25 de abril de 2020

No estamos solos


Evangelio de Lucas 24, 13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: “¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?” Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?” Él les preguntó: “¿Qué? Ellos le contestaron: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron. Entonces Jesús les dijo: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída". Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.” Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


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                                       La Cena de Emaús, Rembrandt

Desde ahora, a nadie conocemos según la carne; y aun a Cristo, si lo conocimos según la carne, ahora no lo conocemos así.
2 Cor 5, 16

Los desencantados discípulos que van camino de Emaús y sobre los que reflexionamos también en www.diasdegracia.blogspot.com, están dormidos, abatidos, se han vuelto a dejar llevar por la rutina y la inercia. Han olvidado el entusiasmo  que Jesús les provocaba.

Por eso están cansados y tristes; sus mentes se han separado de Él y han vuelto a lo conocido, los hábitos cansinos, los tópicos y prejuicios. Les ciega la queja y la frustración, ese estado mental y emocional tan negativo que a todos nos alcanza y del que Jesús siempre estuvo libre. Han dejado de estar unidos a Su Maestro, la Vid que les daba energía, serenidad y fortaleza. Con Él habían conocido otra forma de estar en el mundo, sin ser del mundo, que brota del ser; más allá de lo circunstancial, del pasar, del hacer, del tener, del acumular. José María García Lahiguera, en Horizonte de santidad: “ser como él”, dice: “El corazón pierde la libertad cuando busca ese descanso, cuando requiere el consuelo de la creatura, cuando mendiga la comprensión de nuestras crisis, cuando rebusca un desahogo… ¿Dónde hallaremos una página en que Cristo, hablando con sus apóstoles, o ni siquiera con su Padre Celestial, lo haga en plan de desahogo, cuanto menos de crítica? ¿Dónde le podemos descubrir diciendo al Padre en son de queja: “Padre, mira lo que me pasa”? No hay nada de esto. Sigue fielmente la senda que se ha trazado.”

Pero Cleofás y su compañero sin nombre (para que me vea, para que te veas en él) sí están en la queja y la carencia, en la búsqueda de compensación y desahogo, en el lamento. Por eso dicen a su acompañante misterioso “Quédate con nosotros que atardece”, necesitan abrir su corazón que ha vuelto a arder tras escuchar al Maestro que aún no saben que lo es... Solo volver a compartir Su pan les devolverá su íntima unión con la Vida verdadera, siempre nueva. Se les ha despertado la capacidad de asombro, con ojos que ven y oídos que escuchan…

“Quédate con nosotros que atardece”, decimos aún cuando olvidamos que Él siempre está. Cuando lo recordamos, porque vivimos en coherencia con lo que somos,  recreados por Él, aunque atardece, solo atardece para lo que ha de morir. Si vivimos unidos a Él, somos con Él eternos, libres, capaces de ver y oír, de reconocerle con el corazón.

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La Cena de Emaús (otra versión), Rembrandt

Así nos lo cuenta Cleofás, o acaso el caminante anónimo…, acaso tú, acaso yo…

Lo reconocimos y desapareció… Reconocer es conocer dos veces, una fuera y otra dentro. ¿Qué más podíamos pedir? Nos dejó su imagen y su voz, grabadas en el corazón, antes de desaparecer de nuestra vista. 

Se quedó con nosotros cuando el día iba de caída. Se quedó para siempre, cuando ya atardecía en el paisaje del camino y en el paisaje del alma. Qué regalo nos hizo el Maestro antes de subir al Padre… 

Aunque se fue, nunca se ha ido. Se alejó y nunca ha estado tan cerca. Solo el Hijo de Dios podía hacer posible estas aparentes contradicciones. Solo Él pudo hacernos tan libres, capaces de trascender esas paradojas en una realidad nueva. Solo Él lo hacía, lo hace todo nuevo, por amor. 

Cómo ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras, cómo sigue ardiendo… Y cuando el corazón arde es por algo. Esas llamas y su luz han de ser compartidas para que no se apaguen. Hay que buscar a cuantos no pueden creer lo que no ven, porque les ciega la soberbia de los ojos y la mente, los que aún no han comprendido que la bienaventuranza de los pobres en el espíritu se refiere a aquellos que han renunciado a todo y han encontrado Todo. 

                              223. Diálogos Divinos. Resurrección Divina

Tomás vio y creyó. Dejemos ver la hoguera de nuestros corazones, mostremos esas llamas de amor vivas, seamos verdaderos testigos, pruebas vivientes para los que necesitan pruebas, certezas, confirmaciones.

Jesucristo resucitado ha salido a nuestro encuentro para acompañarnos en el camino, ahora que atardece. Y nosotros, renacidos en Cristo, salimos al encuentro de aquellos que han perdido la esperanza y caminan en penumbra, para encender en sus corazones la luz de la Vida, el fuego del Amor. El Hijo de Dios no solo “pasó” por el mundo, en la Pascua definitiva, como cordero inmolado para la salvación del hombre caído. 

Junto a este grandioso acto, en su delicadeza divina, volvió para preocuparse de la más inadvertida de las miserias de cada uno. Siguió a Cleofás y su compañero, camino de Emaús, para explicarles las Escrituras y abrirles los ojos a la fe, partiendo el pan. Nos sigue a cada uno de nosotros en nuestro Emaús particular. Se nos une en la duda, el cansancio, la decepción, se nos está revelando su presencia a cada instante. Si no fuéramos tan torpes y necios… 

Con la inocencia y la inspiración del Espíritu Santo vamos intuyendo nuevas comprensiones sobre lo que sucedió en Emaús. Arde nuestro corazón cuando leemos las Escrituras. Le reconocemos al partir el pan y desaparece de nuestra vista para que le sigamos viendo con los ojos del alma. Dichoso el que cree sin ver. Aquel a Quien el firmamento no podía contener, el Verbo increado, se ha hecho, por amor tan pequeño como para caber en nuestra boca y en nuestro corazón.

Como tantas veces, la poesía “balbucea” lo que la mente es incapaz de expresar. Como este Himno de la Liturgia de las Horas:

Tras el temblor opaco de las lágrimas,
no estoy yo solo.
Tras el profundo velo de mi sangre
no estoy yo solo.
Tras la primera música del día,
no estoy yo solo.
Tras la postrera luz de las montañas,
no estoy yo solo.
Tras el estéril gozo de las horas,
no estoy yo solo.
Tras el augurio helado del espejo,
no estoy yo solo.
No estoy yo solo; me acompaña, en vela,
la pura eternidad de cuanto amo.
Vivimos junto a Dios eternamente.

18 de abril de 2020

"Dichosos los que crean sin haber visto"


Evangelio según san Juan 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

La incredulidad de Santo Tomás - Colección - Museo Nacional del Prado
  La incredulidad de Santo Tomás, Matthias Stom
            
En el blog hermano www.diasdegracia.blogspot.com, nos vuelve a hablar Santo Tomás, como otras veces nos habló aquí. Blogs que intercambian y comparten miradas, que van de la mano y se inspiran en ese Tercer Blog que no se lee con los ojos del cuerpo, ni se pronuncia con los labios y la lengua: el diálogo íntimo con el Maestro que a menudo nos pregunta: "¿por qué lloras?", "¿a quién buscas?", para que dejemos de creer que la vida es búsqueda, pérdida y duelo... Lo era, pero ya no. Jesucristo Resucitado hace que la vida sea encuentro y alegría, fuente continua de gracia y maravillas. El corazón humilde, sencillo, lleno de amor, hace de la gran pecadora una santa, del incrédulo, un creyente, audaz y libre.  Se trata de nuevo de aprender a mirar más allá de las apariencias, porque lo esencial, como dice el Principito, es invisible a los ojos.

Apariencia / Esencia…
Aparecer / Desaparecer
Ilusión / Realidad
Representación / Presencia
Sombra / Luz
Figura / Ausencia
Palabra / Silencio

También en el blog hermano, de vez en cuando he intentado explicar y, sobre todo, explicarme por qué escribo en dos blogs. ¿Insistente?, ¿indecisa?, ¿ambigua?, ¿contradictoria? Todo y nada.

Dos blogs, uno aparentemente más ortodoxo y teológico (teología, el vano anhelo de llevar a Dios a la lógica o a la ciencia); el otro, aparentemente más literario, libre, abierto. Aparentemente…, aparencia de dos blogs, cuando es un único blog.

Dos blogs, porque yo también, como todos, vivo en el mundo sin ser del mundo, en la representación de este mundo que está pasando, aunque no queramos verlo. En el mundo, sin ser del mundo, con el anhelo de unidad que nos anima y nos mueve a todos, lo sepamos o no.

Dos blogs, como los pares de aforismos del, también aparentemente, heterodoxo Louis Cattiaux, que quedan unificados y trascendidos por un tercer aforismo, "aparentemente" difícil de comprender, pero sencillo si se nos abre el entendimiento.

Dos blogs que son tres. El tercero no hace falta escribirlo ni leerlo, se escribe solo y está al alcance de todos, porque pertenece al Reino, y allí se expresa en el idioma de los pájaros o canta con la música callada al Nombre sobre todo nombre, al Verbo, la Palabra, anterior a todas las palabras.

Tercer blog,  que estos otros dos sueñan y en el que se miran. Tercer blog, tercer canto, tercer poema…, único Poema, que no se escribe con bolígrafo ni pluma ni teclado, no se escribe con neuronas ni memoria limitada, Poema que, como todo lo que es de la Verdad, está ya escrito, y lo escrito, escrito está en esa dimensión de eternidad de la que somos y a la que regresamos.

Ya lo intuía el anónimo poeta del Romance del Conde Arnaldos, y lo cantaba con estilo paradójico, como se suele expresar lo inexpresable: Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.


                         Romance del Conde Arnaldos, Amancio Prada

Seguiré escribiendo, "aparentemente" yo, en estos "aparentes" dos blogs, definitivamente locos para el mundo, o ajenos al mundo aunque sigan en el mundo. No podía ser de otra forma si su única referencia es ya, como la mía, un Dios que se hace Hombre por amor, un Rey que se deja humillar y asesinar como un delincuente y reina desde un patíbulo: nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

Nosotros predicamos... Hoy -siempre es Hoy- se nos envía de nuevo -todo es Nuevo- a predicar, comenzando por Jerusalén, que eres tú y soy yo.

Todo empieza a desmoronarse en la representación de este mundo que pasa, está pasando, pero no queremos verlo. Hemos puesto un velo entre nosotros y esa realidad, un velo o telón que solo se levanta cuando el equilibrio ficticio y anestesiante es alterado por una enfermedad, una muerte o un magnífico desastre, que diría Zorba el griego, un acontecimiento aparentemente trágico que acaba revelando su centro de Luz, esa llama que encendió el primer Resucitado, alegría de los hombres, nuestro Camino de regreso a la Vida verdadera.


                                Jesús, alegría de los hombres, Bach

12 de abril de 2020

La Gloria de la Resurrección


Evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo, camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

                        La Resurrección del Señor, Paraclesion de San Salvador en Chora

Pero aún no se dieron mucha cuenta de que el mundo había muerto en la noche. Lo que aquellos contemplaban era el primer día de una nueva creación, un cielo nuevo y una tierra nueva. Y con aspecto de labrador, Dios caminó otra vez por el huerto, no bajo el frío de la noche, sino del amanecer.
G. K. Chesterton

Pasó un Resucitador por el mundo y nació en el mundo una esperanza más grande que todos los siglos; la cual no morirá. Uno que ya no tenía esperanza ha escrito: "Jesús es simplemente la esperanza más grande que ha pasado por la Humanidad..."
Oh Renán, escucha: No ha pasado.
Leonardo Castellani


Vieron el sepulcro vacío y creyeron. Entonces comprendieron las Escrituras y las palabras de Jesús, que había anunciado su muerte y resurrección.

Cristo ha vencido a la muerte por nosotros para que también resucitemos. Es la Buena Noticia para los que estábamos condenados a muerte. Morir ya no es morir, es solo un paso, el tránsito hacia la vida perdurable y dichosa. Así lo entendieron los apóstoles después de la resurrección del Maestro. Experimentaron que Jesús estaba vivo, y comprendieron que su promesa de vida eterna es una promesa que se cumple.

Y así lo proclaman a los cuatro vientos: “ha resucitado”. La muerte no es el final; Jesús abre el camino hacia una nueva humanidad; lo imposible ya es posible. 

Creer en la resurrección de Jesús, no solo es tener por cierta su resurrección, sino resucitar. Ya hemos resucitado con Él. “¡Despierta, tú que duermes; levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz!” (Efesios 5,14).

El Hombre Nuevo es la Resurrección, que se puede vivir ya, ahora, antes incluso de haber atravesado la puerta que es la muerte. Porque hemos muerto con Cristo y  hemos resucitado con Él. Dios se ha hecho hombre para salvarnos de la muerte eterna; ha pagado por nosotros; ha muerto en nuestro lugar para, resucitando, resucitarnos. Podemos darlo por seguro, porque Jesucristo lo ha prometido y Su Palabra no pasa porque es Palabra de Vida eterna.  


  Ave Verum Corpus, Mozart. L. Bernstein

            Aparente paradoja del cristiano: consciente de su cuerpo mortal, y, a la vez, convencido de la inmortalidad del alma. Sería contradictorio, si no hubiera venido Jesucristo a elevarnos con Él y llevarnos a un destino increíble: la resurrección total del individuo en cuerpo glorioso, alma y espíritu. El cuerpo, nacido del polvo, es elevado a una dignidad jamás pensada, un destino de Gloria eterna. Jesucristo lo ha glorificado, al encarnar como uno de nosotros.

Así lo explica San Pablo en la Primera Carta a los Corintios: “Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual”.

Por eso, no queremos ser inmortales, sino volver a casa, hijos pródigos, resucitados. El inmortal no muere, y necesitamos morir, porque el que no muere, no da fruto, el que no muere, no resucita, el que no muere, no vive para siempre con el Señor de la Vida. 

Si para la inmortalidad, según la concebían los filósofos griegos, no era necesario morir, para resucitar, es imprescindible. Y muriendo ya a nosotros mismos, podemos vivir como resucitados en este mundo de formas y apariencias, que es figura del otro, el verdadero. Inmanencia y trascendencia integradas, alineando en vertical al ser humano nuevo que ya somos, mientras esperamos la Resurrección definitiva

Jesucristo ha glorificado el cuerpo, ha iluminado la materia a través de Su Encarnación-Cruz-Resurrección. Ha tomado el sufrimiento, la entropía, lo efímero, la caducidad de la carne, consustanciales a nuestra condición. Ha tomado todo lo que nos separaba de Él y del sueño que Dios soñó para nosotros y lo ha transmutado, purificado, convertido en "combustible" para el mejor de los futuros. Y toma también el futuro, porque decidimos volver con Él a ese Presente intemporal en que ya somos. En www.diasdegracia.blogspot.com  , otra mirada a lo que hoy celebramos.

Solo con corazón de poeta podemos "asomarnos" al misterio de la Resurrección de la carne y la realidad del cuerpo glorioso, esa materia iluminada que Jesucristo, Luz del mundo, inaugura. Si además, el poeta es sacerdote y experimenta cada día, en sus propias manos, la dicha de "los que creen sin ver”, puede transmitir mejor lo que intuye y siente. Así lo hace José Miguel Ibáñez Langlois, con versos esenciales y asombrados, sin puntuación:


…los ángeles le restituyen la sagrada materia
que la pasión dispersó por los elementos del mundo
por los látigos los puños los harapos
el madero el velo de la Verónica a los cuatro vientos
esa materia debe ser difundida por los siete vientos
y al mismo tiempo serle restituida a su glorioso dueño
el mundo es ya una reliquia pero el cuerpo debe estar íntegro
porque dentro de unos segundos ese cuerpo
                                                                          oh Dios
cuatro segundos
                          tres
                                 oh Dios ese cuerpo oh
dos
       uno
              ese cuerpo oh Dios
                                             ya
resucitó.

                       ***

Jesús
de ahora en adelante ya no te llamarás
tierra desolada
ni
el leproso se muere
ni
maldita en ti la luz del universo
no
sino que en adelante tu nombre será
casa del hombre
y
la otra cara del sol está naciendo
y
Amor mío amor mío eternidad.

                                       José Miguel Ibáñez Langlois



                                                      Diálogos Divinos. Resurrección