29 de junio de 2019

Vuestra vocación es la libertad (Gálatas 5, 13)


Evangelio según san Lucas 9, 51-62

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?” El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: “Te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. A otro le dijo: “Sígueme”. El respondió: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Le contestó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.        
                                                

  Jesús y el joven rico, Hofmann

                                              Como el agudo filo de una navaja es el sendero.
                           ¡Estrecho es, y difícil de seguir!

                                                                                            Katha Upanishad

     Bienaventurado es el hombre que ha llegado a recibir junto con el Hijo
     o mismo de lo cual recibe el Hijo.
                                                                                  Maestro Eckhart
                                                                                             
Las lecturas de hoy son un canto a la libertad, no como suele entenderla el mundo –una mera ausencia de normas, obstáculos y obligaciones–  sino como la vive el cristiano que ha logrado ser dueño de sí mismo, de sus egoísmos, apegos y pasiones, y por eso es responsable y consecuente con su esencia y su misión. Es el verdadero discípulo, capaz de entregarse sin reservas, porque sabe que, aunque haya de renunciar a afectos legítimos, ha decidido optar por la parte mejor, y no le será quitada (Lc 10, 42).

Jesús está subiendo a Jerusalén: camina hacia el cumplimiento de su misión redentora, para la que ha venido al mundo. Subamos con Él al encuentro de nuestra misión y destino, el sacrificio consciente en el que, como discípulos fieles, hemos de participar. Subamos a Jerusalén con la confianza del que sabe que le guía el Espíritu y que, por Él, ya no está bajo el dominio de la Ley. Avancemos con la misma actitud de Jesús, para que la voluntad del Padre se cumpla en nosotros plenamente. Entremos en Jerusalén sin miedo ni deseo, con la convicción del elegido, que hace lo que ha de hacer y no tiembla ni flaquea. Pero, mientras subimos, es necesario asumir el rechazo del mundo, recordando que Él fue rechazado antes, y que nos prometió una dicha verdadera: “Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5, 11-12).

Hay que estar dispuesto a renunciar a todo, incluso a lo bueno, por lo mejor. La contundencia radical de las palabras de Jesús en este pasaje, como en muchos otros, está orientada a que despertemos. Él, que vino a dar plenitud a la Ley (Mt, 5, 17), no está contradiciendo el cuarto mandamiento o las bellas palabras del Libro del Eclesiástico (Eclo 3, 1-18) sobre el respeto, cuidados y amor debidos a los padres.

Está claro que no se nos invita a abandonar al padre o a la madre ni a dejar sin enterrar a un muerto querido; la Divina Misericordia no nos impediría practicar misericordia; cómo iba a hacerlo Aquel que promulgó el mandamiento del amor. Se está refiriendo al “padre” (o madre o hijo o amiga o esposo) opresor que llevamos dentro, esos fantasmas creados por el egoísmo posesivo y excluyente. Y se refiere también a los muertos espirituales que nos habitan; ese corazón muerto de apego, enterrado ya junto con su tesoro perecedero, porque donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón (Mt 6, 21). Corazón de piedra que no sirve de nada cuando Jesús nos lo puede cambiar por un corazón de carne (Ez 36, 26). Porque Él resucita a los Suyos, nos devuelve una vida verdadera, para que podamos ser libres y sensibles a Su llamada.

De lo que se trata es de que nada nos esclavice ni nos impida trabajar para el Reino. El seguidor de Cristo no renuncia al amor, la ternura o la responsabilidad, pero ya no se ocupa de los demás de un modo egoísta y exclusivo, sino generoso y abierto. Y, cuando cuida a su hijo o a su esposa o a su padre, no lo hace en la cárcel del ego que cierra las puertas al amor universal, sino desde la verdadera fuente del Amor, ese Ágape ante el que los otros amores: eros, philia, se inclinan reverentes.

A lo que se nos pide que renunciemos es a los afectos condicionados y posesivos, disfrazados tantas veces de obligación. Solo así podemos seguir amando a la manera de Jesús, de un modo incondicionado, hasta el final. Porque no se nos pide que renunciemos a los afectos legítimos, sino que tomemos conciencia para no encadenarnos a ello.

Todo a lo que nos aferramos nos esclaviza, y un esclavo no es capaz de amar. Si renunciamos con el gesto interior que Jesucristo nos pide (en muchos casos, acompañado de un gesto exterior y eficaz) a posesiones, costumbres, ideas, comodidades, incluso a hijos, padres, esposos, amigos, seremos libres y veremos de un modo nuevo a cada persona que creíamos amar, sin el cristal deformante del apego, sin la ansiedad, preocupación y miedo que nuestra posesividad ponía entre ellos y nosotros. 

Sacudámonos la tibieza, la pereza, el egoísmo y la comodidad. Despertemos y seamos ya verdaderos discípulos, capaces de valorar las maravillas que Jesucristo hace en nosotros continuamente, y perseverar en Sus pruebas, recordando que estamos destinados a estar donde Él está (Jn 12, 26; Mt 19, 28 y Lc 22, 29).



                               You are my inheritance, O Lord, Salmo 15 Davide Fossati


¿Cómo vivir este proceso de renuncia y desprendimiento, evitando mirar hacia atrás? Con fe, pero no con la fe de la mente y sus conceptos limitadores, sino con la fe del que ha alcanzado un nivel de entrega y un nivel de ser que permite la intuición directa de lo Real. Y eso solo lo logran los audaces que han soltado todas las seguridades del mundo. Porque la fe no tiene nada que ver con las “creencias”. Es valentía, entrega, confianza, soltar todo, entregarlo todo y lanzarse. La experiencia de Dios confiere al discípulo una capacidad natural de dar prioridad al Reino sobre todo; es la consciencia y la coherencia, que dan integridad, coraje y fortaleza.

Por eso, para adentrarnos con paso firme en el Camino, hace falta haber mirado cara a cara nuestros miedos y haberlos vencido. Creyente es el que no teme y un discípulo de Cristo ha de ser valiente, porque el miedo atenaza, paraliza, impide amar.

Creemos en Jesucristo y queremos ser sus discípulos, pero a casi todos nos falta un “empujón final”, una asignatura pendiente e imprescindible que nos permita comprender el mensaje del Maestro en toda su profundidad. Tenemos que mirarnos por dentro, sin excusas ni mentiras, implacablemente, y renunciar aunque cueste, aunque duela, a todo aquello que sobra, que estorba, que nos falsea y deforma, que endurece y cierra el corazón. Solo así podemos llegar a ser verdaderos discípulos, dispuestos a seguirle hasta la Cruz para experimentar la aurora de un nuevo día, el alba de la Resurrección.

Puede que uno de los más graves pecados consista en abandonar el Camino después de haber recibido la gracia de encontrarlo y haber dado los primeros pasos. Me pregunto si rechazar de este modo la guía del Espíritu tendrá que ver con el único pecado que no será perdonado (Mt 12, 31). ¿Qué hay más blasfemo que rechazar la vida eterna, de manos del Autor de la vida? Y ¿no es el infierno el rechazo consciente de la vida y del amor?

No se trata solo de renunciar al apego a esa persona sin la que crees que no puedes vivir, abandonar un trabajo que acaricia tu ego y te anestesia, liberarse de tantas comodidades, a veces tan sutilmente diabólicas. Hay que ir a la raíz de la entrega total, transformar las actitudes que nacen en el corazón y son las que pueden ensuciar o limpiar, oscurecer o iluminar nuestras vidas y las de los que nos rodean. 

            Nos asusta salir de la tibia, segura y conocida mediocridad y así seguimos siendo esclavos de nuestros miedos, apegos y costumbres. Por eso, para no edificar sobre arena ni quedarnos a medias, antes de emprender el seguimiento, hemos de considerar la grandeza de la obra que iniciamos, prever los obstáculos, desnudar el alma de ambiciones mundanas, apegos, consideraciones y falsas creencias.

Es necesario un descenso a lo más profundo del alma para experimentar el contraste entre nuestras sombras y miserias, nuestras limitaciones e incapacidades, nuestra fragilidad, y la luminosa, omnipotente presencia divina, que irrumpe en la vida de aquel que es escogido y llamado (porque se escoge y escucha). Humildad y paciencia, generosidad, pobreza de espíritu y confianza, virtudes que hoy escasean y debemos adquirir para ser fieles a la vocación aceptada. Un discípulo está dispuesto a soltar cuanto lo mantiene apegado a su egoísmo, liberarse del lastre y caminar sin mirar atrás.

Jesucristo sigue esperando una respuesta libre de nosotros: que aceptemos entregarnos sin reservas y ser de los Suyos. Pero a veces no reparamos en que, para dar algo, hay que tenerlo, para darnos, hemos de ser dueños de nosotros mismos. Entonces, ¿hay que realizar un largo y considerable trabajo interior antes de emprender el camino del discípulo? Sí y no. Hay que ser consciente, en primer lugar, de todo lo que nos esclaviza: pasiones, apegos, inercias, miedos… y estar dispuesto a soltarlo. Normalmente no se logra de un día para otro, pero la intención ya nos predispone, porque Dios mira el corazón y procura todo lo que le falta al hombre de buena voluntad. “Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12, 9), decía el Señor a San Pablo cada vez que su voluntad flaqueaba,  y nos lo dice a cada uno de nosotros, todos acosados por espinas diferentes, más o menos insidiosas. Por eso, también como Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, dando por descontado que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza.

Nos basta su gracia también hoy. Aunque nuestras fuerzas vacilen y las dudas nos quebranten, confiamos en una Voluntad infinitamente superior, la de Jesucristo. Su Palabra es nuestra luz y nuestra entereza, la fuente de toda abundancia, siempre mucho más allá de lo esperado o lo previsible. El que pone el Reino en primer lugar se sorprende al ver la abundancia de lo que viene por añadidura (Mt 6, 33), y descubre que, no solo no ha perdido nada, sino que recibe cien veces más (Mt 19, 29).

Jesús continúa llamándonos, a cada uno por nuestro nombre; nos está diciendo: “Sígueme”, con una llamada personal y directa. Es Él quien nos busca, nos encuentra y nos llama, aunque pueda parecer lo contrario, que somos nosotros los buscadores.

Cuando respondamos con un “Sí” definitivo, el Fiat Voluntas Tua, que nos abra las puertas del Reino, seremos transformados a la manera del Sagrado Corazón de Jesús que celebramos ayer. Fundida nuestra voluntad a la Suya; una sola Voluntad, un solo Corazón, una sola Vida. diasdegracia.blogspot.com

                  91 DIÁLOGOS DIVINOS 
"MODOS DE OBRAR DE LA DIVINA VOLUNTAD". 1

22 de junio de 2019

Eucaristía


Evangelio según san Lucas 9, 11b-17

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se acercaron a decirle: “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.” El les contestó: “Dadles vosotros de comer.” Ellos replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.” Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.” Lo hicieron así y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos. 


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La multiplicación de los panes y los peces, Goya

Día para reflexionar y comprender lo que festejamos con la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el centro de nuestra fe, Dios con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. Soltamos lo que nos impida abrir el corazón, contemplar el Misterio y adorar. Porque en el Santísimo Sacramento del Altar, además del Jesús que recorrió Galilea, está el Verbo creador, el Cristo victorioso del Apocalipsis, todo el poder de un Dios misericordioso, que se esconde para alimentarnos.

Verbo increado y Dios encarnado… tanto amó Dios al mundo… En la Hostia y el Cáliz consagrados, vemos, tocamos, comemos a Aquel que anhelaba este encuentro desde toda la eternidad, el intercambio prodigioso, la correspondencia de amor que solo era posible haciéndose uno de nosotros. Pero además quiere, y así nos lo enseñó en la Última Cena, que cada uno de nosotros, de los Suyos, se haga Él.

En el Cenáculo, junto a sus íntimos, Dios consagra a Dios, ofrece a Dios, comulga y da a comulgar a Dios, llevando en Sí a todos los que se habían perdido, se pierden, se perderán. Redención total para el que la acepta. Cuando veas o sientas dolor de cualquier tipo, recuerda que Jesús aquella noche luminosa, asumió sobre Sí todos los dolores. Él, todo en todos. Él, todos para el Todo. El Cordero sin mancha que nos enseña a comulgar: unidos a Su Sacrificio eterno, con Su voluntad, Su humanidad y Su divinidad, poniendo en cada Comunión lo que Él puso en Aquella Comunión del Jueves Santo.
Por eso, en la Consagración, me ofrezco junto a Cristo y es el mismo Dios que acepta mi ofrenda insignificante, toma mi voluntad humana, la nada que soy, mis errores, olvidos y desvaríos, y lo transforma todo en Él. Y al comulgar, renuncio de nuevo a mí misma, para que Él sea en mí, me llene, me colme, me transforme, para que pueda amar y entregarme sin condiciones, como Él… diasdegracia.blogspot.com

Lo más cercano al cielo que hay en la tierra es la Eucaristía, el sacramento del amor verdadero, donde somos preparados y enviados para amar (ite missa est) . Ahí es donde hemos de poner la atención, y Él pone Su atención en nosotros; nos transforma en Sí. La Eucaristía, lo aparentemente nada para el mundo de los ciegos, lo más real para la Vida.

Si supiéramos con todo nuestro ser y creyéramos con una fe firme y sin fisuras que tras la apariencia del pan y del vino está el Verbo que ha creado el universo, caeríamos de bruces. Adorar, qué otra cosa podemos hacer…, desaparecer en Él, abandonarnos en Su Vida, soltar todo lo que no es Él, dejar de ser para Ser.


                                    Panis Angelicus, Cesar Franck, por Pavarotti


Todos los que le tocaban quedaron curados.

Cuando Jesús estuvo en este mundo, el simple contacto con sus vestiduras curaba a los enfermos. ¿Por qué dudar, si tenemos fe, que todavía haga milagros en nuestro favor cuando está tan íntimamente unido a nosotros en la comunión eucarística? ¿Por qué no nos dará lo que le pedimos puesto que está en su propia casa? Su Majestad no suele pagar mal la hospitalidad que le damos en nuestra alma, si le es grata la acogida. ¿Sentís la tristeza de no contemplar a nuestro Señor con los ojos del cuerpo? Dígase que no es lo que le conviene actualmente...

Pero tan pronto como nuestro Señor ve que un alma va a sacar provecho de su presencia, se le descubre. No lo verá, cierto, con los ojos del cuerpo, sino que se le manifestará con grandes sentimientos interiores o por muchos otros medios. Quedaos pues con él de buena gana. No perdáis una ocasión tan favorable para tratar vuestros intereses en la hora que sigue la comunión.
                                                                                    Santa Teresa de Ávila 
                                                                                    Camino de Perfección, cap. 34 


                                 40 Diálogos divinos. Sacramento. Eucaristía

15 de junio de 2019

Dirección: la Trinidad


Evangelio según san Juan 16, 12-15  

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará".

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La Trinidad, Andrei Rublev

La Trinidad es lo único necesario, el Valor supremo. Lo que se pone en juego en toda vida humana es la Trinidad ganada o perdida para siempre. La historia del mundo es un drama de redención; para unos acabará todo con la visión de Dios, para otros con una desesperación eterna… ¡Cómo cambiaría todo si supiésemos comprender que, a través de nuestros pasos diarios, prosigue la subida de las almas hacia la inmutable Trinidad! Sería preciso colocar en todas las encrucijadas de nuestras grandes ciudades un cartel o una flecha indicadora que nos indicara el porqué del mundo y de nuestra vida. Dirección única: LA TRINIDAD.

                                                                                            Marie Michel Philipon

Santísima Trinidad, tres Personas en un solo Dios. Un solo amor fecundo e inagotable. ¿Qué podemos hacer para que la Trinidad nos habite? Vaciarnos de palabras que pasan y cumplir la Palabra eterna. Disponibles para ponerla por obra, fieles a las promesas del Bautismo que nos transformó en hijos de Dios. Vivir en la verdad porque Jesucristo, el rostro visible del Padre, es la Verdad y el Espíritu Santo es el espíritu de la Verdad.

Prepararse para ser habitado por la Santísima Trinidad es el verdadero despertar. Lo más abstracto, para la mente limitada, nos saca de vanas elucubraciones y nos capacita para amar, porque la Trinidad es el ejemplo de la Unidad que conserva la individualidad para que el intercambio de amor sea continuo. Es lo opuesto de Babel, es la comprensión absoluta, la sintonía perfecta, que también contemplamos en diasdegracia.blogspot.com

Reconocer la Trinidad como la dirección por la que avanzamos, como dice Marie Michel Philipon en la cita que abre este post, es haber encontrado el verdadero sentido. Hasta que aceptamos vivir la vida que Dios ha soñado para cada uno, todo es especular, en el literal sentido de la palabra. Cuando conocemos y asumimos Su Voluntad, la vida es obrar en Cristo, o mejor, dejar que él obre en ti, para que todo se oriente a ese amor divino que es origen y llegada, meta y propósito. El amor enfocado al amor. Cualquier actividad adquiere luz de eternidad. Incluso escribir cobra un nuevo sentido. Ya no es trabajar para obras vanas e innecesarias, como la mayoría de las obras publicadas, que recogen experiencias que se quemarán. Escribir es aprender el canto del Cordero, el Poema que sea agradable al Señor como dice el Salmo 103, que rezábamos el domingo pasado. 

San Atanasio dice que todo se nos da por el Padre a través del Hijo en el Espíritu Santo. Por eso la “consigna” es vivir unidos a Cristo. No como una idea hermosa o como una doctrina, sino como la verdadera vida, de la que la otra es espejo, vivida en comunión trinitaria porque El Padre y el Espíritu Santo nos habitan por el Hijo que, como dice el Evangelio de hoy está con nosotros hasta el final de los tiempos.

Nicolás Cabasilas lo expresa así “En la creación, el Padre fue el modelador; el Hijo, la mano; y el Espíritu Santo, el que insufla o la vida. En la redención, el Padre nos reconcilió, el Hijo obró la redención y el Espíritu fue el don concedido a los que llegamos a ser amigos de Dios.”

Puede ser difícil vivir estas verdades si no se comprende, y se interioriza, que hay dos formas de existencia. La del mundo, del que, por Cristo, ya no somos, que es la que nos resulta familiar. Está condicionada por el espacio, con sus tres dimensiones, limitadas y concretas, y el tiempo, con su discurrir inexorable, ante el que nos sentimos indefensos, vencidos de antemano. 

La segunda forma de existencia, el nuevo mundo al que estamos llamados, en el que ya somos, aunque no nos demos cuenta, es la verdadera realidad, la dimensión eterna que nos corresponde, a la que Cristo asciende, ya en plenitud, sin por ello dejarnos. Porque es una realidad que se trenza con la otra, la de lo aparente, lo material, y lo sublima, espíritu y materia, trascendencia e inmanencia, Unidad, al fin.

Unidos a Él, ya estamos en el cielo, en la gloria, en el siglo venidero, aunque aún no nos hayamos despojado de los velos, a veces tan tupidos, de la carne. El viejo hombre y el viejo mundo han pasado; la nueva creación nos reclama. Vivamos ya la nueva vida de resucitados; hombres nuevos, capaces de ser testigos de Jesucristo y de llevar a cabo la misión que Él mismo nos ha encomendado: guardar, enseñar, compartir Su Palabra. Porque Aquel que tiene pleno poder en el cielo y en la tierra está con nosotros y Es en nosotros, todos los días hasta el fin del mundo. 

                                   52 Diálogos Divinos. La Trinidad en el alma

“Señor, tu misericordia es eterna. Y tú, Cristo, que eres toda la misericordia, danos tu gracia; extiende tu mano y ven ayudar a todos los que están tentados, tú que eres bueno. Ten piedad de todos tus hijos y ven a socorrerlos; concédenos, Señor misericordioso, poder refugiarnos a la sombra de tu protección y vernos liberados del mal y de los secuaces del Maligno.
Mi vida se ha enmarañado como una tela de araña.
En tiempo de desgracia y turbación, hemos llegado a ser como refugiados, y nuestros años se han marchitado bajo el peso de la misericordia y de todos los males. Señor, tú has calmado la mar con una palabra tuya; en tu misericordia, aplaca también las turbulencias del mundo, sostén al universo que se tambalea bajo el peso de sus pecados.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Señor, extiende tu mano misericordiosa sobre los creyentes y confirma la promesa hecha a los apóstoles: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Socórrenos como los socorriste a ellos y, por tu gracia, sálvanos de todo mal; danos seguridad y paz para que te demos gracias y en todo tiempo adoremos a tu santo nombre.”
                                                                                                           Liturgia Caldea

Lo que agrada a Dios, Luis Alfredo Díaz

“Pensad en la unidad, y ved si en la multitud misma agrada algo que no sea la unidad. Gracias a Dios, vosotros sois muchos: ¿quién os conduciría sino disfrutarais de unidad? ¿De dónde procede ese descanso en la multitud? Pon unidad, y habrá un pueblo; quita la unidad, y habrá una turbamulta.
¿Qué es un turbamulta sino una multitud confusa? Escuchad al Apóstol. Hablaba a una multitud, pero quería que todos fuesen unidad. Os ruego, hermanos, que todos digáis lo mismo y que no haya entre vosotros divisiones; sed perfectos con un mismo sentir y con un mismo saber. Y en otro lugar: Sed unánimes, sintiendo la unidad, sin hacer nada por rivalidad ni por vanagloria.
Ved, entonces, como se nos recomienda la unidad. Nuestro Dios es ciertamente Trinidad. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos. Y, sin embargo, no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un único Dios omnipotente; la misma Trinidad es un único Dios, porque la unidad es necesaria. A esta unidad no nos conduce otra cosa que el que, aun siendo muchos, tengamos un solo corazón.”
                                                                                                      San Agustín