella nos guía hacia la orilla donde Jesús nos espera.