23 de junio de 2023

Juan es su nombre

 

Evangelio según san Lucas 1,57-66.80
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, vinieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "¡No! Se va a llamar Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en el espíritu, y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

El arte de ser madre: Nacimiento de San Juan Bautista | Gentileschi
Nacimiento de Juan el Bautista, Artemisia Gentileschi

No es solamente en aquel tiempo que «los caminos fueron allanados 
y enderezados los senderos» sino que todavía hoy el espíritu y la 
fuerza de Juan preceden la venida del Señor y Salvador.  

                                                                                          Orígenes  

Vosotros mismos sois testigos de que yo dije: “Yo no soy 
el Mesías, sino que he sido enviado delante de Él.” 
(…) Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar. 

Juan 3, 28, 30 
 
La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, por eso es Solemnidad. El único de los santos cuyo nacimiento se festeja. Celebramos el nacimiento de Juan, el de la Santísima Virgen y el Nacimiento de Jesús. Juan nace de una anciana estéril; María de un matrimonio de castidad ejemplar, Jesús de una joven Virgen. Zacarías no creyó en el anuncio de Gabriel y se quedó mudo; la Virgen creyó, y su “Fiat” concibió a Jesús por el  Espíritu Santo.

Poco antes de morir, Chesterton afirmó: "El asunto está claro ahora: entre la luz y las sombras, cada uno debe elegir de qué lado está." La Luz es Jesucristo, que nació en el solsticio de invierno, cuando los días empiezan a ganar tiempo a la noche. San Juan Bautista, el heraldo de la Luz, nace en el solsticio de verano, a partir del cual los días comienzan a disminuir, para recordarnos que hemos de dar paso a la Luz en el mundo y en nuestras vidas. 

Es necesario que Juan, el hombre, disminuya, para que el Hijo de Dios crezca. Disminuimos con el gozo del que sabe que, muriendo a sí mismo, se acerca a la verdadera grandeza, su condición de hijo de Dios, su naturaleza restaurada. Lo humano es así la antesala de lo divino, lo temporal, de lo eterno, la condición de hijos de mujer, frágiles y terrenales, precede a la condición de ciudadanos del Reino de los Cielos. 

Es el sentido de la conversión que predica Juan, con la aspereza y rigor de su temperamento de asceta, necesario en aquel momento para el pueblo judío, que aún no conocía el poder transformador del amor que Jesús vino a predicar. Juan predicaba la conversión, dejar de mirar solo las realidades perecederas del mundo y mirar hacia la realidades eternas.

El mayor de los nacidos de mujer (Mateo 11,11), la voz que clama en el desierto (Juan 1, 23), Juan el Bautista, el último de los profetas de la Antigua Alianza y el Precursor de Jesucristo, la Nueva Alianza de Dios con la humanidad.  Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar…, dirá Juan. ¿Qué debe menguar y qué debe crecer en nosotros para dejar de ser ciudadanos del mundo, hijos de mujer, y comportarnos como los ciudadanos del Reino de los Cielos, que somos por el Bautismo?

Que mengüe lo que no somos, el ego, las máscaras, los frutos de la soberbia, y crezca nuestra verdadera realidad de hijos en el Hijo.  Cada día, cada instante, podemos escoger entre ser solo hijos de mujer, de los que Juan el Bautista es el mayor, o ciudadanos del Reino, seguidores de Cristo y, por la gracia de su amor infinito, hijos de la Luz, imagen de Dios y, por fin, semejanza restaurada.

Desde el seno de mi madre me llamaste, cantamos con el Salmo de hoy. Dios nos soñó antes aún de que fuéramos concebidos. Nos conoce y nos ama desde siempre y nos llama por un nombre que aún no conocemos y que no es el nombre que nos dieron nuestros padres biológicos. 

Juan es su nombre, dijo Zacarías a sus parientes, tras recuperar el habla. Es el nombre que Dios mismo, a través de su ángel, había escogido, que en hebreo significa "favor de Dios" y también “fiel a Dios”. San Juan Bautista, favorecido por Dios desde el seno materno, es modelo de fe; abandona lo mundano y se retira al desierto a preparar el camino del Señor. Es modelo de humildad; renuncia a sus discípulos para que sigan al único Maestro. Y es también modelo de fidelidad y coherencia hasta la entrega de su vida por la Verdad, de la que es testigo y mensajero.

El mismo Jesús afirma que la ley y los profetas llegaron hasta Juan, símbolo de lo antiguo que anuncia lo nuevo. Por ser el último eslabón de lo antiguo, nació de un matrimonio de ancianos. Y por ser el heraldo de lo nuevo, fue santificado en el seno de su madre, la anciana Isabel, por Jesús desde el seno de Su Madre, la Virgen María. Y la gracia  recibida le hizo saltar de alegría en el vientre materno www.diasdegracia.blogspot.com .

El silencio de Zacarías es mucho más que un castigo por su incredulidad. Es un signo de que, en esta transición misteriosa entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, el sentido de las profecías quedaba en “suspenso”, velado, latente hasta el Nacimiento del que da cumplimiento a todas las profecías y todas las promesas, Jesucristo, nuestro Señor. Cuando nace Juan y recibe el nombre que Dios le ha dado, la voz del que clama en el desierto está lista para anunciar al Salvador, y Zacarías recupera el habla. Porque Juan era la voz y Jesús es la Palabra eterna que en el principio ya existía (Juan 1, 1). 

TEMOR Y TEMBLOR

Temor y temblor en el regazo oscuro
cuando la luz atraviesa 
el útero como un rayo
para mostrarme el Camino.

Dos embriones se encuentran;
uno, de hombre,
otro, divino,
acostumbrándose a la sangre,
haciéndose carne para poder tocar,
acariciar, derribar mesas de cambistas,
bendecir, sanar, resucitar a los muertos,
resucitar, Él Mismo, al tercer día.

¡Y ya lo veo!
Cómo no saltar en el seno de mi madre,
Isabel, Isha bethel, que significa:
mujer, casa de Dios;
cómo no agitarme
viendo, presintiendo mi latido de non nato
el drama, entero, consumándose
más allá del tiempo y del espacio… 

Gigantesco Jesús,
inmenso desde el seno virginal,
deja que mengüe,
que disminuya desde ahora, 
aunque mi cuerpo siga creciendo
para ser el asceta rudo
que se va formando desde el vientre
tan cercano al más puro
que te gestó, gesta, gestará infinitamente.

Es mi madre también,
más que ninguna después de la tuya,
Isha Bethel, mujer, casa de Dios.
Dioses sois recordará el Maestro,
yo lo seré, si Tú quieres,
en Ti, por Ti, contigo,
en ese reino de Hijos que vienes a anunciar.

Pero deja que antes disminuya, que mengüe,
que descienda, que desande,
me desnude de formas y ritos,
desaprenda los dulces pasatiempos,
renuncie a los goces de la carne,
que se forma en el seno de mi madre,
sorprendida de ver en el rostro de su prima,
la luz dulcísima, la belleza infinita
y eterna de la madre de Dios,
y madre nuestra.


                                           Benedictus, 2 Cellos, Karl Jenkins

16 de junio de 2023

Inmaculado Corazón de María

 

Evangelio según san Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Descubre a la Virgen de Guadalupe
Añadir leyenda

Aquel “conservaba todas las Palabras en su corazón” 
significa que las vivía. María era totalmente 
la Palabra, solo la Palabra.

                                                                                                                     Chiara Lubich

He escogido como imagen para este post, la única imagen de María no pintada por mano humana, la que quedó en la tilma de Juan Diego, en el cerro del Tepeyac, en 1531. De todas las apariciones marianas, es en esta donde María nos ofrece el mensaje más consolador, el más acorde con su misericordioso e Inmaculado Corazón, que late al unísono con el Sagrado Corazón de Jesús, su hijo, nuestro hermano, pues desde la Cruz nos la dio por madre, para guiarnos hacia el Reino de la Divina Voluntad, cuya Ley es el Amor. 

Escojo un extracto de ese mensaje, que deberíamos imprimir en el corazón para afrontar estos tiempos recios y extraños con confianza. Nos sirve este mensaje maravilloso para contemplar el Evangelio del Domingo (Mateo 10, 26-33). Como dice San Pablo en Romanos 8, 38, nada ni nadie nos puede apartar del amor de Dios. Ni la muerte, ni la vida, ni potestades, ni pandemias, ni la locura de quienes quieren imponer una dictadura del miedo y la mentira nos pueden apartar del amor de Dios manifestado en Su Hijo Jesucristo, y en María Santísima, que nos mantiene unidos a Sus Sagrados Corazones con vínculos eternos, como solo una Madre puede hacer.

“Juanito: el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los que me invoquen y en Mí confíen.
(…) No temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa…”

El Evangelio de hoy, 20 de junio, Fiesta del Inmaculado Corazón de María, inseparable del Sagrado Corazón de Jesús diasdegracia.blogspot.com, nos relata el episodio en que Jesús, Niño de doce años, se "perdió", cuando peregrinó a Jerusalén con María y José. 

María Santísima nos transmite en Reina del Cielo, libro dictado por ella misma a Luisa Piccarreta, cómo vivió aquellos tres días en que perdió a su Hijo y lo encontró en el Templo, enseñando a los doctores. Tres días, como los que estuvo en el sepulcro, como los que aguarda a que Le encontremos dentro de cada uno, nuestro amado, nuestro Dios, Verbo eterno, capaz de todo para que aceptemos Su Amor.

“Cual no fue mi asombro e inquietud que sentí cuando llegados al punto donde nos debíamos reunir y no lo vi a su lado. Sin saber lo que había sucedido, sentimos tal espanto y tal dolor que nos quedamos mudos los dos. Quebrantados por el dolor regresamos apresuradamente, preguntando con ansia a cuantos encontrábamos: “¡Ah! díganos si habéis visto a Jesús, nuestro Hijo, porque no podemos vivir sin Él” Y llorando lo describíamos: “Él es todo amable, sus bellos ojos azules resplandecen de luz y hablan al corazón; su mirada golpea, rapta, encadena; su frente es majestuosa, su rostro es bello, de una belleza encantadora; su voz dulcísima desciende hasta el corazón y endulza todas las amarguras; sus cabellos rizados, y como de oro finísimo lo hacen hermoso, gracioso; todo es majestad, dignidad, santidad en Él; Él es el más bello entre los hijos de los hombres.” Sin embargo, a pesar de nuestra búsqueda ninguno nos supo decir nada, el dolor que Yo sentía se recrudecía en modo tal, que me hacía llorar amargamente y abría a cada instante en mi alma heridas profundas, las cuales me provocaban verdaderos espasmos de muerte. 

Hija querida, si Jesús era mi Hijo, Él era también mi Dios, por eso mi dolor fue todo en el orden divino, se puede decir, tan potente e inmenso, de superar todos los otros posibles dolores juntos. Si el Fiat que Yo poseía no me hubiera sostenido continuamente con su fuerza divina, Yo habría muerto de espanto. 

Viendo que ninguno nos sabía dar noticias, ansiosa interrogaba a los ángeles que me rodeaban: “Díganme, ¿dónde está mi querido Jesús? ¿Adónde debo dirigir mis pasos para poderlo encontrar? ¡Ah! díganle que no puedo más, tráiganmelo sobre vuestras alas a mis brazos. ¡Ángeles míos, tengan piedad de mis lágrimas, socórranme, tráiganme a Jesús.” 

En tanto, habiendo resultado vana toda búsqueda, regresamos a Jerusalén, después de tres días de amarguísimos suspiros, de lágrimas, de ansias y de temores, entramos al templo, Yo era toda ojos y buscaba por todos lados, cuando de repente, finalmente, con gozo descubrí a mi Hijo que estaba en medio de los doctores de la ley, Él hablaba con tal sabiduría y majestad, que cuantos lo escuchaban permanecían raptados y sorprendidos; al sólo verlo sentí que me regresaba la vida y rápido comprendí la oculta razón de su extravío.”

                   La relación entre la Virgen de Guadalupe y el Reino de La Divina Voluntad

10 de junio de 2023

Eucaristía

 

Evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Disputaban entonces los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.”

Resultado de imagen de la multiplicacion de los panes y los peces goya
 La multiplicación de los panes y los peces. Goya

Desde ahora, a nadie conocemos según la carne; y aun a Cristo, si lo conocimos según la carne, ahora no lo conocemos así.
      2 Corintios 5, 16

Cuanto más frecuente sea la Comunión, más abundantes serán las bendiciones. Por ello, si existieran dos hombres absolutamente iguales por su vida y uno de ellos hubiera recibido dignamente el cuerpo de Nuestro Señor una sola vez más que el otro, sería en comparación con ese otro como un sol fulgurante, y tendría una muy especial unión con Dios. 

                                                                                                      Maestro Eckhart

Día para reflexionar y comprender lo que festejamos con la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el centro de nuestra fe, Dios con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. Soltamos lo que nos impida abrir el corazón, contemplar el Misterio y adorar. Porque en el Santísimo Sacramento del Altar, además del Jesús que recorrió Galilea, está el Verbo creador, el Cristo victorioso del Apocalipsis, todo el poder de un Dios misericordioso, que se esconde para alimentarnos.

Verbo increado y Dios encarnado… tanto amó Dios al mundo… En la Hostia y el Cáliz consagrados, vemos, tocamos, comemos a Aquel que anhelaba este encuentro desde toda la eternidad, el intercambio prodigioso, la correspondencia de amor que solo era posible haciéndose uno de nosotros. Pero además quiere, y así nos lo enseñó en la Última Cena, que cada uno de nosotros, de los Suyos, se haga Él.

En el Cenáculo, junto a sus íntimos, Dios consagra a Dios, ofrece a Dios, comulga y da a comulgar a Dios, llevando en Sí a todos los que se habían perdido, se pierden, se perderán. Redención total para el que la acepta. Cuando veas o sientas dolor de cualquier tipo, recuerda que Jesús aquella noche luminosa, asumió sobre Sí todos los dolores. Él, todo en todos. Él, todos para el Todo. El Cordero sin mancha que nos enseña a comulgar: unidos a Su Sacrificio eterno, con Su voluntad, Su humanidad y Su divinidad, poniendo en cada Comunión lo que Él puso en Aquella Comunión del Jueves Santo.

Por eso, en la Consagración, me ofrezco junto a Cristo y es el mismo Dios que acepta mi ofrenda insignificante, toma mi voluntad humana, la nada que soy, mis errores, olvidos y desvaríos, y lo transforma todo en Él. Y al comulgar, renuncio de nuevo a mí misma, para que Él sea en mí, me llene, me colme, me transforme, para que pueda amar y entregarme sin condiciones, como Él… diasdegracia.blogspot.com   

Lo más cercano al cielo que hay en la tierra es la Eucaristía, el sacramento del amor verdadero, donde somos preparados y enviados para amar (ite missa est) . Ahí es donde hemos de poner la atención, y Él pone Su atención en nosotros; nos transforma en Sí. La Eucaristía, lo aparentemente nada para el mundo de los ciegos, lo más real para la Vida.

Si supiéramos con todo nuestro ser y creyéramos con una fe firme y sin fisuras que tras la apariencia del pan y del vino está el Verbo que ha creado el universo, caeríamos de bruces. Adorar, qué otra cosa podemos hacer…, desaparecer en Él, abandonarnos en Su Vida, soltar todo lo que no es Él, dejar de ser para Ser. 

                                 Panis Angelicus, Cesar Franck, por Pavarotti


Todos los que le tocaban quedaron curados.

Cuando Jesús estuvo en este mundo, el simple contacto con sus vestiduras curaba a los enfermos. ¿Por qué dudar, si tenemos fe, que todavía haga milagros en nuestro favor cuando está tan íntimamente unido a nosotros en la comunión eucarística? ¿Por qué no nos dará lo que le pedimos puesto que está en su propia casa? Su Majestad no suele pagar mal la hospitalidad que le damos en nuestra alma, si le es grata la acogida. ¿Sentís la tristeza de no contemplar a nuestro Señor con los ojos del cuerpo? Dígase que no es lo que le conviene actualmente...

Pero tan pronto como nuestro Señor ve que un alma va a sacar provecho de su presencia, se le descubre. No lo verá, cierto, con los ojos del cuerpo, sino que se le manifestará con grandes sentimientos interiores o por muchos otros medios. Quedaos pues con él de buena gana. No perdáis una ocasión tan favorable para tratar vuestros intereses en la hora que sigue la comunión.

                                                                                    Santa Teresa de Ávila 
                                                                                    Camino de Perfección, cap. 34 

                                            14. Diálogos divinos. Eucaristía

3 de junio de 2023

Dirección: La Trinidad


Evangelio según san Juan 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

                        La Stma. Trinidad coronando a  María. Velázquez

La Trinidad es lo único necesario, el Valor supremo. Lo que se pone en juego en toda vida humana es la Trinidad ganada o perdida para siempre. La historia del mundo es un drama de redención; para unos acabará todo con la visión de Dios, para otros con una desesperación eterna… ¡Cómo cambiaría todo si supiésemos comprender que, a través de nuestros pasos diarios, prosigue la subida de las almas hacia la inmutable Trinidad! Sería preciso colocar en todas las encrucijadas de nuestras grandes ciudades un cartel o una flecha indicadora que nos indicara el porqué del mundo y de nuestra vida. Dirección única: LA TRINIDAD.
                                                                                            Marie Michel Philipon

Santísima Trinidad, tres Personas en un solo Dios. Un solo amor fecundo e inagotable. ¿Qué podemos hacer para que la Trinidad nos habite? Vaciarnos de palabras que pasan y cumplir la Palabra eterna. Disponibles para ponerla por obra, fieles a las promesas del Bautismo que nos transformó en hijos de Dios. Vivir en la verdad porque Jesucristo, el rostro visible del Padre, es la Verdad y el Espíritu Santo es el espíritu de la Verdad.

Prepararse para ser habitado por la Santísima Trinidad es el verdadero despertar. Lo más abstracto, para la mente limitada, nos saca de vanas elucubraciones y nos capacita para amar, porque la Trinidad es el ejemplo de la Unidad que conserva la individualidad para que el intercambio de amor sea continuo. Es lo opuesto de Babel, es la comprensión absoluta, la sintonía perfecta, que también contemplamos en www.diasdegracia.blogspot.com.

Reconocer la Trinidad como la dirección por la que avanzamos, como dice Philipon en la cita que abre este post, es haber encontrado el verdadero sentido. Hasta que aceptamos vivir la vida que Dios ha soñado para cada uno, todo es especular, en el literal sentido de la palabra. Cuando conocemos y asumimos Su Voluntad, la vida es obrar en Cristo, o mejor, dejar que él obre en ti, para que todo se oriente a ese amor divino que es origen y llegada, meta y propósito. El amor enfocado al amor. Cualquier actividad adquiere luz de eternidad. Incluso escribir cobra un nuevo sentido. Ya no es trabajar para obras vanas e innecesarias, como la mayoría de las obras publicadas, que recogen experiencias que se quemarán. Escribir es aprender el canto del Cordero, el Poema que sea grato al Señor como dice el Salmo 103. 

San Atanasio dice que todo se nos da por el Padre a través del Hijo en el Espíritu Santo. Por eso la “consigna” es vivir unidos a Cristo. No como una idea hermosa o como una doctrina, sino como la verdadera vida, de la que la otra es espejo, vivida en comunión trinitaria porque El Padre y el Espíritu Santo nos habitan por el Hijo que, como dice el Evangelio de hoy está con nosotros hasta el final de los tiempos.

Nicolás Cabasilas lo expresa así “En la creación, el Padre fue el modelador; el Hijo, la mano; y el Espíritu Santo, el que insufla o la vida. En la redención, el Padre nos reconcilió, el Hijo obró la redención y el Espíritu fue el don concedido a los que llegamos a ser amigos de Dios.”

Puede ser difícil vivir estas verdades si no se comprende, y se interioriza, que hay dos formas de existencia. La del mundo, del que, por Cristo, ya no somos, que es la que nos resulta familiar. Está condicionada por el espacio, con sus tres dimensiones, limitadas y concretas, y el tiempo, con su discurrir inexorable, ante el que nos sentimos indefensos, vencidos de antemano. 

La segunda forma de existencia, el nuevo mundo al que estamos llamados, en el que ya somos, aunque no nos demos cuenta, es la verdadera realidad, la dimensión eterna que nos corresponde, a la que Cristo asciende, ya en plenitud, sin por ello dejarnos. Porque es una realidad que se trenza con la otra, la de lo aparente, lo material, y lo sublima, espíritu y materia, trascendencia e inmanencia, Unidad, al fin.

Unidos a Él, ya estamos en el cielo, en la gloria, en el siglo venidero, aunque aún no nos hayamos despojado de los velos, a veces tan tupidos, de la carne. El viejo hombre y el viejo mundo han pasado; la nueva creación nos reclama. Vivamos ya la nueva vida de resucitados; hombres nuevos, capaces de ser testigos de Jesucristo y de llevar a cabo la misión que Él mismo nos ha encomendado: guardar, enseñar, compartir Su Palabra. Porque Aquel que tiene pleno poder en el cielo y en la tierra está con nosotros y Es en nosotros, todos los días hasta el fin del mundo. 

                              52 Diálogos Divinos. La Trinidad en el alma

“Señor, tu misericordia es eterna. Y tú, Cristo, que eres toda la misericordia, danos tu gracia; extiende tu mano y ven ayudar a todos los que están tentados, tú que eres bueno. Ten piedad de todos tus hijos y ven a socorrerlos; concédenos, Señor misericordioso, poder refugiarnos a la sombra de tu protección y vernos liberados del mal y de los secuaces del Maligno.
Mi vida se ha enmarañado como una tela de araña.
En tiempo de desgracia y turbación, hemos llegado a ser como refugiados, y nuestros años se han marchitado bajo el peso de la misericordia y de todos los males. Señor, tú has calmado la mar con una palabra tuya; en tu misericordia, aplaca también las turbulencias del mundo, sostén al universo que se tambalea bajo el peso de sus pecados.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Señor, extiende tu mano misericordiosa sobre los creyentes y confirma la promesa hecha a los apóstoles: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Socórrenos como los socorriste a ellos y, por tu gracia, sálvanos de todo mal; danos seguridad y paz para que te demos gracias y en todo tiempo adoremos a tu santo nombre.”
                                                                                                           Liturgia Caldea

Lo que agrada a Dios, Luis Alfredo Díaz

“Pensad en la unidad, y ved si en la multitud misma agrada algo que no sea la unidad. Gracias a Dios, vosotros sois muchos: ¿quién os conduciría sino disfrutarais de unidad? ¿De dónde procede ese descanso en la multitud? Pon unidad, y habrá un pueblo; quita la unidad, y habrá una turbamulta.
¿Qué es un turbamulta sino una multitud confusa? Escuchad al Apóstol. Hablaba a una multitud, pero quería que todos fuesen unidad. Os ruego, hermanos, que todos digáis lo mismo y que no haya entre vosotros divisiones; sed perfectos con un mismo sentir y con un mismo saber. Y en otro lugar: Sed unánimes, sintiendo la unidad, sin hacer nada por rivalidad ni por vanagloria.
Ved, entonces, como se nos recomienda la unidad. Nuestro Dios es ciertamente Trinidad. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos. Y, sin embargo, no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un único Dios omnipotente; la misma Trinidad es un único Dios, porque la unidad es necesaria. A esta unidad no nos conduce otra cosa que el que, aun siendo muchos, tengamos un solo corazón.”
                                                                                                      San Agustín