25 de octubre de 2014

El Amor


Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?". Él le dijo: “‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas".

Jesucristo, Hoffman
 
           Amar a Dios, amar al prójimo... Una tentación frecuente es creer que es más fácil lo segundo y creer que podemos amar a otros sin amar a Dios, hasta que descubrimos que no es verdadero amor, porque no somos capaces de amar sin condiciones ni reservas, a no ser que pasemos nuestro amor por el corazón de Dios, fuente del verdadero amor, infinito e incondicional. Pero amar a Dios nos resulta difícil; no le vemos, no le oímos, no le sentimos... Y aun así, Él es más íntimo a nosotros que nosotros mismos, intimior intimo meo, decía San Agustín.
            Empezamos a sentir y a saber que Él vive en nosotros cuando abrimos el corazón para amar a cada hermano desde el amor de Dios. Y descubrimos que los dos mandamientos, los dos amores, están indisolublemente unidos. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, como no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. Y no se trata solo de sentir, sino, sobre todo, de expresar, encarnar, crear realidades de amor, como huellas firmes y seguras en el camino de la vida.

            Unos meses después de estar dando vueltas al tema de la belleza, evocando la Piedad del Vaticano, la Piedad Rondanini y la de carne y hueso que encontré junto a San Ginés, Lucía me envió desde Milán un vídeo realizado precisamente con las fotos de Hupka de la Piedad del Vaticano, y recordando la misma respuesta de Miguel Ángel a la pregunta sobre la juventud anacrónica de María: "los que están enamorados de Dios no envejecen".
            ¿Anacrónica? No, atemporal, don de Dios, el único que puede conservar la belleza y la juventud de aquellos que le aman.
              El vídeo está en el blog hermano: www.diasdegracia.blogspot.com, con fecha de hoy.

            Todos tenemos un vacío en el corazón que sólo Dios puede llenar con su amor. Hay quienes se acercan a la religión con miedo, buscando salvarse, y hay quienes se acercan a Dios con amor, buscando la unión íntima con Él.
            Puede que esa sea la diferencia entre los llamados y los elegidos. Es elegido, y se elige a sí mismo, el que sin miedo ni reservas, abre su corazón al Dios del Amor, el que el hombre ha buscado desde la caída, o desde el olvido, el único que puede hacer de él una criatura integrada, un hombre verdadero. Los grandes místicos lo comprendieron: San Juan, Santa Teresa, Santa Catalina de Siena, que se decía la novia de Jesucristo.

            Y el alma humilde que de forma anónima nos legó uno de los más bellos poemas de Amor que se han escrito:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
                                                                                

            Cómo no amar a quien nos ama... Parece fácil cuando estamos seguros de ese amor. Pero acaso nos falta a veces fe para creer que Aquel que murió en la Cruz era Hijo de Dios y aceptó su muerte por amor a todos y cada uno de nosotros. Si fuéramos conscientes de que lo habría hecho del mismo modo por uno solo de nosotros, sí, por ti o por mí, viviríamos locamente enamorados y entregados a Él, dejaríamos de ir por el mundo como mendigos de amor y viviríamos en una dicha constante.

            Cuántas veces somos como Pedro, que, por miedo, negó conocerle, como Tomás, incapaz de creer sin ver, como todos los que no se atrevieron a acompañarle hasta el Gólgota. Seamos como Juan, como María Magdalena, que abrieron su corazón al amor infinito del Dios hecho hombre. Y miremos a su Madre, anhelando parecernos un poco a ella, porque con su sí, libre, valiente y confiado, desgarrado por el sufrimiento ante la Cruz, inició la historia de la Salvación y nos mostró el camino del amor y la libertad, el único donde podemos encontrar plenitud y belleza, más allá de las formas transitorias y falsas de este mundo.

            El camino devocional, habitual en muchas tradiciones, se queda corto cuando el objeto de devoción es limitado. Pero si es Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien nos entregamos, Él nos ofrece un atajo. Él es el atajo y hace que avancemos, porque ya es Él quien vive en nosotros y a Él se someten todas las potencias y principados, la mente, la naturaleza, lo visible y lo invisible. Todo un universo nos respalda porque todo es nuestro, nosotros somos de Jesucristo y Él del Padre. Él nos va dando todo lo que necesitamos para evolucionar. En Él nos vamos transformando, integrando, mereciendo un cuerpo glorioso como el Suyo, para vivir eternamente.

            Toda mística es siempre del amor; ese es su sentido y su sustancia. El objetivo del místico, lo sepa o no lo sepa, es unirse definitivamente a Dios, la fuente primordial del amor. El enamorado de Dios no es temeroso, mediocre o pusilánime. No busca salvarse por miedo al infierno, ni busca salvarse para gozar del paraíso. El enamorado de Dios Le busca por puro amor. Todo lo demás viene por añadidura, pero ni siquiera lo piensa, ni siquiera pierde, imaginando las venturas por venir, un instante de tiempo, ni una brizna de la energía que necesita para seguir amando a Dios y en Él a todos sus hermanos y a toda la creación.

            El enamorado de Dios hace suyo el contenido del bello texto de San Pablo sobre el amor (I Cor, 13, 1-13), porque su corazón se va transformando en puro amor, que se derrama espontánea y naturalmente sobre todos sus hermanos.

            El enamorado de Dios tiene el alma libre, no busca ventajas ni calcula; no vive en el pasado con sus remordimientos inútiles, ni en el futuro con sus temores hipotéticos, porque solo quiere amar, y sabe que solo puede amarse hoy, que siempre es hoy.
 

 
                                       Amancio Prada cantando a San Juan de la Cruz  
   

           Cuando caminas por la vía mística, tu ser va gradualmente “enamorándose”. Es éste un lento proceso de conversión e iluminación. Nacidos en estado de aislamiento, vamos poco a poco pasando a un estado de “enamoramiento”.            
            Podemos, es cierto, volver a quedar aislados; dado lo débil de nuestra naturaleza humana, siempre corremos el riesgo de separarnos de la totalidad. Además, nuestro “estar enamorado” es parcial; siempre estamos en camino, siempre transformándonos, “haciéndonos”. Sólo Dios es enteramente “estado de amor”, y nosotros no alcanzamos nuestra plenitud como entes separados sino en Él.
                                                                                                        William Johnston

18 de octubre de 2014

Lo que Es de Dios


Evangelio de Mateo 22, 15-21

En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién es esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”


                                         El tributo al César, Valentín de Boulogne


Lo que solemos llamar nuestra vida es una cosa tan circunstancial, tan determinada, tan improbable, que sólo es como un vestido que se pusiera el alma a cada instante.                                                             
                                                                                              Juan Ramón Jiménez

                        ¿Dónde estás cuando no estás contigo?
Y después de haber discurrido por todas las cosas, ¿qué has ganado si de ti te olvidaste?
                                                                                                Thomas de Kempis


Los fariseos vuelven a desplegar sus malas artes, sibilinas e hipócritas, para intentar acorralar a Jesús, pero el Maestro aprovecha la ocasión para desenmascararlos una vez más, y para invitarnos a avanzar en una espiritualidad integradora, no dualista, encarnada, como la que veíamos en San Francisco de Asís hace dos domingos.  

Nos anima a ser valientes, decididos, radicales como Él en ese anhelo de Absoluto, de lo profundo y vertical que somos en esencia, trascendiendo los límites de nuestra condición. En esa verticalidad no hay pares de opuestos, no se trata por tanto de escoger algo y soltar algo, sino de soltar todo para escoger Todo, renunciar a la falsa imagen que no somos, la del César, y asumir lo que Somos: la imagen de Dios.

Porque lo real, lo que Es, lo de Dios…, no está en el “qué”, sino en el “cómo”. Lo que hacemos, como expresión externa de la vida, es insignificante frente a lo que Somos, que se manifiesta en cómo hacemos, decimos, pensamos, sentimos… Atendiendo al “cómo”, todo puede ser del César o de Dios. Limpiar, comer, orar en el templo, reír, ayunar, bailar, dar limosna, jugar…; nada es sagrado, nada es mundano por sí mismo, sino por la actitud con que lo hagamos.

¿Cuál es la mejor actitud, el mejor “cómo”, nuestro “CÓMO”?  Con Jesucristo, en Él y Él en cada uno. Con Cristo, como Cristo, Uno con el Padre, salimos de la mentira de lo que creemos que somos, para entrar en la Verdad, lo que Somos realmente. Es el Camino de retorno a Casa.

Todos acumulamos y nos aferramos a falsas monedas, visibles e invisibles, por miedo e inseguridad, pero el miedo es una fantasía nacida de la ignorancia, que nos impide recordar que somos amor. Miedo y deseo, dos notas falsas que entonan la melodía desafinada de nuestra vida, hasta que descubrimos nuestra verdadera nota, limpia, clara, y la ponemos al servicio de la sinfonía de la Vida. Es hora de invertir valores y poner nuestra confianza y seguridad en Dios, el único apoyo firme, el único verdadero. Realicemos el Reino en la tierra, para vivir ya como hijos de Dios, los seres infinitos y eternos que somos.

Hoy Jesús vuelve a recordarnos que no somos del mundo, aunque estemos en el mundo; no somos del César, sino de Dios. Nuestro "lugar" no está aquí abajo, en estos planos inferiores, limitados, horizontales, sino arriba, en lo alto y profundo, en lo interior. Vivamos en vertical, demos a Dios lo que es de Dios: nosotros mismos, que somos imagen Suya, nuestra esencia original. Solo así alcanzaremos la semejanza perdida.

            Cuando no somos, buscamos nuestra identidad fuera, en cosas, personas, proyectos, circunstancias..., en el César y sus secuaces… No solo los bienes materiales nos hipnotizan y nos esclavizan. Hay en el ser humano dos inercias que atan: la de buscar experiencias y la de buscar seguridad. Todo se disfraza y se distorsiona por esas tendencias compulsivas a acumular experiencias (siempre inútiles) y seguridades (siempre ilusorias). Nos escudamos en proyectos nobles, ambiciones loables o altruistas, pero en el fondo es todo producto del  miedo y el deseo. (Ver www.diasdegracia.blogspot.com)

            Acaparar o soltar... Hay quien cree que el egoísmo y la codicia está en acaparar "monedas" materiales, dinero, posesiones... Pero hay una codicia más sutil que lleva a acaparar todo. Jesús se refiere a lo material, pero también y sobre todo a esa "red" de miedos, deseos, proyecciones, auto justificaciones y expectativas que vamos tejiendo todos alrededor como arañas ciegas. Hay quien acumula monedas de oro con la esfinge del César y quien va acuñando monedas invisibles que enmarañan su alma e impiden que entre la luz. Y al final, muchas veces nos comportamos como niños inconscientes y caprichosos, perdidos en un bosque en mitad de la noche, mientras los lobos aúllan, las sombras crecen y el corazón se encoge, vacío, cerrado todavía.

“Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. No hay mejor manera de expresar esta realidad dramática que condiciona nuestras vidas. Es otra expresión del cielo y el infierno que todos llevamos dentro. Quedarnos en lo material, en lo falso, en lo que no somos, en el César y su mundo, que nos encanta como las sirenas a Ulises, es atender únicamente al infierno. Descubrir los trucos del César, su impostura esencial, e intuir la Verdad es optar por el Cielo y hacer realidad el Reino aquí, ahora, en nosotros, el único lugar donde es posible.

Demos al César lo suyo: lo falso, lo efímero, el miedo, lo separado, lo que se quemará, lo que no es, la nada de plata que no nos pertenece; y demos a Dios lo verdadero, lo consciente, lo perdurable, lo que Somos: Suyos.



Que seas mi universo, Jesús Adrián Romero


La fuerza de César está en el sueño de los hombres, en la enfermedad de los pueblos. Pero ha llegado el que despierta a los durmientes, el que abre los ojos a los ciegos, el que restituye la fuerza a los débiles. Cuando todo se haya cumplido y se haya fundado el Reino –un Reino que no ha menester de soldados, jueces, esclavos ni moneda, sino únicamente de almas nuevas y amantes– el imperio de César se desvanecerá como un montón de cenizas bajo el hálito victorioso del viento.
Mientras dure su apariencia podremos darle lo que es suyo. El dinero, para los hombres nuevos no es nada. Demos a César, prometido a la nada, esa nada de plata que no nos pertenece.
                                                                                              Giovanni Papini


Ha habido demasiados lutos por resistirnos a los Romanos. Al César yo le daría lo que nos pide. A nosotros nos queda la inmensidad de nuestro Único y Solo, que ellos no pueden conocer. Elevan a los altares a un emperador, un trozo de sangre y carne que no tardará en ser pasto de los gusanos. Démosle a ese César lo suyo y quedémonos con lo que no puede quitarnos.
                                                                        Erri de Luca
                                                                                   En el nombre de la madre

11 de octubre de 2014

El traje de fiesta

 
Mateo 22, 1-14
 
En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos."



                                      Dios, que es mi baluarte poderoso,
hizo irreprochable mi camino.
                                                           2 Samuel 22, 33

 
Sumérgete en ese Océano de dulzura,
y deja que todos los errores
de la vida y de la muerte te abandonen.
                                                        Kabir
                                                                                                           

 
            El pueblo judío rechazó la invitación a la celebración del Amor que Dios les ofrecía. No supieron reconocer en Jesús al Mesías, el Hijo de Dios. Y nosotros... ¿Lo reconocemos? A pesar de que el banquete ya está preparado y de que todos estamos invitados, porque el anfitrión es infinitamente magnánimo, muchas veces seguimos rechazando la invitación a la gran fiesta de la gracia, la dicha y la unidad.

            Buenos o malos, justos o pecadores, ricos o pobres, brillantes o mediocres..., al Rey que nos invita no le importa nuestra condición, solo nos pide que aceptemos la invitación, reconociendo a su Hijo como el esposo y el salvador que instaura el Reino definitivo. Y con qué paciencia sigue invitándonos para llenar la sala del banquete. Espera el tiempo necesario para que dejemos nuestros afanes mezquinos e intereses individuales y perecederos y optemos por lo esencial, la plenitud del Ser eterno, la única verdadera Referencia que salva y transforma. Espera y nos da la libertad para aceptar o no. Por eso, aunque muchos son los llamados, pocos los elegidos, porque es uno mismo el que elige.
 
            Pero, si aceptamos la invitación, se nos pide algo más: que nos pongamos el traje de fiesta, el vestido blanco con el que hemos de presentarnos a la celebración de los esponsales. Hace falta haber dejado atrás las vestiduras lúgubres de la soberbia, la mentira, el egoísmo y la tibieza.

           ¿Cómo pudo alguien colarse en la fiesta sin vestir el traje necesario? Tal vez se valió de algún medio ilícito, alguna estratagema propia de tramposos. Son muchos los que creen que hay atajos o puertas ocultas para acceder al Reino donde se celebra el banquete. Son aquellos que se consideran especiales, mejores que los demás, capaces de dominar ciertas técnicas o prácticas que permitan avanzar más rápidamente, saltándose las Leyes sagradas que Cristo ya perfeccionó y simplificó.

            No hay más atajo que Él, porque Él es el Camino y la Puerta, el ojo de aguja... Vistámonos de fiesta, aunque tardemos en conseguir el tejido impecable que no se deshilacha ni se ensucia ni se transforma en harapos, como le sucedió a Cenicienta después de las doce. En realidad, ya es nuestro, lo llevamos puesto bajo los disfraces de escasez, fealdad, pobreza o entropía.
       
            ¿De qué sirven los esfuerzos personales del que no acepta que todo es gracia, derroche generoso, abundancia, don gratuito de Dios? ¿Cuánto tardarán en ser desenmascarados los que han pretendido saltarse las Leyes para intentar igualarse a Dios, como hicieron Adán y Eva en el Paraíso?
 
          Son la humildad y la pureza de corazón las que van desnudándonos de harapos y vestidos sucios, inapropiados para una boda, las que van descubriendo el albo lino que nos viste de fiesta. Si recuperamos la inocencia esencial, nuestro será el derecho a participar en el banquete eterno, aunque hayamos sido grandes pecadores. No en vano, Jesús relató en otra ocasión la parábola del fariseo y del publicano, para hacernos ver quiénes serán los elegidos entre los muchos llamados.
 
            Los soberbios, los vanidosos, los tibios y los que se valen de trampas y artificios para pretender colarse en la fiesta no están preparados para disfrutar del banquete y sus deliciosos manjares. Los que se saltan la Ley del Amor, que incluye todas las demás, serán expulsados de la mesa del Rey del Universo.

             En cambio, los que se han desnudado de seguridades, vanidades, falsas creencias y prejuicios, los que lucen con garbo y prestancia el albo lino de la sencillez y la coherencia verán cómo su pasado, todo lo que un día les afeaba o les hacía sentirse indignos de tal celebración, desaparece o se transforma en elegancia, dignidad y belleza transfigurada, como las del Hijo del Rey.

             No volvamos a rechazar la invitación. Acudamos al banquete, desnudos de los harapos de impostores, vestidos con la túnica que se nos preparó antes de todos los tiempos. Y, como dice el Salmo 23, que hoy recitamos: habitaremos en la casa del Señor, nuestro verdadero hogar, por años sin término.

            



 
EL TRAJE DE FIESTA
 
No es fracaso,
sino el extremo de un lazo
que habrá de unir en tu historia
lo malo y lo bueno,
lo oscuro y lo claro,
lo tuyo y lo ajeno,
en un todo orgánico,
plenitud esencial
del alma restaurada
que ha dicho sí
y ha aceptado ponerse
el vestido de fiesta necesario
para el banquete eterno
al que hemos sido,
todos, invitados.


3 de octubre de 2014

San Francisco de Asís. Espiritualidad encarnada


Lucas 10, 17-24
 
En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Él les contestó: "Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo". En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar". Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron". 


San Francisco de Asís recibiendo los estigmas. El Greco


Esta semana, en lugar de comentar el Evangelio del domingo y la parábola de los labradores desalmados que, por no dar los frutos, asesinan al hijo del Dueño, recordamos a uno de mis santos favoritos, San Francisco de Asís.
El pasaje del Evangelio que la liturgia propone el día de su festividad es muy acertado para celebrar a este maestro de la sencillez y la alegría, que nos enseña una espiritualidad encarnada y coherente, y  para dar inicio a una serie de entradas sobre la banda sonora del Camino de regreso, en el blog hermano: www.diasdegracia.blogspot.com
 


CÁNTICO DE LAS CRIATURAS

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor;
tan solo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!

Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!

Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!

Y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!

¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.


            San Francisco escribió este himno al final de su vida, ciego, en medio de atroces sufrimientos físicos y morales. Pero recibe el consuelo de Dios, y llama a la muerte hermana, porque está experimentando las primicias de la resurrección. Muere cantando, desnudo sobre la tierra, como él pidió.      

          En una primera lectura, este himno es una alabanza dirigida a Dios por los elementos de la creación: el sol, la luna, las estrellas, el agua, el fuego y la tierra. Pero se puede contemplar este poema más profundamente, intentando discernir qué hay detrás de las realidades cósmicas que cantan con el fraile moribundo y lleno de luz. Qué es el sol, qué es la luna, qué es el agua y el fuego, qué es la muerte para el que la mira tan de cerca, con ojos ciegos para el mundo...

            El canto brota en el ocaso de su vida, al final de un largo, duro y fructífero camino espiritual. Después de alcanzar la certidumbre del Reino en plena agonía, como un don divino, no puede menos que cantar, porque en su alma ya está amaneciendo, y con qué resplandores...
 
            Pero canta a la materia; un hombre a punto de entrar en el mundo espiritual, del que acaba de recibir el consuelo y la certeza del Reino, canta y agradece realidades materiales, elementos cósmicos transitorios… ¿O no? ¿O está cantando más de lo que un primer acercamiento nos permite ver?
 
            Es un canto simbólico, claro, que no menosprecia el amor sincero de San Francisco por las cosas materiales que canta y con las que canta. Pero hay mucho más detrás, en esa lectura interior que nos lleva a la realidades invisibles, de las que las otras, tan hermosas, tan fraternales, son solo el reflejo. San Francisco está cantando a Dios en cada criatura, en cada elemento, en cada palabra. La materia transfigurada. Desde lo más humilde ha llegado a lo más alto, y nos lleva consigo en la comunión total y el canto alegre y libre de los que no tienen nada que temer porque se han transformado en puro amor.
 
            No es por tanto solo una candorosa celebración poética del mundo creado, un canto de alabanza y admiración desde las criaturas, uno con ellas, preciosas, desnudas, sencillas, sino el culmen de una experiencia espiritual honda como pocas, alegre incluso en lo más profundo de la noche oscura.
 
            El amor de San Francisco a la naturaleza es solo lo más visible de su voluntad de abrirse a la plenitud del Ser, del que el mundo es una epifanía alegre y colorida, musical. Porque el Ser todo lo habita, lo nutre y embellece, palpita en cada una de esas realidades, desde la más humilde a la más esplendorosa. La mirada interior del santo se vuelve asombro y gratitud, sigue amando y admirando las maravillas de Dios hasta el final de su vida, hasta el principio de su Vida.


  
             Brother Sun, sister Moon, Donovan, de la película de Franco Zeffirelli (1972)



ORACIÓN DE LA PAZ
 
Señor, hazme un instrumento de tu paz;
donde haya odio, ponga amor;
donde hay ofensa, perdón;
donde hay duda, fe;
donde hay desesperanza, esperanza;
donde hay tinieblas, luz;
donde hay tristeza, alegría.

Oh Divino Maestro,
que no busque yo tanto
ser consolado como consolar,
ser comprendido como comprender,
ser amado como amar.

Porque dando se recibe,
olvidándose, se encuentra,
perdonando se es perdonado,
y muriendo a sí mismo
se nace a la vida eterna.