26 de enero de 2019

Hoy se cumple esta Escritura


Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Excelentísimo Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».

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Jesús en la sinagoga, Van Den Eeckhout

            Entonces el hombre bueno llamó a Gawain, y le dijo:
-Mucho tiempo ha pasado desde que fuiste hecho caballero, y desde entonces nunca serviste a tu Creador; y ahora eres un árbol tan viejo que no hay en ti hoja ni fruto; así que piensa que rendirás a Nuestro Señor la pura corteza, ya que el demonio tiene las hojas y el fruto.
                                                     La muerte de Arturo, sir Thomas Malory

Cuando tiene lugar esta escena que nos relata Lucas, ya habría corrido la voz de lo sucedido en Caná. Muchos abrazaban la idea de que Jesús fuera el Mesías. Por eso, en la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde se crió y donde casi todos le conocen, permanecen atentos, expectantes, en actitud de escucha. Qué sacudida en los corazones debió suponer la voz y la enseñanza de Jesús en aquellos días... Jesús viene a hacerlo todo nuevo. En principio, transforma la relación del hombre con Dios, mostrándonos la posibilidad de una relación directa con un Dios que ya no es un lejano juez implacable, sino un cercano Padre amoroso.

            El Antiguo Testamento adquiere su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento. La vida de Jesús se adapta perfectamente a lo que los profetas vaticinaron muchos siglos antes. ¿Cómo iba a ser de otro modo, si Él es el Verbo encarnado? Ya lo dice San Agustín: La ley estaba preñada de Cristo. En Jesús se cumplen las antiguas profecías. “Mesías” y “Cristo” significan “Ungido”, el enviado para anunciar la buena nueva, para liberar, sanar y dar esperanza.

El comentario de Jesús a la profecía de Isaías es tan breve como contundente: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Movido por el Espíritu, Jesús se muestra como lo que es: luz, gracia, mano tendida, liberación, perdón, sanación, alegría… 

Somos en Cristo, miembros de Su Cuerpo místico, porque Él es el Verbo, el verdadero Sí mismo libre de ego y hacia Sí nos eleva. La verdad es una persona, Jesucristo, como dicen San Ambrosio y San Agustín. Y la justicia, la bondad, la belleza, la paz, también son Jesucristo. Jesús nos quiere con Él y en Él. La locura de la separación necesitaba este Salvador, que es uno de nosotros y uno con nosotros, llamados también, por tanto, a ser salvadores y libertadores.

Él es la buena nueva que instaura definitivamente la Unidad por el Amor. Tenemos que hacer lo que Él hace y amar como Él ama, ese es el centro de su enseñanza. Pero solo somos capaces de amar así si estamos unidos a Él, en Él, hasta que solo hay Uno. Porque Él quiere que hagamos de su obra y su palabra vida en nosotros, para que seamos uno en Él. Sí, hemos de mirarnos en Él hasta ser Él, porque Él lo quiere, nos transmite su Obra, lo que nunca pudiera haber conseguido nadie sino el Verbo, el Hijo de Dios, Dios y Hombre verdadero.

El año de gracia o jubileo consistía en la condonación de todas las deudas. Eso es lo que hace Jesús con nosotros. Nos regala un jubileo continuo, que nos libera de deudas y también de miedo, culpa, tristeza y soledad. Salvador, libertador, esa misión que lleva en su nombre y hace extensiva a cuantos le siguen, se lleva a cabo en dos dimensiones: una, material, y otra, sutil; una, exterior, visible, y otra, interior a cada uno. 

Por eso, no solo se refiere a los pobres por falta de recursos materiales, sino también a los benditos pobres de espíritu que no albergan soberbia en el corazón. Libera a los cautivos de otros hombres y a los que lo son de sus propias tendencias y pasiones. Devuelve la vista a los ciegos físicos y a aquellos otros cuya ceguera les impide vislumbrar lo real. Defiende y salva a los oprimidos por los hombres y a los oprimidos por sí mismos, por sus propias ambiciones, sus hábitos, sus falsas creencias, su locura…

Soberbios, cautivos de pasiones, ciegos o dormidos, oprimidos por la ira, el orgullo, el hedonismo… Él viene a salvarnos de la totalidad del pecado, de todo lo que nos impide acertar y llegar a la meta para la que hemos nacido. Porque la palabra pecado, del latín peccatum, significa tropiezo, fallo; y del arameo khata, o del hebreo jattá'th, significa errar el blanco, no alcanzar la meta, fallar en el objetivo.

  Él viene a entrenar nuestra "puntería" hoy, día en que se cumple la Escritura. Vino y vendrá, pero también viene hoy; su mensaje resuena vivo y actual para cada uno de nosotros. Jesucristo es eternidad; por eso, si tienes una experiencia de Dios a través de Jesucristo, tienes una experiencia de eternidad. Aprender a vivir ya en esa dimensión atemporal, en la que somos, es conectar con nuestro Ser auténtico, eterno y libre. Hoy es la plenitud del presente eterno. Porque el hoy que Lucas pone en boca de Jesucristo nos remite a esa eternidad de Dios y nos permite vivir conectados con la fuente de la que venimos y hacia la que vamos. 

Hoy se cumple esta Escritura para nosotros, que somos en Jesucristo. Porque Él, no solo es el rostro visible de Dios, sino también el presente de Dios, su continua actualización para quienes hemos sido enviados para anunciar el Evangelio a los pobres, la libertad a los cautivos, devolver la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor.


                                  119 Diálogos divinos. Conociendo a tu Dios

18 de enero de 2019

Hacia el banquete de bodas eterno


Evangelio según san Juan 2, 1-1

A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dice: “No les queda vino”. Jesús le dice: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora”. Su madre dice a los sirvientes: “Haced lo que él diga”. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: “Sacad ahora, y llevadlo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, porque habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”. Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.

Bartolomé Esteban Murillo (Pérez) - Bodas de Caná
                                                   Las Bodas de Caná, Murillo

Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará Dios contigo.
                                                                                                       Isaías 62, 5                            
En Caná, la Madre cede, de algún modo, el testigo al Padre. Hasta ahora, su misión fue cuidar de Jesús, educarle, enseñarle..., pero ha llegado el momento de que el Hijo amado, el predilecto, dé testimonio de Sí mismo, y proclame la buena nueva, la semilla del Reino para todos.

Si en Getsemaní estará triste hasta la muerte (Mt 26, 38), en Caná se muestra por un momento triste, serio, con la amargura del que empieza a vislumbrar la magnitud dramática de su misión. De ahí la respuesta inicial que, según San Máximo de Turín, no expresa enfado ni frialdad, sino que contiene un "misterio de compasión". 

            María, que ha comprendido el mensaje de Jesús, y sabe que una sola cosa es necesaria (Lc 10, 42), experimenta un cambio interior, deja de referirse al vino que se ha terminado, y se dirige a los sirvientes, es decir, a nosotros (los evangelios siempre están hablando de y para nosotros), con ese imperativo que es toda una catequesis: “Haced lo que él os diga”. www.diasdegracia.blogspot.com Dice “él” en lugar de “mi hijo”, como si quisiera hacernos percibir ese segundo alumbramiento de Jesús que acaba de producirse.

         Es entonces cuando Jesús actúa y ordena, en los dos sentidos de las palabras actuar y ordenar. Actúa de acción (es evidente), y de actuación, pues la vida de Cristo es un maravilloso, irrepetible y sagrado drama, que ejemplifica lo que ha de ser nuestra vida. Ordena de mandar (también es evidente en su imperativo “llenad”) y de poner en orden, pues nadie como Él pone orden en el caos que nos rodea y que nos llena.

            En el relato se nos presenta una carencia que tiene que ver con lo material, con las razones y condicionamientos del mundo. Falta lo necesario para algo cotidiano, el vino, como elemento de alegría y agasajo a los invitados. No queda vino, un gran apuro en una boda de esa época, una de las escasas ocasiones en las que la abundancia era primordial. ¿Eran realmente necesarios 600 litros de vino, cuando la celebración está acabando? ¿Cuál es la verdadera necesidad que hemos de leer entre líneas?

            El Señor interviene en cada carencia, cada apuro, cada fracaso, cada dificultad, haciéndonos ver que estamos en el mundo pero no somos del mundo, que si seguimos el imperativo de María, que nos fue dada como madre al pie de la cruz, y hacemos lo que Él nos dice, realizaremos el Reino aquí, ya. Entonces, escalamos de golpe muchos de los niveles que nos separan de nuestro ser verdadero, y que en este episodio de Caná se sintetizan didácticamente en tres, proyectando luz sobre las bases del camino espiritual. Niveles o etapas no excluyentes, sino que se van integrando verticalmente, sobre los buenos y necesarios cimientos de la piedra. Rechazar un nivel sería caer de nuevo en el dualismo, en la separación, y construir castillos en el aire.

Piedra. Base, estructura, cimiento firme y necesario.  Interpretaciones literales. Antiguo Testamento. Las Tablas de la Ley. Lo más exterior de las religiones, ritos, fórmulas. Las tinajas son 6, el número de la preparación, de los potenciales. El peligro sería no ver más allá, quedarse a ras de suelo, seguir ligados al mundo, creyendo a veces que somos muy espirituales, mientras nos mantenemos sujetos a leyes, normas y reglamentos, sin profundizar ni avanzar, la mano en el arado y la mirada hacia atrás (Lc 9, 62).

Agua. El anhelo de conectar con nuestra verdadera esencia hace que soltemos los condicionamientos y la rigidez de ciertas reglas y fórmulas, para asomarnos a una religiosidad más profunda y coherente, con más contenido y más compromiso interior. Se descubre el sentido del verdadero seguimiento. Nos convertimos en discípulos, fieles, con todo lo que ello implica.

Vino. La relación con Dios y con nuestra esencia inmortal va haciéndose más real, trascendiendo ritos, formas e intermediarios, viendo en ellos un instrumento útil, imprescindible para muchos, pero sin confundirlos con el fin. Hemos comprendido el sentido de la verdadera oración (Mt 6, 5-8)  y lo que significa adorar en espíritu y en verdad (Juan 4, 23-24). Podemos interiorizar esa unión y vivir conforme al mandamiento nuevo, el Mandamiento del Amor.

            Alcanzar el nivel del vino, de la vida, la alegría y el amor, supone tener la semilla enraizada y haber conectado con ese nivel de nosotros mismos donde sabemos quiénes somos y a qué destino de Unidad en Cristo estamos llamados. 

 María, a lo largo de nuestras vidas, nos dice continuamente: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús no deja de decirnos: “Llenad las tinajas de agua”. No se refiere a cualquier tinaja, sino a las enormes vasijas de piedra reservadas para el agua de las purificaciones. Quiere que llenemos esos recipientes vacíos con agua, símbolo de fecundidad y generosidad, de sed apagada. El agua es la pureza, la inocencia, la confianza, la capacidad de asombro, la creatividad del que suelta prejuicios, condicionamientos, creencias; suelta todo, da el salto que la auténtica fe permite dar, confía y se encuentra con su realidad esencial, la que es capaz de probar y saborear el vino nuevo.

Esa confianza puesta en Jesús hará que el agua que vertemos en las tinajas de la religión establecida se transforme en vino, en lo que realmente necesitamos, mucho más allá de cualquier necesidad material o anecdótica. Vino nuevo de la buena nueva, de la alegría incondicionada que nos embriaga en el banquete eterno que, para quien pueda entender  (Mt 19, 12), ya ha comenzado.

Se puede intentar en vano llegar al vino con esfuerzo y un largo trabajo interior, como sostienen algunas tradiciones espirituales, o se puede llegar por la gracia, creyendo en Jesucristo, aceptándolo, confiando en Él, dejando que sea Él quien haga el milagro.

Solo tenemos que hacer lo que Él nos dice: llenar las tinajas de agua, superar la etapa de la piedra, de la pura exterioridad del rito y el formalismo, llenando todo con el agua pura de la fe verdadera, la que no tiene que ver con creencias institucionalizadas ni con rígidos esquemas mentales, sino con la valentía y la libertad que nacen de un corazón despierto y entregado. Entonces probaremos y beberemos el vino de la alegría, porque Él, que es el esposo y es el vino nuevo, ha venido para que tengamos vida y la tengamos abundante (Jn 10, 10).

                                          ¡Oh, almas criadas!, Hermana Glenda

12 de enero de 2019

Hijos amados en el Hijo


Evangelio según san Lucas 3, 15-16.21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban sobre Juan, si no sería el Mesías. Juan les respondió dirigiéndose a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general, también Jesús fue bautizado. Y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado. El predilecto.”

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                                                    El Bautismo de Jesús, Perugino


                                      La bienaventuranza que nos trajo era nuestra.

                                                                            Maestro Eckhart

Todas las lecturas de hoy hablan de libertad y consciencia, de confianza y gratitud, de dominio de uno mismo, de fidelidad y amor, en definitiva, del Bien que Jesucristo nos anuncia y nos regala. Ese el sentido de la verdadera Bendición, fuente de paz y de alegría. Es lo que estamos escogiendo: la Divina Voluntad frente a la voluntad humana, la Vida, frente a la vida. www.diasdegracia.blogspot.com

A la Verdad original, en la que todos somos Uno, es hacia donde nos dirigimos para dejar de repetir los patrones de sufrimiento y egoísmo, esos “programas” de una “Matrix” cada vez más evidente, y más inofensiva, gracias a Aquel que vino a vencerla para que venciéramos con Él.

De esta victoria frente al mundo que Él viene a ofrecernos, hablan la primera y la segunda lectura (Isaías 42, 1-4.6-7 y Hechos 10, 34-38) y también el Salmo 28. Abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos y curar a los oprimidos por el diablo significa despertar a los que se creen separados, llevarlos a la Unidad, allí donde somos herederos del Reino, en los que el Padre se complace. Él nos ha escogido como hijos amados y predilectos desde siempre. Ya merecemos ese honor, esa dignidad, ese amor.

El Evangelio de hoy se centra en la Teofanía del Jordán, el bautismo de Jesús por Juan. Y está refiriéndose indirectamente a nuestro propio bautismo, siempre actual, porque cada instante de consciencia vivido en el amor y la unidad, podemos renovar las promesas bautismales. 

            Si contemplando el Belén con los ojos del cuerpo y, sobre todo, los del corazón, fuimos capaces de ver nuestro propio rostro en el del Niño, descansando en el regazo de María, bajo la mirada atenta de José, recibiendo los dones de los Magos, hoy podemos ser capaces de escuchar las palabras del Padre, dirigidas a cada uno de nosotros.

            El Bautismo es volver a la Fuente, en Su Agua viva nos renovamos, nos regeneramos para una Vida que no acaba. Porque esas palabras del Padre a cada uno no solo se escuchan en nuestro Bautismo, sino cada vez que recordamos nuestro origen y nuestro destino, renunciamos a lo que no somos y reconocemos nuestra verdadera esencia, ese nombre que Él nos dio antes de todos los tiempos.

           Cristo desciende al Río Jordán, se hace uno más entre el grupo de los pecadores que piden ser bautizados.También nosotros bajamos para subir, experimentamos esta vida material, con sus cruces y sus sombras, para morir y resucitar, iluminando la materia, elevándola con Él.

            El Bautismo es así un renacimiento: nacemos al descubrimiento de nuestra verdadera identidad, despertamos del sueño que nos hacía identificarnos con una persona (del griego, máscara) mortal y reconocemos quiénes somos realmente.

A veces hemos pretendido adulterar y rebajar la verdadera religión, cuya esencia es el intercambio, la comunicación y la unión del Espíritu de Dios con el espíritu del hombre, reduciéndola a fórmulas y ritos, a menudo vacíos por la superficialidad con que se viven. Esto ha separado a muchos de la Verdad y la Vida que se nos han manifestado en Jesucristo.

          Si no caemos en las redes de una falsa religión externa, sin contenido, y nos unimos a Jesucristo en Espíritu y en Verdad, somos vivificados por el Agua de Vida y el Fuego del Espíritu Santo que crea y regenera, sentimos el entusiasmo de ser en Dios y vivimos la libertad del Amor que nació en Belén, se manifestó ante los Magos, y se volvió a manifestar en el Jordán, cuando la Paloma bajó hacia Él y la Voz del Padre reveló su filiación divina.

Después de la Teofanía en el Jordán, Jesús necesitaba silencio y soledad, para poder mirar en lo más profundo de su ser, y reflexionar sobre el sentido de su misión. Busquemos también nosotros ese espacio solitario y silencioso donde discernir cuál es nuestra misión y prepararnos para ella.

                                44 Diálogos divinos. Bautismo

"Cada hombre, al nacer, recibe un nombre humano. Pero antes de que eso ocurra, posee ya un nombre divino: el nombre con el cual Dios, el Padre, le conoce y le ama desde siempre y para siempre. 
¡Ningún hombre es anónimo para Dios! A sus ojos, todos tienen el mismo valor: todos son diferentes, pero todos iguales, todos llamados a ser hijos en el Hijo."                                                                                   
                                                                               San Juan Pablo II

5 de enero de 2019

"Hemos visto salir Su estrella"


Evangelio según san Mateo 2, 1-12

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel»." Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
          
                                            Adoración de los Magos, Rubens

No se pusieron en camino porque hubieran visto la estrella,
sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino.

                                                                                                 San Juan Crisóstomo

               
Esos personajes misteriosos, a los que la leyenda ha otorgado rango de realeza, más que reyes, serían hombres sabios. Ni siquiera serían magos, con el significado que hoy damos a la palabra magia, sino astrónomos. El adjetivo vendría del latín magnus o del sánscrito maha, en el sentido de personas importantes, grandes, ilustres. Lo que sí es probable es que vinieran de Oriente que, para los judíos de la época, era todo lo que estaba al otro lado del Jordán.
            Movidos por la esperanza de conocer al Mesías, al que en Persia se le esperaba desde hacía siglos, una estrella se encendió en el cielo y otra, más fulgurante y cierta, en su alma.
            En los sermones de Epifanía, San Buenaventura solía predicar sobre la existencia de tres tipos de estrella. La estrella exterior: la que brilla en las Sagradas Escrituras; la estrella superior: la Virgen María; y la estrella interior: la gracia que el Espíritu infunde en el alma.
            Emprender el camino es necesario para recibir la luz de esta estrella. “Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz”, dice a Jerusalén el profeta Isaías (Is 60, 1). Hay que levantarse por encima de uno mismo y de todo lo que ciega y adormece, con el anhelo de llegar a la Meta.
El riesgo está en creer que uno va a poder hacer, lograr, realizar, caminar por sus propias fuerzas. El que así lo piensa y lo siente, no llegará muy lejos. Apenas se levanta, el orgullo, los prejuicios, la rutina y el egoísmo que le siguen dominando lo paralizan y le impiden avanzar, porque no ha habido un verdadero cambio interior que permita que la luz se encienda.
Si uno se pone realmente de pie, levantándose por encima de sí mismo, puede resplandecer. Ha muerto a sí mismo, al lastre de sus defectos, tendencias y limitaciones, y es ya pura entrega, puro abandono.
            El que se deja hacer, se deja encontrar y guiar con humildad, inocencia y buena disposición, ha alcanzado la paz que permite transformarse y recibir la luz directamente de su Fuente, sin intermediarios. 
Así debían ser estos magos o sabios de Oriente. Solo almas grandes como las suyas pueden levantarse sobre sí mismas, sobre sus miedos, dudas y prejuicios, sobre la tiniebla exterior e interior, y ponerse en camino.
Caminaron, se cansaron, perdieron la estrella, tal vez por las dudas e inseguridades, siempre al acecho, pero siguieron caminando y la volvieron a encontrar.
Merecen por su tesón y su confianza ser el símbolo de toda la humanidad. Porque en la Epifanía (del griego, manifestación) celebramos que Jesús nace, no solo para los judíos, sino para todos los pueblos y razas, para todos los hombres y mujeres del planeta.
¿Qué importa cuántos eran, de donde venían, el color de su piel, sus rangos o sus nombres? ¿Qué importa siquiera si existieron realmente o son solo una alegoría en ese engranaje perfecto y sagrado que son los evangelios? Solo Mateo menciona la escena, y sin prodigarse en detalles. Lo que importa es el mensaje: universalidad de la Historia de la Redención, adoración y ofrenda al Salvador en la figura de un recién nacido sin ningún signo externo de divinidad o realeza.
Porque esperaban adorar a un rey y, aunque encontraron un niño pobre, sin palacio, ni sirvientes o cortesanos, la luz que los guiaba, dentro y fuera, les permitió reconocer en Él al Rey del Universo. Es la inocencia, la limpieza interior, la capacidad de asombro y de ver más allá de lo evidente, lo que mantiene el corazón abierto al Misterio y al Amor.
Y vieron a Dios y lo adoraron en el recién nacido, hijo de unos aldeanos tan pobres que solo tenían un pesebre, donde comen los animales, para acostar a ese Niño, llamado a ser el Pan de Vida.
            Oro para el Rey, incienso para Dios, mirra (que se usaba para ungir los cadáveres antes de la sepultura), para el hombre, amarga como el sufrimiento que todo ser humano tarde o temprano ha de padecer. Esta triple ofrenda reconoce las dos naturalezas inseparables de Jesucristo: divina y humana.
Sigamos el camino que nos indican las tres estrellas que menciona San Buenaventura, para llegar hasta el Niño Dios y ofrecerle nuestros dones. (www.diasdegracia.blogspot.com )
Es lo que este año he pedido a los Magos de Oriente, para mí y para todos: que encontremos a Jesús -de un modo más real, íntimo y decisivo- y llegando a fundir nuestra voluntad en la Suya, podamos entregarle el oro de nuestra alabanza y nuestro agradecimiento, el incienso de nuestro amor y la mirra de nuestro corazón humano.
Mirra amarga de un corazón de peregrino, a veces cansado, a veces perdido, con las huellas del mundo y heridas de batallas invisibles, pero en pie, para que Su Luz siga resplandeciendo. Y ya no sabremos quién da y quién recibe pues seremos Uno con Jesús, la verdadera vida en Cristo.

                                           79 Diálogos Divinos, Epifanía

Quien busca el cielo
solo por la salvación de su alma,
tal vez siga el camino adecuado,
pero no logre el objetivo.
Mientras los que caminan enamorados,
quizás den mil rodeos,
pero Dios los llevará
donde están los bienaventurados.

                                    Henry Van Dike

               Hoy (siempre es hoy si contemplamos al Señor del Tiempo, Cronocrator, dice la liturgia hispano-mozárabe), recordamos de nuevo a ese cuarto Rey Mago que algunos conocen como Artabán, pero que tiene muchos nombres. Porque el cuarto mago, sabio o astrónomo, hombre ilustre o alma grande, eres tú, y soy yo. El cuarto mago son cuantos conservan la mirada y el corazón de niños, aunque lleven décadas cabalgando hacia la Fuente de la Luz, guiados por una Estrella que la mayoría del tiempo ni se distingue en un cielo nublado, pero, cuando se ve, es tan brillante, tan hermosa y familiar, que renueva las fuerzas, hace olvidar las noches oscuras y da sentido a toda una existencia, porque la guía hacia el Propósito original (Origen, Principio, Alfa y Omega).


                                 ARTABÁN, EL CUARTO REY MAGO



En todos tus caminos piensa en Él,
y Él allanará todas tus sendas.
Proverbios 3, 6

Yo te enseñaré y te instruiré en el camino que debes seguir;
seré tu consejero y estarán mis ojos sobre ti.
Salmo 32, 8

Cuenta una leyenda que los sabios de Oriente que fueron a conocer y adorar al Niño Dios eran cuatro, pero uno de ellos no llegó, se extravió por el camino. Al poco de emprender la marcha, decidió separarse de sus compañeros y perdió la estrella, no encontró al Niño. Durante treinta y tres años siguió buscando al Mesías, y lo encontró cuando estaba siendo crucificado. Hasta el Calvario lo llevó la luz recuperada.
¿Dónde se distrajo para perder la estrella? ¿Qué otras luces lo apartaron de la Luz? ¿Cómo logró recuperarla?
Dice un proverbio africano que, solo, se va rápido, pero, acompañado, se va lejos. Él quiso separarse para ir más deprisa, pero se extravió, caminó en vano. Perdió la estrella y se perdió la gracia infinita de Belén. Luego buscó a ese Niño durante más de treinta años; fue oyendo hablar de Él, de sus enseñanzas y sus milagros, pero cada vez que intentaba acercarse y recuperar la ocasión perdida, siempre llegaba tarde.
Siempre tarde, siempre a deshora… ¿Realmente tarde? Acaso no, porque fue de los pocos que estuvieron en el Gólgota y allí comprendió todo. Ante la Cruz recibió, en unos minutos, la enseñanza de toda una vida. Tal vez en Belén hubiera sido demasiado joven para valorarlo, tal vez, como tantos de nosotros, tenía que perderse y perderlo todo, para que su corazón se abriera y pudiera recibir tanta gracia.
Allí, en aquel escenario macabro y sublime, escuchó la promesa de Jesús al buen ladrón, comprendió que aceptar al Hijo de Dios ya salva, y se dio cuenta de que, para ser capaz de reconocerle y aceptarle, él llevaba buscando, caminando, aprendiendo a amar, treinta y tres años. Y bendijo a Dimas, al que se sintió tan unido, y a todos los que son capaces de rectificar, aunque sea al final.
Ante la Cruz descubrió la ternura del Niño recién nacido y la sabiduría del muchacho de doce años, capaz de asombrar a los doctores de la Ley. Estaba ahí también ese adolescente inspirado y todo lo que Jesús había sido en diferentes momentos; todos ahí, ofreciéndole sus dones a la vez. El joven carpintero entusiasta, el Jesús que bailó en Caná, el que luchó contra el adversario en el desierto, el Maestro que en el Sermón de la Montaña resumió lo que hace falta para entrar en el Reino, el que multiplicó los panes y los peces, el que se transfiguró en el Tabor, el traicionado, el incomprendido. Artabán se da cuenta de que, para entender cada uno de esos momentos, es necesario estar abierto a la comprensión.
Había tenido de niño, como casi todos los niños, la inocencia de un corazón transparente y asombrado. ¿Qué le cerró el corazón? ¿Qué lo mantuvo en tinieblas cuando los demás seguían la estrella? ¿Qué error o qué olvido lo alejó de la fuente del amor? Ajeno al gran Milagro, alejado del Misterio, apartado de su Gracia, separado.... ¿Quién o qué le ayudó a recuperar el corazón puro que necesita todo buscador?
Su sabiduría juvenil estaba llena de vanidad y soberbia. No merecía la estrella; aún no. Tenía que lograr unos ojos capaces de ver más allá de lo que la razón muestra o los sentidos captan. Fue perdiendo todo lo que le daba una luz falsa, una seguridad provisional: juventud, riqueza, poder... Tuvo que hacerse tan sencillo como los pastores, para saber reconocer e interpretar los signos.
Ya fue sencillo, cuando era un niño que encandilaba a los mayores con su inocencia y sus gestos de asombro. Se trataba entonces de emprender el camino de regreso, que es el descubrimiento del Amor. Algunos lo viven como un estallido de júbilo, gozosa epifanía, como un samadhi, diría un hindú, como un satori, diría un budista zen. Para Artabán fue un largo proceso.
En las noches cercanas a la Noche de Belén, no podía seguir a la estrella como hicieron Melchor, Gaspar y Baltasar porque aún no estaba preparado para seguir ni para buscar. Aún no se había vaciado ni desnudado lo suficiente como para que el Niño que se manifestó en aquel portal pudiera manifestarse en su corazón. Tenía que trabajar mucho sobre sí Artabán, debía recorrer el largo camino de acceso al Camino, ese sendero, para algunos como él, especialmente duro, angosto y empinado. Durante su búsqueda, aprendió a soltar, a renunciar, a dar y a darse. Fue desprendiéndose de todos sus bienes, aliviando las necesidades ajenas, ayudando, escuchando, compartiendo. Y cuando está frente al Salvador, el Mesías, se da cuenta de que no tiene más regalo ni más ofrenda que a sí mismo, su vida, su entrega, su cansancio.

A esto hemos venido casi todos: a perder la estrella y recuperarla, más bella y radiante de lo que la recordábamos, porque el sufrimiento consciente, la soledad, las lágrimas han limpiado los ojos hasta hacer de ellos otras estrellas, reflejos claros de la Estrella, de la Luz verdadera y única.
La Estrella siempre está, pero solo se la ve cuando uno despierta y se hace presente. Aparece como Luz cuando uno conecta con la luz que lleva dentro y puede iluminar a sus hermanos.

Artabán ha buscado a Jesús durante treinta y tres años, María Magdalena también, sin saberlo, había estado buscándolo durante toda su vida hasta que lo encontró y ya no hubo más sombra ni más frío para ella. Al ver a ese hombre enigmático, casi anciano, junto a la cruz, María intuye su búsqueda desesperada de la Verdad y la Vida.
- ¿Lloras por él? Nunca te he visto entre los discípulos.
– No he podido seguirle; llevo buscándolo treinta y tres años, desde que nació. Y lo encuentro en la hora de su muerte.
– Entonces, sí le conoces. Yo también lo busqué desde siempre. Por eso, al escuchar su voz por primera vez, pude reconocerle, porque en mi corazón ya le conocía.
– Pero a mí nunca me habló. No he podido descubrir en sus palabras a aquel a quien busco.
– Es ahora cuando vas a conocerle. Todo cuanto dijo e hizo, lo dijo y lo hizo también para ti, por ti. Te hablaré de él y sabrás cuanto tu alma necesita. Ven con nosotros, los que le conocimos te contaremos cómo fue y compartiremos contigo las enseñanzas que él nos confió. Le conocerás por sus palabras y sus obras, porque las llevamos en el corazón y en la memoria. Ven, hermano, él te hablará a través de nosotros y podrás seguirle y amarle como nosotros.

Su encuentro es con el Hijo de Dios en la plenitud del amor. Ya había ido recibiendo gracia en su larga búsqueda, mientras su corazón se abría y su alma iba creciendo; ahora la recibe por completo de la Fuente de la gracia y el amor; y sabe que todo ha tenido sentido.

              Artabán no lleva más regalo que su desprendimiento, su desnudez, su amor.
              Artabán, el que suelta y renuncia, el que busca, el que arriesga, el que escucha y acoge, el que da, el que se entrega, el que aprende a amar.
              Artabán, todos los que hemos buscado con corazón puro a Aquel que nos libera de tanto lastre y restaura nuestro pasado, trascendiendo el cansancio, la tristeza, los fracasos aparentes, los olvidos.