21 de julio de 2021

Santa María Magdalena


Evangelio según san Juan 20, 11-18

Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella les contesta: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. Jesús le dice: “¡María!”. Ella se vuelve y le dice: “¡Raboní!”, que significa: “¡Maestro!”. Jesús le dice: “Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”.” María Magdalena fue y anunció a los discípulos: “He visto al Señor y ha dicho esto”. que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.


María Magdalena, Frederick Sandys


Aún no se dieron cuenta de que el mundo había muerto en la noche. 
Lo que contemplaban era el primer día de una nueva creación, 
un cielo nuevo y una tierra nueva. Y con aspecto de labrador, Dios caminó 
otra vez por el huerto, no bajo el frío de la noche, sino del amanecer.

                                                                                           G. K. Chesterton

Hoy celebramos la memoria de esta mujer a la que tanto fue perdonado, la que tanto amó, apóstol de apóstoles. Esta sí que es "santa de mi devoción". Ante el Resucitado, sus ojos se abrieron a su realidad esencial y pudo verle.

María Magdalena es la segunda mujer nueva. La Virgen María fue la primera. Pero la Virgen María es inmaculada desde su concepción, no necesitó purificación ni transformación. María Magdalena, en cambio, tenía mucho que purificar. Se abrió de tal modo a la misericordia de Dios, que fue transformada casi al instante, no solo en su personalidad, sino también en su esencia y en su alma, tan castigada durante años de sueño y olvido. Porque para Dios nada hay imposible. (Lc 1, 37)

Ante la Cruz, donde los apóstoles, a excepción de Juan, fueron incapaces de llegar, el contraste radical entre la Inmaculada y la pecadora desaparece. En realidad, no se pueden hacer comparaciones: la Santísima Virgen es única, es un solo eslabón con Jesús y entra por su pie humano en el orden de Dios. Pero en el Amor todo se hace armonía y unidad, incluso lo más dispar. Unida a la grandeza de la Madre, María Magdalena, con Juan el discípulo amado como ella, formaban ante la Cruz un solo impulso de amor a Jesús.

María Magdalena es testigo de la Resurrección, por eso puede dar testimonio de ella. Nosotros también somos testigos de cómo el poder del Resucitado nos sigue rescatando de las fauces voraces del egoísmo, el hedonismo, la vanidad y la mentira. Es el mismo poder, la misma fuerza salvadora que nos anima, nos ayuda a levantarnos cada vez que caemos y dar a nuestras vidas un sentido cada vez más acorde con nuestra verdadera identidad.

La Resurrección, ese misterio inexplicable, se vuelve accesible cuando, con el corazón abierto, expandimos la consciencia y aprendemos a mirar más lejos, más alto, más hondo. Entonces recuperamos los ojos que ven y los oídos que oyen, y descubrimos que el labrador no es tal, y, al oír nuestro nombre en Su voz recuperada, volvemos a nacer, resucitamos.

Si creer en Él supone, como desveló a Marta, no morir para siempre (Jn 11, 25), creer en su Resurrección es ya resucitar. Creer en Él, tratar de vivir como Él, hacer nuestra Su experiencia…

María fue la primera testigo de la Resurrección, la primera resucitada. El Suyo es el Cristo Resucitado, porque también supo hacer suyo al Jesús que recorría los caminos polvorientos y enseñaba, curaba, ayudaba, perdonaba, Aquel que no tenía donde reposar la cabeza. Pero, sobre todo, porque hizo suyo al Jesús crucificado, siendo fiel hasta el final, como casi nadie, como la Madre, como Juan, el apóstol amado, con quien tanto comparte, en el terreno de lo inefable, la discípula amada. diasdegracia.blogspot.com

Resucitar con Él para seguir amando y ayudar a los demás a alumbrar la nueva vida; para vivir de verdad, porque hemos perdido demasiado tiempo sobreviviendo o dormitando. Dice Thomas Keating: “La segunda venida de Cristo puede ocurrir de dos maneras: con el final de los tiempos (sólo Dios sabe cuándo) o por nuestro acceso a la dimensión eterna dentro de nosotros.”

Cuando uno descubre, como María, que no puede vivir sin Él porque sin Él no es nada y con Él lo es todo, empieza a buscarle dentro, hasta que logra acceder dentro de sí a la dimensión en la que ya es uno con Él.

Resucitar con Él, hoy y cada día, hasta la definitiva Resurrección, cuando Él transforme nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo (Fil 3, 21).


                               223. Diálogos Divinos. Resurrección Divina

16 de julio de 2021

Nuestra Señora del Carmen


Evangelio de Juan 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.


                                                  Ntra. Señora del Carmen, P. A. Gajardo

                                                                  Mira la Estrella. Llama a María.

                                                                                               San Bernardo

Hoy miramos a María, en la Advocación de Nuestra Señora del Monte Carmelo, la Virgen del Carmen. Una de las lecturas propias de la Festividad nos la muestra firme, sostenida por la Gracia, de la que es mediadora, en el Calvario, recibiéndonos por hijos.

       Vemos a través de los ojos de María la imagen del Hijo en la Cruz. Porque Jesús nunca murió en su Madre, el mundo no se quedó definitivamente sin luz, dicen los padres de la Iglesia; Él siguió alumbrándonos a través de ella. Cuando nos damos cuenta de esa verdad, comprendemos lo que es María, su verdadera trascendencia y el sentido más profundo del “Hágase en mí según tu Palabra”. Ella renunció a su palabra, para vivir la Palabra. Por eso se convierte en palabra viva y testimonio vivo de Dios.

        Contemplando ese misterio de la Virgen-Madre, una con Su Hijo, desde el Sí luminoso que hizo posible la Salvación, hasta el Sí amargo y fecundo como ninguno junto a la Cruz, me doy cuenta de que, si la Eucaristía es recibir realmente la sangre y el cuerpo de Jesús, ¡y lo es!, Su sangre y la mía se unen y, prodigio de Amor, es también la Sangre de María, madre nuestra, la que nos da vida nueva.


                                                        La Crucifixión, Rubens

         “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). Es en el Templo donde María encontró a Su hijo a la edad de doce años, y en el Templo Le encontramos hoy. Por eso tenemos que convertirnos en Templo donde unirnos a Él, porque los verdaderos adoradores son los que Le adoran en Espíritu y en Verdad. Le encontramos en nosotros, donde está Su sangre, que es también la de María, mezclada con la nuestra. Pero aún no permitimos que la Suya circule por nosotros y por eso, a veces, volvemos a abandonarle. 

        En cambio, para la Madre, su vida no importa ante la vida de Su Hijo. La grandeza de María está vivir la voluntad del Padre sin reserva, hasta el final. Muriendo a su palabra humana, de humilde doncella de Nazaret, dio a la luz a la Palabra. Soportando por obediencia y amor el sufrimiento de ver morir a su Hijo en la Cruz, nos da a luz a nosotros. Sigamos su ejemplo, seamos humildad y silencio, fidelidad y obediencia a la Voluntad de Dios.

diasdegracia.blogspot.com


                                El diario de María, Martín Valverde

10 de julio de 2021

Sus pasos señalan el camino


Evangelio según san Marcos 6, 7-13 

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.» Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.



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Santiago y San Andrés, Navarrete, el Mudo


Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando… Él nos llama hoy a nosotros, los Suyos, Sus Doce, Sus setenta y dos, Sus dos… Nos llama para que salgamos de nuestras miserias y esclavitudes y nos envía a dar testimonio de la Buena Noticia: que Él está entre nosotros y nos salva, nos sana, nos libera hoy.

Somos llamados y enviados con poder para vencer a los espíritus inmundos que acosan al ser humano dentro y fuera de él. Cuántos demonios interiores son expulsados…: los “yo quiero”, “yo controlo”, “yo tengo razón”, "yo logro", "yo valgo", "me gusta", "me apetece"… 

Expulsamos demonios y sanamos las enfermedades con la autoridad que nos da el Maestro, aprendiendo a vivir como Él, ligeros, libres, sin prevenciones ni reservas. Porque para poder predicar la conversión, hemos sido convertidos y, por la fe, marcados con el sello del Espíritu Santo.

Como vemos en diasdegracia.blogspot.com, vivir apoyados en Cristo, el único “bastón”, mirándole solo a Él, sin esperar ser acogidos o aceptados por el mundo, nos libera de la queja y nos endereza el alma, que ya no se dobla hacia la tierra, sino que se alza para mirar a Aquel que nos ha enviado y verle en todo, verle en los demás, sentirle dentro.  

Cuando uno se mira a sí mismo, fijándose solo en los estados de ánimo propios o ajenos,  dependiendo de las reacciones de los demás, no puede ver y escuchar al Señor de la misericordia y la fidelidad, la justicia y la paz, que canta el Salmo 84 y contempla San Agustín en el texto de abajo.

Pero si vivimos con la mirada y el corazón puestos en Jesucristo, Vida nuestra, soltamos el lastre de siglos y empezamos a caminar ligeros y libres. Porque malvivir con la voluntad humana, desconfiando, creyendo hacer, lograr, controlar, es vivir con el alma encorvada hacia la tierra, con la atención capturada por las cosas del mundo. Y vivir en la Voluntad del que nos envía, atentos, despiertos, erguidos, es vivir el cielo en la tierra.

Así lo expresa Luisa Piccarreta en los escritos de Libro de Cielo: “los apoyos humanos son resbaladizos. El medio más seguro es caminar casi volando, queriendo vivir en la Divina Voluntad sin mirar a los demás. Un ojo en Jesús, el otro en lo que yo hago.” Entonces, como dice el Salmo: sus pasos señalarán el camino

La gente vive absorbida por lo poco, lo nada, lo que pasa, aferrándose a ello. Vivamos estrenando la eternidad, con la serenidad del que sabe que el instante es perfecto si Dios lo quiere, libres del pasado, libres del futuro. En lugar de buscar aliados para luchar por triunfos de mosquito, busquemos aliados para el Reino, reconociendo a los adversarios, esos "siete demonios" de los que Jesús nos libera.

Deja que Él te libere de nuevo y reconoce a Sus aliados, que son los tuyos. Mira el cielo abierto y deja de mirar a los ciegos que guían a ciegos, ni siquiera a los que te prometen versiones sublimes de algo temporal.



                                                God be in my head, Sir Henry Walford


 La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo.  

Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre.

Hubieses muerto para siempre si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la semejanza de la carne del pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras derrumbado, si no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si Él no hubiera venido.

Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro, tan breve y temporal. Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así -como dice la Escritura-: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.

Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por Dios.

La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. No dice: “Nuestra gloria”, sino: La gloria de Dios; porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.

Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces angélicas fue así “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.

Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios. Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alto mi cabeza. ¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que esta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si encuentras algo que no sea gracia.

                                                                                    San Agustín. Sermón 185


3 de julio de 2021

No somos nada


Evangelio según san Marcos 6, 1-6

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”. Y se escandalizaban a cuenta de él. Les decía: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando. 


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Jesús en la SinagogaGerbrand van den Eeckhout

El dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestro dolor; el dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo.

                                                                                              C. S. Lewis


En la segunda lectura (2 Corintios 7b-10), Pablo nos recuerda lo que le decía Jesús cuando el apóstol de los gentiles pedía ser librado de su “espina”, ese emisario de Satanás que le humillaba. “Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad”, le respondía el Señor, y nos lo dice a cada uno de nosotros, todos acosados por espinas diferentes, todos expuestos a desprecios y humillaciones por seguirle. 

Por eso, también como Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, sufriendo “el desprecio de los orgullosos” (Salmo 122), con la mirada puesta en el Señor, que lo sufrió antes, esperando Su misericordia, porque Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza.  
diasdegracia.blogspot.com

Sin Él n
o somos nada..., nuestro único mérito es la adhesión a Cristo, que es, como dijo el anciano Simeón, bandera discutida, signo de contradicción. Seremos perseguidos, sufriremos desprecios, insultos, privaciones y dificultades, pero lo que cuenta es la criatura nueva llamada a ser como el Maestro, con Sus marcas de amor ilimitado en nuestro cuerpo, y el nuevo nombre con que Él nos une a Sí para siempre. 

En el Padrenuestro decimos hágase Tu voluntad. Pero cómo nos cuesta asumirlo en nuestros pequeños dramas cotidianos... Así nos forja, nos modela el divino alfarero. Amar la Pasión…, como exclama Rafael Arnaiz en el texto que cierra el post… Empiezo a saber lo que es conocer, meditar, amar la Pasión de Cristo, más allá de palabras y teorías. De Su costado, brota sangre y agua que purifica y transforma al que Le mira y acepta ser salvado por tan tremenda locura de amor. 

Nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, seguimos citando a San Pablo. Por eso aprendemos a aceptar nuestras cruces, viendo en ellas un instrumento de transformación y purificación. El sufrimiento, aceptado y vivido por amor, eleva, transforma y dignifica, pero no tiene nada que ver con lo que el mundo entiende por dignidad. 

La falsa dignidad del mundo consiste en competir, destacar, asegurar, acaparar honores vanos y efímeros, recibir el aplauso y el reconocimiento de muertos vivientes. Son esos estribillos absurdos que, aun sin ser pronunciados, flotan en el aire y marcan nuestras actitudes y nuestros modos: “¿quién te crees que eres?” o “¡usted no sabe con quién está hablando!”. 

Lo sabio, lo acertado sería decir, pensar, sentir que no somos nada y, en coherencia, no pretender sino ocupar el último puesto. Y como descubrió Charles de Foucauld, entonces, nueva paradoja de un Dios que se hace hombre y muere por amor, comprenderemos que ninguno de nosotros puede ser el último, porque en ese puesto siempre encontraremos a Jesucristo, enseñándonos a amar la cruz, el camino descendente. 

Por la cruz a la Luz...; los desprecios, humillaciones, abandonos, sufrimientos y traiciones forman parte del camino descendente que Él recorrió y hemos de seguir sus discípulos. Todas las adversidades tienen “peso de eternidad”; son  cruces dolorosas que, aceptadas, vividas con consciencia y mansedumbre, nos unen a la Cruz salvadora de Cristo y nos transforman, nos hacen libres, dignos de la vida eterna por ser Hijos de Dios, filiación divina que el Amor de Cristo nos devuelve. 

                               Himno de los Templarios - Non nobis Domine


Bendito Jesús, ¿qué me enseñarán los hombres, que no enseñes tú desde la Cruz? Ayer vi claramente que solamente acudiendo a ti se aprende; que solo tú das fuerzas en las pruebas y tentaciones y que solamente a los pies de tu cruz, viéndote clavado en ella, se aprende a perdonar, se aprende humildad, caridad y mansedumbre. No me olvides, Señor… Mírame postrado a tus pies y accede a lo que te pido. Vengan luego desprecios, vengan humillaciones, vengan azotes de parte de las criaturas. ¡Qué me importa! Contigo a mi lado lo puedo todo. La portentosa, la admirable, la inenarrable lección que tú me enseñas desde tu cruz, me da fuerzas para todo. A ti te escupieron, te insultaron, te azotaron, te clavaron en un madero, y siendo Dios, perdonabas humilde, callabas y aún te ofrecías… ¡Qué podré decir yo de tu pasión!… Más vale que nada diga y que allá dentro de mi corazón medite esas cosas que el hombre no puede llegar jamás a comprender. Conténteme con amar profundamente, apasionadamente el misterio de tu pasión. ¡Qué dulce es la cruz de Jesús! ¡Qué dulce sufrir perdonando! ¡Cómo no volverme loco! Me enseña su corazón abierto a los hombres, y despreciado… ¡Dónde se ha visto ni quién ha soñado dolor semejante! ¡Qué bien se vive en el corazón de Cristo!
                                                                                               San Rafael Arnaiz Barón