25 de junio de 2022

Nuestra vocación es la Libertad

 

Evangelio según san Lucas 9, 51-62

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?” El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: “Te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. A otro le dijo: “Sígueme”. El respondió: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Le contestó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.        
                                                
Jesús y el joven rico, Hofmann
                                 
     Bienaventurado es el hombre que ha llegado a recibir junto con el Hijo
     lo mismo de lo cual recibe el Hijo.
                                                                                  Maestro Eckhart
                                                                                             
Las lecturas de hoy son un canto a la libertad, no como suele entenderla el mundo –una mera ausencia de normas, obstáculos y obligaciones–  sino como la vive el cristiano que ha logrado ser dueño de sí mismo, de sus egoísmos, apegos y pasiones, y por eso es responsable y consecuente con su esencia y su misión. Es el verdadero discípulo, capaz de entregarse sin reservas, porque sabe que, aunque haya de renunciar a afectos legítimos, ha decidido optar por la parte mejor, y no le será quitada (Lc 10, 42).

Jesús está subiendo a Jerusalén: camina hacia el cumplimiento de su misión redentora, para la que ha venido al mundo. Subamos con Él al encuentro de nuestra misión y destino, el sacrificio consciente en el que, como discípulos fieles, hemos de participar. Subamos a Jerusalén con la confianza del que sabe que le guía el Espíritu y que, por Él, ya no está bajo el dominio de la Ley. Avancemos con la misma actitud de Jesús, para que la voluntad del Padre se cumpla en nosotros plenamente. 

Entremos en Jerusalén sin miedo ni deseo, con la convicción del elegido, que hace lo que ha de hacer y no tiembla ni flaquea. Pero, mientras subimos, es necesario asumir el rechazo del mundo, recordando que Él fue rechazado antes, y que nos prometió una dicha verdadera: “Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5, 11-12).

Hay que estar dispuesto a renunciar a todo, incluso a lo bueno, por lo mejor. La contundencia de las palabras de Jesús en este pasaje, como en muchos otros, está orientada a que despertemos. Él, que vino a dar plenitud a la Ley (Mt, 5, 17), no está contradiciendo el cuarto mandamiento o las bellas palabras del Libro del Eclesiástico (Eclo 3, 1-18) sobre el respeto, cuidados y amor debidos a los padres.

Está claro que no se nos invita a abandonar al padre o a la madre ni a dejar sin enterrar a un muerto querido; la Divina Misericordia no nos impediría practicar misericordia; cómo iba a hacerlo Aquel que promulgó el mandamiento del amor. Se está refiriendo al “padre” (o madre o hijo o amiga o esposo) opresor que llevamos dentro, esos fantasmas creados por el egoísmo posesivo y excluyente. Y se refiere también a los muertos espirituales que nos habitan; ese corazón muerto de apego, enterrado ya junto con su tesoro perecedero, porque donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón (Mt 6, 21). Corazón de piedra que no sirve de nada cuando Jesús nos lo puede cambiar por un corazón de carne (Ez 36, 26). Porque Él resucita a los Suyos, nos devuelve una vida verdadera, para que podamos ser libres y sensibles a Su llamada.

De lo que se trata es de que nada nos esclavice ni nos impida trabajar para el Reino. El seguidor de Cristo no renuncia al amor, la ternura o la responsabilidad, pero ya no se ocupa de los demás de un modo egoísta y exclusivo, sino generoso y abierto. Y, cuando cuida a su hijo o a su esposa o a su padre, no lo hace en la cárcel del ego que cierra las puertas al amor universal, sino desde la verdadera fuente del Amor, ese Ágape ante el que los otros amores: eros, philia, se inclinan reverentes.

A lo que se nos pide que renunciemos es a los afectos condicionados y posesivos, disfrazados tantas veces de obligación. Solo así podemos seguir amando a la manera de Jesús, de un modo incondicionado, hasta el final. Porque no se nos pide que renunciemos a los afectos legítimos, sino que tomemos conciencia para no encadenarnos a ello.

Todo a lo que nos aferramos nos esclaviza, y un esclavo no es capaz de amar. Si renunciamos con el gesto interior que Jesucristo nos pide (en muchos casos, acompañado de un gesto exterior y eficaz) a posesiones, costumbres, ideas, comodidades, incluso a hijos, padres, esposos, amigos, seremos libres y veremos de un modo nuevo a cada persona que creíamos amar, sin el cristal deformante del apego, sin la ansiedad, preocupación y miedo que nuestra posesividad ponía entre ellos y nosotros. 

Sacudámonos la tibieza, la pereza, el egoísmo y la comodidad. Despertemos y seamos ya verdaderos discípulos, capaces de valorar las maravillas que Jesucristo hace en nosotros continuamente, y perseverar en Sus pruebas, recordando que estamos destinados a estar donde Él está (Jn 12, 26; Mt 19, 28 y Lc 22, 29).



              You are my inheritance, O Lord, Salmo 15 Davide Fossati


¿Cómo vivir este proceso de renuncia y desprendimiento, evitando mirar hacia atrás? Con fe, pero no con la fe de la mente y sus conceptos limitadores, sino con la fe del que ha alcanzado un nivel de entrega y un nivel de ser que permite la intuición directa de lo Real. Y eso solo lo logran los audaces que han soltado todas las seguridades del mundo. Porque la fe no tiene nada que ver con las “creencias”. Es valentía, entrega, confianza, soltar todo, entregarlo todo y lanzarse. La experiencia de Dios confiere al discípulo una capacidad natural de dar prioridad al Reino sobre todo; es la consciencia y la coherencia, que dan integridad, coraje y fortaleza.

Por eso, para adentrarnos con paso firme en el Camino, hace falta haber mirado cara a cara nuestros miedos y haberlos vencido. Creyente es el que no teme y un discípulo de Cristo ha de ser valiente, porque el miedo atenaza, paraliza, impide amar.

Creemos en Jesucristo y queremos ser sus discípulos, pero a casi todos nos falta un “empujón final”, una asignatura pendiente e imprescindible que nos permita comprender el mensaje del Maestro en toda su profundidad. Tenemos que mirarnos por dentro, sin excusas ni mentiras, implacablemente, y renunciar aunque cueste, aunque duela, a todo aquello que sobra, que estorba, que nos falsea y deforma, que endurece y cierra el corazón. Solo así podemos llegar a ser verdaderos discípulos, dispuestos a seguirle hasta la Cruz para experimentar la aurora de un nuevo día, el alba de la Resurrección.

Puede que uno de los más graves pecados consista en abandonar el Camino después de haber recibido la gracia de encontrarlo y haber dado los primeros pasos. Me pregunto si rechazar de este modo la guía del Espíritu tendrá que ver con el único pecado que no será perdonado (Mt 12, 31). ¿Qué hay más blasfemo que rechazar la vida eterna, de manos del Autor de la vida? Y ¿no es el infierno el rechazo consciente de la vida y del amor?

No se trata solo de renunciar al apego a esa persona sin la que crees que no puedes vivir, abandonar un trabajo que acaricia tu ego y te anestesia, liberarse de tantas comodidades, a veces tan sutilmente diabólicas. Hay que ir a la raíz de la entrega total, transformar las actitudes que nacen en el corazón y son las que pueden ensuciar o limpiar, oscurecer o iluminar nuestras vidas y las de los que nos rodean. 

            Nos asusta salir de la tibia, segura y conocida mediocridad y así seguimos siendo esclavos de nuestros miedos, apegos y costumbres. Por eso, para no edificar sobre arena ni quedarnos a medias, antes de emprender el seguimiento, hemos de considerar la grandeza de la obra que iniciamos, prever los obstáculos, desnudar el alma de ambiciones mundanas, apegos, consideraciones y falsas creencias.

Es necesario un descenso a lo profundo del alma para experimentar el contraste entre nuestras sombras y miserias, nuestras limitaciones e incapacidades, nuestra fragilidad, y la luminosa, omnipotente presencia divina, que irrumpe en la vida de aquel que es escogido y llamado (porque se escoge y escucha). Humildad y paciencia, generosidad, pobreza de espíritu y confianza, virtudes que hoy escasean y debemos adquirir para ser fieles a la vocación aceptada. Un discípulo está dispuesto a soltar cuanto lo mantiene apegado a su egoísmo, liberarse del lastre y caminar sin mirar atrás.

Jesucristo sigue esperando una respuesta libre de nosotros: que aceptemos entregarnos sin reservas y ser de los Suyos. Pero a veces no reparamos en que, para dar algo, hay que tenerlo, para darnos, hemos de ser dueños de nosotros mismos. Entonces, ¿hay que realizar un largo y considerable trabajo interior antes de emprender el camino del discípulo? Sí y no. Hay que ser consciente, en primer lugar, de todo lo que nos esclaviza: pasiones, apegos, inercias, miedos… y estar dispuesto a soltarlo. Normalmente no se logra de un día para otro, pero la intención ya nos predispone, porque Dios mira el corazón y procura todo lo que le falta al hombre de buena voluntad. 

“Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12, 9), decía el Señor a San Pablo cada vez que su voluntad flaqueaba,  y nos lo dice a cada uno de nosotros, todos acosados por espinas diferentes, más o menos insidiosas. Por eso, también como Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, dando por descontado que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza.

Nos basta su gracia también hoy. Aunque nuestras fuerzas vacilen y las dudas nos quebranten, confiamos en una Voluntad infinitamente superior, la de Jesucristo. Su Palabra es nuestra luz y nuestra entereza, la fuente de toda abundancia, siempre mucho más allá de lo esperado o lo previsible. El que pone el Reino en primer lugar se sorprende al ver la abundancia de lo que viene por añadidura (Mt 6, 33), y descubre que, no solo no ha perdido nada, sino que recibe cien veces más (Mt 19, 29).

Jesús continúa llamándonos, a cada uno por nuestro nombre; nos está diciendo: “Sígueme”, con una llamada personal y directa. Es Él quien nos busca, nos encuentra y nos llama, aunque pueda parecer lo contrario, que somos nosotros los buscadores.

Cuando respondamos con un “Sí” definitivo, el Fiat Voluntas Tua, que nos abra las puertas del Reino, seremos transformados a la manera del Sagrado Corazón de Jesús que celebramos ayer. Fundida nuestra voluntad a la Suya; una sola Voluntad, un solo Corazón, una sola Vida. diasdegracia.blogspot.com

                  91 DIÁLOGOS DIVINOS 
"MODOS DE OBRAR DE LA DIVINA VOLUNTAD". 1

23 de junio de 2022

Sagrado Corazón de Jesús


Evangelio según san Lucas 15, 3-7

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos y a los escribas esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse’’.


Jesucristo, Hoffmann

En la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, miramos ese Corazón traspasado por amor, como verdadera vacuna contra el virus de la mentira, el egoísmo, el olvido de Dios. En Él está la fuente de la Vida y del Amor-dolor-Amor, que es la única forma de amar para el discípulo de Cristo.

En estos tiempos de pérdida de las libertades individuales, estamos asistiendo con perplejidad e inquietud a lo que algunos nos venían anunciando con lucidez desde hace tiempo. Los dirigentes, y los que están detrás de ellos, a la sombra, manejándolos como títeres, pretenden imponer una forma de vida y una agenda 2030 y 2050 que recuerda sospechosamente a la distopía narrada por Aldous Huxley en “Un mundo feliz”.

Huxley describió una sumisión general, previa a la pérdida de libertades. Las masas serían controladas con un lavado de cerebro discreto y paulatino, que convertiría a los seres humanos en una especie de zombies que, en lugar de verse como esclavos, se dedicarían a disfrutar, preocuparse por lo inmediato, lo efímero, lo insignificante. Aclamarían a todos aquellos que no pusieran en cuestión esta sociedad de aparente bienestar. En lugar de verse manipulados y lobotomizados, se sentirían importantes, satisfechos, libres. 

Ese “mundo feliz” de Huxley consiste en una dictadura sin lágrimas, sin sufrimiento, sin dolor, porque las personas son “anestesiadas” de muchas formas para hacerlas sumisas y manipulables. Pero si quitamos el sufrimiento, quitamos el amor; porque el amor y el dolor van de la mano por Cristo, el eterno inmolado. Es la Pasión eterna, la Cruz que nos lleva a la luz, la alquimia de todas las alquimias que transforma nuestro plomo en oro, es el crisol de los crisoles, el fuego que arde sin consumir. Es el camino del amor, via amoris, que es a la vez via crucis y via lucis

Es el gran hallazgo: que la Cruz, no solo precede a la Gloria, sino que es ya Gloria en sí misma. Como la muerte, no solo precede a la resurrección para los que siguen a Cristo, cada muerte cotidiana a nosotros mismos, es ya una resurrección, una regeneración, una oportunidad de rehacer la propia vida y la de todos.

No queremos una sociedad sin lágrimas, sin dolor, sin sufrimiento purificador y transformador, queremos el Reino del hágase Tu Voluntad, como en el Cielo, en la tierra, escogemos el Reino de la Divina Voluntad en el mundo y en nuestros corazones, que anhelan ser un único corazón con el Sagrado Corazón de Jesús y con el Inmaculado Corazón de María. Y ese Reino, que será el triunfo de los Sagrados Corazones, se gana por el amor-dolor-Amor.

Cuando decimos líbranos del mal no estamos diciendo “líbranos del sufrimiento”. El mal es cuanto nos desvía del camino que lleva al Reino, lo que nos hace vivir la vida como si Dios no existiese. El bien, en cambio, es optar por la única decisión posible: por Cristo, con Él y en Él, con Su amor-dolor-amor, que es el amor misericordioso de Dios, el Sagrado Corazón atravesado por la lanza para devolvernos la Vida. 

Y recordamos que misericordia etimológicamente significa “pasar la miseria por el corazón”. Nuestra miseria ha sido transformada en la Preciosísima Sangre de Cristo, el precio de nuestro “rescate”. Por eso, nos negamos a ser anestesiados, a vivir en una dictadura sin lágrimas ni sufrimiento. Lloramos y sufrimos por amor a Aquel que nos amó primero, nos ama eternamente y nos hace partícipes de Su Misma Vida, fuente de la verdadera felicidad.

El Sagrado Corazón de Jesús está siempre abierto, derramando su Divina Misericordia. Amor nuevo que eleva y transforma, enseña a amar mucho más allá de lo sensible, pero también en lo sensible, porque el Verbo eterno, la Segunda Persona de la Trinidad tiene en Jesús, además de la divina, naturaleza humana.

El Inmaculado Corazón de María, que contemplamos en  www.diasdegracia.blogspot.com , humano y ensalzado, humano y divinizado, atravesado por la espada del sufrimiento, como anunció Simeón, nos lleva al Sagrado Corazón de Jesús y Este nos lleva al Padre, la Fuente del Amor que está más allá de las emociones, más allá de los sentimientos. Dios Padre no necesita amor..., no necesita siente..., ES Amor.



                                 Sacred Heart,Ubi Caritas III , Cantatrix 

De Las Horas de la Pasión, de Luisa Piccarreta:

“Vida mía, crucificado Jesús mío, veo que sigues agonizando en la cruz sin que tu amor quede todavía satisfecho para darle cumplimiento a todo. ¡Yo también agonizo contigo! Quiero llamar a todos los ángeles y a los santos: ¡Vengan, vengan todos al monte Calvario a contemplar los excesos y las locuras de amor de un Dios! Besemos sus llagas ensangrentadas, adorémoslas; sostengamos esos miembros lacerados; démosle gracias a Jesús por haberle dado cumplimiento a nuestra redención. Démosle también una mirada a nuestra Madre Santísima traspasada por tantas penas y muertes que siente en su Corazón Inmaculado, tantas cuantas ve que su HijoDios está sufriendo; hasta sus mismos vestidos están cubiertos de sangre, como también por todo el monte Calvario se puede ver la sangre de Jesús. Así que, tomemos todos juntos esta sangre y pidámosle a nuestra dolorosa Madre que se una a nosotros; dividámonos por todo el mundo y ayudemos a todos; socorramos a quienes están en peligro para que no perezcan, a los que han caído para que se levanten de nuevo, a los que están a punto de caer para que no caigan. Démosles esta sangre a tantas pobres almas que están ciegas, para que resplandezca en ellas la luz de la verdad; vayamos a donde se encuentran quienes están combatiendo, seamos para ellos vigilantes centinelas, y si están por caer alcanzados por las balas, recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos y si se ven abandonados por todos o están impacientes por su triste suerte, démosles esta sangre, para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores. Y si vemos almas que están a punto de caer en el infierno, démosles esta sangre divina que contiene el precio de su redención, para arrebatárselas a Satanás. Y mientras tendré a Jesús abrazado a mi corazón para defenderlo y reparar por todo, abrazaré a todos a su Corazón, para que todos puedan obtener gracias eficaces de conversión, fortaleza y salvación. ¡Oh Jesús!, tu sangre diluvia de tus manos y de tus pies. Los ángeles haciéndote corona admiran los portentos de tu inmenso amor. Veo a tu Madre al pie de la Cruz traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y todos como petrificados en un éxtasis de estupor, de amor y de dolor. ¡Oh Jesús!, me uno a ti y me abrazo a tu cruz y hago mías todas las gotas de tu sangre para depositarlas en mi corazón. Y cuando vea irritada a tu divina justicia contra los pecadores, te mostraré esta sangre para aplacarte. Y cuando vea almas obstinadas en la culpa te mostraré esta sangre y en virtud de ella no rechazarás mi plegaria, porque en mis manos tengo la prenda con la que puedo obtenerlo todo. Por eso, ¡oh Jesús!, a nombre de todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, junto a tu Madre Santísima y a todos los ángeles, me postro ante ti crucificado Bien mío y te digo: « Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa cruz has redimido al mundo ».”

22 de junio de 2022

Benedictus


Evangelio según san Lucas 1,57-66.80

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, vinieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: "¡No! Se va a llamar Juan". Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en el espíritu, y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel. 

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Natividad de San Juan Bautista, Ghirlandaio

Ciertamente, no era la Luz, pero permanecía por entero
en la luz, el que mereció dar testimonio de la Luz verdadera.
                                                                                             
San Máximo de Turín

Hoy celebramos, como Solemnidad, el nacimiento de San Juan Bautista, el único santo, a excepción de la Santísima Virgen María, del que la liturgia celebra el nacimiento, y lo hace por estar relacionado con el Nacimiento de Jesucristo. Se adelanta la celebración un día porque este año coincide con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, que se celebra siempre el siguiente viernes a la celebración del Corpus Christi. 

San Juan Bautista anuncia al Verbo encarnado que viene a dar cumplimiento a todas las promesas que anunciaron los profetas. Con Juan acaba el Antiguo Testamento y comienza la Buena Noticia. Así lo presenta el propio Jesús: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él» (Mateo 11, 10-11).

La Natividad de Juan se celebra tres días después del solsticio de verano: lo que empieza a morir, aunque aparentemente está en la plenitud de la vida. En el calendario se sitúa en el polo opuesto del solsticio de invierno, en que celebramos la Navidad: el Sol invicto, la semilla de Vida para todos, en la aparente oscuridad del invierno y en la fragilidad de un recién nacido. Pero a partir de esa noche, la más larga del año, los días empiezan, muy despacio, a alargarse sin que tengamos que hacer nada, como la semilla que el sembrador esparció en tierra buena o el grano de mostaza de los que hablaba Marcos en el Evangelio del domingo pasado. 

Juan el Bautista marca la superación del Antiguo Testamento, del vino viejo, del ascetismo y la conversión en medio de sufrimientos, culpa y ceniza. Jesucristo es el Nuevo Testamento, el Camino, la Buena Nueva que libera, alegra y expande el corazón. Todo el que le sigue puede entrar en el reino y alcanzar la estatura, el tamaño, el nivel que su fe y su entrega le permitan. 

Juan llamaba al arrepentimiento y, enérgico y riguroso, sacudía las conciencias, pero se quedaba en la literalidad de la ley. Por eso Jesús dijo de Él que era el mayor de los nacidos de mujer, pero que el más pequeño del reino de los cielos era mayor que él. Juan hablaba de normas, cumplimientos, reglas externas, Jesús hablará de la transformación interior necesaria y previa para poder hacer. Juan les decía lo que tenían que hacer, Jesús les decía, nos dice, lo que hemos de ser.

Juan es la enseñanza literal, buen germen necesario, buena piedra donde cimentar. Pero hay más, mucho más que la piedra; los que quieran, además de la piedra, el agua y el vino han de transformarse en vasija vacía y en odre nuevo, y seguir a Aquel que es el Agua Viva y el Vino Nuevo, el mejor de las Bodas porque, con ser nuevo, conserva el sabor y el aroma de la Verdad, la Belleza y la Bondad eternas.

El sentido literal de la Enseñanza, que Juan predicaba y que tantos como él predican hoy, ha de ser respetado y conservado, como peldaño para acceder a niveles superiores de la Enseñanza de Cristo, viva porque brota del Verbo Creador y de la experiencia transformadora de Comunión con Él que cada uno de nosotros seamos capaces de vivir y compartir.
 
El que bendice es bendecido, es ley del nuevo orden que Jesús viene a instaura. Isabel, que bendijo a  su prima María con las palabras que recordamos cada día en el Avemaría, fue la bendecida madre del Precursor. Y el padre de la voz que clama en el desierto, fue bendecido recuperando la voz y el habla cuando acató el mandato del ángel e impuso a su hijo el nombre de Juan (www.diasdegracia.blogspot.com). Zacarías recupera la voz y alaba a Dios, que es la finalidad para la que tenemos voz y vida. De esta alabanza surge el Benedictus, la oración que la Liturgia de las Horas reza en Laudes para bendecir y alabar al Señor.
 
Bendito sea Juan, el mayor de los nacidos de mujer, por ser la Voz que anuncia al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Bendito sea por llamarnos a la conversión con claridad y contundencia, bendito, por su valentía y su humildad. Bendito sea por reconocer sus limitaciones y apartarse, por mostrarnos al Maestro para que, siguiéndole, aprendamos a ser ciudadanos del Reino. O a recordar que ya lo somos.

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La Visitación, Van der Weyden


AGUA Y ESPÍRITU

María e Isabel, dos senos llenos de Vida.
Uno, virginal, de mujer muy joven, casi niña,
fecundado por el Espíritu.
El otro, de mujer cansada,
desierto de carne seca,
que el Espíritu empapa y hace fértil,
para que la semilla de hombre fructifique.

Manos que se cruzan en los vientres,
miradas que manan amor reverente,
éxtasis de asombro.
Cuerpos que se encuentran
e intercambian los latidos nuevos.
Signo de infinito, dar y recibir.
Fiat, hágase.

La obra entregada que,
aceptada y transformada,
se convierte en Obra.
Propósito y existencia,
materia iluminada por el Verbo increado,
que se hace carne para elevar y transmutar la carne.

Placenta primordial y placenta humana
agitándose de asombro.
Crisol atemporal, espiral eterna,
lazo infinito que perpetúa la Salvación.
Mengüemos a lo que no somos,
para crecer a lo que Somos
por Él, con Él y en Él.

Jesús salva.
Preparemos Su Camino,
fundiéndonos con Él
en  abrazo sagrado,
entrelazando luz, con Luz,
agua de la experiencia con el agua de la Vida,
Comunión de las aguas para Ser.


¡Dichoso tú, Juan, elegido de Dios, tú, que has puesto la mano sobre tu Maestro, tú, que has cogido en tus manos la llama cuyo resplandor hace temblar a los ángeles! ¡Estrella de la mañana, has mostrado al mundo la Mañana verdadera; aurora gozosa, has manifestado el día de gloria; lámpara que brilla, has designado a la Luz sin igual! ¡Mensajero de la gran reconciliación con el Padre, el arcángel Gabriel ha sido enviado delante de ti para anunciarte a Zacarías, como un fruto fuera de tiempo… El más grande entre los hijos de los hombres (Mt 11,11) vienes delante del Emmanuel, de aquél que sobrepasa a toda criatura; primogénito de Elizabeth, tú precedes al Primogénito de toda la creación!      
                                                                                                           San Efrén