31 de octubre de 2018

Santos y dichosos


Evangelio según san Mateo 5, 1-12a 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.


                                                El Sermón del Monte, Rudolf Yelin

Jesús iba a convocar a los que consintieran, para que intentasen con Él la más grande aventura que jamás se hubiera propuesto a los hombres: implantar sobre la tierra el reinado de Dios.

                                                                                   Georges Chevrot

Jesucristo es Camino, Verdad y Vida. Nada de lo verdadero que hay en otras enseñanzas o tradiciones falta en el Camino de Jesucristo. En el Sermón de la Montaña, Jesús nos presenta un itinerario de santidad que nos introduce al Reino de Dios. Porque la santidad no es un modo excepcional de vivir, sino que es, o debería ser, la forma normal de ser cristianos. 

Si nos dejamos transformar por el Evangelio, haremos realidad el Reino de Dios. Por eso la pobreza de espíritu es la primera bienaventuranza y la esencia de todas las demás: solo quien se desprende de sí mismo y se hace un ser totalmente disponible es capaz de dejarse penetrar totalmente por el Reino de Dios.

La pobreza de espíritu no tiene nada que ver con la no posesión de bienes materiales. Un verdadero pobre de espíritu es la persona que ha conquistado la humildad y el desapego; alguien que ya conoce dónde se encuentran los verdaderos tesoros, los valora y los protege.

El corazón del ser humano reconoce los verdaderos tesoros que, más que en ganar, lograr, coger, consisten en soltar, dejar, vaciar... Ya está todo dicho en el Sermón de la Montaña; las bienaventuranzas explican dónde están los verdaderos tesoros. Es fácil reconocer esta verdad intelectualmente: que la finalidad de la vida es realizar el Reino y que los bienes del mundo son solo un medio. 

Sin embargo, no actuamos en consecuencia, el corazón apegado y temeroso se resiste, es demasiado fuerte a veces la inercia, el hábito de hallar placer o seguridad o control en lo inmediato. El trabajo pasa entonces por crear, con fe, esperanza y amor, un nuevo hábito de hallar alegría y plenitud en el Camino, Verdad y Vida que es Cristo.
El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a sí mismo, a vencerse y transformarse, renunciando a lo que impide ser discípulo, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí" (Gálatas 2, 20).

Primero el Reino, que es Él, su amor infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino, y lo demás siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.  
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Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en sánscrito, uno de los idiomas más antiguos. Pero la dicha a la que estamos llamados es más, infinitamente más de lo que se pueda decir con palabras de cualquier idioma. Ni ojo vio, ni oído oyó. Que venga a nosotros Su reino, ahora, en este mundo con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su presencia, tan real y transformadora como hace dos mil años.

Casi nada de lo que los ojos ven y la mente piensa o recuerda, nada de lo que el ser humano ambiciona es real, porque no es duradero, sino una grandiosa proyección, con los días contados, la representación de un mundo que ya pasa. Nada es real…, o acaso sí haya algo real en este torbellino de sombras efímeras que juegan a ser reales. 

Es real la luz de la consciencia que hemos puesto y la luz que Cristo nos regala para completar nuestra conciencia, a veces tan limitada. Es real el amor recibido y ofrecido con el corazón abierto, esa luz de los momentos vividos de verdad, en los que ponemos todo nuestro ser, lo que no perderemos nunca, lo que ha ido aumentando nuestro “oro espiritual” para la morada que Jesucristo nos está preparando, tan cerca de Él, tan unidos a Él, que parecerá mentira haber podido estar siquiera un día siquiera alejados de Su Amor.


Coplas a la muerte de su padre 
(Jorge Manrique), Amancio Prada
                                                  

27 de octubre de 2018

Ver


Evangelio según san Marcos 10, 46b-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y mucha gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. 

                                             Jesús cura a un ciego, Sebastiano Ricci

Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios: yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.
                   Job 19, 27-27

El ciego Bartimeo es un modelo para nosotros por su deseo de ver, que es deseo de despertar y encontrar la Verdad, por su gratitud y el anhelo de seguir a Aquel que ha reconocido como Hijo de David, antes de ver, y como Mesías, Hijo de Dios, recuperada la visión. 

El hijo de Timeo se dirige al Hijo de David. El ciego invoca a la Luz del mundo; ¿cómo no saltar, cuando la Luz que anhelas pasa por tu lado?

Ciego, apartado, pidiendo limosna, grita, Jesús le llama y suelta el manto, da un salto y se acerca: ese movimiento de la fe que le hace expresar su petición es lo que hace posible su curación.

Todos somos ciegos y, antes de que pase Jesús, Camino, Verdad y Vida, estamos sentados al borde del camino, en lo falso y estancado, sintiéndonos separados, incapaces, pidiendo limosna… Muchas de nuestras actividades aparentemente necesarias son una petición de limosna al mundo. Inútil petición, pues solo una cosa nos falta y por tanto solo una cosa hemos de pedir: reconocer a Jesucristo y seguirlo.

Date cuenta: Él te llama; te está llamando continuamente. Suelta el manto, da un salto, acércate a él y pídele ver. Él hará que veas, para que puedas volver al Camino, que es Él mismo. Abandona las tinieblas, la Luz verdadera te llama. Confía, suelta todo, salta, ve hacia Él, y síguele.

Porque la Verdad no es una idea o un concepto, ni siquiera un estado o nivel de conciencia que haya que buscar, encontrar o alcanzar. La Verdad es una Persona, Jesucristo, que te llama, te busca y te encuentra; una Persona en la que, por Amor, ya somos Uno. Reconocer esto es dejar de sentirnos separados, apartados o incapaces, es descubrir una fuerza que nos hace saltar y dejar todo, es Ver. Ver-dad. El que ve siente el imperativo interior de dar, de compartir su visión, ese tesoro por el que se vende todo. El que estaba ciego y pedía ahora ve y da porque ha reconocido la Verdad.

Como San Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y como Bartimeo, somos conscientes de nuestra pobreza, pero no permitimos que nuestras carencias y limitaciones nos frenen. Saltamos, dejamos el manto y las limosnas del mundo, y nos ponemos a seguirle por el camino, libres, capaces de todo, porque reconocemos que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza. Despiertos, seguros, viendo y siendo vistos por el Hijo de David e Hijo de Dios.  www.diasdegracia.blogspot.com

El ciego salta con prontitud en la respuesta, pero porque Jesús le ha llamado. Él siempre llama antes, ama antes, sana antes de que se lo pidamos. Dice Cabodevilla: Mientras el arrepentimiento anda a su lento paso, la misericordia corre, vuela, precipita las etapas, anticipa el perdón, manda delante, como un heraldo, la alegría.

El ciego pide compasión, misericordia al que ya reconoce como la Fuente de la misericordia. En la propia palabra misericordia, vemos cómo se integra y se transforma simbólicamente la miseria humana en el corazón que ama (miseri–cordia; cor/cordis, corazón), para crear una nueva realidad de compasión y perdón, de libertad y alegría.

Hoy hemos contemplado de nuevo la misericordia de Dios manifestada en su Hijo. La misericordia hace posible la sanación real, que es mucho más que una ceguera física superada o una visión de los ojos recuperada, es ver con los ojos interiores, saber, reconocer la Fuente de toda sanación.


Tan solo he venido, Juan Luis Guerra


La misericordia de Dios, es el amor que obra con dulzura y plenitud de gracia, con compasión superabundante. La mirada dulce de la piedad y del amor jamás se aparta de nosotros; la misericordia nunca se acaba. He visto lo que es propio de la misericordia y he visto lo que es propio de la gracia: son dos maneras de actuar de un solo amor. La misericordia es un atributo de la compasión, y proviene de la ternura maternal; la gracia es un atributo de gloria, y proviene del poder real del Señor en el mismo amor. La misericordia actúa para protegernos, sostenernos, vivificarnos, y curarnos: en todo esto es ternura de amor. La gracia obra para elevar y recompensar, infinitamente más allá de lo que merecen nuestro deseo y nuestro trabajo.

Juliana de Norwich

20 de octubre de 2018

Dar la vida en rescate por todos


Evangelio según san Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?” Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Contestaron: “Lo somos”. Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”. Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

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Jesús crucificado, Velázquez
            

Necesito vivir olvidada, desconocida, despreciada, lo más cerca posible de Su vida santísima. 
Como Cristo, mansos, obedientes, humildes y llenos de caridad verdadera.
                                                    Santa Madre Maravillas

¿De qué hablas, te preocupas, te interesas, mientras vas de camino? ¿Qué esperas de la vida?, ¿qué pides a Dios cuando rezas, si rezas? Como Santiago y Juan en el Evangelio de hoy, tal vez anhelas ser el mejor puesto, destacar, ser reconocido por el mundo, triunfar… O acaso te conformas con defenderte, asegurar lo que crees ser o crees tener, conservar lo que será para el polvo y para el viento: posición social, familia, bienes materiales, prestigio, belleza, juventud…

No nos damos cuenta de que nuestra vida será, ya es, juzgada por Su Palabra, como leemos en el discurso de la Última Cena. Pero Su Palabra no es solo el Evangelio, la Palabra Jesucristo. Puedes no conocer el Evangelio, o no acordarte, o haber olvidado casi todo, pero si vives en Su voluntad, que es Él mismo, serás juzgado como merecedor del reino y no te importará el puesto que se te asigne. 

La primera Lectura de hoy (Is 53, 10-11), parte del Canto del Siervo de Yahvéh  y el Salmo 32, escritos muchos años antes de los Evangelios nos prometen ya el triunfo que espera a los que entregan su vida, confían y ponen su confianza en el Señor, nuestro auxilio y escudo, nuestra justificación y recompensa. 

Hay momentos en la vida en que nos vemos obligados a replantearnos todo. Benditos momentos de encuentro con la Verdad, en los que algunos se quiebran porque han dado casi todo el peso a la mentira, a un personaje ficticio forjado durante años, que acaban creyéndose. Cuando este revela su falsedad, no les queda nada, no saben siquiera quiénes son o cuál es el sentido de su existencia. 

Detente ahora, mírate sin excusas ni distracciones. ¿Quién ha vivido en tu lugar todo este tiempo? Si no te reconoces en lo que muestra el espejo (el de cristal, el espejo que es la mirada de los demás y tu propia conciencia), mírate en la Cruz, el verdadero espejo, la vida que Él vivió por nosotros. Hasta que no te reconozcas en el Crucificado, todo seguirá siendo falso, inestable, precario.

No desperdicies la vida girando en torno a los conflictos o ambiciones de tu pequeño yo; pon la atención en Jesucristo. Entenderás que el verdadero triunfo pasa por la mayor de las entregas.  www.diasdegracia.blogspot.com

Con Jesús, todo se recapitula: los tiempos, las categorías, los órdenes, todo vuelve a Él; la justicia y la paz se besan. Juan Bautista, el mayor de los nacidos de mujer y el último del reino, es en Cristo la voz, y eso le basta; su renuncia a ser él mismo, le permite ser en el Sí Mismo. Como a Dimas, reconocer al Señor le valió el Reino, salió del pecado y entró en la santidad en un instante. 

Fuimos bautizados con agua y Espíritu Santo, renacimos a una vida nueva; la Sangre y el Agua que brotaron del costado de Jesús lo hicieron posible. Recordar el Bautismo cada día y beber el cáliz en los sacrificios cotidianos, aparentemente pequeños, y también en los dramas y grandes sufrimientos que a todos nos acaban llegando. Quien es consecuente con el bautismo recibido y bebe el cáliz de Cristo sabe que los sacrificios y sufrimientos tienen sentido y ya no puede identificarse con lo falso, porque por Jesucristo todo es consumido y consumado en la Verdad.

El único fracaso, el único error es rechazar ese cáliz redentor y ese bautismo que recibimos, del que aún no somos siempre conscientes. El triunfo es pronunciar un sí definitivo, sacrificar definitivamente la voluntad humana, para que el Señor valide todo con Su sello de vida divina. Entonces, ya no hay que luchar, defenderse, o destacar frente a los demás y podemos unirnos al Maestro sirviendo como Él y dando la vida en rescate por muchos

Es hora de vivir en Cristo, descansando en Él, contemplando la plenitud de Su Obra dentro y fuera de cada uno y participar en esa Obra que crea, redime y santifica a la vez, en el Acto Único, atemporal e infinito, vida nuestra.


                                       Diálogos divinos 15. El valor del sufrimiento


Las tres clases de humildad: La primera clase de humildad es necesaria para la salvación eterna. Consiste en abajarme y humillarme tanto cuanto me sea posible para que obedezca en todo la Ley de Dios nuestro Señor. De manera que, aunque hicieran de mí el amo de todas las cosas creadas en este mundo o bien si en ello estuviera en juego mi propia vida temporal, nunca planearía transgredir un mandamiento, tanto divino como humano...

La segunda clase de humildad es una humildad más perfecta que la primera. Consiste en esto: me encuentro en un punto tal que no quiero ni me inclino más a la riqueza que a la pobreza, a querer antes honor que deshonor, a desear larga vida que vida corta, siendo ello igual para el servicio de Dios nuestro Señor y la salvación de mi alma... 

La tercera clase de humildad es la más perfecta humildad: es cuando, incluidas la primera y la segunda, siendo igualmente alabanza y la gloria de su divina majestad, para imitar a Cristo nuestro Señor y asemejarme a él de manera más eficaz, quiero y escojo la pobreza con Cristo pobre antes que la riqueza, los oprobios con Cristo cubierto de oprobios antes que los honores; y que deseo más ser tenido por insensato y loco por Cristo, él que fue el primero en ser tenido por tal, antes que «sabio y prudente» en el mundo (Mt 11,25). 
                                                                        San Ignacio de Loyola



                                             Cara a cara, Marcos Vidal

13 de octubre de 2018

Heredar la vida eterna


Evangelio según san Marcos 10, 17-30

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Él replicó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme”. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! ¡Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios!” Ellos se espantaron y comentaban: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. Pedro se puso a decirle: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús dijo: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna”. 

               Escena de El Evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini (1964)

Purificad vuestra alma, rendidla para poder entender la llamada del Señor que os repite: ¡Ven y sígueme! Es la voz que guía a quien tiene el corazón puro; en cambio, la gracia de Dios resbala en un alma repleta y desgarrada por una multitud de posesiones.

San Clemente de Alejandría

Para alcanzar la vida eterna no basta cumplir, hacer, lograr.., hace falta ser, pero ser en Cristo, el único que nos crea, nos recrea al redimirnos y nos abre el camino para la verdadera santidad, que no es la santidad que busca el  joven rico, y tantos como él siguen buscando, santidad ramplona de mero cumplir y ejercitar virtudes. 

Es hora de abrir los ojos, encontrarnos con la mirada amorosa de Jesús, a Quien nada se le oculta, como dice la segunda lectura (Hebreos 4, 12-13) y que nos ofrece la única vía de santificación: unirnos al único Santo, el único Bueno, para encontrar en Él el verdadero nombre de cada uno, escrito por Dios antes de los tiempos. Porque la eternidad es más que tiempo infinito, mucho más que “sin tiempo”, es Conocimiento, pero no intelectual, sino Conocimiento que empieza por la intimidad y sigue por la unidad con la Fuente de toda Sabiduría, la Palabra viva y eficaz, que juzga los deseos e intenciones del corazón. 

Los que quieran ser santos al modo humano que sigan preocupándose de hacer, lograr y acumular méritos. Los que solo anhelen Ser en Cristo, el único Bueno, que sean tan sabios como el campesino analfabeto que admiró al cura de Ars, porque su grado de confianza e intimidad con el Señor en el Sagrario le permitía mirarle, ser mirado por Él y estar “contento”, es decir, adentrarse en la eternidad. 

Nosotros no somos tan sabios como aquel campesino de corazón de niño y alma translúcida. Por eso nuestra tarea consiste en soltar, dejar lo que no somos, abandonar con alegría lo que nos impide atravesar el ojo de aguja que lleva a la Vida. No son solo riquezas materiales, que se pueden administrar sin estar apegado a ellas; son casi siempre mucho más difíciles de dejar otras riquezas: las seguridades, los afanes mundanos, las inercias, los condicionamientos. 

El precio de la vida eterna es lo que creemos ser y la recompensa es seguir a Jesús, pues sabemos que Él nos conduce a la verdadera Semejanza. Esto es, el premio es ser en Él, con Él y como él. ¿Quién puede prometer algo semejante?

Ante tal promesa, ¿qué responder? Los pequeños y sencillos, los pobres de espíritu saben que la única respuesta es el Fiat, el sí definitivo, la entrega total a la Voluntad de Dios. Los falsos sabios y entendidos del mundo dirán que esa promesa es absurda y seguirán inmersos en sus afanes absurdos, mezquinos, efímeros, esos ídolos de oro o de barro que les mantendrán para siempre alejados de la verdadera luz. 

En cambio el pobre de espíritu reconoce cuál es el Bien verdadero y cuál el simulacro; sabe calcular sus años, tan pocos siempre aun en los muy longevos, un latido, un bostezo apenas, un parpadeo en la eternidad; y sabe que dejar todo lo que se tiene o se cree tener es dejar lo poco, lo casi nada. ¿De qué valen los tesoros de lo poquísimo, de lo casi nada? Pura apariencia, pura calderilla.  www.diasdegracia.blogspot.com)

Porque no se trata de renunciar a mucho o a poco, se trata de renunciar al objeto de nuestros afanes y deseos mundanos y al propio deseo, el propio querer. Si el joven rico hubiera renunciado a su inmensa fortuna, su renuncia no habría sido más valiosa que la de la viuda pobre, que dio sus dos únicas moneditas como ofrenda de amor.

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La familia de Carlos IV, Goya

Hace unos días estuve en el Museo del Prado y me detuve un buen rato mirando el cuadro de Goya de La familia de Carlos IV. ¿Dónde están ahora esos reyes y su familia? ¿De qué les sirvió su boato, su lujo, su aparente poder? ¿Dónde están los que les admiraban o temían? ¿Dónde está Goya, que los retrató?

¿Dónde estarán dentro de unas décadas los que saludaban o adulaban el viernes pasado a los reyes de España actuales, celebrando el Día de la Hispanidad, sin saber dónde colocarse para salir mejor en la foto, con meteduras de pata tan ridículas que muestran, de manera cada vez más evidente, la tramoya de la representación de este mundo que pasa? 

Para dejarlo todo no hace falta ser muy valiente, sino ser sabio, con la Sabiduría que anuncia la primera lectura de hoy (Sabiduría 7, 7-11). Renunciar a la escoria y las baratijas, dejar de afanarse por el simulacro, para dedicar esfuerzo y vida a lo que no pasará, el resplandor sin ocaso, la plenitud de la verdadera abundancia. No se trata de recluirnos en un monasterio y dedicarnos a la vida contemplativa, sino de llevar la contemplación a la vida cotidiana para descubrir en ella la acción del Señor, el poder de su Bondad, su mirada que ama y por eso nos transforma.

Deja que los ricos de espíritu y los sabios para el mundo se ocupen de salir bien en la foto que el tiempo destruirá y se estrechen las manos falsas y advenedizas que pronto serán solo hueso y luego polvo y luego nada. Que luzcan ellos sus atuendos de soberbia y vanidad, de lujo vergonzoso y ostentación. Que se coloquen bien para el retrato de los nuevos Dorian Gray. 

Tú preocúpate del único retrato que perdurará, el que Dios está haciendo de cada uno, fundiendo fotogramas, instantes, miradas, decisiones, acrisolando el oro de la entrega sincera a Su Voluntad, que es Amor infinito. Preocúpate del vestido necesario para entrar en el banquete eterno, esa túnica blanca que Jesús ganó para ti y solo has de aceptarla y ponértela. Pero para podértela poner has de haberte desnudado antes de todo los demás, lo que el mundo valora y son solo harapos.

Los que han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado fuera. La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está muerta. 
                                                       San Gregorio Magno

6 de octubre de 2018

"Lo escojo todo"


Evangelio según san  Marcos 10, 2-16   

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?” Él les replicó: “¿Qué os ha mandado Moisés?” Contestaron: “Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.” Jesús les dijo: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: “Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.” Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús los miró con ira y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.” Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

L'opera di Vogel a Palazzo Pitti (Firenze)
Jesús y los niños, Carl Volgel von Vogelstein

Nos creaste, Señor, para Ti y nuestro corazón
está inquieto hasta que no descansa en Ti.

San Agustín

                                          En tu naturaleza, Deidad eterna, conoceré la mía.
                                          Y ¿cuál es mi naturaleza, Amor inestimable?
                                          Es fuego, porque tú no eres otra cosa que fuego de amor.
                                          A todas las cosas y criaturas, las hiciste por amor.

Santa Catalina de Siena


En el Evangelio de hoy, Jesús nos presenta el divorcio como una "distorsión", que Moisés tuvo que aceptar por la dureza de corazón de muchos. Pero el Maestro, como tantas veces, habla desde un nivel que no coincide con el nivel desde el que escuchamos, y, sin duda, no coincide en absoluto con el nivel de escucha de los malintencionados fariseos, que buscan respuestas dogmáticas e inmóviles.

...y serán los dos una sola carne; el matrimonio es figura en el mundo de la verdadera Unión a la que estamos llamados. Una sola carne aquí, en el mundo corruptible, símbolo y figura de la Unidad del Reino incorruptible. Para vivir ya aquí la armonía de allí, para los que no pueden ser eunucos por el Reino (el que pueda con esto que lo haga), existe la unidad indisoluble del matrimonio entre hombre y mujer.

Si para regresar a Casa, hijos pródigos que somos, hace falta decisión, compromiso y coherencia, también para vivir el matrimonio humano, imagen del matrimonio espiritual, las nupcias interiores, hace falta ese compromiso, esa indisolubilidad que es coherencia con la armonía y la unidad a la que estamos llamados. Hablar de matrimonio ya es ir de lo abstracto a lo concreto, y no hace falta ir a casos individuales cuando se trata de trascender identidades para vivir desde la Esencia inmortal.

Aunque es figura, símbolo en lo cronológico y horizontal de una Realidad atemporal y vertical, el matrimonio humano es vocación de unión total y definitiva. Preparación para la meta común de unión sin disolución, de amor que se renueva eternamente como el que se vive en el seno de la Santísima Trinidad.

El encuentro promete más de lo que el abrazo puede cumplir, dice Hugo von Hofmannsthal en La Carta de Lord Chandos. Una sola carne es lo que promete el matrimonio, pero el ser humano integral que somos no se conforma con una sola carne, busca la unidad duradera de las almas en un solo espíritu, un solo Ser. Si fuéramos capaces de conseguir esa unión, la real, la que buscan sin saberlo incluso los más lascivos, la relación sexual dejaría de ser la trampa que engancha, confunde y desgasta, que lastra y degenera cuando se convierte en una obsesión o en un sucedáneo del amor. Ese amor insustituible que no perderemos con la muerte física, sino que viviremos en plenitud porque es reflejo del amor de Dios.

Entonces seremos como ángeles, porque no habrá necesidad de reproducción para perpetuar la especie, como no habrá nutrición, porque los cuerpos gloriosos no estarán sometidos a la entropía. El hambre, la sed, el cansancio o el deseo sexual habrán desaparecido; así que no creo que nadie eche de menos satisfacer un deseo que ya no existe. Quedará ese anhelo de infinito, de unión completa, de Amor verdadero, continuamente colmado en plenitud.

Los eunucos por el Reino son testigos del Amor, porque se encuentran en una situación privilegiada, unidos, en Lo Uno, no como prefiguración sino como realidad. Y no me refiero solo a los sacerdotes, religiosos y consagrados, ni mucho menos tampoco a los que conservan la virginidad física. Hay otra virginidad espiritual, o recuperada, que puede ser tan valiosa, a veces infinitamente más, como la virginidad física mantenida desde el nacimiento. 

Esta es la novedad, se puede ser eunuco por el Reino y virgen espiritual en el matrimonio humano, si vives indisolublemente ligado a Cristo, hagas lo que hagas, pase lo que pase, estés donde estés y con quien estés. Es mucho más profundo que renunciar al matrimonio, o hacer del matrimonio una relación de tres, como dicen en algunas catequesis prematrimoniales. Es amar a Jesús en el otro y que Jesús ame al otro en ti. Y mucho más.... Y mucho menos, porque se renuncia a lo que impide esa Unión que la muerte no  puede romper. Es la verdadera vida en Cristo, para la que el matrimonio o el celibato es solo una circunstancia.

Siempre con Jesús todo es nuevo, y la paradoja es ventana a la Maravilla, porque el que renuncia lo hace en el nivel temporal y recibe mucho más de lo que ha dejado, y, además, también lo que ha dejado, como veíamos el domingo pasado, y lo recibe perfeccionado, sublimado, multiplicado.

Con Jesús todo se integra. Con Él  renunciar en el mundo, lo virtual, es recibir en el Reino, lo real. Porque solo el que es como un niño tiene la suficiente disponibilidad e inocencia que permite decir como Santa Teresita “yo lo escojo todo”. El que acoge el Reino como un niño sabe que en él nada se pierde o se rompe o se separa, porque lo que se da se recibe, a lo que se renuncia, se reencuentra, lo que se suelta, regresa, en una plenitud eternamente renovada donde se tiene Todo, porque se Es en el Todo.

En  www.diasdegracia.blogspot.com) Jesús nos sigue hablando hoy.

                                        Alianza de amor, Hermana Glenda