26 de octubre de 2019

Sin Él soy nada. Con Él soy todo


Evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola. “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
       
LA SAGRADA ESCRITURA EN CUADROS DE ROBERTO LEINWEBER - EL FARISEO Y EL PUBLICANO - SERIE VIII /C4 (Postales - Postales Temáticas - Religiosas y Recordatorios)
Fariseo y publicano, Robert Leinweber
                     

Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.
                                                                                   Maestro Eckhart


El domingo pasado veíamos la necesidad de perseverar en la oración y comprendíamos que ser insistente no significa que haya de llenarse de palabras. Muchas veces, si la actitud del que ora no es sincera ni humilde, la oración vocal puede transformarse en declamación, presuntuosa o inconsciente, que da vueltas en torno a sí misma. 

Vacíate para que puedas ser llenado; sal para que se pueda entrar, dice San Agustín. Para comunicarnos con Dios, no podemos permanecer en nuestro nivel de conciencia habitual, esa vigilia falsa, somnolienta y distraída, que gira en torno al ego y nos hace ser muertos que entierran muertos. Para hablar con Dios y hacer de esa oración un estado habitual, hay que despertar y mantenerse despiertos, vigilantes, a la escucha, como Samuel (1 Sam 3, 3-18). Con ese gesto, esa postura interior de apertura y acogida, podemos taladrar los obstáculos que nos separan de Dios.

¿Quién reza?, ¿cómo?, ¿desde dónde?… Si la oración es sincera, persistente y humilde, es escuchada, porque Dios no atiende a hipócritas, a tibios ni a soberbios… Mejor dicho, son estos los que no atienden a Dios, sino a sí mismos y a sus ídolos. Por eso no oran, sino que cantan la misma canción narcisista una y otra vez.

Para alcanzar la pureza interior que capacita para orar, hay que observar la sombra que proyectan esos pensamientos y emociones sobre el propio mérito, el valor y la bondad que nos atribuimos, consciente o inconscientemente, y nos llevan a juzgar a los demás y considerarlos inferiores. Si tenemos el valor de atravesar toda esta maraña ilusoria de pensamientos, para mirar de frente nuestra nada ante Dios, si reconocemos nuestra miseria y debilidad, podemos conectar con la Fuente de todo y orar de verdad, seguros de ser escuchados, atendidos, salvados.

Comprender la parábola del publicano y el fariseo y lograr ver ambos personajes en uno mismo, es muy revelador. El fariseo no es justificado (salvado), porque no está hablando con Dios, sino con la imagen de Dios que ha construido –su ídolo– sobre la inestable base de su propia vanidad. En cambio, la oración del publicano es sincera porque está reconociendo su desvalimiento, su impotencia ante el Todopoderoso. En el publicano humilde, está orando su esencia, su ser verdadero, el hombre interior; mientras que en el fariseo no hay oración, sino pose, engolamiento, hipocresía, soberbia; es el hombre exterior, que aún ha de morir para nacer de nuevo.

         Estos dos hombres subieron al Templo; "subir", para intentar conectar con lo Superior. El Templo, esa habitación interior donde hemos de orar, donde Dios mora si queremos. Allí es donde entran y cierran la puerta los dos hombres (o mujeres) que somos cada uno: el hombre exterior y el hombre interior. 

        El fariseo que, por fin, se ha atrevido a mirar su absurda complacencia, su corazón lleno de sí mismo, es decir, vacío, y lo ha desenmascarado, reconociendo que era un disfraz de su inseguridad, sus complejos y sus miedos, ha visto la enorme viga de su ojo y ha olvidado la mota en el ojo de su hermano, ha dejado de sentirse superior, separado. 

         Y sube también a ese Templo del alma el hombre interior, que se sabe nada, cuya sincera humildad lo eleva y perfecciona, hasta  ponerle en conexión con lo absoluto, lo perfecto, lo real. Ambos hombres se unen, se integran en el único ser que eran sin recordarlo, y pueden finalmente orar y elegir ser salvados.

Si nos mantenemos en guardia, vigilantes, veremos cuándo el fariseo que llevamos dentro, olvida su ser esencial y vuelve a querer llenarse de sí mismo y sentirse superior. 

          Si en la oración te estás buscando a ti, al ídolo que de ti mismo has forjado, no estás orando. Hay que atreverse a soltar la imagen ilusoria de quien creemos ser. Y también hemos de soltar cualquier imagen que nos hayamos hecho de Dios, conscientes de que es imposible hacernos una imagen de Quien Es todo.

Porque el fariseo no está rezando a Dios sino a la imagen que de Él se ha hecho. Lo ha pretendido convertir en un contable al que hay que rendir cuentas de los propios méritos y ante el que hay que ganar ventaja frente a los demás.

Lo importante es que sepamos ver en nosotros estas actitudes farisaicas, a veces tan camufladas que resulta muy difícil identificarlas, y que encontremos también a ese hombre interior humilde y sincero, desapropiado de todo, que es capaz de orar.

Seguir el modelo de oración del Maestro es nuevamente la clave. ¿Cómo oró Jesús? Nunca manifestó deseos personales. Su oración fue de alabanza, acción de gracias y comunión. Cuando pedía por los demás, era para mayor gloria de Dios y salvación de los hombres. Si Dios sabe lo que necesitamos, ¿qué vamos a pedir?

En el Padrenuestro, la oración vocal por excelencia, no hay deseos egoístas, sino una entrega real al Padre, un ponerse bajo Su influencia para hacer Su voluntad. La oración sencilla, sin jactancia, sin complacencia ni  servilismo, directa y clara; ruegos tan auténticos y esenciales que no pueden por menos que ser atendidos, si el que reza ha alcanzado ese nivel de pureza y sinceridad.

Jesús es el único que no tiene que negarse a sí mismo porque es el Sí mismo y, al mismo tiempo, la humildad absoluta. Bienaventurado el que no se escandalice de mí (Mt 11, 6). Para no escandalizarse de Él hay que estar dispuesto a aceptar y cumplir su Palabra totalmente, no solo en lo que nos resulta fácil porque no toca nuestra imagen o nuestra miserable "casita de muñecas". 

          Asumir su Palabra y hacerla vida en nosotros, exige un cambio radical. Los que se empeñan en defender su posición, su falsas creencias, o tal vez solo esos prejuicios que les hacen despreciar a los demás, seguirán escandalizándose de Aquel que no hace acepción de personas porque viene a salvar a todos, no solo a un grupo de escogidos, Aquel que frecuenta a pecadores, publicanos y prostitutas y denuncia la hipocresía de escribas y fariseos.

¿De qué sirven los esfuerzos personales y los méritos aparentes del que no puede aceptar que todo es gracia, derroche generoso, don gratuito de Dios? Si recuperamos la inocencia esencial, nuestro será el derecho a participar en el banquete eterno, aunque hayamos sido grandes pecadores. No en vano, Jesús relató la parábola del fariseo y del publicano, para hacernos ver quiénes serán los elegidos entre los muchos llamados. Porque es uno mismo el que se elige, vaciándose de sí mismo, dejado atrás las vestiduras oscuras de la soberbia, la mentira, el egoísmo y la tibieza, para poder llenarse del Sí mismo. www.diasdegracia.blogspot.com
                                                        

            SEPARACIÓN
                                               Donde existe el ego, todo es infierno.
                                               Y allí donde no existe el ego, todo es paraíso.

                                                                                             Abu Sa’id
Aprende la lección,                                                        
apréndela ahora,
antes de que la olvides y te creas
el mayor o el mejor;
antes de que el destino con sus leyes
te apunte, en la fatídica
página roja de su libro gris,         
un saldo deudor,
una cita pendiente.



Bendito sea el Señor, Sergei Rachmaninov 

19 de octubre de 2019

Orar ahora


Evangelio según san Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario». Por algún tiempo se negó; pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».” Y el Señor añadió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

Moses with men holding up his hands


                               Yo te invoco, oh Dios, porque tú me respondes.

           Salmo 17,6

En la primera lectura de hoy (Éxodo 17, 8-13), vemos cómo Moisés se abre al auxilio del Señor con total confianza. Y se abre ahora, confía ahora, porque solo hay un “ahora”, ese instante en el que somos eternos si estamos unidos a Dios.

Como la viuda insistente del pasaje del Evangelio, que no se rinde ante el juez indiferente y nos da una lección de perseverancia y confianza. Ella no carga con el lastre de falsas creencias, prejuicios o miedos. No se dispersa ni se distrae en su petición. “Solía ir a decirle”…; era constante, fiel…. ¿Qué es ser fiel? ¿Cómo es el “fiel” de una balanza? Vertical, en su centro, preciso, infalible… Perseverancia, constancia, oración continua. San Pablo nos lo recuerda y tantos santos y padres de la Iglesia…

Pero hay otra vía, que en el fondo es la misma, la Única, aunque no lo parezca. Existe una oración tan directa, tan contundente que va al centro de la diana. Y ¿cuál es la diana para nosotros los cristianos, sino el Sagrado Corazón de Jesús, del que brota la Divina Misericordia?

Esa otra vía es la oración que nos aconseja Santa Teresa, cuya fiesta acabamos de celebrar: mirarle solo a Él. O la de Dimas, el buen ladrón, maestro de oración: Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. O San Agustín, que nos enseña que el Señor es más íntimo al corazón del hombre que uno mismo.

Basta una oración, un gesto, una mirada si se hace desde esa consciencia capaz de integrar todo y dar sentido a toda una vida… Basta una oración, como un rayo contundente y decisivo, un rayo tan luminoso que, aunque basta, podemos, queremos repetirlo cada día, cada instante, fundidos en el Sol del que emana, Sol de Justicia y Misericordia, Sol invicto que es el Señor.

Jesús oraba siempre, pero cada vez como si fuera la única. Y todo confluyó, con-venció, se cumplió en la oración final: En tus manos encomiendo mi espíritu. O ni siquiera fue esa…; la última, acaso, fue un gesto: inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Jesús, que oraba siempre, hizo su última, total oración con ese gesto de abandono supremo.

Las dos vías, orar siempre (www.diasdegracia.blogspot.com), orar ahora, se unen en la única Vía, Jesucristo, Camino único. Porque la oración constante y continua es sobre todo una actitud interior, un giro constante para fundirnos con Él que nos mueve, nos alienta y vivifica. Oración como un estado de conciencia que se expresa en toda una vida, y también en un gesto, una mirada, una elección valiente, que nos de-termina, nos de-fine, nos cumple. 

Porque ya no se trata de escoger entre cantidad o calidad. Ambas son necesarias, pero fuera de corsés, más allá de ritos de voluntad humana que fomentan la inercia, la rutina, el olvido de lo esencial, esa mejor parte que no nos será quitada: vivir siempre fundidos con Jesucristo, para que Él viva en nosotros. Fusión de voluntades, imagen y semejanza.


                           Jesús,  mi vida, viviendo en mí, Dietrich Buxtehude

Todas mis ansias están en tu presencia" (Sal. 37,10)... Tu deseo, es tu oración; si tu deseo es continuo, tu oración también es continua. Por eso el apóstol Pablo dijo: "orar sin cesar" (1Te 5,17). ¿Puede decirlo porque, sin tregua, doblamos la rodilla, prosternamos nuestro cuerpo, o elevamos las manos hacia Dios? Si decimos que rezamos sólo en estas condiciones, no creo que pudiéramos hacerlo sin tregua.
Pero hay otra oración, interior, que es sin tregua: es el deseo. Aunque te encuentres en cualquier ocupación, si deseas este descanso del sábado, del que hablamos, rezas sin cesar. Si no quieres dejar de rogar, no dejes de desear.
¿Tu deseo es continuo? Entonces tu grito es continuo. Te callarás sólo si dejas de amar ¿Quiénes son los que se callaron? Son aquellos sobre los que se dijo: "al crecer la maldad, la caridad de muchos se enfriará" (Mt 24,12). La caridad que se enfría, es el corazón que se calla; la caridad que quema, es el corazón que grita. Si tu caridad subsiste sin cesar, gritas sin cesar; si gritas sin cesar, es porque deseas siempre; si estás repleto de este deseo, es porque piensas en el descanso eterno. 


                                                                                                        San Agustín

Acuérdese, se lo ruego, de lo que le recomendé, que es pensar a menudo en Dios, de día, de noche, en todas sus ocupaciones, en sus ejercicios de piedad, incluso durante sus distracciones; Él está siempre junto a nosotros y con nosotros, no Lo deje solo: a usted le parecería una descortesía dejar solo a un amigo que la visitase. ¿Por qué abandonar a Dios y dejarlo solo? Así pues, ¡no Lo olvide! Piense en Él a menudo, adórelo sin cesar, viva y muera con Él, esa es la verdadera ocupación de un cristiano; en una palabra, es nuestro oficio; si no lo conocemos, hay que aprenderlo. 

                        Fray Lorenzo de la Resurrección

12 de octubre de 2019

Reconocer para dar gracias


Evangelio según san Lucas 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”.

                                     Curación del leproso, Cosimo Rosselli

De los diez leprosos curados de la lepra, solo uno, el marginado samaritano, vuelve a dar las gracias a Jesús. No comprende cómo los demás no han regresado… Él será bienaventurado y recibirá mucho más que una mera sanación física, porque es agradecido, bien nacido, merecedor de todos los dones.

El leproso, el impuro es una metáfora de nosotros. Cuántas vidas podridas, pudriéndose, pueden limpiarse, solo por entrar en contacto con la Vida y confiar en Él. Es necesario estar despierto para darse la vuelta y regresar, muy despierto para recordar y reconocer al que nos sanó, totalmente despierto para discernir entre lo importante y lo interesante, entre la ley que asfixia y la Ley del Amor que libera.

Levántate, vete a casa, dice al leproso y a tantos. Al decir "vete", Jesús está diciendo "recuérdate, recuerda quién eres, regresa a Casa, a tu Corazón, donde eres uno conmigo".
En la segunda lectura de hoy (2 Timoteo 2, 8-13) se nos recuerda la importancia de mantenernos unidos y fieles a Jesucristo. En eso consiste la verdadera fe, en adherirse a Él, para Ser en Él. Es el “salto cuántico” que no todos se atreven a dar porque supone arriesgar el ego, renunciar a la voluntad humana actuando separada de la Voluntad Divina… El décimo leproso sí se atreve, por eso vuelve a dar gracias. No da las gracias, da gracias. Al reconocer al Salvador, ya es en Él. Eso significa que su fe le ha salvado y nos salva cada día.
“Dioses sois” recuerda Jesús en otro pasaje del Evangelio. Qué diferente del futurible, tentador “seréis como Dioses” con que el Adversario, disfrazado de serpiente, nos hace caer… Dioses sois…. ¡Por Su gracia, somos dioses, somos en Dios! Atrevámonos a pensarlo, sentirlo y decirlo, tengamos la audacia del único leproso que regresa, el más despreciable, el más impuro de todos a los ojos de los que están cegados por el cumplimiento, el único que merece la purificación total a los ojos del Señor. Por si aún no nos atrevemos a pensar, sentir, decir que somos por la gracia lo que Dios es por naturaleza, dejemos que San Bernardo y San Buenaventura nos ayuden:

“Seremos lo que Él es. Pues a aquellos a quienes les fue dado el poder de llegar a ser niños de Dios, les fue también dado el poder, no por cierto de ser Dios, mas de ser lo que Dios es. De un modo inefable e impensable, lo que Dios es por naturaleza, el hombre llega a serlo por gracia. ¿Preguntas cómo puede eso acontecer, puesto que la esencia divina es incomunicable? Te respondo en primer lugar con San Buenaventura: “si quieres saberlo, interroga a la gracia, y no a la doctrina; al deseo, y no a la razón; al suspiro de la plegaria, y no a la aplicada lectura; al Esposo, no al maestro; a Dios, no a los hombres;  a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que enciende por entero y conduce a Dios con ardiente anhelo, fuego que es Dios mismo”.”

Y como el décimo leproso, damos gracias porque recibimos gracia continuamente. El que no es agradecido no es agraciado y no puede fundirse, unirse, ser en Él lo que es Él. Si morimos con Él, viviremos con Él… Si lo negamos, también Él nos negará, subraya San Pablo en la Segunda Carta a Timoteo. Negarle es no reconocerle y, por tanto, no ser agraciado ni agradecer, no aceptar ser por gracia lo que Él es.

El único leproso que agradece, el único que se sana totalmente, no solo a nivel físico, nos recuerda al “único justo” que se menciona de otros modos en la Biblia.

Los diez leprosos, como vemos en www.diasdegracia.blogspot.com, se saben bien la oración de petición, y “al que pide se le dará….” El décimo leproso “se sabe”, además, aunque aún no sepa que lo sabe, otra oración de petición, porque hay otro “pedir”, no el concreto, el literal, el de los nueve desagradecidos o, mejor, incapaces de recordar-reconocer-volver-agradecer. El pedir cosas concretas es lícito, claro, si procede de otro nivel de oración que ya no necesita pedir, aunque pida, no necesita hablar, sino escuchar, y más que mirar, anhela ser mirado, dejarse mirar, dejarse ver… Es el “pedir” del que ya tiene/es, que nos lleva a otra expresión, más profunda para el que tiene oídos que oyen: al que tiene (es consciente de la plenitud que es) se le dará, al que no tiene (al que no es), se le quitará hasta lo que tiene (cree tener)…

Los que solo piden cosas concretas, materiales, externas, buscan fuera, alienados de sí mismos, olvidados de su esencia, y solo quieren acumular experiencias, soluciones, cosas aparentemente buenas, que no están enraizadas en lo Real, buscan el bien-estar, e ignoran el bien-ser. Han olvidado la mejor parte, lo único importante en realidad, lo que daría sentido a todo lo demás, las “añadiduras”, que vienen de forma natural cuando ponemos en primer lugar el Reino, el Ser, la Vida verdadera.


                               1. Diálogos Divinos. Conociendo a tu Dios


“Dios quiere poseer nuestro corazón Él solo; si no lo vaciamos de todo lo que no es Él, él no puede actuar y hacer lo que quisiera. Dios se lamenta a menudo de nuestra cegazón; exclama sin cesar que somos dignos de compasión por contentarnos con tan poco. Tengo –dice– tesoros infinitos que daros y sin embargo ya os deja satisfechos una pequeña devoción sensible que se pasa en un momento. Con eso, atamos de manos a Dios y detenemos la abundancia de sus gracias.”
        Fray Lorenzo de la Resurrección

“Para que aprendan tus hijos, a los que has amado, Señor
que no son los brotes de los frutos los que alimentan al hombre,
sino tu palabra la que mantiene a los que en ti creen.
Porque lo que no se consumía por el fuego,
Se derretía tan solo por el calor de un tenue rayo de sol;
Para que se sepa que hay que adelantarse al sol para darte gracias
y dirigirse a ti al despuntar la luz.
Que la esperanza del desagradecido se derretirá como escarcha invernal
y escurrirá como agua que no sirve para nada.”

                                                                                  Sabiduría 16, 26-29