27 de mayo de 2023

Plenitud del Misterio Pascual


Evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

                                                                    Pentecostés, El Greco

He venido a prender fuego a la tierra, y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!
                                                        Lucas 12, 49

      El Espíritu del Señor llena la tierra y, como da 
consistencia al universo, no ignora ningún sonido.

                                                                                                             Sabiduría 1, 7

La venida del Espíritu Santo es la que da plenitud al misterio Pascual, como dice el Prefacio de la liturgia para esta Solemnidad y, como dice la Oración sobre las ofrendas, nos lleva al conocimiento pleno de toda la verdad revelada.

¿Qué es el Espíritu Santo para ti? ¿Cómo le tratas? ¿Cómo le sientes? ¿Cómo la confianza que te mantiene a flote a pesar de la tormenta? ¿Cómo la providencia que vela por ti? Mucho más…., el Espíritu Santo es la Divinidad que te sostiene, que te hace volver a empezar una y otra vez, que, cuando te sientes agotado, te infunde el ánimo suficiente para no rendirte. Fecundidad, creatividad, amor que lo transforma todo desde el Centro, la Persona Divina que te santifica para que seas Uno con la Trinidad.

El Espíritu Santo te unifica. Acaban las luchas y los conflictos de dentro y de fuera. Es Su llama la que integra, quema lo que se ha de quemar e inmortaliza lo que perdura. Es la inspiración que hace que “le sea agradable mi poema” (Salmo 103), te hace decir “Jesús es Señor” (Corintios 12, 3b-7.12-13) y te prepara para fundirte con Él, ser en Él.

Ahora comprendo el verdadero sentido de la palabra inspiración. Consiste en dejar que el Espíritu te respire, te haga Suyo para transformarte y poder obrar en ti. Porque como vemos en diasdegracia.blogspot.com no se trata de hacer, sino dejarse hacer, permitir que el Espíritu que mora en nosotros actúe, transforme, lo haga todo nuevo. Así, la única acción necesaria sería soltar, desnudarse, renunciar a todo lo que obstaculiza esa Obra en nosotros; derribar los muros que nos separan de nuestro Ser. Es elegir la mejor parte: entregarse a la gracia de la acción de Dios en nuestros corazones.

Vivamos ya conforme a lo que estamos experimentando y comprendiendo. Que la vida va en serio, y la muerte también. Mucho más en serio de lo que podía suponer y lamentar Jaime Gil de Biedma en su poema. Va en serio sobre todo para aquellos que han recibido el don de saber que la Vida verdadera, a la que estamos llamados, trasciende lo que hasta hace poco nos parecía tan importante, que solo el amor es valioso, que casi todo lo que nos ha inquietado y a veces quitado el sueño es humo, vanidad, ilusión de la ilusión.

Llenémonos de Espíritu Santo para que la Divinidad pueda expresarse a través de cada uno. Que impregne el cuerpo, los actos, los pensamientos y sentimientos  y no quede ningún resquicio de vida ajeno a este caudal de luz.

Se acabó seguir cargando con lastre; se acabó seguir remendando paños viejos con paños nuevos o echando vino nuevo en odres viejos, pues no somos los mismos desde que el Espíritu de la Verdad está haciendo morada en nosotros. Y se acabó sobre todo seguir luchando contra nada o contra nadie, porque la lucha es siempre contra uno mismo y ahora estamos en paz con el mundo, con los hombres y también con nuestras entrañas, viejo anhelo de Antonio Machado. Porque Jesucristo hoy, y siempre es hoy, nos trae la paz, Su paz, que no solo es ausencia de conflicto, sino, sobre todo, perdón, unidad y amor verdadero.

Trabajemos ahora que aún hay luz para recibir esta Paz que no es del mundo y poder hacer nuestras las palabras del Patriarca Atenágoras:
Hay que hacer la guerra más dura
contra sí mismo, hay que lograr desarmarse.
Yo hice esa guerra durante años y fue muy terrible,
pero ahora ya estoy desarmado.
Ya no tengo miedo de nada.
Estoy desarmado de la voluntad de tener razón,
de justificarme descalificando a los otros.
Ya no estoy a la defensiva,
celosamente crispado sobre mis riquezas.
Acojo y comparto,
no me aferro especialmente a mis ideas, a mis proyectos.
Si me presentan mejores, o, más bien,
no mejores sino simplemente buenos,
los acepto sin pesares.
Ya renuncié a comparar;
lo que es bueno, verdadero, real,
es siempre para mí lo mejor.
Por eso ya no tengo más miedo.
Si uno se desarma, si uno se despoja,
si uno se abre al Dios–hombre,
que hace todas las cosas nuevas,
entonces Él borra el pasado malo
y nos devuelve un tiempo nuevo donde todo es posible.


38 Diálogos Divinos. "Gemidos del Espíritu Santo" II
                               

20 de mayo de 2023

El triunfo de la Libertad


Evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.  Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

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Ascensión de  Jesucristo, Garofalo

Por el Espíritu Santo nos llega la espiritualización, la ascensión de los corazones y la deificación.  
                                                                                                             San Basilio

Con la Ascensión, Jesucristo cumple el ciclo de ida y vuelta al Padre. La "cortina de la carne", ya no le aprisiona, pero sigue con nosotros de un modo nuevo. Además, ha prometido enviarnos el Espíritu Santo. Es hora de caminar sin verle ni escucharle con los sentidos físicos. Es la fe la que nos da la certeza de que sigue a nuestro lado, invisible, aunque realmente presente. 

Creemos que se ha quedado con nosotros para siempre, sacramentalmente y en nuestros corazones, Aquel que por amor se convirtió en el “gusano” de Dios (Isaías 41, 14; Salmo 22, 7), y bajó a los infiernos para liberarnos del pecado y abrirnos las puertas de la eternidad.

“Eclipse de Dios”, preciosa metáfora de Benedicto XVI; así son nuestras vidas casi siempre. Y así debió de ser, infinitamente más profundo y desgarrador, el eclipse de Dios que vivió Jesús, para que con el nuevo sol llegara la luz a todos los confines del universo.

Él ya nos atrajo hacia Sí cuando fue elevado sobre la tierra (Juan 12, 32), por eso nuestro destino es ascender. Para seguirlo en la ascensión, tenemos que recorrer primero el camino de humildad que Él recorrió durante su vida terrenal. Jesucristo nos atrae hacia Sí, no ya desde la ascensión, sino desde el mismo momento en que esta comienza, que es en la cruz.

La ascensión a la que Él nos llama es el triunfo de la libertad. Por eso, para elevarnos hacia Él, tenemos que desprendernos del lastre, de todo lo que encadena y tira hacia abajo: las pasiones, los apegos, el egoísmo, ir acostumbrándonos a ese Reino de lo sutil donde todo es perfecto en su transparencia, en su vertical ligereza, en ese anhelo de seguir ascendiendo hacia planos cada vez más sublimes de conciencia, de comunión con Cristo.

La plenitud de la gloria no acompañó a Jesús antes de la Pasión, pues su condición humana le mantuvo en un cierto alejamiento temporal del Padre, aunque nunca dejó de ser Uno con Él, gracias a su naturaleza divina. ¿Cómo, entonces, podríamos nosotros, pobres criaturas limitadas, ser ya pura luz, puro Ser, pura gloria, como algunos pretenden?

Cabodevilla nos ayuda a adentrarnos en estos Misterios: “Cristo llegó a ser centro del mundo solo después de haber terminado su sacrificio, “pacificando por la sangre de su cruz todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo.” (Colosenses 1, 20). Ahora bien, este sacrificio suyo lo llevó a cabo en carne humana mortal. 

Por nosotros mismos no podemos elevarnos. Jesucristo, que en el momento de su muerte portaba en su carne a la humanidad entera, al ascender se lleva como “trofeo” la carne humana glorificada. diasdegracia.blogspot.com  

Eso es lo que ganó para nosotros con su Muerte–Resurrección–Ascensión. Así lo resume San Ambrosio: “Bajó Dios, subió hombre”. Y San Zenón: “Bajó purus del cielo, entra en el cielo carnatus.” Se lleva el cuerpo, la carne humana que recibió de María, más que transfigurada e incorruptible, plenamente glorificada. Y llevándose su cuerpo, prefigura la elevación de los nuestros, llamados a la incorruptibilidad.

Los relatos de la Ascensión, de Hechos 1, 1-11 y Lucas 24, 46-53, que hoy leemos están llenos de símbolos y alegorías, formas de expresar o de intentar explicar lo inexplicable. Jesús, que nunca perteneció a este mundo, después de resucitar está libre de los condicionamientos de la carne y ya no vive en las coordenadas espacio-temporales que conocemos. Si con la encarnación descendió, humillándose, con la resurrección asciende, es glorificado.

San Bernardo señala tres niveles en el descendimiento: la encarnación, la cruz y la muerte; y tres en el regreso al Padre: resurrección, ascensión y asentamiento a la derecha del Padre (Marcos 16, 19). Nuevo símbolo, pues el Padre no tiene derecha ni izquierda, el Padre no tiene…., el Padre Es.

En su vida terrena Jesús Es también verdadero Dios, además de verdadero hombre, pero el velo de la carne, con sus limitaciones, Le mantenía, en cierto modo, alejado de su verdadera gloria. Y en su glorificación definitiva, Jesucristo nos otorga el don supremo, nos abre las puertas a nuestra propia glorificación, pues, ascendiendo como verdadero Dios y verdadero hombre, ensalza la naturaleza humana y hace posible la promesa de nuestra inmortalidad. 

El Hijo se une al Padre y, a la vez, maravilla del Misterio, se queda con nosotros como prometió. Hace de nuestros corazones su morada, si queremos hospedar a tan adorable Huésped. No se va, se queda con nosotros, presencia invisible, en la Eucaristía y en nuestro interior.

Está en el Padre, está en la Eucaristía, está en el corazón del que vive en gracia… Es ahora cuando el verbo “estar”, como antes el verbo “tener”, sobra o, mejor dicho, se queda corto. ¡Es en el Padre, y en la Eucaristía, y en el corazón! Ya no tenemos que mirar alelados el cielo, donde Lo hemos visto alejarse o nos han dicho que se ha alejado. Hagamos caso a los ángeles y reanudemos el camino con alegría, porque Él no se ha ido, no se ha alejado, sigue siendo plenamente, en el Padre, en la Eucaristía, en ti, en mí.

Puede ser difícil vivir estas verdades si no se comprende, y se interioriza, que hay dos formas de existencia. La del mundo, del que, por Cristo, ya no somos, que es la que nos resulta familiar. Está condicionada por el espacio, con sus tres dimensiones, limitadas y concretas, y el tiempo, con su discurrir inexorable, ante el que nos sentimos indefensos, vencidos de antemano. 

La segunda forma de existencia, el nuevo mundo al que estamos llamados, en el que ya somos, aunque no nos demos cuenta, es la verdadera realidad, la dimensión eterna que nos corresponde, a la que Cristo asciende, ya en plenitud, sin por ello dejarnos. Porque es una realidad que se trenza con la otra, la de lo aparente, lo material, y lo sublima, espíritu y materia, trascendencia e inmanencia, Unidad, al fin.

Unidos a Él, ya estamos, ya somos en el cielo, en la gloria, en el siglo venidero, aunque aún no nos hayamos despojado de los velos, a veces tan tupidos, de la carne. El viejo hombre y el viejo mundo han pasado; la nueva creación nos reclama. Vivamos ya la nueva vida de resucitados; hombres nuevos, capaces de ser testigos de Jesucristo y de llevar a cabo la misión que Él mismo nos ha encomendado: guardar, enseñar, ser Su Palabra. Porque Aquel que tiene pleno poder en el cielo y en la tierra está con nosotros y Es en nosotros, todos los días hasta el fin del mundo. 


13 de mayo de 2023

"Vosotros en Mí y Yo en vosotros"

 

Evangelio según san Juan 14, 15-21 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”.

                              52. Diálogos Divinos. La Trinidad en el alma

        Las palabras del Mismo Jesús en Libro de Cielo, las Enseñanzas que dictó a la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, nos ayudan a profundizar en los Misterios que revela el Evangelio de hoy, sobre los que también reflexionamos en www.diasdegracia.blogspot.com:

                                                                                                  29 de Octubre 1899
Jesús la lleva en brazos y la instruye. 

Continúa viniendo mi adorable Jesús, pero esta mañana, en cuanto ha venido me ha tomado entre sus brazos y me ha transportado fuera de mí misma; y yo, encontrándome en aquellos brazos comprendía muchas cosas y especialmente que para poder estar libremente en los brazos de Nuestro Señor y también para entrar buenamente en su corazón y salir de él como al alma más le plazca, y para no ser de peso y fastidio al bendito Jesús, es absolutamente necesario despojarse de todo. Por tanto, con todo el corazón le he dicho: “Mi amado y único Bien, lo que te pido para mí es que me despojes de todo, porque bien veo que para ser revestida por Ti y vivir en Ti, y que Tú vivas en mí, es necesario que no tenga ni siquiera la sombra de lo que no te pertenece”. Y Él todo benignidad, me ha dicho: “Hija mía, la cosa principal para que Yo entre en un alma y forme mi habitación en ella, es el desapego total de toda cosa. Sin esto no sólo no puedo morar en ella, sino que ni siquiera alguna virtud puede tomar habitación en el alma. Después que el alma ha hecho salir todo de sí, entonces Yo entro en ella y unido con la voluntad del alma fabricamos una casa, los cimientos de esta casa se basan en la humildad, y cuanto más profundos sean, tanto más altos y fuertes resultan los muros; estos muros serán fabricados con piedras de mortificación, cubiertos de oro purísimo de caridad. Después de que se han construido los muros, Yo, como excelentísimo pintor, no con cal y agua, sino con los méritos de mi Pasión, simbolizados por la cal, y con los colores de mi sangre, simbolizados por el agua, los recubro y en ellos formo las más excelentísimas pinturas, y esto sirve para protegerla bien de las lluvias, de las nevadas y de cualquier golpe. Inmediatamente después vienen las puertas, y para hacer que éstas sean sólidas como madera, no sujetas a la polilla, es necesario el silencio, que forma la muerte de los sentidos exteriores. Para custodiar esta casa es necesario un guardián que vigile por todas partes, por dentro y por fuera, y éste es el santo temor de Dios, que la guarda de cualquier inconveniente, viento, o cualquier otra cosa que pueda amenazarla. Este temor será la salvaguardia de esta casa, que hará obrar al alma no por temor de la pena, sino por temor de ofender al propietario de esta casa. Este santo temor debe hacer que todo se haga para agradar a Dios, sin ninguna otra intención. Enseguida se debe adornar esta casa y llenarla de tesoros, estos tesoros no deben ser otra cosa que deseos santos, lágrimas; estos eran los tesoros del Antiguo Testamento y en ellos encontraron su salvación, en el cumplimiento de sus votos su consolación, la fuerza en los sufrimientos; en suma, toda su fortuna la basaban en el deseo del futuro Redentor y en este deseo obraban como atletas. El alma sin deseo obra casi como muerta; aun las mismas virtudes, todo es tedio, fastidio, animadversión, ninguna cosa le agrada, camina casi arrastrándose por el camino del bien. Todo lo contrario el alma que desea, ninguna cosa le causa peso, todo es alegría, vuela, en las mismas penas encuentra sus gustos, y esto porque había un anticipado deseo, y las cosas que primero se desean, después vienen a amarse, y amándose, se encuentran los placeres más agradables. Por eso este deseo debe acompañar al alma desde antes de que se fabrique esta casa. Los adornos de esta casa serán las piedras más preciosas, las perlas, las gemas más costosas de esta mi vida, basada siempre en el sufrir y el puro sufrir; y como Aquel que la habita es el dador de todo bien, pone en ella el ajuar de todas las virtudes, la perfuma con los más suaves olores, siembra las flores más encantadoras y perfumadas, hace sonar una música celestial de las más agradables, hace respirar un aire de Paraíso. He olvidado decir que se necesita ver si hay paz doméstica, y ésta no debe ser otra cosa que el recogimiento y el silencio de los sentidos interiores”. 

6 de mayo de 2023

"Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí"

 

Evangelio según san Juan 14, 1-12 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le replica: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre”.

                                                  Cristo Resucitado, Giotto

El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y completa de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación.
                                                                                             Vladimir Soloviov

Creer en Jesucristo nos transforma completamente y transforma nuestra vida. ¿Qué es creer en Él? ¿Qué supone creer? ¿Creemos de verdad que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador? Él mismo nos lo pregunta hoy, a través de Felipe, y muchas otras veces en otros pasajes del Evangelio. 

Porque hay dos tipos o niveles de fe. El primero no supera el nivel del entendimiento; la mente es capaz de concebir la existencia de Dios, de integrar esa creencia en la vida cotidiana, disertar sobre ella, compartirla… Es a este nivel inferior de fe al que pueden llevar los signos y los milagros.

Y luego está otro nivel superior de fe, la profunda, la que Jesús quiere despertar en nosotros. Y esta no necesita evidencias sensibles, porque se instala en el nivel espiritual, donde somos capaces de intuir verdades superiores y experimentar sentimientos genuinos, más allá de lo emocional.

Ahí se siente la presencia de Dios en el corazón, y ya no es la mente la que cree, ni falta que hace, porque el conocimiento se hace viviente, sin los filtros de las creencias y los conceptos. Jesucristo viene al corazón, hace morada en él y todo se hace secundario ante el inmenso tesoro de vivir unido a Cristo (1 Jn 1-3; 1 Cor 6, 17).

No es algo estático sino un proceso dinámico, una relación continua que nos hace ir progresando, creciendo en fe, esto es, en amor, en intimidad con Aquel que hace posible todo, y que ha abrazado al pobre siervo que somos, con un amor tan grande que lo ha transformado en Sí mismo.

Esa es la fe que mueve montañas: vivir en comunión con Él. Ruysbroeck llamaba esta experiencia la “vida viviente”. Ninguna catequesis, ningún doctorado en teología, ninguna brillante carrera eclesial puede otorgar esta experiencia. Solo pueden ayudarnos el amor que nace de un corazón vacío de sí mismo, la pureza y la humildad, la renuncia consciente a la propia persona (del griego, máscara), el  abandono gozoso a esa Presencia que es la fuente de la que renacemos, capaces y libres, transformados.

Si la fe verdadera nace del verdadero amor, creciendo en amor, nuestra fe será aumentada sin límite. Libres del ego, que no puede creer porque no puede amar ni conocer, podemos ser llenados de Verdad y Vida, para que todo nos vaya siendo revelado en el Camino. 

Fe, pistis, significa otra profundidad de pensamiento. Crecer en fe es pasar de una comprensión literal a otra más honda y trascendente, que supera los límites del intelecto y permite conectar con lo no manifestado, la fuente que nos vivifica (Hebreos 11, 3). www.diasdegracia.blogspot.com 

Es la entrega a Cristo, Camino, Verdad y Vida, lo que nos permite unirnos a Él y que sea Él quien piense, sienta, haga en nosotros. Y cuando es Cristo quien vive en ti, en mí, somos capaces de hacer las obras que Él hizo e incluso mayores, como dice el Evangelio de hoy. Pero lo importante no son las obras, los milagros, los imposibles realizados, sino la comunión con Aquel que nos guía hacia el Padre. 

Por eso nos declaramos siervos inútiles tras haber cumplido nuestro deber, porque nos miramos en el primer Siervo y no queremos otra cosa que ser como Él, almas ligeras, sin pasado, sin futuro, pura Vida que brota de Aquel que hace nuevas todas las cosas. Y lo vivimos con asombro y gratitud cada día, cada instante, compartiendo esta certeza, a veces en silencio, a veces con palabras que evocan la Palabra.

Hacemos nuestro el canto y el lema de los templarios (Non nobis domine), orden injustamente difamada, cuyo nombre original es Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón. No eran herejes, sino pobres siervos, como hemos de ser todos.

Non nobis, Domine
Himno inspirado por el Salmo 113:9 . San Bernardo de Claraval, primer padre espiritual de
la Orden de los Caballeros Templarios, se lo impuso como lema. 

Resultado de imagen de evangelio domingo 14 de mayo 2017


Soy en Dios por Su gracia.
Me pierdo en Su abrazo infinito
y soy gota de agua,
fundida con Su Sangre
que recrea los mundos
y recuerda los nombres
que nosotros aún
no recordamos.

Él, más íntimo a ti que tú mismo, como decía San Agustín, no te deja un instante. Ya te ha dicho: “Eres mío, te quiero hasta el extremo, levántate, deja de buscarme afuera. Yo soy tu caricia sutil, tan sutil que estoy en tu piel y en tu carne. Búscame en ti, piénsame en ti, siénteme en ti, hasta que puedas mirarme cara a cara y saber que mi mirada nunca te ha faltado. Aunque tus ojos de carne no puedan verla, acostúmbrate a sentirla, con la certeza de que estoy contigo, más cerca que nadie porque estoy en ti. Yo soy la culminación de todos los caminos que has seguido y que no te han alejado de mí, de ti, de esta unidad que somos. Vívela, aunque los sentidos, abotargados en este mundo de sombras e ilusión, a veces tengan que retirarse para dejar paso a esos otros sentidos más sutiles y afinados, más cercanos a la experiencia de comunión y amor infinito. Yo soy el Camino que recorres, la Verdad que buscas, la Vida que te da la existencia”.