31 de octubre de 2021

Escucha, Israel

 

Evangelio según san Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.


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Jesús entre los doctores, Giovanni Paolo Pannini

Por su cualidad misma, el amor es la semejanza con Dios, en la medida en que le es permitido a los mortales. Por su energía, el amor es la embriaguez del alma. Por su naturaleza, el amor es la fuente de la fe, abismo de paciencia, mar de humildad
                                                             San Juan Clímaco

“Escucha Israel”, leemos en la primera lectura (Deuteronomio 6, 2-6), y lo recoge el Evangelio de hoy. Escuchar como “preparación” para poder amar a Dios y al prójimo. Escuchar, detenerse, mirar, atender…, pues la más grave sordera es la sordera ante Dios, que nos habla de muchas maneras: mediante el espectáculo de la naturaleza, en las Sagradas Escrituras, en la plenitud de los tiempos, a través de su Hijo, también nos habla en el corazón, y ahora nos habla, claro, directo y profundo, a través de los escritos dictados a Luisa Piccarreta por el mismo Jesús. Escritos que han inspirado a Benedicto XVI y la Iglesia ha aprobado y reconocido.

Él nos sigue diciendo “te amo” de todas esas formas y de un modo especial desde la Cruz, signo de amor total. Qué oportuno que estemos reflexionando sobre el mandamiento principal en estas fechas de pensar la muerte, como decía santo Tomás Moro, de recordar a los santos y rezar por los difuntos. Porque la cruz, el sufrimiento, la pérdida, vividos junto a Jesús, enseñan a amar. Todo es amor en el acto único y atemporal de Dios: la Creación, la Redención, la Santificación a la que nos llama. 

Siempre estuvimos envueltos en este amor, aunque no lo supiéramos. El alma sí conocía este destino de Unión. Si nos fijamos bien, con la mirada del corazón, que es la mirada de Jesús, vemos que todo es símbolo del amor eterno e infinito que se comunica a veces a través del sufrimiento, las pruebas, las pérdidas aparentes. 

No nos dejemos engañar por lo que ven los que miran, piensan, sienten cómo el mundo. Sintamos, miremos como Jesús, para ver la vida que palpita bajo la apariencia de tristeza y dolor, y amemos a Jesús en todos y a todos en Jesús.www.diasdegracia.blogspot.com   

Amar a Dios y amar al prójimo, y hacerlo de corazón, sin reservas, sin medida…, imposible desde los valores del mundo: oportunismo, competencia, individualismo... Para empezar a amar desde nuestra condición frágil y limitada cuando, como San Pablo, hacemos lo que no queremos y eludimos lo que queremos, la voluntad es esencial, pero no la voluntad humana, que es inconstante y veleidosa, sino la Voluntad de Dios, que nos creó por amor, nos redimió por amor y nos santifica para hacernos semejantes a Él y eternizar el intercambio de amor al que estamos llamados. 

Queremos amar y, sobre todo, queremos amar como el Señor quiere, en Su Voluntad. Por eso ya no buscamos sentir, pensar, experimentar... Si llega el sentimiento, bienvenido, pero lo importante es hacerlo en Su Voluntad, con la intención de ser fieles a ella. Todo comienza, y también crece y se asienta, sobre una disposición interna de nuestra voluntad que debe unificarse con la Voluntad divina. Así lo expresa San Anselmo de Canterbury:


Todo lo que hay en la Escritura depende de estos dos preceptos.

Reinar en el cielo es estar íntimamente unido a Dios y a todos los santos con una sola voluntad, y ejercer todos juntos un solo y único poder. Ama a Dios más que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres -con tal de que estos no se aparten de Dios- y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, Dios y todos los santos se conformarán con la tuya. Por tanto, si quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas. Pero no podrás poseer perfectamente este amor si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen su corazón llenos de amor de Dios y del prójimo no quieren más que lo que quieren Dios o los hombres, con tal que no se oponga a la voluntad de Dios. Por eso son fieles a la oración, hablan del cielo y se acuerdan de él, porque es dulce para ellos desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en quien aman. Por eso también se alegran con el que está alegre, lloran con el que sufre, se compadecen de los desgraciados y dan limosna a los pobres, porque aman a los demás hombres como a sí mismos. De esta manera toda la ley y los profetas penden de estos dos preceptos de la caridad. 


                                            290. Diálogos Divinos. El verdadero amor I

No me mueve, mi Dios, para quererte 
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 
clavado en una cruz y escarnecido, 
muéveme ver tu cuerpo tan herido, 
muévenme tus afrentas y tu muerte. 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 
que aunque no hubiera cielo, yo te amara, 
y aunque no hubiera infierno, te temiera. 

No me tienes que dar porque te quiera, 
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

                                                                                               Anónimo

23 de octubre de 2021

Bartimeo


Evangelio según san Marcos 10, 46b-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.


                                               La curación del ciego, El Greco

                                   En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
                                                                                                                 Juan 1, 4

BARTIMEO
  
Al borde del camino lo invoqué,
que acercara su llama a mi tiniebla,
que abrasara mis párpados pegados
y amanecieran sus ojos en los míos,
ciegos desde hace siglos, noche eterna.

Cómo no iba a saltar, soltarlo todo,
ir hacia Aquel que, con solo llamarme,
me estaba liberando de mí mismo.
Bastó sentir que Él es la luz del mundo
para que tanta luz naciera nueva
en mis ojos, cansados de no ver.

Escuchar su llamada hizo de mí
otro hombre: el hijo de Timeo,
para siempre arquetipo de los ciegos
que se atreven a ver con otros ojos,
sutiles y escondidos, capaces de apreciar
lo que vive y alienta, Lo que Es,
más allá de los cuerpos y las formas.

Apenas le atisbé con esos ojos
que ven el interior, lo que no muere,
y supe que un Sol nuevo se acercaba.
Abrasa mi ceguera, dijo mi corazón,
atraviésame, Hijo de David,
con el rayo implacable de tu amor.

Maestro, que vea, rogué confiado,
y le estaba pidiendo mucho más
que el sentido de la vista. Él lo sabía,
por eso dijo: tu fe te ha curado,
que significa: tu fe te ha salvado. Y lo seguí
por el camino que empieza en Jericó,
al borde de la sombra de este mundo,
y aún recorro, dos mil años después.

Recuperé la vista antes de ver,
cuando supe, con el don de la certeza,
que aquel hombre era el Hijo esperado de David.
No precisaba verlo con los ojos del cuerpo
para reconocer su linaje y su poder,
pero ante su semblante comprendí
que era el rostro humano del Altísimo.

Y abrí los ojos, por Él resucitados,
y encontré un universo recién amanecido.

¿Cómo sabía yo que aquella voz
venía de un Sol nuevo y a la vez antiguo?
Bastaba oírle para comprender
que su mensaje era el definitivo,
que sus palabras jamás pasarían,
aunque el cielo y la tierra se acabaran.

Cómo no descubrir que Él es la Luz
si percibí la eternidad vibrando,
radiante, en lo profundo de su voz.

Dijo: “Sea”, y fue la Luz
nueva del universo recreado.
Todo nuevo lo hacía; a mí también,
pobre mendigo ciego, qué limosna tan grande,
la más clara visión, la más hermosa
que en mi noche cerrada jamás imaginé.

Anda, me dijo, tu fe te ha curado,
y percibí, justo detrás de él,
una sombra alargada, como un árbol,
o como una gran cruz, y me entró frío,
un frío intenso, más cruel que la ceguera.

Por eso lo seguí por el camino,
mis ojos llenos de luz, y en mi frente,
esa terrible Cruz que nos salvaba.

Cómo no levantarme de aquel salto
si me estaba llamando la Verdad,
y cómo no caminar eternamente
por los senderos que abre la Belleza
del Hijo de David, el Salvador.

Tú me darás la Vida a cada paso,
yo cantaré mi fe con alegría,
para que el mundo conozca el resplandor
de tu figura, y los ciegos vean,
los cojos anden, los muertos vivan.

No quiero más limosna ni más gracia,
consuelo o esperanza que ver siempre
tu perfil encendido, donde nacen
los colores del Reino, transformando
este mundo que, ciego, languidece
en la penumbra gris de un álbum viejo.

Maestro, que vea, dije convencido,
y escuché brotar de mi garganta
el grito desesperado de un millón de ciegos,
mil millones de ciegos, tal vez más,
a lo largo y lo ancho de la historia.

Un grito o una súplica, un clamor,
que él apacigua con el rayo firme,
vertical, de su voz eterna y libre,
deshaciendo en octavas musicales
todos los miedos de la humanidad,
las sombras que nos atan y separan.

Cómo no tener fe, si en sus palabras
sonaba el eco del “Hágase la Luz”,
por mí y por cuantos quieran renacer
para poder mirarse en el espejo
del rostro de Dios en el mundo.

Jesús de Nazaret, Hijo de David,
Origen de la Luz, yo, Bartimeo,
con los ojos abiertos
y el corazón despierto,
aún te sigo.



16 de octubre de 2021

Disponibles para el Reino


Evangelio según san Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?” Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Contestaron: “Lo somos”. Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”. Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

                                            Lavatorio de pies, Duccio di Buoninsegna

                         Entonces el hombre bueno llamó a Gawain, y le dijo:
-Mucho tiempo ha pasado desde que fuiste hecho caballero, y desde entonces nunca serviste a tu Creador; y ahora eres un árbol tan viejo que no hay en ti hoja ni fruto; así que piensa que rendirás a Nuestro Señor la pura corteza, ya que el demonio tiene las hojas y el fruto.

                                               La muerte de Arturo, sir Thomas Malory

Querer ser el primero o el mayor o el mejor situado en el Reino es una contradicción, es pretender trasladar la lógica de este mundo transitorio, de competencia y separación, a la realidad eterna. Es desviar la mirada, enfocarla hacia los méritos del mundo, que son al final, como cantaba Machado, para el polvo y para viento. Santiago y Juan ven las cosas aún como el mundo, no como Dios, como le dijo Jesús a Pedro en otra ocasión (Mateo 16, 23). Porque el más grande, el único grande, vino a servir. La lógica del mundo: triunfar, acumular, asegurar, dominar, controlar, es muy diferente a la de Jesús: compartir, amar, ayudar, perdonar…; en definitiva: servir y dar la vida.

Cuando nos damos cuenta de que la ambición, la vanidad y el egoísmo nos atan a lo perecedero, empezamos a comprender la lógica del Reino y dejamos de perseguir zanahorias como burros atados a una noria.

Vemos hoy de nuevo la gran diferencia que existe entre nuestros pobres y débiles propósitos y el Propósito. El cáliz lo beberemos…, todos, cada uno según el designio divino. El puesto, ¿qué importa? Lo importante es amar, vivir de verdad, sirviendo, disponibles para ese Plan. Los sufíes nos recuerdan con versos vibrantes de belleza que lo importante es amar por amor, no amar por el premio. El que ama por el premio tiene premio en el nivel de la representación de este mundo que ya pasa, de su mérito personal, dividido, separado, ilusorio (persona en griego significa máscara). Y es tan pequeño nuestro mérito…, tan insignificante… El que ama por Amor reconoce que el mérito es del Amado y teniendo su premio en Amar, recibe todos los premios.

Somos notas en una sinfonía, instrumentos en una gran orquesta. ¿Qué nota eres? ¿Qué instrumento eres? Cuando lo descubres, te puedes centrar en interpretar tu parte, y la dicha es inmensa porque eres la nota, el instrumento, la sinfonía y el Compositor. Si los puestos están reservados, ¿de qué preocuparse? De nada, solo ocuparse en amar Lo Que Es.

En Mateo 20, 21, es Salomé, la madre de Santiago y Juan, los Zebedeos, los Hijos del Trueno, impulsivos y apasionados, la que pide a Jesús que siente a sus hijos a Su lado, derecha e izquierda, en el Reino. Sea quien sea quien hace esta petición inmadura e incoherente vemos reflejada nuestra incoherencia, porque ese mirar por el bien propio (un bien falso, basado en criterios del mundo), es a menudo nuestro afán y  nuestra queja. Vivimos condicionados por la comparación; seguimos “a lo nuestro”. Pero el Primero se puso el último; qué contraste entre nuestro corazón y el del Jesús, que ama y sirve sin medida.

Cuando empezamos a pensar y sentir con Jesús, fundidos en Su Voluntad,  descubrimos que no hay puestos que asegurarse, ni vacíos que llenar, porque estar disponible, servir y hacer lo que hay que hacer en cada momento ya llena los vacíos y ofrece una seguridad que no tiene nada que ver con la del mundo. www.diasdegracia.blogspot.com  

Acostumbrémonos a “negarnos a nosotros mismos”, que es renunciar al reconocimiento y los privilegios, para servir, ocuparnos de la necesidad del instante, unidos a Jesús, que vivió nuestra vida para que vivamos la Suya. Libres, serenos, sin vivir en el sueño del pasado o el futuro, siempre irreales.

Porque solemos vivir distraídos e identificados constantemente por todo y por todos los que nos rodean. Cuántas veces en un día vacilamos, dudamos, nos perdemos en disyuntivas inútiles, proyectando posibilidades y futuros ilusorios, reaccionando ante lo que los demás dicen y hacen, o incluso ante lo que no dicen y lo que no hacen.

El antídoto para esta locura que nos consume es siempre el mismo: mirar a Jesús, atentos a Él en nosotros y a nosotros en Él. Si le miramos a Él, atentos, disponibles,  aprenderemos humildad, servicio, olvido de sí, recuerdo de Sí, amor verdadero.

Y como tantas veces en la enseñanza de Jesús, la paradoja nos abre nuevas perspectivas de comprensión. Servir, ser esclavo por amor nos da la libertad del que se sabe nada y por eso está preparado para ser todo. El que confía en sus propias fuerzas, limitadas y volubles, sirve a su amor propio, este ídolo que se ha fabricado él mismo. Pero el que descubre que por sí mismo no puede nada ni sabe nada, busca su apoyo en Aquel que puede todo, sabe todo, Es todo y allí encuentra la razón de su esperanza, su confianza, su alegría. 

Y ya no se trata de mejor o peor, primero o último…, se trata de ser por Cristo, con Él y en Él. Más allá de la mente y sus límites, en el Reino, que está dentro de cada uno, donde todo es amor y por eso no hay que medir los méritos. Es la actitud que el Maestro nos ha enseñado: poner todo en manos del Padre y recibir de Él cada día la vida nueva con su riqueza y plenitud, con sus infinitos dones.

Aprendamos a vivir sin calcular ni competir, soltando, entregando todo lo que no somos y recibiendo, acogiendo lo que somos realmente y habíamos olvidado. Es también la actitud que nos permite parar, dejar de afanarnos, de controlar y asegurar. Porque vivir sirviendo, disponibles, de pie, como peregrinos, las sandalias puestas, la cintura ceñida, listos para lo que se presente, no consiste en no hacer nada, sino soltar la actitud del “tengo que”, “debo de”, esos afanes que a Marta le impedían escoger la mejor parte.

Cuando soltamos los afanes que nos dispersan y estamos disponibles para lo Real, descubrimos que no hay que proyectar o perseguir futuros ilusorios porque todo Es ahora, el Reino es ahora y estamos en él, cada uno en su puesto, el que nos fue asignado desde siempre.


                                                           El vanidoso, de El Principito


EL PRINCIPITO. A. DE SAINT- EXUPÉRY. CAP XI

El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:
-¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! -Gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
-¡Buenos días! -dijo el principito-. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
-Es para saludar a los que me aclaman -respondió el vanidoso. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.
-¿Ah, sí? -preguntó sin comprender el principito.
-Golpea tus manos una contra otra -le pidió el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso le saludó, levantando el sombrero.
"Esto parece más divertido que la visita al rey", se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle quitándose el sombrero.
A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.
-¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? -preguntó el principito.
Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos solo oyen las alabanzas.
-¿Tú me admiras mucho, verdad? -preguntó el vanidoso al principito.
-¿Qué significa admirar?
-Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
-¡Si tú estás solo en tu planeta!
-¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
-¡Bueno! Te admiro -dijo el principito encogiéndose de hombros-, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.
"Decididamente, las personas mayores son muy extrañas", se decía para sí el principito durante su viaje.
                                                                     ***

El Principito no necesitaba despertar de un cuento de hadas ilusorio para vivir de verdad. Nosotros sí, porque perdemos la vida con proyecciones, imaginaciones, vanidad de vanidades, que decía Qohelet… Despertamos para vivir conectados con Aquel que nos creó, nos redimió y nos santifica si aceptamos Su obra en nuestras vidas, Su Vida en la nuestra. Confiamos en Él y Le entregamos lo que no somos para que lo transforme en la mejor versión de nosotros mismos, la que Él soñó antes de todos los tiempos.

9 de octubre de 2021

La verdadera riqueza


Evangelio según san Marcos 10, 17-30

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Él replicó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme”. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! ¡Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios!” Ellos se espantaron y comentaban: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. Pedro se puso a decirle: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús dijo: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna”.

 Heinrich-Hofmann
                                              Jesús y el joven rico, Hoffmann

Para quien es rico no hay más que un camino para llegar a serlo de veras: tornarse no sabedor de su riqueza, hacerse pobre; el camino del pájaro es el más corto, el del cristiano, el más feliz. Según la doctrina del cristianismo, solamente hay un rico: el cristiano; quien no lo sea, es pobre, tanto el pobre como el rico. Un hombre nunca está más sano que cuando ni siquiera nota que tiene cuerpo, y un rico también está sano cuando, sano como el pájaro, no sabe absolutamente nada de su riqueza terrena.
     Kierkegaard

El joven rico no es capaz de ver que con Jesús, al final, no hay disyuntiva, sino integración, plenitud, sobreabundancia. Como veíamos en los últimos posts de este blog y de www.diasdegracia.blogspot.com, con Jesús, cuando se escoge algo, se recibe ese algo multiplicado y perfeccionado, y también se recibe lo bueno que se ha dejado.

Este muchacho cumplidor no se atreve a ir más allá de de sí mismo y su necesidad de asegurar y controlar… No se imagina que, si renuncia a algo, lo recibirá centuplicado y, además, la vida eterna. Jesús quiere que dé un salto que le haga salir de la cárcel donde se ha recluido por su cortedad de miras, le está ofreciendo un cambio de perspectiva y de percepción, para que deje de estar en el "bueno-malo"…, para que integre, arriesgue, vea… El que ve no valida el dualismo, no calcula pérdidas y ganancias parciales. El que ve sabe que en el Reino está la verdadera Bondad y descubre que el Reino está en su interior.

El joven rico está en lo lineal-cronológico. En el ganar, lograr, avanzar, prosperar comparar, competir, acumular… Y en lo lineal horizontal hay barreras, obstáculos, lastres… Si lograra situarse en el eje vertical, vería que no pierde nada, estaría ahí donde nada se rompe o se separa. Para poder mirar a lo alto y situarse en esa posición que transforma y real-iza (cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí, Juan 12, 32) es preciso crucificarse, morir a uno mismo para resucitar en el Sí Mismo.

En el eje horizontal: entropía, pérdida, enfermedad, muerte… Lo lineal es la experiencia, lo que pasa y termina… Cuando renunciamos a ello, descubrimos que nada de lo verdadero se pierde, que todo está en el Centro, el Corazón traspasado del Crucificado del que mana la Vida eterna. Sin tiempo, sin mente que divide y separa, sin espacio…

Rico es el que es para sí. Cumple pero no ama, se reserva, se asegura, se protege. Rico es el que cree que tiene que hacer, cumplir, ganar, proteger, conservar, sobrevivir. Rico es el que no suelta, no confía, solo se mira a sí mismo y colecciona falsas creencias, para atrincherarse tras ellas. Por eso se encorva, se repliega sobre sí mismo y solo ve la tierra, deja de ver el Cielo. 

Rico es el que se construye aquí un muro enorme para acumular cosas materiales e inmateriales, proyectos, recuerdos, creencias, apariencias que confunde consigo mismo. Un cargamento tan pesado que, cuando llegue la hora, no podrá atravesar el ojo de aguja, no podrá convertirse en agua, en luz, en vida eterna. Porque todo lo que no se puede convertir en Vida es lastre…

Rico es también el que pone la mano en el arado y mira atrás. Tampoco ese en puede dar el paso porque no se atreve a morir a sí mismo, sus creencias y su pasado para nacer a lo verdadero.

A este impecable cumplidor de la ley, Jesús le dice: “vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme”. Rico es aquel que cree tener pero no tiene (al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene Mateo 13, 12), y se aferra a esa ilusión de la ilusión. Es el necio que morirá dejando aquí todo… 

El que es rico de verdad, en lo Real, ya está en el Reino, no le hace falta siquiera atravesar el ojo de aguja. Éste es el mensaje de Jesús: el Reino está dentro de ti; para verlo has de conocer tu verdadera esencia, la que está más allá de esa identidad que se protege porque tiene miedo a morir. Ser consciente de que el Reino está en ti requiere una conversión total, que es mucho más que cumplir los mandamientos; es mirar de un modo nuevo, morir para nacer. No se trata de un hacer lineal, acumulativo, ganando méritos, sino de un despertar y de una renuncia a la propia, pequeña, limitada identidad.

Es un cuestionamiento de la "propiedad" no solo en cuanto a riqueza material sino en todo lo que consideramos como “propio”, ese pequeño yo, ese personaje que hemos interpretado tanto que nos confundimos con él. Es un renunciar a todo a lo que nos aferramos porque hemos puesto en ello nuestra falsa identidad. Incluso al padre y a la madre, a los hermanos y los hijos (Lucas 14,26), al ojo, a la mano y al pie (Mateo 18,8-9), incluso, sobre todo, a uno mismo, a todo lo que construye ese personaje condenado a desaparecer. 

Este es el precio del Reino de los Cielos. Un reino en el que no se entra por la conquista ni por los méritos “propios”, sino por la renuncia y el abandono. Renuncia que ha de ser alegre y confiada porque el que por Jesús deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna (Mateo 19,23-30).

                       
                             Quien pierde su vida por mí
, Hermana Glenda