27 de enero de 2024

Jesucristo es el Señor

 

Evangelio según San Marcos 1, 21-28 

Llegó Jesús a Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen”. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.  


                                                   Jesús sana a un endemoniado


                                          Jamás ha hablado nadie como ese hombre.  

                                                                            Jn 7, 46

El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y
completa de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación. 

Vladimir Soloviov
 

“Descansa solo en Dios, alma mía”, dice el Salmo 62. Si descansas en Él, si haces de Él el centro de tu vida, dejas de estar disperso, sin control, sin centro, sin autoridad. Si descansamos en Él y hacemos de Él el centro, seremos, en Él, fuertes, poderosos, sabios y libres de cualquier esclavitud.            

Si fuéramos conscientes de que con Él podemos todo y sin Él nada, no nos desviviríamos en afanes del mundo. Esa dispersión que nos confunde y nos ciega, haciéndonos olvidar quiénes somos y hacia dónde vamos, nace del miedo a la muerte, que menciona la primera lectura (Deuteronomio 18, 15-20).

Se acabó la confusión, el andar divididos de que nos previene la segunda lectura (1 Corintios 7, 32-35), el dejar muchas opciones abiertas, que descentran y generan agotamiento, pues nacen de aquella tentación primordial, junto al Árbol del Bien y del Mal. Si vives en el centro, que es Cristo, la única y verdadera opción, no hay dispersión, sino concentración, luz, inmortalidad… Mucho más…, resurrección, pues no queremos ser inmortales, sino resucitados, la materia iluminada, el retorno a la Esencia.

Acaparar o soltar... Hay quien cree que el egoísmo y la codicia está en acumular "monedas" materiales, dinero, posesiones... Pero hay una codicia más sutil que lleva a quererlo todo y vivir como poseídos, esclavizados por pequeños ídolos. Es esa "red" diabólica de miedos, deseos, proyecciones, auto justificaciones y expectativas que vamos tejiendo todos alrededor como arañas ciegas. www.diasdegracia.blogspot.com 

Pero quien mantiene su atención en Cristo no se deja dominar por nada ni por nadie, porque sabe Quién es el Señor. Cuando soltamos tanta añadidura y morimos a nosotros mismos, renacemos en Él con su autoridad, su hablar sí cuando es sí, no cuando es no, su poder, su Palabra de vida eterna. 

La palabra “autoridad” proviene del verbo latino “augere”, que significa aumentar, hacer crecer, elevar. Jesús habla con autoridad porque hace crecer al que le escucha. Él tiene autoridad y nosotros también cuando vivimos en Él. Porque la vida en Cristo unifica, integra, transforma.            

El propio Marcos, un poco más adelante, nos cuenta el encuentro con Jesús de otro endemoniado (Marcos 5, 1-20). Muestra cómo vive un hombre que no es dueño de sí ni se ha puesto bajo la influencia del Señor. “Vivía entre los sepulcros”, entre recuerdos, afanes que no llevan a la vida, sino a la muerte, corrupción, esclavitud, miseria espiritual… “Cepos y cadenas”; “gritando e  hiriéndose con piedras”… Así vivimos tantas veces, sobre todo cuando estamos en la queja, somos ruidosos, estamos descentrados, poseídos por nuestras pasiones…, pero también por nuestros miedos, angustias e inseguridades. Lo bueno es que vemos a Jesús y lo reconocemos, y también somos capaces de reconocer lo lamentable de nuestro estado. Y ¡a veces queremos seguir así!; somos capaces de lo que sea, con tal de no renunciar a ese estado de posesión y dependencia. 

Pero si reconocemos al Señor, dejamos el descontrol, la esclavitud y la separación; morimos a las tinieblas de lo que no somos, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí". Y si es Cristo quien vive en mí, puedo hablar, actuar, callar y ser como Él, con la autoridad verdadera, la que no viene del mundo, sino del Reino. Porque la Verdad no es una idea o un concepto, ni siquiera un estado o nivel de conciencia que haya que buscar, encontrar o alcanzar. La Verdad es una Persona, Jesucristo, que te llama, te busca y te encuentra; una Persona en la que, por Amor, ya somos Uno.

Hace años leí un libro que recomiendo: La fe de los demonios, del converso Fabrice Hadjadj. En el Evangelio de hoy vemos, como en otros pasajes, que los demonios creen en Dios. ¿Quién tiene más fe, nosotros o los espíritus inmundos? Ellos han visto a Dios, reconocen que Cristo es el Santo de Dios. No se trata de más o menos fe, como tantas veces no se trata de cantidad, sino de calidad. Algo diferencia nuestra fe de la de los espíritus inmundos: ellos no quieren reconocer que Cristo es el Señor. Si confiesas que Cristo es el Señor con los labios y crees con el corazón que el Padre le levantó de entre los muertos, estás salvado. 

Por eso, cuando decimos que la fe salva, no hablamos de la fe intelectual, capaz solo de reconocer en Jesús al Hijo de Dios, como hacen los demonios, voluntariamente condenados para siempre. La fe que salva es la que reconoce en Jesús al Kyrios, el Señor, ante el que toda rodilla se dobla. Creer en Jesús salva si confesamos que Cristo es el Señor y a la fe le unimos el Serviam que Lucifer rechazó.

Los diablos separan, corrompen y destruyen porque están separados, corrompidos, destruidos desde que rechazaron la autoridad amorosa del Creador. Por eso queremos ser fieles a nuestra misión que es dar gloria a Dios y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen, porque Jesús nos libera. Su Palabra es nuestra luz y nuestra entereza, la fuente de toda autoridad. Sosegarse y saber que Él es Dios, como canta el Salmo 46, vivir en Su Presencia, cumplir Su voluntad para que el Padre y Él hagan morada en nosotros y Su autoridad nos transforme y nos realice.


                                  "Ordet", La Palabra, C. T. Dreyer (1955)

En la película de Dreyer, Johannes pasa de loco a cuerdo, de despreciado y compadecido, a hombre sano, íntegro, capaz de hablar con autoridad y obrar milagros, porque se pone bajo la Única autoridad legítima, la de Jesucristo, Nombre sobre todo nombre.

20 de enero de 2024

Pescadores de hombres

  

Evangelio según San Marcos 1, 14-20

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia”. Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.


                                       Vocación de Pedro y Andrés, Duccio di Buoninsegna

La escena a la que hoy nos asomamos del Evangelio es inmediatamente posterior a las tentaciones del desierto. Jesús, acrisolada su alma por los cuarenta días de ayuno y oración en el desierto, tras haber vencido al Adversario, deja Nazaret, su infancia y su juventud, para empezar su misión junto al Mar de Galilea. Inicia su actividad pública con estas palabras: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia”. Es continuador del mensaje de Juan el Bautista, predicando la conversión. Pero Jesús lo hará de un modo nuevo: no ya por miedo o amenaza, sino por anuncio y promesa, para el Reino que se acerca. 

No sabemos cuánto tardaron los primeros apóstoles en decir sí a la llamada. Ya conocían a Jesús, lo leímos el domingo pasado narrado por Juan. Primero lo conocieron Andrés y el propio Juan, discípulos del Bautista. Él les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?” Y Él les dijo: “Venid y veréis”. Qué diálogo tan profundo en su aparente sencillez, qué riqueza de significados para el alma del discípulo. No se puede decir más con menos palabras. 

Luego vino esa larga e íntima conversación que el Evangelio de Juan esboza, conciso y sutil. Después, como en una danza de alegre generosidad, fue aumentando el grupo de los escogidos para seguir a Jesús. Andrés y Juan (siempre discreto cuando habla de sí mismo, como vimos el domingo pasado) se lo dijeron a sus respectivos hermanos mayores: Simón y Santiago (Juan 1, 40-42). Luego vino el cándido Felipe (Juan 1, 43), Natanael (Juan 1,47) y, más tarde, los demás.

Podemos suponer que ya habían tenido tiempo para madurar la decisión. Por eso, cuando Jesús los invita a seguirlo y compartir su misión, no preguntan nada, dejan todo y lo siguen, porque la semilla ya estaba creciendo en su corazón desde el primer encuentro.

Si los apóstoles se fiaron de aquel rabbí, cómo no fiarnos de Quien nos ha dado la mayor prueba de amor con su muerte y, con su resurrección, nos ha logrado la vida eterna. Creemos sin ver, es cierto, y somos dichosos por ello, pero tenemos las pruebas que aquellos primeros discípulos no tuvieron: que Él es el Hijo de Dios, vencedor de la muerte.

La vocación de estos cuatro apóstoles es un ejemplo de disponibilidad, porque la decisión de aceptar la vocación supone una entrega y un seguimiento incondicionales. ¿Qué hacían Pedro, Andrés, Santiago y Juan cuando Jesús pasó junto a ellos y los llamó? Trabajaban en su oficio, atentos, porque si estuvieran dispersos, distraídos, en proyecciones vanas e ilusorias, como andamos casi siempre, no se habrían dado cuenta de Quién les llamaba y para qué. Eso es velar, hacer lo que hay que hacer, atender la necesidad del momento, serenos, atentos, a la espera de la llamada. Pero qué poco estamos hoy a lo que hemos de estar; tantas veces en el pasado muerto o el futuro ilusorio, en lo irreal, sin atender al presente, al afán de cada día…

Ellos eran ya capaces de soltar las redes materiales, todo lo que separa y aísla, y cambiarlo por la entrega y el servicio. Y también están preparados para dejar la barca, soltar todo lo que ata, para entregarse sin reservas y ser verdaderos discípulos. Tienen el corazón dispuesto para la compasión y la paciencia, tan necesaria para un seguidor de Aquel que no tiene donde reposar la cabeza. Por eso Él les hablará a ellos en privado, de un modo especial, diferente al que emplea cuando enseña en público, porque han dejado los valores materiales en favor de los espirituales.

La metáfora de la pesca aparece a menudo en el Evangelio (Mateo 4, 18-22; Marcos 1, 16-20) y también en el Antiguo Testamento (Ezequiel 47, 10; Habacuc 1, 14-15). El símbolo del pez, usado por los primeros cristianos para reconocerse, contiene la esencia de la Revelación. Las letras de la palabra pez en griego, Ichthys son las letras iniciales de la frase: "Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, Salvador". 

Pescadores, hombres sencillos y humildes, escogidos para seguir a Jesús, el Cristo, el Mesías, y ayudarle a extender la buena nueva. Dejan todo por Él y su mensaje. Como dice Giovanni Papini, “el pescador es el hombre que sabe esperar, el hombre paciente que no tiene prisa, que echa su red y confía en Dios.” Humildad y paciencia, generosidad, pobreza de espíritu y confianza, virtudes que hoy escasean y debemos adquirir para ser fieles a la vocación aceptada. 

Para escuchar la llamada de Jesús hay que estar atento. Si nos dispersamos o distraemos, el mismo Jesús puede pasar a nuestro lado hoy y no lo veremos. Porque Él continúa llamándonos, a cada uno por nuestro nombre; nos está diciendo: “sígueme”, con una llamada personal y directa. Es Él quien nos busca, nos encuentra y nos llama, aunque pueda parecer lo contrario, que somos nosotros los buscadores.

Para pronunciar un “Sí” rotundo e incondicional y mantenerlo con coherencia a pesar de los obstáculos que siempre encontraremos, es necesario transformarse por dentro, hasta ser capaces pensar, sentir, vivir de forma diferente. Esa es la conversión a la que Jesús nos llama hoy, la Metanoia: del griego, volverse, dar la vuelta, movimiento interior de transformación de mente y corazón; cambio de los significados y sentidos de la vida. En hebreo, Teshuvá: conversión, arrepentimiento; ese gesto o cambio interior que permite mirar de un modo nuevo, no ya a la manera egoísta del mundo, sino a la manera generosa, abierta y libre de Jesús. Cuando se está dispuesto a dar ese paso decisivo, cuando uno se atreve a cambiar y rechazar para siempre lo que le esclaviza, empieza a estar preparado para ser discípulo. www.diasdegracia.blogspot.com 

Jesucristo sigue esperando nuestra respuesta: que aceptemos entregarnos sin reservas y ser de los Suyos. Pero a veces no reparamos en que, para dar algo, hay que tenerlo, para darnos, hemos de ser dueños de nosotros mismos. Entonces, ¿hay que realizar un largo y considerable trabajo interior antes de emprender el camino del discípulo? Sí y no. Hay que ser consciente, en primer lugar, de todo lo que nos esclaviza: pasiones, apegos, inercias, miedos… y estar dispuesto a soltarlo. Normalmente no se logra de un día para otro, pero la intención ya nos predispone, porque Dios mira el corazón y procura todo lo que le falta al hombre de buena voluntad. 

“Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12, 9), decía el Señor a San Pablo cada vez que su voluntad flaqueaba, y nos lo dice a cada uno de nosotros, todos acosados por espinas diferentes, más o menos insidiosas. Por eso, también como Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, dando por descontado que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fortaleza.



            246. Diálogos divinos. Trabajo de la Divina Voluntad y la voluntad humana

13 de enero de 2024

Venid y veréis


Evangelio según San Juan 1, 35-42

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: “Este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?” Él les dijo: “Venid y veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”. Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)”.
                           

¿Dónde está sentado Cristo? No está sentado en ninguna parte. Quien lo busca en algún lugar, no lo encuentra. Su parte menor se halla por doquier, su parte superior no está en ningún lugar.

                   Maestro Eckhart


   A tres semanas de haber renacido con el Niño, en Belén, después de haber recordado su Bautismo en el Jordán y nuestro propio bautismo, hoy sentimos la llamada a ser discípulos de Jesús y nos fijamos en Juan y Andrés, dos de los que oyeron al Bautista y siguieron al Maestro. No hay mejor manera de avanzar en el camino del cristiano que remitirnos a Jesús y Su Palabra. El Evangelio "sin glosa", decía preferir San Francisco. El Mensaje desnudo es el crisol que nos transforma y nos prepara para seguirle e imitarle.

     Venid y veréis, dice Jesús a Andrés y Juan, al inicio del Evangelio del discípulo  amado. Ve a mis hermanos y diles…, dice a María Magdalena, al final de este mismo Evangelio (Juan 20, 17). Venid y veréis, id a mis hermanos y decidles, nos invita a todos en esos dos momentos; id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación, nos encomienda al final del Evangelio de Marcos (Marcos 16, 15).

Saber dónde vive nos orienta hacia el propósito de nuestra existencia. Saber dónde vive es vivir con Él,  hacerse como Él, ser en Él. Cuando decimos con San Pablo: no vivo yo, sino Cristo que vive en mí, ya hemos vuelto a Casa, sabemos dónde vive y podemos vivir y ser con Él.

Creemos porque vemos con los ojos del corazón, porque confiamos en el testimonio de aquellos que vieron y, sobre todo, confiamos en el verdadero Testigo del Padre, Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Él vive en el Padre, en la Gracia, en el Reino y, por amor a nosotros, en el mundo sin ser del mundo, como hemos de vivir nosotros. diasdegracia.blogspot.com.

            Lo sepamos o no, nuestro anhelo más profundo es, más que vivir en gracia, ser en la Casa de la Gracia, que es el mismo Jesucristo, su Voluntad Divina, Vida nuestra. Y para eso, el camino más directo es escucharle, mirarle, contemplarle donde está: en la Eucaristía, en las Sagradas Escrituras, en nuestro corazón que se abre a Él en la oración, que, como dice Santa Teresa, es tratar de amistad con aquel que sabemos que nos ama. Tratarle así para que el Niño que hemos adorado en el pesebre, sea tan íntimo, tan amigo, tan tú, que Lo encuentres en el día que hayas de dejar esta vida que es solo la antesala de la Vida verdadera.


Porque si la Gracia y la Verdad encarnan en nosotros, el cuerpo ya no está destinado a la corrupción y la muerte definitiva, sino que es materia lista para ser glorificada y vivir eternamente. Por eso, como nos recuerda San Pablo en la segunda lectura (Corintios 6, 13c-15a. 17-20), damos gloria a Dios con nuestro cuerpo, comprado a precio de Sangre, evitando que la tiniebla del pecado entre en él, para que la gracia nos inunde y nos transforme. Eso es escuchar y obedecer, cuya raíz etimológica es ob-audire: oír atentamente. No es sumisión ni sometimiento. Es respuesta, interacción con el Otro, el interlocutor esencial del ser humano. 

Samuel, en la primera lectura (1 Samuel, 3, 3b-10.19) aprende y nos enseña a escuchar y obedecer, a oír atentamente para asumir la vocación, la respuesta a la llamada que nos hace nuevos. Mirarle, obedecerle, tratarle de amistad, es así como trabajamos por el Reino, dejando que Él haga, para que el hombre nuevo se imponga sobre el viejo. Llevar Su ley en las entrañas (Salmo 39) solo es posible si le conoces y te dejas conocer por él, que nos ha predestinado desde antes de todos los siglos. 

Juan y Andrés eran discípulos del Bautista, que generosamente les muestra al único Maestro. Juan es uno de los dos que abren el camino a los demás y no se menciona a sí mismo; porque se siente amado no necesita otro reconocimiento. Como la Virgen María, Juan guarda en su corazón la enseñanza, convertida en un latido eterno de amor, el que escuchó en el pecho de Jesús en la Última Cena, la noche del amor supremo. Por eso, el discípulo amado menciona a Andrés y Simón con sus nombres y el suyo no lo pronuncia porque no hace falta; lo lleva en las entrañas, en el corazón. Su nombre ya está escrito en el cielo, como el de todos los que aceptan a Jesús, y Juan lo sabe. 

Y tú... Le has seguido, a veces con entusiasmo, a veces a regañadientes, tantas veces pensando y afanándote en otras cosas…; pero le has seguido durante años. Él te pregunta a menudo ¿qué buscas? Y tú le has preguntado muchas veces ¿dónde vives? Ven y lo verás, te ha dicho, te dice día tras día. Ya es hora de que vayas y veas y te quedes con Él, en Él, y dejes que Él se quede a vivir para siempre en tu corazón y tu cuerpo, que son Su templo.

            Haz de Él tu vida, tu forma de ser y estar en el mundo, tu mente que dispersa los pensamientos mezquinos, vanos o inútiles, tu corazón que te libera de emociones vanas. Él, también tu cuerpo, que te vivifica y te restaura en lo que tienes de mortal, el Cuerpo glorioso que va modelando el tuyo para el día en que puedas, en Él, expresar este Amor que contiene todo amor.

 
Maestro, ¿dónde vives?, Hermana Glenda

7 de enero de 2024

Somos hijos amados en el Hijo


Evangelio según San Marcos 1, 7-11

En aquel tiempo, predicaba Juan diciendo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco». 

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 El Bautismo de Jesús, Perugino
                                 
                                                   La bienaventuranza que nos trajo era nuestra.

                                                                                                  Maestro Eckhart

Todas las lecturas de hoy hablan de libertad y vigilancia, de confianza y gratitud, de fidelidad y amor, del Bien que Jesucristo nos anuncia y nos regala. Ese el sentido de la verdadera Bendición, fuente de paz y de alegría. Es lo que estamos escogiendo: la Vida, frente a la vida.

A la Verdad original, en la que todos somos Uno, es hacia donde nos dirigimos para dejar de repetir los patrones de sufrimiento y egoísmo, esos “programas” de una “Matrix” cada vez más evidente, y más inofensiva, gracias a Aquel que vino a vencerla para que venciéramos con Él.

De esta victoria frente al mundo que Él viene a ofrecernos, hablan la primera y la segunda lectura (Isaías 42, 1-4.6-7 y Hechos 10, 34-38) y también el Salmo 28. Abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos y curar a los oprimidos por el diablo significa despertar a los que se creen separados, llevarlos a la Unidad, allí donde somos herederos del Reino, en los que el Padre se complace. Él nos ha escogido como hijos amados y predilectos desde siempre. Ya merecemos ese honor, esa dignidad, ese amor.

El Evangelio de hoy se centra en la Teofanía del Jordán, el Bautismo de Jesús. Está refiriéndose indirectamente a nuestro propio Bautismo, siempre actual, porque cada instante de consciencia vivido en el amor y la unidad, podemos renovar las promesas bautismales. Hoy escuchamos las palabras del Padre, dirigidas a cada uno de nosotros. diasdegracia.blogspot.com 

El Bautismo es volver a la Fuente, donde somos conscientes de la Unidad. En su Agua viva nos renovamos, nos regeneramos para una Vida que no acaba. Porque esas palabras del Padre a cada uno, ¡del Padre en cada uno!, no solo se escuchan en nuestro bautismo, sino cada vez que recordamos nuestro origen y nuestro destino, renunciamos a lo que no somos, y reconocemos nuestro verdadero nombre, el que Él pronunció antes de todos los tiempos.

Cristo desciende al Río Jordán, se hace uno más entre el grupo de los pecadores que piden ser bautizados. También nosotros bajamos para subir, experimentamos esta vida material, con sus cruces y sus sombras, para morir y resucitar, iluminando la materia, elevándola con Él.

El bautismo es así un renacimiento: nacemos al descubrimiento de nuestra verdadera identidad, despertamos del sueño que nos hacía identificarnos con una persona (del griego, máscara) mortal y reconocemos quiénes somos realmente.

A veces hemos pretendido adulterar y rebajar la verdadera religión, cuya esencia es el intercambio, la comunicación y la unión del Espíritu de Dios con el espíritu del hombre, reduciéndola a fórmulas y ritos, a menudo vacíos por la superficialidad con que se viven. Esto ha separado a muchos de la Verdad y la Vida que se nos han manifestado en Jesucristo.

Los que no han caído en las redes de una falsa religión externa, sin contenido, y siguen a Jesucristo en Espíritu y en Verdad, son vivificados por el Agua de Vida y el Fuego del Espíritu Santo que crea y regenera. Estos no han perdido el entusiasmo de estar llenos de la presencia de Dios y actúan movidos por la inocencia y la libertad del Amor que nació en Belén, se manifestó ante los Magos, y se volvió a manifestar en el Jordán, cuando la Paloma bajó hacia Él y la Voz del Padre reveló su filiación divina.

Después de la Teofanía en el Jordán, Jesús necesitaba silencio y soledad, para poder mirar en lo más profundo de su ser, y reflexionar sobre el sentido de su misión. Busquemos también nosotros ese espacio solitario y silencioso donde discernir cuál es nuestra misión y prepararnos para ella.

44. Diálogos Divinos. Sacramento. Bautismo. Confirmación. Penitencia 
          
             "Cada hombre al nacer, recibe un nombre humano. Pero ya antes de que eso ocurra, posee ya un nombre divino: el nombre con el cual Dios, el Padre, le conoce y le ama desde siempre y para siempre. ¡Ningún hombre es anónimo para Dios! A sus ojos, todos tienen el mismo valor: todos son diferentes, pero todos iguales, todos llamados a ser hijos en el Hijo."                                                                                   
                                                                                                          San Juan Pablo II

5 de enero de 2024

Hemos visto salir Su estrella

 

Evangelio según san Mateo 2, 1-12

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel»." Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
          
                                                    Adoración de los Magos, Rubens

No se pusieron en camino porque hubieran visto la estrella,
sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino.

                                                                                              San Juan Crisóstomo

Esos personajes misteriosos, a los que la leyenda ha otorgado rango de realeza, más que reyes, serían hombres sabios. Ni siquiera serían magos, con el significado que hoy damos a la palabra magia, sino astrónomos. El adjetivo vendría del latín magnus o del sánscrito maha, en el sentido de personas importantes, grandes, ilustres. Lo que sí es probable es que vinieran de Oriente que, para los judíos de la época, era todo lo que estaba al otro lado del Jordán.

            Movidos por la esperanza de conocer al Mesías, al que en Persia se le esperaba desde hacía siglos, una estrella se encendió en el cielo y otra, más fulgurante y cierta, en su alma. En los sermones de Epifanía, San Buenaventura solía predicar sobre la existencia de tres tipos de estrella. La estrella exterior: la que brilla en las Sagradas Escrituras; la estrella superior: la Virgen María; y la estrella interior: la gracia que el Espíritu infunde en el alma. Emprender el camino es necesario para recibir la luz de esta estrella. “Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz”, dice a Jerusalén el profeta Isaías (Isaías 60, 1). Hay que levantarse por encima de uno mismo y de todo lo que ciega y adormece, con el anhelo de llegar a la Meta.

El riesgo está en creer que uno va a poder hacer, lograr, realizar, caminar por sus propias fuerzas. El que así lo piensa y lo siente, no llegará muy lejos. Apenas se levanta, el orgullo, los prejuicios, la rutina y el egoísmo que le siguen dominando lo paralizan y le impiden avanzar, porque no ha habido un verdadero cambio interior que permita que la luz se encienda. Si uno se pone realmente de pie, levantándose por encima de sí mismo, puede resplandecer. Ha muerto a sí mismo, al lastre de sus defectos, tendencias y limitaciones, y es ya pura entrega, puro abandono. 

 El que se deja hacer, se deja encontrar y guiar con humildad e inocencia ha alcanzado la paz que permite transformarse y recibir la luz directamente de su Fuente, sin intermediarios. Así debían ser estos magos o sabios de Oriente. Solo almas grandes como las suyas pueden levantarse sobre sí mismas, sobre sus miedos, dudas y prejuicios, sobre la tiniebla exterior e interior, y ponerse en camino.

       Caminaron, se cansaron, perdieron la estrella, tal vez por las dudas e inseguridades, siempre al acecho, pero siguieron caminando y la volvieron a encontrar. Merecen por su tesón y su confianza ser símbolo de toda la humanidad. Porque en la Epifanía (del griego, manifestación) celebramos que Jesús nace, no solo para los judíos, sino para todos los pueblos y razas, para todos los hombres y mujeres del planeta. 

¿Qué importa cuántos eran, de donde venían, el color de su piel, sus rangos o sus nombres? ¿Qué importa siquiera si existieron realmente o son solo una alegoría en ese engranaje perfecto y sagrado que son los evangelios? Solo Mateo menciona la escena, y sin prodigarse en detalles. Lo que importa es el mensaje: universalidad de la Historia de la Redención, adoración y ofrenda al Salvador en la figura de un recién nacido sin ningún signo externo de divinidad o realeza.

Porque esperaban adorar a un rey y, aunque encontraron un niño pobre, sin palacio, ni sirvientes o cortesanos, la luz que los guiaba, dentro y fuera, les permitió reconocer en Él al Rey del Universo. Es la inocencia, la limpieza interior, la capacidad de asombro y de ver más allá de lo evidente, lo que mantiene el corazón abierto al Misterio y al Amor. Y vieron a Dios y lo adoraron en el recién nacido, hijo de unos aldeanos tan pobres que solo tenían un pesebre, donde comen los animales, para acostar a ese Niño, llamado a ser el Pan de Vida.

          Oro para el Rey, incienso para Dios, mirra (que se usaba para ungir los cadáveres antes de la sepultura), para el hombre, amarga como el sufrimiento que todo ser humano tarde o temprano ha de padecer. Esta triple ofrenda reconoce las dos naturalezas inseparables de Jesucristo: divina y humana. Sigamos el camino que nos indican las tres estrellas que menciona San Buenaventura, para llegar hasta el Niño Dios y ofrecerle nuestros dones. www.diasdegracia.blogspot.com)

Es lo único que pido para mí y para todos: que encontremos a Jesús, de un modo más real, íntimo y decisivo, y llegando a fundir nuestra voluntad en la Suya, podamos entregarle el oro de nuestra alabanza y nuestro agradecimiento, el incienso de nuestro amor y la mirra de nuestro corazón humano. Mirra amarga de un corazón de peregrino, a veces cansado, a veces perdido, con las huellas del mundo y heridas de batallas invisibles, pero en pie, para que Su Luz siga resplandeciendo. Y ya no sabremos quién da y quién recibe pues seremos Uno con Jesús, la verdadera vida en Cristo.

                                                    79 Diálogos Divinos, Epifanía

Quien busca el cielo
solo por la salvación de su alma,
tal vez siga el camino adecuado,
pero no logre el objetivo.
Mientras los que caminan enamorados,
quizás den mil rodeos,
pero Dios los llevará
donde están los bienaventurados.

                                                                        Henry Van Dike
           
Hoy (siempre es hoy si contemplamos al Señor del Tiempo, Cronocrator, dice la liturgia hispano-mozárabe), recordamos de nuevo a ese cuarto Rey Mago que algunos conocen como Artabán, pero que tiene muchos nombres. Porque el cuarto mago, sabio o astrónomo, hombre ilustre o alma grande, eres tú, y soy yo. El cuarto mago son cuantos conservan la mirada y el corazón de niños, aunque lleven décadas cabalgando hacia la Fuente de la Luz, guiados por una Estrella que la mayoría del tiempo ni se distingue en un cielo nublado, pero, cuando se ve, es tan brillante, tan hermosa y familiar, que renueva las fuerzas, hace olvidar las noches oscuras y da sentido a toda una existencia, porque la guía hacia el Propósito original (Origen, Principio, Alfa y Omega).

                                ARTABÁN, EL CUARTO REY MAGO


En todos tus caminos piensa en Él,
y Él allanará todas tus sendas.
               Proverbios 3, 6

Yo te enseñaré y te instruiré en el camino que debes seguir; seré tu consejero y estarán mis ojos sobre ti.
        Salmo 32, 8

Cuenta una leyenda que los sabios de Oriente que fueron a conocer y adorar al Niño Dios eran cuatro, pero uno de ellos no llegó, se extravió por el camino. Al poco de emprender la marcha, decidió separarse de sus compañeros y perdió la estrella, no encontró al Niño. Durante treinta y tres años siguió buscando al Mesías, y lo encontró cuando estaba siendo crucificado. Hasta el Calvario lo llevó la luz recuperada.
¿Dónde se distrajo para perder la estrella? ¿Qué otras luces lo apartaron de la Luz? ¿Cómo logró recuperarla?
Dice un proverbio africano que, solo, se va rápido, pero, acompañado, se va lejos. Él quiso separarse para ir más deprisa, pero se extravió, caminó en vano. Perdió la estrella y se perdió la gracia infinita de Belén. Luego buscó a ese Niño durante más de treinta años; fue oyendo hablar de Él, de sus enseñanzas y sus milagros, pero cada vez que intentaba acercarse y recuperar la ocasión perdida, siempre llegaba tarde.
Siempre tarde, siempre a deshora… ¿Realmente tarde? Acaso no, porque fue de los pocos que estuvieron en el Gólgota y allí comprendió todo. Ante la Cruz recibió, en unos minutos, la enseñanza de toda una vida. Tal vez en Belén hubiera sido demasiado joven para valorarlo, tal vez, como tantos de nosotros, tenía que perderse y perderlo todo, para que su corazón se abriera y pudiera recibir tanta gracia.
Allí, en aquel escenario macabro y sublime, escuchó la promesa de Jesús al buen ladrón, comprendió que aceptar al Hijo de Dios ya salva, y se dio cuenta de que, para ser capaz de reconocerle y aceptarle, él llevaba buscando, caminando, aprendiendo a amar, treinta y tres años. Y bendijo a Dimas, al que se sintió tan unido, y a todos los que son capaces de rectificar, aunque sea al final.
Ante la Cruz descubrió la ternura del Niño recién nacido y la sabiduría del muchacho de doce años, capaz de asombrar a los doctores de la Ley. Estaba ahí también ese adolescente inspirado y todo lo que Jesús había sido en diferentes momentos; todos ahí, ofreciéndole sus dones a la vez. El joven carpintero entusiasta, el Jesús que bailó en Caná, el que luchó contra el adversario en el desierto, el Maestro que en el Sermón de la Montaña resumió lo que hace falta para entrar en el Reino, el que multiplicó los panes y los peces, el que se transfiguró en el Tabor, el traicionado, el incomprendido. Artabán se da cuenta de que, para entender cada uno de esos momentos, es necesario estar abierto a la comprensión.
Había tenido de niño, como casi todos los niños, la inocencia de un corazón transparente y asombrado. ¿Qué le cerró el corazón? ¿Qué lo mantuvo en tinieblas cuando los demás seguían la estrella? ¿Qué error o qué olvido lo alejó de la fuente del amor? Ajeno al gran Milagro, alejado del Misterio, apartado de su Gracia, separado.... ¿Quién o qué le ayudó a recuperar el corazón puro que necesita todo buscador?
Su sabiduría juvenil estaba llena de vanidad y soberbia. No merecía la estrella; aún no. Tenía que lograr unos ojos capaces de ver más allá de lo que la razón muestra o los sentidos captan. Fue perdiendo todo lo que le daba una luz falsa, una seguridad provisional: juventud, riqueza, poder... Tuvo que hacerse tan sencillo como los pastores, para saber reconocer e interpretar los signos.
Ya fue sencillo, cuando era un niño que encandilaba a los mayores con su inocencia y sus gestos de asombro. Se trataba entonces de emprender el camino de regreso, que es el descubrimiento del Amor. Algunos lo viven como un estallido de júbilo, gozosa epifanía, como un samadhi, diría un hindú, como un satori, diría un budista zen. Para Artabán fue un largo proceso.
En las noches cercanas a la Noche de Belén, no podía seguir a la estrella como hicieron Melchor, Gaspar y Baltasar porque aún no estaba preparado para seguir ni para buscar. Aún no se había vaciado ni desnudado lo suficiente como para que el Niño que se manifestó en aquel portal pudiera manifestarse en su corazón. Tenía que trabajar mucho sobre sí Artabán, debía recorrer el largo camino de acceso al Camino, ese sendero, para algunos como él, especialmente duro, angosto y empinado. Durante su búsqueda, aprendió a soltar, a renunciar, a dar y a darse. Fue desprendiéndose de todos sus bienes, aliviando las necesidades ajenas, ayudando, escuchando, compartiendo. Y cuando está frente al Salvador, el Mesías, se da cuenta de que no tiene más regalo ni más ofrenda que a sí mismo, su vida, su entrega, su cansancio.

A esto hemos venido casi todos: a perder la estrella y recuperarla, más bella y radiante de lo que la recordábamos, porque el sufrimiento consciente, la soledad, las lágrimas han limpiado los ojos hasta hacer de ellos otras estrellas, reflejos claros de la Estrella, de la Luz verdadera y única.
La Estrella siempre está, pero solo se la ve cuando uno despierta y se hace presente. Aparece como Luz cuando uno conecta con la luz que lleva dentro y puede iluminar a sus hermanos.

Artabán ha buscado a Jesús durante treinta y tres años, María Magdalena también, sin saberlo, había estado buscándolo durante toda su vida hasta que lo encontró y ya no hubo más sombra ni más frío para ella. Al ver a ese hombre enigmático, casi anciano, junto a la cruz, María intuye su búsqueda desesperada de la Verdad y la Vida.
- ¿Lloras por él? Nunca te he visto entre los discípulos.
– No he podido seguirle; llevo buscándolo treinta y tres años, desde que nació. Y lo encuentro en la hora de su muerte.
– Entonces, sí le conoces. Yo también lo busqué desde siempre. Por eso, al escuchar su voz por primera vez, pude reconocerle, porque en mi corazón ya le conocía.
– Pero a mí nunca me habló. No he podido descubrir en sus palabras a aquel a quien busco.
– Es ahora cuando vas a conocerle. Todo cuanto dijo e hizo, lo dijo y lo hizo también para ti, por ti. Te hablaré de él y sabrás cuanto tu alma necesita. Ven con nosotros, los que le conocimos te contaremos cómo fue y compartiremos contigo las enseñanzas que él nos confió. Le conocerás por sus palabras y sus obras, porque las llevamos en el corazón y en la memoria. Ven, hermano, él te hablará a través de nosotros y podrás seguirle y amarle como nosotros.

Su encuentro es con el Hijo de Dios en la plenitud del amor. Ya había ido recibiendo gracia en su larga búsqueda, mientras su corazón se abría y su alma iba creciendo; ahora la recibe por completo de la Fuente de la gracia y el amor; y sabe que todo ha tenido sentido.

Artabán no lleva más regalo que su desprendimiento, su desnudez, su amor.
Artabán, el que suelta y renuncia, el que busca, el que arriesga, el que escucha y acoge, el que da, el que se entrega, el que aprende a amar.
Artabán, todos los que hemos buscado con corazón puro a Aquel que nos libera de tanto lastre y restaura nuestro pasado, trascendiendo el cansancio, la tristeza, los fracasos aparentes, los olvidos.