25 de noviembre de 2023

Rey Adorable

  

Evangelio según san Mateo 25, 31-46 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.” 

 

                                                         Ecce Homo, Tintoretto

Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán.
                                                                  Daniel 7, 14 

Hoy contemplamos a Jesucristo como Rey del Universo, la solemnidad con que culmina el año litúrgico. Celebramos al Rey mirándole, sintiéndole, uniéndonos a Él en la Eucaristía, Su Presencia Real en el mundo, que, junto con Su Palabra y Su Voluntad, es  el Pan nuestro de cada día que pedimos en el Padrenuestro. Es lo más adorable, mucho más que las imágenes con cetro y corona con que representan al Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en este vértice del tiempo que conecta con la eternidad, se ha hecho Pan de Vida para acompañarnos y alimentarnos, ir asimilándonos a Sí, mientras caminamos de regreso a la Casa del Padre.

Jesucristo, Rey del Reino eterno, reina también aquí, en la representación de este mundo que pasa, desde el trono invisible del Sagrario, lo más real que podemos concebir en la tierra, el más absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.

Recordábamos hace poco cómo San Francisco de Borja, cuando tuvo que reconocer el cadáver descompuesto de la emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las célebres palabras: nunca más servir a señor que se me pueda morir. Y lo dejó todo, literalmente, eligió servir al único Señor, el que no muere, el Único. Son muchos los que se han atrevido a hacer lo que no pudo el joven rico. Una de las primeras fue María Magdalena, que supo cómo el Rey puede hacer, de una prostituta, una princesa.

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Magdalena Penitente, Pedro de Mena

En la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, vemos a María Magdalena contemplando a Cristo crucificado. Así reina Él sobre el corazón de quienes purifican sus días de ceguera y olvido. Y así quiero vivir, mirando cómo salva, libera y renueva. Por eso Santa Teresa de Jesús nos exhorta: no os pido más que Le miréis

Reconocer que Él es Rey nos hace súbditos de Su Reino. Un Reino que no es de este mundo pero está en este mundo si dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Cristo en la Cruz, en el altar, en la Eucaristía, en nuestro corazón cuando vive en "fiat". Porque, si somos tibios, Él es fiel, si somos débiles, Él es fuerte, si somos mezquinos, Él es generoso, si somos falsos, Él es verdadero. 

Así lo expresa también Santa Teresa de Jesús: “¡Oh Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que los que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones 10, 11).

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Nuestra Señora del Henar, s. XII

Jesús en el trono del regazo de su madre en el Santuario de Nuestra Señora del Henar, en Cuéllar. Ella es trono del Rey y es también Reina. Majestades que se funden y se entrelazan por amor. 

Ante el Rey, solo cabe una actitud: mirarle con adoración, como Le mira Su madre en el Calvario. En su mirada se funden dolor y amor y nos enseña que adorar fortalece y da sentido al sufrimiento. Aprendamos a ver al Rey en los cuerpos vencidos, en la fragilidad, en la muerte, con los ojos misericordiosos de María.

María, Reina y primera súbdita, maestra del sufrir adorando, del asombro dolorido y reverente, me recuerda que el Reino está dentro de mi corazón y me enseña a callar, a poner fin al parloteo y dispersión que suelen aprovechar los usurpadores para instaurar un reinado de sombras. Con ella voy perdiendo tierra y ganando cielo, como decía Sor Ángela de la Cruz. diasdegracia.blogspot.com

María, la Madre y la Reina, va sanando las heridas del corazón, embelleciendo los dones, limpiándolos, perfeccionándolos para que sean del agrado del Rey que, aunque nos ama a pesar de todas nuestras miserias e imperfecciones, nos quiere transformar. Por eso dio Su sangre y por eso reina en el Universo, para que mirándonos en Él, seamos reales en Su realeza. Si unimos nuestras cruces a la Suya, el sufrimiento es precio de Salvación, y, cuando Él vuelva en gloria y majestad, secará toda lágrima de nuestros ojos.

                                   103. Diálogos divinos, Hijos del Rey

18 de noviembre de 2023

Todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios


Evangelio según san Mateo 25, 14-30 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de un tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.”



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Parábola de los talentos, Willem de Poorter


O trabajo hoy o jamás trabajaré. O vivo hoy o seré sólo un muerto que sueña y que recuerda.
                                                                                           José Luis Martín Descalzo
  

Ninguna acción surgida de un corazón renunciante es pequeña, y ninguna acción surgida de un corazón avaro es fructífera. 
                                                                                                         Ibn ‘Atâ ‘illâh

Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene… Algunos ven esta declaración como una de las más contradictorias de las que pronunció Jesús. Hay quien dice que se la han atribuido, pero que no puede ser suya, pues fomenta la imagen de un Dios justiciero, vengativo  e implacable…

Y, sin embargo, es una forma de expresar la verdadera justicia y el amor de Dios. Es una parábola destinada, como otras, a sacudir las conciencias y solo con una lectura literal o superficial puede parecer injusta.

Dios no es un contable, ni quiere que establezcamos con Él una relación de intercambio, mercantilista y fría. El temor de Dios al que se refiere el Salmo 127 que hoy leemos no es el miedo a un juez distante y ajeno a la suerte de los seres humanos. En esa expresión, al que tiene, encontramos "la perla" de esta enseñanza. ¿Qué es lo que "tiene"?, ¿qué "se le dará", realmente? Tiene y se le dará el vínculo con la Fuente de la prosperidad, la dicha y la bendición.

Uno tiene, y es, lo que ama, aquello donde pone su corazón. Hace tiempo oí a José Ignacio Munilla, el obispo de San Sebastián, decir: "Nunca se tiene suficiente de lo que no se desea". Si somos conscientes de desear el Bien verdadero, ya somos uno con Él y se nos dará más de eso que anhelamos, escogemos y somos, porque la verdadera abundancia no tiene límite. Si te miras en el Bien, la Verdad, la Belleza, que es Jesucristo, tienes todo. Sin embargo, si te obsesionas con la carencia, el miedo, la desconfianza y la tibieza, si pones tu corazón en lo que no vale nada, en lo que pasa y termina, eso tendrás y serás: la nada que has elegido, porque has negado el verdadero anhelo del corazón: lo bueno, lo eterno, lo verdadero.

Al que tiene se le dará. Recibes, tienes, eres de acuerdo con lo que anhelas, miras, sigues e imitas. Para reconocer ese anhelo esencial del corazón, la "Belleza siempre antigua y siempre nueva", que canta San Agustín, la Sabiduría sobre la que hemos leído estos días, hay que despertar y mantenerse despierto en un mundo donde abundan los dormidos que compran, venden, comen, beben, se casan, construyen (Lucas 17, 26-37) y nada más, un mundo de muertos que se creen vivos, enfrascados en afanes de lo efímero.

Miremos a lo alto y también hacia dentro, donde está el tesoro verdadero del corazón, la fuente inagotable de amor y de gracia, ese surtidor de agua que salta hasta la vida eterna (Juan 4, 14), que no es nuestro, pero se nos da si lo aceptamos. Seamos fieles servidores, que ponen a trabajar los dones y talentos que el Señor les ha confiado, apostando fuerte, apreciando las “inversiones” de alto riesgo, que son las que dan el Beneficio que satisface al corazón despierto. Gratitud, coherencia, confianza y altura de miras es a lo que hoy nos llama, como tantas veces, el Evangelio.

No nos quedemos a ras de tierra por cobardía o exceso de precaución. Los tibios son rechazados en el Apocalipsis, seamos fríos o calientes (Ap 3, 15-17), pero seamos, sobre todo, capaces de reconocer que todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios (1 Corintios, 3, 23). 

        Es la Vida la que está en juego, y urge prepararnos porque, como dice la segunda Lectura (1 Tesalonicenses, 5-6), el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Velemos con prudencia y sensatez, como veíamos el domingo pasado, alimentando el anhelo de eternidad que nos mueve y nos impulsa, porque estamos en el mundo pero no somos del mundo (Juan 17, 14), sino hijos de la luz.

          Saltemos sin red, apostando por la Vida, por el Reino y su justicia, tan alejada de las seguridades y la justicia mediocres del mundo. Vivamos de una vez el verdadero amor, la llama de amor viva, bien distinto del falso amor, consumido bajo las cenizas.

"Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?", se lamentaba Machado diasdegracia.blogspot.comQue no sean esas palabras las que digamos o pensemos cuando llegue la hora Ocupémonos del huerto, con los talentos de jardineros fieles que nos han sido dados, ahora que aún tenemos luz y pueden florecer las más hermosas flores. Ahora que hay luz y el suelo es fértil, las manos aún fuertes y el pulso firme para esparcir las semillas, remover la tierra y esperar a que llegue la Primavera de donde vinimos. .

Mediocridad y tibieza es optar por lo fácil, lo cómodo o lo seguro. Valentía es atreverse a dar un salto para llegar más alto y más lejos, sin pretender conservar lo que se cree tener o lo se cree haber ganado, porque eso supone perderlo.

           Apostemos por el verdadero tesoro, con el valor y la devoción de un samurái o de un caballero templario, pues guerrero y monje son los dos. Arriesguemos por amor, un inmenso amor a la Verdad y a los que la buscan con nosotros, sin miedo, con alegría, pues, como dice Pascal, si la buscamos, es porque ya la hemos encontrado.

 

                                      Sé Tú mi riqueza, Salomé Arricibita y Teresa Nécega

El que no recoge conmigo, desparrama (Mateo 12, 30), dice otro pasaje del Evangelio. El que tiene, recoge con Él, es consciente de Él, en su mente, en su corazón, en su espíritu. El que tiene, recibirá, porque está unido a la fuente inagotable de la abundancia. 
            Y al que no tiene, cree estar separado, el miedo le impide conectar con Aquel de donde todo nace y todo confluye, por eso no es capaz aún de recibir. 
            Seamos de los que tienen, conscientes de ser en Él, hasta poder decir: Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí (Gálatas 2, 20).


  RECOGER CONTIGO

Recoger contigo es alinearse
hacia Ti, elevar todo mi ser
para que se caiga como piel muerta
todo lo que no es Tú,
todo lo que no puede
llegar a parecerse a Ti. 

Recoger contigo es pensarte,
sentirte, dejar que vivas en mí,
que uses mis sentidos y talentos
y vivir yo en Ti, sin que nadie
ni nada distraiga mi atención.

Recoger contigo es escapar
de cuantas fantasías me separan
de la vida verdadera,
que no es otra que Tú, Verdad y Vida. 

Recoger contigo es esperarte
cada día, cada instante,
como si estuvieras siempre a punto de venir,
que siempre estás viniendo si recojo contigo,
que siempre estás aquí.

Tú, mi cosecha abundante,
mi fruto bueno,
mi lote y mi heredad,
mi campo infinito donde nada se pierde,
porque recojo contigo,
   y no vuelvo a desparramar.

Con el Nombre de Dios se puede preparar una obra grandiosa. Del mismo modo que el banquero crea a partir de la nada la riqueza, así quien acumula e invierte su capital de fe y juega con cada oscilación, puede crear a partir de la nada (a partir de una vida hecha de días acumulados uno tras otro, sin nexo, destinada a la muerte) una realidad metafísica.

                                                                                       Elémire Zolla

11 de noviembre de 2023

Velad, porque no sabéis el día ni la hora


Evangelio según san Mateo 25, 1-13 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!” Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apaga las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.”


Las vírgenes prudentes, Tintoretto


Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
                                                                                                Efesios 5, 14

Comentarios al Evangelio de hoy, por Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301), monja benedictina, y el Cardenal Newman. Dos miradas, dos comprensiones, dos sensibilidades que nos recuerdan que Dios es todo en todos (1 Corintios 15, 28). En diasdegracia.blogspot.com , la mirada de una necia que quiere ser prudente.


¡QUE LLEGA EL ESPOSO! SALID A RECIBIRLO

Mi Dios, mi dulce Noche, cuando me llegue la noche de esta vida, hazme dormir dulcemente en ti, y experimentar el feliz descanso que has preparado para aquellos que tú amas. Que la mirada tranquila y graciosa de tu amor organice y disponga con bondad los preparativos para mi boda. Con la abundancia de tu amor, cubre la pobreza de mi vida indigna; que mi alma habite en las delicias de tu amor, con una profunda confianza.  ¡Oh amor, eres para mí una noche hermosa, que mi alma diga con gozo y alegría a mi cuerpo un dulce adiós, y que mi espíritu, volviendo al Señor que me lo dio, descanse en paz bajo tu sombra. Entonces me dirás claramente: "Que viene el Esposo: sal ahora y únete a él íntimamente, para que te regocijes en la gloria de su rostro". ¿Cuándo, cuándo te me mostrarás, para que te vea y dibuje en mí, con deleite, esta fuente de vida que tú eres, Dios mío? (Isaías 12,3) Entonces beberé, me embriagaré en la abundante dulzura de esta fuente de vida de donde brotan las delicias de aquel que mi alma desea (Sal 41,3). ¡Oh, dulce rostro, ¿cuándo me colmarás de ti? Así entraré en el admirable santuario, hasta la visión de Dios (Sal 41,5); no estoy más que a la entrada, y mi corazón gime por la larga duración de mi exilio. ¿Cuándo me llenarás de alegría en tu rostro dulce? (Salmo 15,11) Entonces contemplaré y abrazaré al verdadero Esposo de mi alma, mi Jesús. Entonces conoceré como soy conocida (1 Corintios 13,12), amaré como soy amada; entonces te veré, Dios mío, tal como eres, en tu visión, tu felicidad y tu posesión bienaventurada por los siglos.

                                                                              Santa Gertrudis de Helfta


                                   Nessun dorma, Puccini, por Pavarotti

¡VELAD! 

Consideremos pues esta cuestión tan grave que a todos nos concierne de manera tan íntima: ¿en qué consiste esto de vigilar, de velar por la venida de Cristo? Él nos dice: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo volverá el Señor de la casa, si en la tarde, o a la medianoche, o con el canto del gallo, o en la mañana, no sea que volviendo de improviso os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!” (Mc. XIII:35-37). Y en otro lugar: “Si el dueño de casa supiese a qué hora el ladrón ha de venir, no dejaría horadar su casa.” (Lc. XII:39). Advertencias parecidas, tanto de Nuestro Señor como de sus Apóstoles, se hallan en otros lugares. Por ejemplo está la parábola de las Diez Vírgenes, cinco de las cuales eran sabias y cinco necias, que resultaron sorprendidas por el novio que se demoraba y que apareció de repente hallándolas desprovistas de aceite. Sobre lo cual, comenta Nuestro Señor: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora”. (Mt. XXV:13). Y otra vez: “Mirad por vosotros mismos, no sea que vuestros corazones se carguen de glotonería y embriaguez, y con cuidados de esta vida, y que ese día no caiga de vosotros de improviso, como una red; porque vendrá sobre todos los habitantes de la tierra entera. Velad, pues, y no ceséis de rogar para que podáis escapar a todas estas cosas que han de suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lc. XXI:35-36). Y de igual manera lo retó a Pedro en términos parecidos: “Simón, ¿duermes? No pudiste velar una hora?” (Mc. XIV:37).

De manera parecida San Pablo en su Epístola a los Romanos: “Hora es ya que despertéis del sueño… La noche está avanzada, y el día está cerca” (Rom. XIII:11, 12). Y nuevamente: “Velad; estad firmes en la fe; comportaos varonilmente” (I Cor. XVI:13); “Confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos con la armadura de Dios, para poder sosteneros contra los ataques engañosos del diablo… para que podáis resistir en el día malo, y habiendo cumplido todo, estar en pie” (Ef. VI:10, 13); “No durmamos como los demás; antes bien velemos y seamos sobrios” (I Tes. V:6). Y de modo parecido, San Pedro: “Sed sobrios y estad en vela: vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quien devorar” (I Pet. V:8). No menos que San Juan: “He aquí que vengo como ladrón. Dichoso el que vela y guarda sus vestidos” (Apoc. XVI:15).

Ahora bien, considero que esta palabra, velad, usada originalmente por Nuestro Señor, luego por su discípulo preferido, luego por los dos grandes Apóstoles, Pedro y Pablo, es una palabra notable, notable porque la idea que expresa no resulta tan obvia como podría parecer a primera vista, y luego porque todos insisten tanto en ella. No es que tengamos que creer simplemente, sino velar también; no basta con amar, sino que tenemos que velar también; no basta obedecer, hay que velar también; velar, estar vigilantes—¿por qué? Por ese gran acontecimiento, la Segunda Venida de Cristo. Por tanto, ora nos detengamos a considerar el sentido obvio de la palabra, ora el Objeto sobre el cual versa, nos parece ver que se nos insta a un deber especial que naturalmente no se nos habría ocurrido. La mayoría de nosotros tiene una idea general sobre qué se quiere significar con las palabras creer, temer, amar y obedecer; pero a lo mejor no contemplamos o no entendemos enteramente lo que se quiere decir con velar, con estar vigilantes.

Y me da por pensar que es una herramienta muy práctica para distinguir entre los verdaderos y perfectos sirvientes de Dios y la multitud de los llamados cristianos; distinguir entre ellos, entre quiénes son, no diré falsos o reprobados, pero cuyo mismo talante hace que no podamos decir gran cosa sobre ellos, ni hacernos demasiada idea de cuál será su suerte. Y al decir esto, no vayan a entender que estoy sugiriendo—pues en modo alguno lo estoy haciendo—que podamos tener por cierto quiénes son los perfectos y quiénes son los cristianos incompletos o de doblez; ni tampoco que aquellos que discurren e insisten sobre estos tópicos parusíacos se encuentran del lado bueno de la divisoria. Sólo me refiero a dos tipos de personalidades: uno de carácter veraz y consistente y aquel otro—el inconsistente; y digo que serán separados no poco por este único rasgo—los cristianos de veras, sean quiénes sean, vigilan, y los cristianos inconsistentes, no. Pues bien, ¿qué es vigilar?

Vela por Cristo quien dispone de un alma sensible, solícita, receptiva; un alma viva, atenta, alerta, celosa en su búsqueda y de Su honra; que lo busca en cada cosa que sucede, y que no se sorprendería, que no se hallaría sobre-excitado ni abrumado si cae en la cuenta de que Él está por venir en seguida.

Esto es velar: estar desapegados del presente y vivir en lo que es invisible; vivir pensando en el Cristo—cómo vino una vez, cómo volverá; desear su Segunda Venida y que ese deseo proceda del recuerdo afectuoso y agradecido por su venida aquella primera vez. Y en esto encontraremos que en general los hombres se muestran deficientes. Lo que significa velar, y cómo se trata de un deber—sobre eso no tienen ninguna idea precisa. Y así es que el asunto este de velar, de paso viene a constituirse en prueba apropiada para establecer quién es cristiano, toda vez que resulta una faceta esencial de la fe y del amor. Aun así los hombres de este mundo ni siquiera lo profesan. E insisto: velar es propiedad específica de la fe y del amor, constituye la vida o la energía de aquellas virtudes y es el modo en que, si son genuinas, se manifiestan.

Resulta fácil ejemplificar lo que quiero decir con ejemplos de experiencias de la vida que todos tenemos. Indudablemente son muchos los que se mofan abiertamente de la religión, o que al menos desobedecen abiertamente sus leyes; mas consideremos aquellos que tienen almas un poco más sobrias y son un poco más concienzudos. Cuentan con un buen número de cualidades, y en cierto sentido y hasta cierto punto se puede decir que son religiosos. Pero no velan. Brevemente dicho, sus nociones acerca de la religión son éstas: se trata de amar a Dios, sin duda, pero también de amar al mundo; no sólo cumpliendo con su obligación sino también encontrando su principal y más elevado bien en aquel estado al que Dios ha querido llamarlos, descansando en eso, tomándolo como debido. Sirven a Dios, y lo buscan; pero contemplan al mundo presente como si fuera eterno, no como un telón de fondo, el paisaje meramente pasajero detrás de los deberes que tienen que cumplir y de los privilegios de que disfrutan—nunca contemplan la perspectiva de que un día serán separados de todo eso. No es que vayan a olvidarse de Dios, ni que dejen de vivir según sus principios, o que se olviden de que los bienes de este mundo son Su regalo; pero los aman por sí mismos más que por gratitud a su Dador, y cuentan con que estas cosas van a permanecer—como si esos bienes fueran a permanecer tanto como sus deberes y privilegios religiosos. No entienden que son llamados a ser extranjeros y peregrinos sobre esta tierra, y que su suerte en este mundo y los bienes mundanos que les tocó en suerte no son sino una especie de accidente de su existencia, y que en rigor no tienen derecho de propiedad sobre ellos, por más que las leyes humanas les garantice tal propiedad. Entonces, y de acuerdo con esto, ponen su corazón en estos bienes, sean grandes o pequeños, y todo esto con algún sentido de religión—pero en cualquier caso, idolátricamente. Ésta es su falta—una identificación de Dios con el mundo y por tanto una idolatría de este mundo; y así se ven libres de los trabajos que supone aguardar a su Dios, pues creen que ya lo han encontrado en los bienes de este mundo. Por tanto, mientras son dignos de alabanza por razón de muchos de sus comportamientos y si bien resultan benévolos, caritativos, gentiles, buenos vecinos y útiles para su generación—y más todavía, aunque quizás se muestren constantes en el cumplimiento de los deberes religiosos ordinarios establecidos por la costumbre, y si bien despliegan muchos sentimientos rectos y amables y son muy correctos en sus opiniones e incluso a medida que pasa el tiempo mejoran su carácter y su conducta, y corrigen mucha cosa en la que andaban mal, y ganan en dominio de sí, maduran el juicio y por tanto son tenidos en gran estima—aun así está claro que aman este mundo, se muestran renuentes a dejarlo y desean aumentar la cantidad de sus bienes. Les gusta la riqueza, la distinción, el prestigio y ejercer influencia. Puede que mejoren en conducta, pero no en sus objetivos; van para adelante, pero no ascienden; se mueven en un nivel bajo, y aun cuando se movieran para adelante durante siglos enteros, jamás se levantarían por sobre la atmósfera de este mundo. Por tanto, sin negar que esta gente merezca alabanza por muchos de sus hábitos y prácticas, diría que les falta el corazón tierno y delicado que pende del pensar en Cristo y que vive en Su amor.

El hálito del mundo tiene un peculiar poder para lo que podría llamarse la oxidación del alma. El espejo dentro suyo, en lugar de devolver el reflejo del Hijo de Dios su Salvador, exhibe una imagen pálida y descolorida; y de aquí que disponen de mucho bien dentro suyo, pero sólo está ahí, dentro suyo—esa imagen no los atraviesa, no está a su alrededor y sobre ellos. Sobre ellos se encuentra otra cosa: una costra maligna. Piensan con el mundo; están llenos de las nociones del mundo y de su forma de hablar; apelan al mundo, y tienen una especie de reverencia para lo que el mundo tiene que decir. En esta gente uno encuentra ausente una cierta naturalidad, una sencillez y una aptitud infantil para ser enseñados. Resulta difícil conmoverlos, o (lo que podría decirse) alcanzarlos y persuadirlos para que sigan un rumbo recto. Se apartan cuando uno menos lo espera: tienen reservas, hacen distinciones, formulan excepciones, se detienen en refinamientos, en cuestiones en las que al final no hay sino dos lados, el bueno y el malo, la verdad y el error. En tiempos en que deberían fluir cómodamente, sus sentimientos religiosos se traban; en su conversación, o bien se muestran tímidos y nada pueden decir, o bien parecen afectados y tensos. Y así como el óxido corroe el metal y se lo devora, así el espíritu del mundo penetra más y más profundamente en el alma que alguna vez lo dejó entrar. Y así parece que este es uno de los grandes fines de la aflicción, esto es, que frota, raspa y limpia el alma de estas manchas exteriores y en alguna medida la mantiene en su pureza y luminosidad bautismal.

 Año tras año… los años pasan silenciosamente; y la Segunda Venida de Cristo cada vez se acerca más. ¡Quiera Dios que a medida que Él se acerca a la tierra nosotros nos vayamos aproximando al Cielo! Hermanos míos, suplico que le recen para que les dé un corazón para buscarlo con toda sinceridad. Recen para que los haga solícitos. Sólo tienen un trabajo que hacer, que es seguirlo llevando la cruz. Determínense a hacerlo con Su Fuerza. Resuélvanse a no dejarse engañar por “sombras de religión”, por palabras, o por disputas, o por nociones, o por altisonantes declaraciones, o por excusas, o por las promesas o amenazas del mundo. Recen para que les otorgue lo que la Escritura llama “un corazón bueno y honesto”, o “un corazón perfecto”, y, sin solución de continuidad comiencen en seguida a obedecerle con el mejor corazón que tengan. Cualquier obediencia es mejor que ninguna—cualquier protesta o declamación separada de la obediencia es pura fachada y engaño. Cualquier religión que no los acerca a Dios es del mundo. Deben buscar su rostro; la obediencia es el único camino para buscarlo. Todos los deberes no son sino obediencias. Si quieren creer en las verdades que Él reveló, si desean regularse por sus preceptos, ser fieles a sus ordenanzas, adherir a su Iglesia y su gente, ¿por qué será, sino porque Él los llamó? Y hacer lo que Él quiere equivale a obedecerle, y obedecerle equivale a acercársele. Cada acto de obediencia es un paso más cerca, un paso más cerca de Aquél que no se halla lejos, aunque lo parezca, sino muy cerca—detrás de esta pantalla de cosas visibles que lo oculta. Él está detrás de esta estructura material; el cielo y la tierra no son sino un velo desplegado entre Él y nosotros; llegará el día en que rasgará ese velo y aparecerá ante nuestra vista. Y entonces, de conformidad con la intensidad con que lo hemos estado esperando, nos recompensará. Si lo hemos olvidado, nos desconocerá; pero “¡felices esos servidores, que el amo, cuando llegue, hallará velando! […] Él se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirles. Y si llega a la segunda vela, o a la tercera y así los hallare, ¡felices de ellos!” (Lc. XII:37-38). ¡Quiera Dios que a todos nosotros nos toque ese destino! Es duro alcanzarlo, pero desdichado el que falla.
Breve es la vida; cierta la muerte; y eterno el mundo por venir.

                                                                                                      John Henry Newman

             219. Diálogos Divinos. ¿Vivo o no vivo en la Divina Voluntad?

4 de noviembre de 2023

Uno solo es vuestro Maestro

 

Evangelio según San Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame “maestro”. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.



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Jesús y los fariseos, James Tissot


Guardémonos, pues, los hermanos de toda soberbia y vanagloria, y defendámonos de la sabiduría de este mundo y de la prudencia de la carne (Rom 8,6), ya que el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho por tener palabras, pero poco por tener obras, y busca, no la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y desea tener una religión y santidad que aparezca exteriormente a los hombres. Y éstos son aquellos de quienes dice el Señor: “En verdad os digo, recibieron su recompensa” (Mt 6,2). El espíritu del Señor, en cambio, se afana por la humildad y la paciencia, y la pura, simple, y verdadera paz del espíritu. Y siempre desea, más que nada, el temor divino y la divina sabiduría, y el divino amor del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Restituyamos todos los bienes al Señor Dios, reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de Él procede. A Él se le tributen y Él reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria, suyo es todo bien. Solo Él es bueno (cf. Lc 8,19).

                                                                                         San Francisco de Asís

El Evangelio es siempre actual porque nos está hablando hoy, a cada uno de nosotros. Hoy nos previene contra la soberbia, la ambición y la falsedad que nos condicionan a todos, en diferente grado y de diferentes formas, algunas muy sutiles, y nos llama a la humildad, a la sencillez, al reconocimiento del único Maestro, del único Padre, del único Señor al que servir, obedecer y seguir.

Todavía hay quienes creen que los méritos son suyos, que pueden salvarse solos o liberarse a sí mismos. Se vanaglorian de lo que han conseguido en lo material y en lo espiritual y esperan, en vano, como vanos son ellos, su recompensa. Si no reconocen y asumen con lo más profundo de su ser que todo lo bueno viene del Señor y que el único esfuerzo consiste en aceptar tanta gracia, cuando acabe su tiempo, ya habrán recibido su recompensa: vanidad de vanidades, polvo, sombra, nada.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Así acaba el pasaje que contemplamos hoy. En otros pasajes de los Evangelios aparece esta enseñanza, tan clara y contundente (por ejemplo, Lucas 14, 1.7-11; Lucas 18, 9-14). La insistencia en la virtud de la humildad tiene sentido porquepara seguir a Jesús, hace falta recorrer el camino descendente. Igual que Él encarnó, abajándose al máximo, ha de ser un abajarse real, una experiencia concreta, un ponerse a ras de tierra, humus, auténtica humildad, camino que María recorrió antes que nadie y por eso fue ensalzada como nadie, como canta el Magníficat

El despreciado y rechazado, el cordero llevado al matadero, la oveja que enmudece (Isaías 53, 3-7), el gusano, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo (Salmo 22, 7)... Así anunciaban a Cristo las Escrituras, antes incluso de la Encarnación. No nos escandalicemos ni miremos a otro lado… Sí, el "gusano"; ¿es posible más abajamiento del mismo Dios? Hasta ahí llegó Su amor. ¿Hasta dónde llega el nuestro?

No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí (Juan 14, 1), nos decía Jesús el jueves en la Misa por los fieles difuntos. ¿Qué es creer en Dios? ¿Cómo se expresa esa fe? Entregándonos a Él, siendo fieles a su Palabra, no sirviendo a más señor que a Él, porque no se puede servir a dos señores; no llamando Maestro o Padre a nadie, sino a Él; demostrando que nuestra única ambición es cumplir Su voluntad, amar como Él nos ha amado, la perfección del mandamiento del amor que veíamos el domingo pasado. Y viviendo cada día esa fe, fundida nuestra voluntad humana con la Voluntad Divina, para que nada nos haga confundirnos de Maestro, de Padre, de Señor.

El mensaje de Jesucristo es el más potente y eficaz que se haya escuchado porque transforma los corazones para que el Reino se realice; todo lo demás es añadidura. Por eso, la auténtica humildad es la que no necesita manifestarse a los ojos del mundo. El verdaderamente humilde ni siquiera necesita saber que lo es, porque ha alcanzado ya la dicha de los pobres en el espíritu. Es la infancia espiritual que te hace humilde y confiado, pues sabes que no tienes que defenderte de nada o prevalecer sobre nadie. Lo que mueve el mundo: deseos de aceptación, reconocimiento, admiración, poder…, ya no importa; surge un nuevo modo de vivir, basado en el servicio, la entrega, el amor.

Vacíate para que puedas ser llenado; sal para que se pueda entrar, dice San Agustín. Nos mantenemos en guardia, vigilantes para poder discernir cuándo el fariseo que llevamos dentro quiere hacerse notar y sentirse superior. En cuanto asome, le recordaremos que somos servidores porque el único Maestro fue el primero en servir y se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2, 8-11).


Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.

                             Meister Eckhart


TODO ES SUYO

No es de la mariposa
el cálido proceso que la crea.

No es del águila,
majestuosa y libre su vuelo.

No son de la que duerme,
y a veces fugazmente se despierta
sobre el blanco silencio
generoso, estos versos.