30 de diciembre de 2023

Santa María, Madre de Dios


Evangelio según san Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

                                           Adoración de los pastores, Murillo

                                                       Bendecid, que para esto hemos sido llamados,
                                                       para ser herederos de la bendición.
                                                                                                                 Pedro 3, 9

Dice Henry Nouwen que dar una bendición crea aquello que pronuncia. La bendición tiene que ver con la afirmación de la bondad original del otro. Tal vez por eso me gusta tanto y me mueve por dentro la Bendición de El Libro de los Números, que la liturgia propone para recibir el nuevo año:

El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti y te conceda la paz.
                                                          Números 6, 24-26

Acojamos con gratitud y buen ánimo la bendición que el Señor nos ofrece sin cesar, conscientes de que Él, fiel a su promesa, está con nosotros siempre (Mateo 28, 20), en cada acontecimiento, cada encuentro, cada ausencia, cada palabra, cada silencio, cada alegría y cada tristeza, porque nada ni nadie nos puede separar de Su amor (Romanos 8, 38-39).

Teniéndole a Él de nuestra parte, nada logrará abatirnos ni robarnos la paz. Entonces, como decía la optimista y audaz Juliana de Norwich, hace más de seiscientos años, todo irá bien, y todo irá bien, y toda clase de cosas irán bien (all shall be well, and all shall be well, and all manner of things shall be well).

La mejor, más efectiva y poderosa bendición que podemos dar y darnos tiene que ver con lo que hoy leemos en el Evangelio: y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lucas 2, 21).

Si dudamos de que todo irá bien, podemos recordar las palabras de San Bernardo y pronunciar, compartir, pensar y sentir este Nombre nuevo y antiguo, Nombre eterno, que no separa ni divide como el resto de los nombres, sino que ilumina, transforma y da la Vida:
El nombre de Jesús no es sólo luz, también es alimento. ¿No te sientes reconfortado siempre que lo recuerdas? ¿Hay algo que sacie tanto el espíritu del que lo medita? ¿O que pueda reparar tanto las fuerzas perdidas, fortalecer las virtudes, fomentar el amor?
Que el Nombre de Jesús nos bendiga cada día de nuestra vida y que seamos capaces de conservar la gracia y los dones recibidos, meditándolos en el corazón, como hacía María, Madre de Dios, misterio y dogma que hoy celebramos para iniciar el nuevo año a la luz misericordiosa de su mirada. www.diasdegracia.blogspot.com 

Su Corazón Inmaculado triunfará sobre todo y sobre todos, porque la victoria es de Cristo, y Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra es un solo eslabón con su Hijo. Por eso, digan lo que digan, proclamen el Quinto Dogma Mariano oficialmente o no lo hagan, ella es, desde siempre y para siempre, corredentora. 

                                                    197. Diálogos divinos. ¿Corredentora?


                                                  198. Diálogos divinos. ¿Corredentora? II



LA VISITADORA

Era Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujiera cuando entrara.
Era una mujer seca, harapienta y oscura
con la frente de arrugas y la espalda curvada.

Venía sucia de barro, de polvo de caminos.
La iluminó la luna, y no tenía sombra.
Tembló María al verla; la mula no, ni el buey,
rumiando paja y heno igual que si tal cosa.

Tenía los cabellos largos color ceniza,
color de mucho tiempo, color de viento antiguo.
En sus ojos se abría la primera mirada,
y cada paso era tan lento como un siglo.

Temió María al verla acercarse a la cuna.
En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría…?
Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le ofreció la cosa que llevaba escondida.

La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse.
¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!
El Niño la miraba. También la mula. El buey
mirábala y rumiaba igual que si tal cosa.

Era en Belén y era Nochebuena la noche.
Apenas si la puerta crujió cuando se iba.
María al conocerla gritó y la llamó: «¡Madre!»
Eva miró a la Virgen y la llamó: «¡Bendita!».

¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
Afuera aún era pura, dura la nieve y fría.
Dentro, al fin, Dios dormido sonreía teniendo,
entre sus dedos niños, la manzana mordida.

                                                                           Antonio Murciano


                                                       Mary, did you know? Pentatonix


He aquí que Yo hago nuevas todas las cosas…, dice Jesús en el Apocalipsis. Todo nuevo… Esa transformación de la anciana oscurecida, arrugada, encogida de tiempo, olvido y pecado, en la joven luminosa de inocencia recobrada es lo que anhela nuestro corazón, lo que cantan todos los poetas (escriban poemas o no…). Es la belleza, tan antigua y tan nueva, por la que San Agustín dio todo…. Porque Él nos hizo para Sí... Que descanse ya ahora nuestro corazón en Él, Dios con nosotros, tan cerca que es más íntimo a mí que yo misma…, tan cerca que está dentro… Detente, descansa, alma mía, recobra tu calma; nada te turbe…. 

Todos los poetas, todos los amantes del Amado, todos los adoradores vengan y vean cómo la manzana mordida de pecado se deshace en el polvo de los siglos, porque la verdadera Historia comienza con Aquel que hace nuevas todas las cosas. Todo nuevo, lo demás, el miedo, la angustia, las pérdidas, los fracasos, las derrotas…, todo es sueño, viejo sueño de olvido y separación…, píxeles de una matrix virtual, que se borran y desaparecen con solo pulsar una tecla, la tecla del Amor, que ya fue pulsada antes de todos los tiempos, fue nuevamente pulsada cuando María dijo "hágase" y el Salvador vino al mundo, y permanece activada, desde entonces, para que sigamos amando hasta el final, que es el nuevo Principio. Cielos nuevos, tierra nueva… 

Hoy, a punto de iniciar otro año para la historia que pasa, entrego mi manzana mordida al Niño del pesebre, que me mira bajo la sombra de una cruz. Le doy mi vieja manzana de miedo y deseo, de sueño y tristeza, de olvido y cansancio, y Él, con Su mirada de Amor, me ilumina, me transforma, me endereza, vuelve a crearme, para una nueva Vida en Él. 

Durante mucho tiempo creí que mi nombre significa "la bien nacida", hasta que el padre Josemaría, uno de los mejores sacerdotes y personas que he conocido, me dijo que, en realidad, significa "la bien generada". Después de una vida de olvido y ceguera, de tantos años para el polvo y para el viento, pido al Niño que, ya que no he hecho honor al nombre que me puso mi madre querida, pueda ser, al fin, "la bien regenerada", para que mis dos madres ya siempre juntas sonrían, porque camino hacia ellas en este tramo del valle de lágrimas que se va acortando. 

Día de gracias, día de bendiciones, agradezco tanta gracia al Señor que ha venido a salvarnos y a devolvernos la Vida divina que perdimos, y, como Eva regenerada, le digo a la Madre: ¡Bendita! Ella, por quien nos vino la Gracia y que es mediadora de todas las gracias, nos bendiga y acompañe cada día.

24 de diciembre de 2023

Navidad continua

 

Evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este era de quien yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado.

                                         Puer natus in Bethlehem, J. S.Bach

Para que nosotros, seres relativos, podamos volver al Absoluto, 
es preciso que el Absoluto descienda y nos tome. 
Ese descenso es justamente la encarnación del Verbo; 
ese tomarnos es Jesucristo, el Hijo único de Dios. 
He aquí el evangelio.

                                                                                                    Paul Sédir

El Concilio Vaticano II nos recuerda que, desde el principio de los tiempos, el Verbo ha estado iluminando a todos los que nacen en el mundo. Desde la primera Navidad, hace ya más de dos milenios, como dice William Johnston, podemos rezar íntimamente al Jesús que anduvo por el mar de Galilea y que murió en la cruz, al tiempo que creemos por la fe que el mismo Jesús, cósmico y glorificado, se le revela a todos los hombres y mujeres que han existido o existirán. Ésta es la grandeza de la unión mística con Cristo, el Verbo encarnado. 

Para que Él pueda llevar a cabo su obra y nacer en nosotros sin ningún obstáculo, hemos de vaciarnos de todo lo falso y accesorio… Por eso san Agustín nos dice: “Vacíate para que puedas ser llenado; sal para poder entrar”. Vaciándonos y guardando silencio, la Palabra podrá ser pronunciada en cada corazón y podremos escucharla. Vacíos, seremos llenados; callados, Él hablará. El olvido de sí hará posible el Recuerdo de Sí, que nos lleva a la Fuente de lo Verdadero.
       
Jesús, el Verbo encarnado, Dios y hombre: Dios que nos creó, hombre que nos recrea. En Él vemos la imagen de Dios que el conocimiento humano puede captar y asumir. De su mano caminamos hacia la Visión plena y definitiva. Porque si la creación del mundo es expresión del poder de Dios, la encarnación del Verbo es expresión de Su amor infinito.
En Él, la naturaleza humana es elevada de su estado condicionado y abocado a la muerte, para enraizarse en el Yo del Verbo, una ya con Él. Es la encarnación; la posibilidad de levantarnos gracias a Su venida. Somos Hijos si queremos, con un destino glorioso para los que se abren a esta luminosa “propuesta”.
Él se encarnó por nosotros, pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud y eternidad que integra todo, incluidas las formas y los nombres. Pero si nos quedamos en lo temporal, no llegaremos a lo más sutil, lo sublime, lo absolutamente perfecto. Qué misterio asombroso e inefable que Él se haya abajado, siendo lo único Real, a tocar en la puerta de nuestros dormidos corazones, para que pueda encarnar en nosotros la Vida.
En su tratado Sobre la encarnación del Verbo, San Atanasio afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios; se hizo visible corporalmente para que nosotros tuviéramos una idea del Padre invisible, y soportó la violencia de los hombres hasta la Cruz, para que nosotros heredáramos la vida eterna.

El Señor del Tiempo, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis). Vivió cronológicamente, como un hombre mortal, para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.

Desde entonces, no hay nada que hacer, según lo que el mundo entiende por "hacer". Solo Ser, en Él, lo que Dios soñó para cada uno, porque nos ha abierto las  puertas a una eternidad donde seguir siendo. 

            Dios, la Unidad primigenia, entra por amor en la multiplicidad. La no-forma se hace forma, lo absoluto entra en lo relativo, lo no manifestado en lo manifiesto, lo ilimitado se hace limitado, concreto; lo eterno se hace temporal, el Todopoderoso se vuelve vulnerable.

Imitemos la humildad de Jesús, para recibir la Luz que viene con un corazón sencillo, como el de un niño, con la pureza esencial, la inocencia que permite reconocer el Misterio y aceptarlo. Él es el modelo de manifestación, porque encarnó por amor. Encarnemos conscientemente para amar sin medida, como Él. No hay un gozo mayor que el que nos brinda el Amor que podemos vivir a cada instante, en ese presente eterno donde somos uno con Él. diasdegracia.blogspot.com  

                                  78. Diálogos divinos. Navidad continua

Desde otro "instante sagrado", más allá del tiempo y del espacio, el poeta José Miguel Ibáñez Langlois canta con claridad y belleza el tesoro escondido de estos días: que Cristo no es un maestro más ni un avatar, que Él es la Fuente de la Vida, el Camino, la Luz, el Hijo de Dios que viene a liberarnos.

Él no es un iluminado porque Él es la Luz.
Él no ha buscado la verdad porque es la Verdad.
No es un héroe del verbo porque es el Verbo.
Él no se ha descubierto ni a sí mismo.
Jesús de Nazaret, qué diantres,
con la voz de la infinita humildad, simplemente susurra antes de morir:
yo soy la resurrección y la vida,
yo soy la luz del mundo,
Yo Soy El Que Soy,
Yo Soy.

16 de diciembre de 2023

Del "no soy" a Ser en Cristo

 

Evangelio según San Juan 1,6-8. 19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?” Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?” Él dijo: “No lo soy”. ¿Eres tú el Profeta? Respondió: No. Y le dijeron: "¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?" Él contestó: Yo soy “la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor” (como dijo el profeta Isaías). Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: "Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan les respondió: "Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia". Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Juan Bautista y los fariseos, Murillo

Vosotros mismos sois testigos de que yo dije:
“Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de Él.”
(…) Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar.

 Juan 3, 28, 30

El mayor de los nacidos de mujer (Mateo 11,11), la voz que clama en el desierto (Juan 1, 23), el precursor, Juan el Bautista, dice: "Yo no soy el Mesías" (Juan 1,20). Es necesario que Juan, el hombre, disminuya, para que el Hijo de Dios crezca. 

Juan nació en el solsticio de verano, momento a partir del cual los días comienzan a acortarse. Jesucristo, el Sol invicto, nace en el solsticio de invierno, desde el cual los días comienzan a crecer. Hemos de disminuir, menguar, con el gozo del que sabe que muriendo a sí mismo se acerca a la verdadera grandeza, su condición de Hijo, su naturaleza restaurada. 

Lo humano es así la antesala de lo divino, lo temporal de lo eterno, la condición de hijos de mujer, frágiles y terrenales, de la condición de ciudadanos del reino de los cielos. Es el sentido de la conversión que predica Juan, con la aspereza y rigor de su temperamento de asceta, necesario en aquel momento para el pueblo judío, que aún no conocía el poder transformador del amor que Jesús vino a predicar. 

Conversión, metanoia, teshuvah, dejar de mirar solo las realidades perecederas del mundo y mirar hacia la realidades eternas. Todos somos nacidos de mujer, pero el Bautismo nos hizo ciudadanos del Reino para ser, no ya solo imagen del Padre, sino también la semejanza perdida. 

Juan responde: “No soy yo”. Descubre su propia identidad, sin pretender apropiarse ni siquiera de una chispa de ese Sol que venía anunciando. Confesar la propia "nada" exige verdad, valor y coherencia, ese hablar sí cuando es sí y no cuando es no (Mateo 5, 37) que enseña el Maestro. Hay tanta palabrería vana en nuestras vidas, que a veces parece incluso hacernos olvidar ese puro desvalimiento que somos sin Dios.

Es el camino del “no soy”, como lo llamó Johannes Tauler, el camino de la negación de uno mismo, del puro abandono, de reconocer la propia nada con la humildad más absoluta. Dice Tauler: “Mientras te falte una partecita de verdadero abandono, mientras no la hayas adquirido de verdad, Dios ha de serte por siempre extraño y no sentirás la dicha suprema y más honda en este tiempo y en la eternidad.”

Lucifer quiso ser, Adán y Eva quisieron ser. Todas las guerras, los conflictos interiores y exteriores proceden del deseo compulsivo de ser, olvidando que no se puede ser sin morir a uno mismo. Juan el Bautista, el mayor de los nacidos de mujer, nos enseña a reconocer, sentir y decir con él: "no soy Él, pues no soy nada, no soy".

El Evangelio está lleno de “no soy” asombrosos, expresión de una fe bien aquilatada con ese oro espiritual que es el mayor tesoro. La cananea y su constancia inquebrantable, a la que no le importa compararse con un perro, con tal de recibir la gracia de Jesús. El centurión, cuyo criado está al borde de la muerte, que no se siente digno de que el Maestro entre en su casa, en su vida, en su corazón; Dimas, el buen ladrón, que solo se atreve a pedir un recuerdo del Hijo de Dios cuando llegue a Su Reino. “No soy”, está diciendo también la pecadora que se arrodilla a los pies de Jesús para lavarlos con sus lágrimas y secarlos con sus cabellos, aquella a la que tanto se le perdona, porque su negación de sí misma procede del amor. Y a quien mucho ama, mucho se le perdona (Lucas 7, 47).

Nulidad, desvalimiento, reconocer que sin Él nada somos y nada podemos… El Camino del “no soy”, tan diferente en apariencia del “Yo Soy”, y tan coincidente en realidad, porque al “Yo Soy” se llega por la humildad del negarse uno mismo. La soberbia solo lleva al “seréis como dioses” de la serpiente, y de tantos caminos que se basan en el ego, la ilusoria "autoliberación", confiando solo en las propias fuerzas, lo que no es más que otra faceta de la diabólica separación. 

Aquí está de nuevo la maravilla conciliadora e integradora del cristianismo: el “no soy” lleva implícito el “Yo Soy”. No soy en mí, por mí, para mí, pero soy con Él, en Él, para Él, y con los demás, por Aquel al que encontramos en el prójimo y nos lleva al Reino del amor, la dicha y la libertad.

Claro que la meta es el "Yo Soy"; "Sois dioses" dice el Salmo 82 y nos recuerda el mismo Jesucristo (Juan 10, 34).  Pero al “Yo Soy” no se llega por la soberbia y la desobediencia, sino por la humildad y la aceptación de la Voluntad divina. Es el camino del “no soy”: perder la vida, el mundo entero, para ganar el alma (Mateo 16, 24-26), el camino de María, con su "sí" incondicional que abre las puertas a la Salvación, el camino de Juan Bautista, voz que clama en el desierto y prepara la llegada del Señor. 

Es también el “caminito pequeño” de Santa Teresa del Niño Jesús, del poverello de Asís, de todos los místicos, anonadados en su enamoramiento, los Padres del Desierto, la Filocalia, el Hesicasmo, la Oración del Corazón...

Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar… ¿Qué debe menguar y qué debe crecer en nosotros para dejar de ser ciudadanos del mundo, hijos de mujer, y comportarnos como los ciudadanos del Reino de los Cielos que somos por el Bautismo?

Que mengüe lo que no somos, el ego, las máscaras, los frutos de la soberbia, y crezca nuestra verdadera realidad de hijos en el Hijo.  Cada día, cada instante, podemos escoger entre ser solo hijos de mujer, de los que Juan el Bautista es el mayor, o ciudadanos del Reino, seguidores de Cristo y, por la gracia de su amor infinito, hijos de la Luz, imagen de Dios y, por fin, semejanza restaurada.
  
                                            Deus fit homo ut homo fieret Deus.
   (Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios.)
                                                                            San Atanasio

                                         Jesús, alegría de los hombres, Bach

La cantata de Bach, Jesús, alegría de los hombres, tan apropiada para este Tercer Domingo de Adviento, Domingo Gaudete, de la alegría, en el que nos regocijamos y saltamos, como Juan el Bautista en el vientre de Isabel, al sentir la Presencia inminente del que siempre está viniendo, Jesús, el Salvador. diasdegracia.blogspot.com     

Abrimos nuestros corazones para recibirlo, preparamos con alegría y esperanza el Camino al Señor, sin miedo a meguar para que él crezca. Porque disminuye lo que no somos y a la vez crece lo que estamos llamados a ser desde el inicio. Nos hacemos, como Juan, testigos de la Luz. Bendito propósito, del que empezamos a ser conscientes y ante el que nuestras historias personales se rinden, se arrodillan, menguan hasta morir, para transformarse en Vida. 

9 de diciembre de 2023

Preparad el camino al Señor

 

Evangelio según san Marcos 1,1-8

Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos".» Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

                                               El Bautismo de Jesús, Murillo


El mundo puede cambiar si vosotros cambiáis. Si os convertís en el hombre nuevo, haréis posible al mundo nuevo; y en el Evangelio tenéis todas las luces y las fuerzas necesarias para crear, el uno por medio del otro, al hombre nuevo y al mundo nuevo. 
                                                                                      Padre Gatry
                                                        

               
Adviento, tiempo de esperanza y alegría, de ponernos en pie, de alzar la cabeza, de atrevernos. ¿Qué nos detiene?, ¿qué nos estorba?, ¿qué nos impide caminar al encuentro del que viene? Ver esos obstáculos es ya un gran paso para liberarse y estar disponible para ser un instrumento fiel. Verlo nos expande, nos abre perspectivas, nos quita lastre, nos libera, recordándonos que estamos en el mundo pero no somos del mundo…

Adviento, presencia, aquí y ahora, vigilantes despiertos, vivos y reales, sabiéndonos ya liberados de la muerte por Aquel que está viniendo. 

Adviento, fidelidad, promesa  cumplida, confianza, alegría, amor. Tiempo para recordar que ya somos libres y hemos de vivir conscientes de serlo. La libertad es ausencia de miedo y no temer es la raíz de la alegría. Él es por eso: libertador, salvador, defensor, roca, motivo de dicha. Libre, el que no teme y por eso puede estar en paz, y sentir alegría. www.diasdegracia.blogspot.com


VOZ QUE ANUNCIA A LA PALABRA

El desierto es mi hogar y mi destino.
¿Quién no atraviesa en su vida un desierto?
Pero el mío ha sido mi morada,
paisaje desnudo para el asceta,
arena infinita para el precursor.

Profeta de la Luz,
heraldo de la Vida, eso soy yo,
desde este espacio yermo
que me abrasa de día
y de noche congela hasta las lágrimas.

Cómo hubiera seguido tus pasos
si otra hubiera sido mi misión;
habría aprendido a bailar y reír,
para poder predicar la alegría del Reino.
Mas debía seguir en mi desierto,
exhortando a la conversión.

Quién pudiera ser de pecadores
el consuelo, el refugio, el defensor,
y no el hostigador, y no el azote,
y no el recuerdo ingrato de las penas
para el que no quiere ser
ciudadano del Reino de la alegría.

Por eso pregunté si eras tú,
desde el ventanuco de mi cárcel postrera,
no porque lo dudara, era una forma
de acercarme a tu grupo
de discípulos fieles, compartir
desde la distancia del cautivo
vuestra amistad, vuestro entusiasmo.

Qué ingrato y qué difícil mi papel,
lejos del Maestro, pero anunciándole.
Te bauticé porque me lo pediste,
con estas manos ásperas
de asceta solitario,
del último del  Reino de los Cielos,
yo, Juan, que, desde el seno de mi madre,
en el seno de la Tuya te reconocí.

Yo soy la voz que clama en el desierto
y anuncia la Palabra que eres Tú,
Verbo eterno, Palabra
definitiva del Padre, ven Jesús,
sigue viniendo, yo, Juan,
el último del Reino,
no dejo de anunciarte y proclamar
que eres Señor.


Cantata 147, J. S. Bach

“Cuando buscamos una palabra en un gran diccionario tardamos en llegar a ella, pues nos solicitan tantas imágenes y palabras que a menudo ni siquiera nos acordamos de lo que buscamos y volvemos a cerrar el libro, cansados, dispersos, vacíos y tan ignorantes como antes.
Satán es la distracción en la multitud de las cosas creadas por el hombre en el mundo, que nos impide ir directamente hacia Dios. Por eso se le llama el tentador.
La dificultad es grande, pues hay que tener los ojos bien abiertos para buscar la palabra, estamos obligados a ver las demás palabras, y hay que tener mucho atrevimiento y determinación para no hacer caso y seguir recto hacia la palabra clave, ¡al reino de Dios que nos da todo lo demás por añadidura! Pues se busca toda esa añadidura en el polvo de las palabras infinitas e inasible en; saber mirar el mundo y no verlo.”

Louis Cattiaux da en el centro de la diana, con una reflexión que nos recuerda la ceguera y dispersión, cada vez más evidente, de estos últimos tiempos. Él habla de palabras y diccionarios, pero lo podemos ver también en los centros comerciales, en las alienantes redes sociales, en las diabólicas estrategias comerciales de la red. “Red”, qué acertada palabra para esta Matrix que nos esclaviza, nos aturde, nos convierte árbol estéril, en paja que se quemará. Fijémonos en Juan el Bautista hoy, Segundo Domingo de Adviento. Escuchémosle hoy, siempre es hoy, porque aún estamos a tiempo de ser trigo o árbol que da buen fruto.

Liberémonos de todo lo que obstaculiza el camino al Señor, que ya viene. Soltar, limpiar, vaciar... Dejemos de ordenar las sillas del Titanic, pues así discurre nuestra vida tantas veces. Ese no querer perderse nada de lo que el mundo ofrece, que nos lleva a perder el alma y la vida eterna. Dejemos de estar encandilados con las preciosas sillas del Titanic. Que otros las ordenen, admiren y adornen, si quieren, que las sigan hasta el légamo oscuro y frío donde acaban todos los naufragios. Pongámonos nosotros manos a la obra para ordenar nuestra alma, con la mirada puesta en María, la Estrella de la Mañana. Ella nos guía hacia la orilla donde Jesús nos espera.