30 de septiembre de 2023

Nunca es tarde para el Alba de Oro

  

Evangelio de Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después de arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de los cielos. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni creísteis”.


                                   Fotograma de La Misión, de Roland Joffé (1986)


El otrora mercenario y traficante de esclavos, Rodrigo Mendoza, cumpliendo su penitencia autoimpuesta de cargar día y noche con su armadura, por haber matado a su hermano. 
Después de ser liberado de sí mismo por aquellos a quienes esclavizó, qué gran "Sí", valeroso y desbordante, siguió a sus terribles "No quiero". No solamente fue a "la viña", sino que imitó al Maestro hasta el final, dando, como Él, la vida por sus amigos. www.diasdegracia.blogspot.com 

Y esto debería ser nuestro negocio: querer vencerse a sí mismo, y cada día hacerse más fuerte y aprovechar en mejorarse. (…) Ciertamente en el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán honestamente hubiéramos vivido
                                                                                               Thomas de Kempis

Allí donde no habitas tú con tu ipseidad y tu voluntad propia, allí habitan los ángeles contigo y por todas partes. Y allí donde habitas con tu ipseidad y tu voluntad propia, ahí es donde habitan los demonios contigo y por todas partes.
                                                                                   Jacob Boëhme

Con esta parábola, Jesús vuelve a denunciar la hipocresía de escribas y fariseos, los más fieles servidores del príncipe de este mundo, el príncipe de la mentira. Ellos están en el hombre exterior, que aún ha de morir para nacer de nuevo. Hablan sin sentir lo que dicen, se dejan llevar por palabras vacías,  hacen alarde de su cumplimiento (cumplo y miento), sin atreverse a mirar sus contradicciones e incoherencias.  Por eso, los publicanos y las prostitutas les preceden en el Reino. Los humildes, libres de soberbia y vanidad, vacíos de pretensiones y creencias, están más preparados para negarse a sí mismos y dejarse transformar. 

Nos conmueve el primer hijo, que recapacita y cede, después de mostrar esa rebeldía espontánea e inofensiva que brota de un alma pura y transparente. Sabe soltar, renunciar a sus propios deseos y comodidades, vencer las resistencias, que tan bien conocemos. En ese decir “¡no quiero!” y luego ir, hay lucha interior, fricción, ternura, vida… En el hipócrita y desalmado (sin alma) “voy, Señor” del segundo hijo, hay falsedad, cobardía, traición; hay tibieza; hay muerte.

Busquemos en nosotros toda actitud de incoherencia y palabrería vana. Y busquemos también al hombre (o mujer) interior, humilde y sincero, tal vez áspero en apariencia y modales, pero noble en el fondo, que recapacita y cumple la voluntad del Padre. Si tenemos el valor de observarnos implacablemente y reconocer nuestra fragmentación y mentira existenciales, nuestra falta de consistencia y fidelidad, recapacitaremos e iremos a la viña a cumplir con el trabajo que se nos ha encomendado; seremos ese vaso vacío que puede ser llenado de Verdad y Vida.

No importa las veces que hayamos dicho “no quiero”, ni lo infieles que hayamos sido, ni lo que hayamos abusado de la misericordia del Padre. Seguimos siendo llamados al trabajo por el Reino, una y otra vez, invitados a ir a la viña.

En el Apocalipsis, el Señor expresa su disgusto por la tibieza, pero permanece incansable a la puerta de nuestros corazones, llamando, esperando a que abramos y le dejemos entrar.

Estoy a la puerta y llamo, Jesed

Y ese llegar tarde a la hermosura, siempre antigua y siempre nueva, que canta San Agustín, puede hacer que el alma desee liberarse ya de la prisión, para volcarse en el Amor tardíamente descubierto. Como dice San Pablo en la segunda lectura del domingo pasado (Filipenses 1, 20c-24.27a), con qué gusto volveríamos a Casa, ahora que el "recreo" se va acabando, con este final de los tiempos que ya acontece, si miramos con ojos que ven. Pero, como añade el apóstol, hay que seguir aquí para trabajar, servir, convertirse en puente y faro para los demás, porque solos no nos salvamos. 

No queda otra, ya no hay vuelta atrás. Por eso, no nos lamentemos por el tiempo perdido ni por las veces que hemos dicho “no quiero” a la llamada del Padre. Digamos con Rubén Darío "¡mas es mía el alba de oro!", recordando que Él todo lo restaura, lo completa, lo unifica… Nos conduce a la renovadora “comunión de las aguas” (agua de vida y agua de experiencia), donde ya estamos si queremos verlo. La frescura y la transparencia del agua de Vida disuelve la amargura y las impurezas del agua de la experiencia, con sus heridas, distorsiones, fracasos, olvidos…

Él hace de nuestros defectos, errores y limitaciones, incluso de nuestras reiteradas negativas, algo bueno. De la duda de Tomás, hizo la primera y más sublime expresión de fe-amor. Sobre la triple negación de Pedro, construyó dignidad, lucidez, misión de puente y de guía. De la superficialidad, logra hacer fidelidad; de la inmadurez, coherencia; de la carencia, abundancia; de la fragilidad, fortaleza; del miedo, valentía; de la tristeza, alegría; de las ensoñaciones, realidad; de las proyecciones, construcción firme sobre roca; de las ataduras, libertad…

Es entonces cuando, transformado, vaso nuevo, uno empieza a adentrarse en el Camino, descubre que lo que creía su voluntad personal es humo, polvo, mentira…, que su verdadera voluntad coincide con la de Dios. Y está preparado para recubrir todo lo que hace, piensa, siente y dice con el oro del Amor. Angelus Silesius nos da una gran clave: “cristiano, todo lo que hagas, recúbrelo de oro, o Dios no te será propicio, ni a ti ni a tus obras.”

Oro del Amor que pasa por el servicio y la entrega de sí mismo, como nos enseña el Maestro… A años luz de la falsa espiritualidad de los que piensan pero no sienten, dicen pero no hacen, prometen pero no cumplen, creen pero no viven, dicen "voy", pero no van… 

Callemos y hagamos, pero sin esa actividad febril, ese afanarse propio del mundo. Callemos y hagamos, vayamos a la viña, dóciles a la Voluntad del Padre, muerta la mentira, impecables, esto es, sin el mayor pecado, que es la soberbia, recubriendo todo de oro. Y seremos auténticos “ad-oradores”, de los que adoran en espíritu y en verdad. Ad–oro: voy, ven, vayamos hacia el oro del amor.

Y es que veces creemos que, para encontrar el sentido de la vida, tendríamos que hacerlo todo bien. Pero no es así; no se trata de hacerlo todo bien, sino de hacerlo todo con Jesucristo. Hacer la voluntad del Padre es hacer todo con el Hijo. Dios Padre hace todo con Él desde la Creación: “Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Juan 1, 3).

Todo habrá valido la pena si somos capaces de vivir, caminar, hacer todo con el Verbo (encarnado, muerto y resucitado). Ya no es bien o mal; es con Él. Todo, consciente de Él, sabiendo que, incluso cuando te olvidas de Él, Él nunca se olvida de ti y sigue a tu lado, esperando que vuelvas a prestarle atención. Qué maravillosa vocación: caminar conscientes de su presencia a nuestro lado, dentro de ti y de mí, dentro y fuera, alrededor. Y compartir esa consciencia de estar con Él, de ser en Él, con quienes caminan a nuestro lado. Corazón grande y generoso, mente magnánima y abierta, mirada expandida y vertical, espíritu inmenso y libre.


      ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? Del poema de Lope de Vega


Hijos del Mar y de la Luz

Pasamos la vida aprendiendo a dar;
entre el sí y el no,
el mío y el tuyo,
la constante fricción enciende el fuego
que ilumina el camino.

Ahora puedes andarlo
ligero de equipaje,
y entender al poeta
que se hizo a la mar casi desnudo,
acaso libre.

Pasamos la vida aprendiendo a dar;
aprende ahora a darte
y partirás desnudo,
acaso libre,
otro hijo del Mar y de la Luz.

23 de septiembre de 2023

La hora undécima


Evangelio de Mateo 20, 1-16 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?” Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.


Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.   Maestro Eckhart

¿Queréis una prueba de la diferencia evidente y cierta que separa el Antiguo Testamento del Nuevo?... Escuchad lo que el Señor dijo por boca del profeta: "Grabaré mis leyes en vuestras entrañas, y la escribiré en vuestros corazones" (Jr 31,33). Si la Ley de Dios está escrita en tu corazón, no produce miedo (como en el Sinaí), sino que inunda tu alma de una dulzura secreta.   San Agustín

El Evangelio de hoy nos presenta una antigua parábola judía, pero en una nueva versión. En la versión antigua, los trabajadores de la última hora trabajaban tanto que el fruto de su esfuerzo se podía comparar al de aquellos que habían trabajado desde el alba, a ritmo más pausado y con menos intensidad. Jesús le cambia el final, en línea con el cambio sustancial y definitivo que supone Su enseñanza, el Nuevo Testamento, con respecto al Antiguo. Él lo hace todo nuevo; pasamos de la religión externa del mérito y la recompensa, a la Ley del amor y la misericordia.

Jesús cambia el viejo paradigma mercantilista del ganar, comparar, competir, separar, defender, acumular, por el don gratuito, que nos enseña a compartir, confiar, unir, liberar, amar Esta parábola–alegoría nos hace reflexionar sobre dos enfoques de la vida y de la realidad. Conectamos con el segundo cuando recordamos que Dios ha dispuesto todo para nuestra felicidad antes de los siglos y que para Él no hay tiempo; por eso, la bienaventuranza ya está derramándose sin medida sobre todo el que quiere recibirle. Es la sabiduría del Reino, basada en la Ley del corazón; no la del mundo y sus estrategias de ataque y defensa, de ventaja y separación.

Estamos llamados a vivir desde nuestra verdadera esencia, y eso nos permite soltar los condicionamientos y la rigidez de pensar como el mundo, para aprender a pensar como Dios, para ver en el otro a uno mismo y reconocernos como Uno; viña y viñador, trabajador y dueño de la viña, contratado al alba o en la hora undécima.

Jesús, el nuevo Moisés, nos presenta un nuevo orden de mandamientos y un nuevo orden de cumplimiento, porque Él hace nuevas todas las cosas. Nada de medias tintas; perfección, pero no como la del mundo, sino como la del Reino, basada en la actitud, la intención y la pureza de corazón. Comprendemos así cómo es más importante la sinceridad y la voluntad de perfeccionarse que la propia perfección.

Como San Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad (2 Cor 12, 9-10), con la alegría y la confianza del que sabe que hay Alguien que completa, restaura, perfecciona todo, toma las faltas, las distorsiones e incoherencias del pasado y las transforma en coherencia y propósito puro, claro, lleno de sentido. Por muy admirables que puedan parecer nuestras obras, somos simple canal de un poder superior, sin el que nada podemos. Nuestro único mérito es la entrega plena, que nos permite ser cauce de la voluntad divina. diasdegracia.blogspot.com

Intentar poner a Dios a nuestra altura es uno de los recursos que usamos para buscar asideros en el mundo. Pero ¿cómo querer comprender Lo Insondable, si no nos atrevemos a sumergimos en Ello? A menudo seguimos llenos de personajes tibios, egoístas, interesados, capaces de querer reducir lo sagrado, a un intercambio, un negocio, el gran negocio, como decía San Ignacio de Loyola. Pero el Misterio no se vende, ni se accede a Él por una razonable explicación humana o por un limitado guión de moralidad.

En la lógica del amor, no hay nada que hacer, ningún sitio al que llegar, ningún bien que merecer. Sólo hay que Ser, vivir lo que somos, trascendiendo los condicionamientos, los pensamientos dualistas de intercambio, comparación y competencia… Jesús vuelve a demostrarnos que los verdaderos discípulos están por encima de acumulación de méritos, búsqueda de ventajas, o concepciones mercantilistas basadas en una justicia humana, siempre limitada, muchas veces, diabólica, es decir, separadora. Porque lo que tiene que ver con el Espíritu no puede ajustarse a esa justicia maniquea, basada en una correspondencia razonable; el Espíritu sopla donde quiere, más allá de razón y medida.

Solo los soberbios y egoístas, que creen que pueden hacer algo por sí mismos, se disgustan si no se sienten debidamente recompensados. Pero, ¿de qué sirven los esfuerzos personales y los méritos aparentes del que se vive separado y, por afanarse en controlar, preservar, defenderse, no se da cuenta de que todo es gracia, derroche generoso, don gratuito? Si recuperamos la inocencia esencial que nos hace reconocernos como viña y viñadores, contratados al alba o al atardecer, nos alegrará saber que el salario es el mismo para todos.

Nos basta Su gracia, ante la que el ego se rinde, porque no son los esfuerzos personales los que nos permiten salvarnos, sino la entrega confiada que nos pone en Presencia del Señor y nos prepara para caminar por Sus sendas y seguir Sus planes. Es morir a uno mismo y nacer al Sí mismo, que hace posible el santo abandono y, con él, ese despertar sencillo, directo y gozoso que nos descubre que la única tarea verdaderamente importante en este mundo es dejarnos mirar, amar y transformar por Él.

Todavía hay quienes creen que los méritos son suyos, de su valía personal y de sus esfuerzos. Se vanaglorian de haberse ganado por su talento y tenacidad, un cierto nivel por encima de los demás, y esperan su recompensa. Pero esperan en vano. Si no reconocen y asumen con lo más profundo de su ser que todo lo bueno viene del Señor y que el único esfuerzo, que no es poco, consiste en aceptar tanta gracia, cuando acabe su tiempo ya habrán recibido su recompensa, y quedarán al otro lado del enorme abismo, eternamente ajenos a la dicha inefable de aquellos que han logrado hacerse como niños, sencillos, puros, humildes, agradecidos.

En la medida en que te abres a ese derroche de gracia y amor, te vas pareciendo al Señor cuya misericordia está más allá de lo razonable o lógico, y te alegras con cada “trabajador” que recibe su salario. Sin ego, sin envidia, intereses ni competencia; en la lógica de la gratuidad, siendo lo que Somos: libres, generosos, limpios de corazón, entramos en el Reino de la Bondad, el Amor y la Abundancia, el Reino de la Alegría. 

                                                   En ti, Salomé Arricibita

14 de septiembre de 2023

Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza


Evangelio según san Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Cristo en la cruz, en un paisaje de Toledo (El Greco) - Wikipedia, la  enciclopedia libre
Cristo Crucificado, El Greco

¡Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza,
En estos tiempos difíciles!
Damos gracias por tu piedad,
perdona nuestros pecados.

                                                            San Venancio Fortunato 

Hoy celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y ponemos nuestra mirada en Aquel que traspasaron, para intentar comprender por qué a lo largo de los siglos los cristianos hemos dicho: 
O Crux ave, spes unica!, "¡Oh Cruz, nuestra única esperanza!"

Toda la historia cabe en ese instante. En esa cruz están todos los mundos posibles, y, en ese cuerpo que muere, cabe toda la humanidad: la muerta, la viva, la por nacer. En ese dolor supremo, están contenidos los dolores del universo de todas las épocas. En ese amor extremo y perfecto, cabe todo el amor imperfecto de todos los hombres que han esperado, muchas veces sin saber que lo esperaban, un salvador que les abriera las puertas de la Vida.

¿Nos atrevemos a morir con Él para poder resucitar y alumbrar nueva vida? Creemos en Jesucristo, le amamos como podemos o sabemos, queremos ser sus discípulos… Pero nos cuesta  comprender el mensaje del Maestro en toda su profundidad. Y la Cruz aceptada y vivida es maestra eficaz que hace posible el segundo nacimiento del que Jesús habló a Nicodemo, quitándonos todo aquello que estorba, que nos falsea y deforma, que endurece y cierra el corazón. 

Somos incapaces, por nosotros mismos de quitarnos las miserias que nos lastran y mantienen en las tinieblas de una voluntad humana obrando sin la Voluntad de Dios. Por eso la Cruz es nuestro bien más preciado porque es capaz de purificarnos  y liberarnos de lo que nos mantiene a ras de tierra. La Cruz, en sus infinitas versiones de sufrimiento que puede experimentar la criatura, es transformadora, quema lo que nos sobra, lo que no puede entrar en el cielo. El sufrimiento conscientemente vivido es así un don, un tesoro necesario para cruzar en vertical la Voluntad Divina a la voluntad humana, que se cruzó en horizontal, y restaurar el orden del Plan original de Dios, fundiendo nuevamente nuestra voluntad a la Suya. 

Jesús predica el Reino, los apóstoles predican a Jesús crucificado como puente para llegar al Reino. Las enseñanzas del Reino de la Divina Voluntad dictadas por Jesús a Luisa Piccarreta nos dicen que es hora de predicar al ser humano crucificado con Jesús, como camino directo hacia la santidad divina que Dios quiere que alcancemos. www.diasdegracia.blogspot.com 

Si miramos el Misterio del Gólgota y la Resurrección con los ojos del corazón, descubrimos que el Reino de Dios es Jesucristo. Dice Ivo Le Loup que el único modo de poder imaginar lo que puede llegar a ser la vida en ese Reino es mirar lo que Él ha hecho aquí abajo. Si la Encarnación es ya un acto de amor infinito de Dios hacia el hombre, su Sacrificio y su Resurrección son la plenitud de ese amor, algo tan inconcebible que la mente se rinde y se retira.

Por eso rechazar la cruz es signo de condenación y aceptarla y vivirla en unión con Jesucristo, con la Divina Voluntad como vida es signo de salvación y camino seguro para llegar a la Gloria. Luisa Piccarreta hace este elogio de la cruz en 1899, cuando Su Amado Jesús le pide que exprese lo que es para ella la cruz:

“Amado mío, ¿quién te puede decir qué cosa es la cruz?, sólo tu boca puede hablar dignamente de la sublimidad de la cruz, pero ya que quieres que hable yo, está bien, lo hago: La cruz sufrida por Ti me liberó de la esclavitud del demonio y me desposó con la Divinidad con nudo indisoluble; la cruz es fecunda y me pare la gracia; la cruz es luz y me desengaña de lo temporal, y me descubre lo eterno; la cruz es fuego, y todo lo que no es de Dios lo vuelve cenizas, hasta vaciarme el corazón del más mínimo hilo de hierba que pueda estar en él; la cruz es moneda de inestimable precio, y si yo tengo, Esposo Santo, la fortuna de poseerla, me enriqueceré de monedas eternas, hasta volverme la más rica del paraíso, porque la moneda que corre en el Cielo es la cruz sufrida en la tierra; la cruz me hace conocerme más a mí misma, y no sólo eso, sino me da el conocimiento de Dios; la cruz me injerta todas las virtudes; la cruz es la noble cátedra de la Sabiduría increada, que me enseña las doctrinas más altas, sutiles y sublimes; así que sólo la cruz me develará los misterios más escondidos, las cosas más recónditas, la perfección más perfecta escondida a los más doctos y sabios del mundo. La cruz es como agua benéfica que me purifica, no sólo eso, sino que me suministra el nutrimento a las virtudes, me las hace crecer y sólo me deja cuando me conduce a la vida eterna. La cruz es como rocío celeste que me conserva y me embellece el bello lirio de la pureza; la cruz es el alimento de la esperanza; la cruz es la antorcha de la fe obrante; la cruz es aquel leño sólido que conserva y mantiene siempre encendido el fuego de la caridad; la cruz es aquel leño seco que hace desvanecer y poner en fuga todos los humos de soberbia y de vanagloria, y produce en el alma la humilde violeta de la humildad; la cruz es el arma más potente que hiere a los demonios y me defiende de sus garras. Así que el alma que posee la cruz, es de envidia y admiración a los mismos ángeles y santos; de rabia y desdén a los demonios. La cruz es mi paraíso en la tierra, de modo que si el paraíso de allá, de los bienaventurados, son los gozos; el paraíso de acá son los sufrimientos. La cruz es la cadena de oro purísimo que me une Contigo, mi sumo Bien, y forma la unión más íntima que se pueda dar, hasta hacer desaparecer mi ser y me transforma en Ti, mi objeto amado, tanto de sentirme perdida en Ti y vivo de tu misma vida”. 

                                222. Diálogos Divinos. Crucifixión Divina

7 de septiembre de 2023

Aurora que anuncia el Día de la Luz y de la Gracia


Evangelio según san Mateo 1, 18-23

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su Pueblo de los pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por el Profeta: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que  significa: "Dios con nosotros".


Nacimiento de María, Zurbarán

La dicha de María ha sido mayor porque Dios nació espiritualmente en su alma que porque nació de ella según la carne.
San Agustín 

María es mucho más que una criatura fiel a la Voluntad de Dios, que aceptó ser la madre del Verbo encarnado. Nuestra Madre del Cielo, cuyo Nacimiento hoy celebramos, es el Paraíso de Dios, el gozo de la Santísima Trinidad desde su misma Inmaculada Concepción. Si Dios ama al ser humano después de la caída es a través de la Santísima Virgen, por ella y en ella. Por eso se dice que es la intercesora entre Dios y las criaturas y medianera de todas las gracias.

Contemplando el misterio de la Virgen-Madre, una con Su Hijo desde el Sí que hizo posible la Salvación, descubrimos que, unidos a ella, nos unimos a Él. Por eso María es porta coeli y camino seguro hacia la vida eterna. diasdegracia.blogspot.com 

Este es uno de los consejos de San Maximiliano María Kolbe: "Ámala como Madre, con toda generosidad; Ella te ama hasta sacrificar al Hijo de Dios; en la anunciación te acogió como Hijo, Ella te hará semejante a sí misma, te hará cada vez más inmaculado, te nutrirá con la leche de su gracia. Déjate sólo guiar por ella, déjate plasmar cada vez más libremente por ella".

En los escritos La Reina del Cielo, dictados por nuestra Madre y Reina a Luisa Piccarreta, es la propia María quien nos relata su prodigioso nacimiento.

Miguel Cabrera: Creación del alma de María. | Imágenes de jesus, Imágenes  religiosas, Arte
Creación del alma de María, Miguel Cabrera

Es el alba que pone en fuga la noche del querer humano, es la aurora que anunciaba a los corazones el día suspirado de la Luz y de la Gracia.

El alma a la reina del cielo: ¡Mamá Santa, hoy vengo a contemplar el admirable portento de tu nacimiento! Me postro delante de tu cuna, ante la cual se encuentran arrobados tu madre Ana y tu padre Joaquín. Tu dulce mirada, el movimiento de tus manitas me atraen irresistiblemente hacia Ti y me muestran que Tú quieres abrazarme y estrecharme a tu Corazón lleno de amor. Tú que eres el alba precursora del FIAT Divino en la tierra inúndame de luz divina y pon en fuga de mi alma y del mundo entero la tenebrosa noche del querer humano.

Lección de la Reina del Cielo: Hija mía, ¡si tú supieras cuánto gozo siento al verme tan amada por ti! Tú quieres que Yo ejerza en tu alma mi oficio de Mamá y de Reina y que te enseñe el modo de vivir en el Reino de la Divina Voluntad. Acércate a Mí y escúchame: mi nacimiento en la tierra fue también prodigioso y constituyó el alba que puso en fuga la noche del querer humano. En ese día los Cielos quedaron estupefactos, el sol me dio su luz, el Universo exultó de alegría, los ángeles, en competencia rodearon mi cuna para glorificarme y para estar prontos a mis deseos. Sí, todas las cosas me ofrecieron su propia alabanza, todas quisieron festejar mi nacimiento; nacimiento portentoso como nunca había habido ni nunca habrá. El Sol de la Divina Voluntad estaba encerrado en la bendita y santa tierra de mi humanidad, la cual debía producir las más inesperadas floraciones. Aun recién nacida Yo constituía el máximo prodigio, porque el Querer Divino, reinando en Mí, encerraba en mi alma un cielo más sereno, un sol más refulgente que el mismo de la Creación y un mar de gracia sin fin. Estando dotada de razón y de ciencia infundida en Mí por el Creador, Yo sentí ante todo el deber de adorar con toda la efusión de mi alma a la Santísima Trinidad. En la hoguera de mi amor hacia una Majestad tan excelsa, Yo languidecía y deliraba por el deseo de encontrarme entre sus brazos, abismada en un recíproco y ternísimo abrazo. En cuanto abrí los ojos a la luz, los dirigí a este bajo mundo y fui en busca de todos mis hijos, para darles mi afecto materno, para regenerarlos a nueva vida de amor y de gracia, para hacerlos entrar en el Reino del FIAT Divino. Ninguno de ellos escapó de mi vista y también tú, hija mía, estabas presente. Como Reina y como Madre encerré a todos mis hijos en mi Corazón, para ponerlos a salvo de cualquier peligro. Pero... ¿cuál no sería mi dolor al ver que los hombres vivían como inmersos en un abismo de tinieblas, porque se dejaban dominar de su propio querer? Consumiéndome entonces en amor, me elevé hasta la Trinidad Adorable y le supliqué: “Divino Padre, Hijo y Espíritu Santo, Yo me siento feliz; me siento Reina, pero entre tanto una pena de intensa amargura tortura mi Corazón; sufro por mis hijos que son infelices... porque son esclavos de su voluntad rebelde. ¿Cómo podría gozar sabiendo que ellos están por ser arrollados por un huracán de debilidades, de peligros, de caídas en el mal? Tened piedad, Padre y Señor mío;” y suplicaba de nuevo: “completad mi gozo, salvad a estos pobres hijos, haced descender a vuestro Verbo Eterno a la tierra y todo será reparado. Yo no me iré, no me desprenderé de vuestro abrazo hasta que me hayáis acordado el Decreto de Gracia por medio del cual pueda llevar a los hombres la buena nueva de su Redención”. Establecía así un admirable comercio entre el Cielo y la tierra y formaba en torno a Mí la aurora que extendiéndose al mundo entero, anunciaba a cada corazón humano la venida del Verbo. ¿Comprendes ahora, hija mía, cuánto me costó tu alma? Por ella derramé mis primeras lágrimas inocentes y tuve amargado el océano infinito de mis gozos. Debes saber que cada vez que haces tu voluntad no sólo formas en ti misma una obscura noche que te envuelve, te paraliza en el bien, te hace perder la luz divina y meridiana del Querer Santo, sino que además te hace causa de penas indecibles a mi Corazón de Madre. Por el afecto que te tengo, te pido que renuncies a tu voluntad y te sometas en todo a la Voluntad de tu Sumo Creador.

El alma: Mamá Celestial, sintiéndome enseñada por Ti, apenas recién nacida, lecciones tan santas, yo quedo al mismo tiempo raptada por la profundidad de tu amor y temerosa por el peligro al cual estoy continuamente expuesta. Frente a tu cuna y por el misterio de tu nacimiento prodigioso, te suplico que hagas descender en mí y en todos los hijos la potencia, el amor y las alegrías que inundan tu Corazón, a fin de que nuestro querer pueda ser uno, como el tuyo con el Santo Querer de Dios.

                         198. Diálogos Divinos. María, ¿Corredentora? II

2 de septiembre de 2023

"La Cruz de Cristo, medida del mundo"

 

Evangelio según san Mateo 16,21-27:

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.» Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.» Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»

Cristo crucificado (Velázquez) - Wikipedia, la enciclopedia libre
Cristo Crucificado, Velázquez


                    Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí.
                                                                                                Juan 12, 32


LA CRUZ DE CRISTO, MEDIDA DEL MUNDO San  John Henry Newman 
                                                                                               
Un gran número de hombres viven y mueren sin reflexionar nada acerca de la situación en la que se encuentran. Toman las cosas como vienen, y siguen sus inclinaciones tan lejos como tienen la oportunidad. Se guían principalmente por el placer y el dolor, no por la razón, por los principios o la conciencia; y no intentan interpretar este mundo, determinar qué significa, o reducir lo que ven y sienten a un sistema. Pero cuando las personas, ya sea por previsión de la mente o por la actividad intelectual, comienzan a contemplar el estado visible de cosas en el cual han nacido, inmediatamente lo encuentran un enredo, una perplejidad. Es un enigma que no pueden resolver. Parece lleno de contradicciones y sin sentido. Porqué es, qué puede dar por resultado, cómo es lo que es, cómo llegamos a ser introducidos en él, y cuál es nuestro destino, son todos misterios. 

En esta dificultad, algunos se han formado una filosofía de vida, y otros otra. Ha habido hombres que pensaron haber encontrado la clave con la cual podían leer lo que es tan oscuro. Diez mil cosas llegan ante nosotros unas tras otras en el curso de la vida, y ¿qué pensamos de ellas?, ¿qué color les damos? ¿Miramos todas las cosas de una manera alegre y regocijada, o melancólica?, ¿con desaliento o esperanza? ¿Tomaremos por completo la vida ligeramente o trataremos todo el asunto con seriedad? ¿Daremos poca importancia a las cosas más grandes y gran importancia a las mínimas? ¿Guardamos en la mente lo pasado y lo ido, o miramos el futuro, o estamos absorbidos por lo presente? ¿Cómo miramos las cosas? Esta es la pregunta que todas las personas de observación se hacen a sí mismas, y responden cada uno a su manera. Quieren pensar con orden, por medio de algo dentro de ellas que haga posible armonizar y ajustar lo que está fuera de ellas. Tal es la necesidad sentida por las mentes reflexivas. Ahora, permitidme preguntar: ¿cuál es la clave real, cuál la interpretación cristiana este mundo? ¿Qué se nos ha dado por revelación para estimar y medir este mundo? Es la crucifixión del Hijo de Dios. 

La gran lección para nosotros acerca de cómo pensar y hablar de este mundo, es la muerte del Verbo Eterno de Dios hecho carne. Su Cruz ha puesto el verdadero valor sobre cada cosa que vemos; sobre todas las fortunas, ventajas, rangos, dignidades y placeres; sobre la lujuria de la carne, la lujuria de los ojos y el orgullo de la vida. Le ha puesto un precio a las excitaciones, rivalidades, esperanzas, temores, deseos, esfuerzos y triunfos del hombre mortal. Ha dado un significado al variado y desviado curso de los problemas, tentaciones y sufrimientos de su estado terrenal. Ella ha unido y hecho consistente todo lo que parece discordante y sin objeto. Nos ha enseñado cómo vivir, cómo usar de este mundo, qué esperar, qué desear, en qué confiar. Es el tono en el cual se resuelven finalmente todas las disonancias de la música de este mundo. 

Mira alrededor, y ve lo que el mundo presenta como alto y bajo. Vete a la corte de los príncipes. Mira el tesoro y la destreza de todas las naciones puestos juntos para honrar a un niño del hombre. Observa la postración de los muchos ante unos pocos. Considera la forma y el ceremonial, la pompa, el estado, la circunstancia y la vanagloria. ¿Quieres saber el valor de todo ello? Mira hacia la Cruz de Cristo. 

Ve al mundo político y mira el celo de una nación contra otra, la rivalidad en el comercio, ejércitos y flotas luchando entre sí. Examina los diferentes rangos de la comunidad, sus partes y sus contiendas, las disputas de la ambición, las intrigas del astuto. ¿Cuál es el final de toda esta barahúnda? La sepultura. ¿Cuál es la medida? La Cruz. 

Ve, asimismo, al mundo del intelecto y de la ciencia. Considera los maravillosos descubrimientos que la mente humana está haciendo, la variedad de oficios que surgen de sus descubrimientos, y los casi milagros por los que muestra su poder. Y luego, mira el orgullo y confianza de la razón y la absorbente devoción de pensamiento hacia objetos transitorios, que son su consecuencia. ¿Quisieras formar un recto juicio sobre todo esto? Mira la Cruz. 

Una vez más, observa la miseria, pobreza y privación, mira la opresión y cautividad, ve adonde el alimento es escaso y el alojamiento insalubre. Considera el dolor y el sufrimiento, largas o violentas enfermedades, todo lo que es espantoso y repugnante. ¿Quieres saber cómo apreciar todo esto? Mira fijamente la Cruz. En la Cruz y en Aquél que cuelga de ella, se encuentran todas las cosas, se subordinan a ella, todas la necesitan. Es su centro y su interpretación. Porque El, al ser levantado en ella, pudo atraer a todos los hombres y a todas las cosas hacia Sí. 

Pero se dirá que la visión que nos da la Cruz de Cristo, sobre la vida humana y el mundo, no es la que adoptaríamos si fuera por nosotros, que no es una visión obvia, que si miramos las cosas en su superficie, son muchísimo más claras y risueñas que lo que parecen cuando son vistas a la luz de esta época del año. 

El mundo parece estar hecho para ser gozado, justamente por un ser tal como el hombre, que ha sido puesto dentro. El tiene la capacidad de gozar y el mundo le suministra los medios. ¡Qué natural es esto, qué simple así como grata filosofía, cuán diferente de aquella de la Cruz! Puede decirse que la doctrina de la Cruz, desarregla dos partes de un sistema que parecen hechas la una para la otra. Separa el fruto del que lo come, el goce del gozador. ¿Cómo puede resolver un problema? ¿No está, más bien, creando uno? 

Respondo primero, que cualquiera sea la fuerza que esta objeción pudiera tener, es por cierto, meramente, una repetición de aquella que Eva percibió y que Satanás urgió en el Paraíso. ¿No vio, acaso, la mujer, que el árbol prohibido era “bueno para comer”, y “un árbol apetecible”? (Gen 3,6). Bien, ¿es, luego, maravilloso, que nosotros también, los descendientes de la primera pareja, estemos aún en un mundo donde hay un fruto prohibido y que nuestras desgracias residan en estar dentro para conseguirlo, y nuestra felicidad en abstenemos de él? El mundo, a primera vista, parece hecho para el placer, y la visión de la Cruz de Cristo es un espectáculo solemne y penoso que interfiere con aquella apariencia. Puede ser. Pero, ¿por qué no sería, sin embargo, nuestro deber abstenemos del gozo, aun en el Edén? 

Digo nuevamente, que no es sino una visión superficial de las cosas, decir que esta vida está hecha para el placer y la felicidad. Para aquellos que miran bajo la superficie, la vida les relata un cuento bien diferente. La doctrina de la Cruz, después de todo, no hace sino enseñar, aunque con infinitamente más energía, la mismísima lección que este mundo enseña a aquellos que viven mucho tiempo en él, que tienen mucha experiencia de él, que lo conocen. El mundo es dulce a los labios, pero amargo al paladar. Agrada al principio, pero no al final. Aparece alegre por fuera, pero el mal y la miseria yacen ocultos dentro. Cuando un hombre ha pasado cierto número de años en él, clama como el predicador: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eccles 1,1). Y no sólo eso, si él no tiene religión como guía, se verá forzado a ir más lejos y decir: “Todo es vanidad y vejación del espíritu”, todo es desilusión, todo es dolor, todo es pesar. Los dolorosos juicios de Dios sobre el pecado están ocultos en el mundo, y fuerzan al hombre a apesadumbrarse, lo quiera o no. De allí que la doctrina de la Cruz de Cristo no hace sino anticiparnos nuestra experiencia del mundo. Es verdad, nos manda dolernos por nuestros pecados en medio de todo lo que sonríe y reluce a nuestro alrededor, pero si no le prestamos atención seremos forzados al final a dolernos por ellos, sufriendo su tremendo castigo. Si no queremos reconocer que este mundo se ha hecho miserable por el pecado, a la vista de Aquel sobre quien fueron cargados nuestros pecados, lo experimentaremos miserable cuando esos pecados se vuelvan contra nosotros mismos. 

Se puede asegurar, luego, que la doctrina de la Cruz no está en la superficie del mundo. La superficialidad de las cosas es sólo brillante, y la Cruz de Cristo es penosa; es una doctrina escondida; yace bajo un velo; a primera vista nos espanta y estamos tentados de revelarnos contra ella. Como San Pedro, clamamos: “¡Lejos de Ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso! (Mt 16,22). No obstante, es doctrina verdadera, pues la verdad no está en la superficie de las cosas, sino en las profundidades. 

Y así como la doctrina de la Cruz, aún siendo la verdadera interpretación de este mundo, no está prominentemente manifestada en él, en la superficie, sino oculta, así también, cuando es recibida en el corazón fiel, habita en él como un principio viviente, pero profundo y escondido a la observación. Los hombres religiosos, en palabras de la Escritura, “viven de la fe en el Hijo de Dios, que los y se entregó por ellos” (Gal 2,20), pero no cuentan esto a todos los hombres; dejan a otros que lo encuentren como puedan. El propio mandamiento de Nuestro Señor a Sus discípulos era que, cuando ayunaran, debían “perfumar su cabeza y lavar su cara” (Mat 6,17). De este modo, no sólo están obligados a no realizar una ostentación, sino a contentarse con aparecer exteriormente diferentes a lo que realmente son internamente. Deben llevar una continencia jovial, y controlar y regular sus sentimientos, de manera que al no ser mostrados externamente, pudieran retirarse en lo profundo de sus corazones y vivir allí. De aquí que “Jesucristo, y éste crucificado” es, como dice el Apóstol, “una sabiduría escondida” (1 Cor 1,23-24), escondida en el mundo, que parece a primera vista hablar un lenguaje bien distinto, y oculta en el alma fiel, quien, para personas a distancia o casuales espectadores, parece estar viviendo una vida ordinaria, mientras realmente está en secreta y permanente comunión con El, que fue “manifestado en carne”, crucificado a través de la debilidad “justificado en el Espíritu, visto por los Ángeles y recibido en lo alto de la Gloria”. 

Siendo así, la grande y terrible doctrina de la Cruz de Cristo, que conmemoramos ahora, puede ser llamada adecuadamente en lenguaje figurado, el corazón de la religión. El corazón puede ser considerado como la sede de la vida. Es el principio del movimiento, calor y actividad. Desde él, la sangre va y viene a las extremidades del cuerpo. Es el que sostiene al hombre en sus fuerzas y facultades. Hace posible al cerebro pensar. Y cuando es tocado, el hombre muere. De manera semejante, la sagrada doctrina del Sacrificio Expiatorio de Cristo es el principio vital desde el cual vive el cristiano, y sin el cual el cristianismo no existe. Sin ella ninguna otra doctrina se puede sostener provechosamente. Creer en la divinidad de Cristo, o en Su humanidad, o en la Santísima Trinidad, o en el Juicio que vendrá, o en la resurrección de la muerte, es una creencia falsa, no es fe cristiana, a menos que recibamos también la doctrina del Sacrificio de Cristo. Por otro lado, recibirla presupone, además, la recepción de otras grandes verdades del Evangelio: implica la fe en la verdadera divinidad de Cristo, en Su verdadera encarnación y en el estado de pecado del hombre por naturaleza, y prepara el camino a la fe en el banquete de la sagrada Eucaristía, en el cual El, que fue una vez crucificado, es siempre dado a nuestras almas y cuerpos, verdaderamente, en su Cuerpo y en Su Sangre. Pero nuevamente, el corazón está escondido a la vista, está cuidadosa y seguramente guardado. No es como el ojo puesto en la frente, que comanda y ve todo. Y así, de manera semejante, la sagrada doctrina del Sacrificio Expiatorio no es algo para hablar de ello, sino para vivirlo. No es para ponerlo a la vista irreverentemente, sino para ser adorado secretamente. No es para ser usado como instrumento necesario en la conversión del impío, o para satisfacción de los razonadores de este mundo, sino para ser descubierto al dócil y obediente, a los niños jóvenes para quienes el mundo no se ha corrompido, al sufrido que necesita consuelo, al sincero y serio que necesita una regla de vida, al inocente que necesita ser avisado, y al religioso que ya lo conoce. 

Haré una observación más y luego concluiré No debe suponerse que porque la doctrina de la Cruz nos da tristeza, se sigue de allí que el Evangelio sea una religión triste. El salmista dice: “Los que siembran entre lágrimas cosecharán con alegría” (Sal 126,5), y Nuestro Señor dice: “Los que lloran serán consolados” (Mt 5,5). Que nadie se vaya con la impresión de que el Evangelio nos hace tener una visión tenebrosa del mundo y de la vida. Nos impide, sí, tener una visión superficial y hallar una alegría vana y transitoria en lo que vemos. Pero nos prohíbe gozar inmediatamente, sólo para garantizar el gozo en la verdad y en plenitud, más adelante. Sólo nos prohíbe comenzar por el gozo. Sólo dice: si tu comienzas con el placer, terminarás en el dolor. Nos manda comenzar con la Cruz de Cristo, y en esa Cruz encontramos pena al principio, pero en un momento, la paz y el consuelo aparecerán a partir de la pena. Esa Cruz nos llevará a la aflicción, al arrepentimiento, a la humillación, a la oración, al ayuno. Nos apenaremos por nuestros pecados, nos afligiremos con los sufrimientos de Cristo, pero todo este dolor resultará beneficioso, más aún, será sufrido en una alegría muchísimo más grande que la que da el mundo, aunque las atolondradas mentes mundanas crean y ridiculicen la idea, porque jamás han gustado de ella y consideran todo una mera cuestión de palabras que las personas religiosas piensan decente y apropiado usar y tratan de creérselo y llevar otros a creerlo, pero que ninguna realmente siente. 

Esto es lo que ellos piensan, pero Nuestro Señor dijo a Sus discípulos: “Ahora estáis tristes Yo os volveré a ver y vuestro corazón se alegrará, y ese gozo nadie os lo podrá quitar...” (Jn 16, 22). “La paz os dejo. Mi paz os doy, pero no como la da el mundo” (Jn 14, 27). Y San Pablo dice: “El hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios, son necedad para él y no puede conocerlas porque son discernibles espiritualmente”. “Ni el ojo vio ni el oído oyó ni han entrado en el corazón del hombre, las cosas que Dios ha preparado para aquellos que le aman” (2 Co 9,14). De aquí que la Cruz de Cristo, hablándonos tanto de nuestra redención como de Sus sufrimientos, nos hiera verdaderamente, pero son llagas tales que también nos curan. 

Por eso, asimismo, todo lo que es luminoso y bello, aun en la superficie de este mundo, aunque no tenga substancia y no pueda ser gozado apropiadamente por sí mismo, es, sin embargo, figura y promesa de aquel verdadero gozo que brota de la Expiación. Es una promesa de antemano, de lo que está por ser, una sombra que engendra esperanza porque la substancia viene después, pero no para ser tomada irreflexivamente en lugar de la substancia. Y es el modo usual que tiene Dios de tratarnos, enviándonos misericordiosamente la sombra antes que la substancia, para que podamos ser confortados en lo que vendrá, antes que llegue. De aquí que Nuestro Señor, antes de Su Pasión, entró a Jerusalén montado en triunfo, con las multitudes clamando Hosanna y sembrando su camino con palmas y vestimentas. Este fue un espectáculo vano y hueco, que no dio gozo al Señor. Era una sombra que no duraría, que pasaría rápidamente. No podía ser más que una sombra, pues la Pasión no había sido sufrida aún, y de ella resultaría Su verdadero triunfo. No podía entrar en Su Gloria antes de haber sufrido primero. No podía gozar en semejanza tal, sabiendo que era irreal. Aunque aquel primer triunfo sombrío era el agüero y el presagio de la verdadera victoria que vendría, cuando venciera la agudez de la muerte. Y nosotros conmemoramos este triunfo figurativo en el último domingo de Cuaresma, para alentarnos en el dolor de la semana siguiente, y recordar el verdadero gozo que viene con el Día de Pascua. Y también lo hacemos como consideración de este mundo, con todas sus alegrías y desilusiones No confiemos en él, no le demos nuestros corazones, no comencemos por él. Séanos permitido comenzar por la fe, comenzar con Cristo, comenzar con Su Cruz y la humillación hacia la que nos guía. Permítasenos primero ser atraídos hacia El, que es elevado, para que pueda, junto con El mismo, darnos libremente todas las cosas. Que podamos “buscar primero el Reino de Dios y su justicia” y luego todas aquellas cosas de este mundo “nos serán añadidas” (Mt 6,33). 

Sólo les será posible gozar verdaderamente de este mundo a aquellos que comiencen por el mundo invisible. Sólo podrán gozarlo quienes primero se hayan abstenido de él. Sólo podrán festejar verdaderamente el banquete los que primero hubieren ayunado. Sólo son capaces de usar de este mundo quienes han aprendido a no abusar de él. Sólo lo heredan lo que lo han tomado como una sombra del mundo venidero, y quienes por ese mundo venidero lo ceden.