29 de septiembre de 2018

Para entrar en el Reino


Evangelio según San Marcos 9, 38-48   

En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. Jesús respondió: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado con los dos ojos al abismo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”. 

                                         El Sermón de la Montaña, Cosimo Rosselli

Si la Ley de Dios está escrita en tu corazón, no produce miedo (como en el Sinaí), sino que inunda tu alma de una dulzura secreta
                                                                                               San Agustín

El Evangelio de hoy nos pone nuevamente frente a dos actitudes o dos lógicas. La de aquellos que necesitan sentirse integrados en un grupo, separados del resto, para poder decir de otros si son o no son de “los nuestros”. Es la lógica del mundo, mediocre y cobarde que rompe y divide. Frente a esta actitud cobarde y ciega, está la de Jesús, generosa, la valiente, libre, que une, abre, confía… La primera es fuente de miedo y confusión; la segunda, de alegría y libertad, porque está fundamentada en la verdad que hace libres. Es la sabiduría del amor incondicional hacia todos, no solo hacia los que consideramos de “los nuestros”. Quien ama no teme, pues amor y temor nunca van unidos.

Ser valientes y libres, dejar atrás la falsa seguridad de la pertenencia a  un grupo, supone haber conectado con ese nivel de nosotros mismos que no necesita referencias externas, ese centro de gravedad permanente donde no hay miedo ni recelo, sino acogida y confianza. Recordemos que el imperativo que más a menudo aparece en los Evangelios en boca de Jesús es: "No tengáis miedo".

Si tu mano, si tu pie, si tu ojo… Me libero de todo lo que me impide seguir al Maestro, aunque me duela. Si tu mano, si tu pie, si tu ojo… Córtatela, córtatelo, sácatelo… Es un símbolo, claro está, una metáfora del sacrificio necesario para elegir un bien mayor. Por el Reino renunciamos a todo lo que impide llegar a él. 

No queda tiempo para seguir dando vueltas como burros atados a la noria de las experiencias del mundo que pasa, que ya casi no es... Seguir girando en ese eje horizontal, tratando solo de mejorar la “zanahoria” o la cuerda que nos ata a la noria, sería la vía fácil, pero solo lleva a repetir circunstancias, acciones (córtate la mano), caminos sin salida (córtate el pie), perspectivas o proyectos (arráncate el ojo).

Solo hay una elección, el Reino que ya está entre los que  sueltan lo demás, lo que parece tan importante a veces y es solo escoria que va desprendiéndose. Ojo de aguja, camino estrecho, la apuesta que el joven rico no se atrevió a hacer… 

Es la única decisión; para escoger algo, hay que dejar algo y ese sacrificio hace sagrado (sacer fare) lo que se escoge y también lo que se descarta, porque en Cristo, que vino a recapitular todo, lo que elijo y lo que suelto se funden, se integran en mí, por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas.

Como dice el general Lorens Loewenhielm de El Festín de Babette (la película que recordábamos en el post del domingo pasado en el blog hermano, www.diasdegracia.blogspot.com) , en el discurso cuyo vídeo y texto están abajo, al final tendremos todo, lo que elegimos y a lo que renunciamos…

Renunciamos a bienes efímeros, por el Bien; a la riqueza que roban y se apolilla, para la Riqueza imperecedera; a amores pequeños, condicionados, para el Amor. Y lo maravilloso es que el Bien incluye todo bien, pues es la plenitud; la Riqueza, incluye la riqueza, en una abundancia ilimitada; y el Amor, incluye el amor, todos los amores purificados. Y comprendemos lo de: El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Mt 19,29.

El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si renuncio a lo que parece que está contra mí o me impide entrar en el Reino, descubro que estaba a favor mío, que siempre lo estuvo, y sólo estaba representando un papel para ayudarme a escoger lo bueno y de lo bueno, lo mejor, esto es, lo Bueno. La Unidad se manifiesta en una aparente división. 

Esa persona, circunstancia, posibilidad, que te distrae (dis-tracción), te dispersa (dis- persión), a veces te divierte (di-versión) y otras te divide (di-visión) no está contra ti, al contrario, está a tu favor, ayudándote a hacer la única elección legítima: la apuesta por el Reino. Cuando renuncias a ella, descubres que no solo no estaba contra ti, sino contigo, y que ha sido impecable en su papel. Y la recuperas con una plenitud que no imaginabas, ya no te impide que percibas el Reino atemporal donde eres, es, soy, somos Uno.

Discurso del General Lorens Loewenheilm, inspirado en el Salmo 85,
en El Festín de Babette (1987), Gabriel Axel

La misericordia y la verdad se han encontrado. La justicia y la dicha se besarán. El hombre, en su debilidad y falta de visión cree que debe tomar decisiones en su vida. Tiembla ante los riesgos que corre. Conocemos el miedo…. Pero, no; nuestra decisión no tiene importancia. Llega el día en que nuestros ojos se abren, y descubrimos que la misericordia es infinita. Sólo es necesario esperarla con confianza y recibirla con gratitud. La gracia no impone condiciones. Y, he ahí que todo lo que hemos elegido nos es concedido, y todo lo que rechazamos también nos es concedido. Sí, también recibimos lo que rechazamos. Porque la misericordia y la verdad se han encontrado. Y la justicia y la dicha se besarán...

Porque cuando uno encuentra esa misericoria y esa verdad dentro, y la justicia y la dicha besándose en su corazón, se encuentra también consigo mismo, su auténtico Sí mismo, y con los demás, todos hermanos, aunque algunos se empeñen, en vano, en decir que no son de “los nuestros”.


22 de septiembre de 2018

Servir para Ser


Evangelio de Marcos 9, 30-37

En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”. Pero no entendían aquello; y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?” Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.

                                                 El lavatorio de pies, Tintoretto

¡Vanidad de vanidades -dice Qohelet-; vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todos los esfuerzos con que se afana bajo el sol?
(...) Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. ¿No se sacian los ojos de ver, ni el oído de oír? Lo que pasó, eso pasará; lo que se hizo, eso se hará: nada hay nuevo debajo del sol
                                                                        Eclesiastés 1,2-9 

Cómo se transforman los apóstoles viviendo junto al Maestro...; de ambiciosos, mezquinos, cobardes, tal como se muestran en el pasaje de hoy, cuando aún no han comprendido que los criterios de Jesús no son los del mundo, pasarán a ser dignos, sencillos, fuertes y libres. De nuevo se nos presenta la única elección posible, el camino estrecho, no seguirle el juego a esas voces que dentro y fuera de nosotros nos incitan a la ambición, a los criterios del mundo: ganar, competir, acumular, triunfar...  

Para comprender a Jesús hace falta recorrer el camino descendente, el de la humildad. Ser discípulo Suyo, seguirle en su coherencia y su destino de cruz y gloria, nos hace ser valientes y aceptar el abandono, la traición y el menosprecio. Para nosotros todo se suaviza infinitamente, porque Él ya lo sufrió en nuestro lugar. Por eso, la humildad es el signo distintivo del discípulo.

Si Jesucristo, todo un Dios que se hace hombre, vulnerable y limitado, por amor, fue capaz de servir sin condiciones y amar hasta el extremo, sus discípulos hemos de estar dispuestos, no solo a ser últimos, sino a amar ese "descenso", que no es masoquismo, sino contrapunto de la vanagloria (vana gloria) del mundo, una de las astutas consignas de adversario, el separador. Como el verdadero pobre de espíritu, que no tiene nada ni quiere nada, ese abajamiento ha de ser un ponerse a ras de tierra, humus, auténtica humildad.

El despreciado y rechazado, el cordero llevado al matadero, la oveja que enmudece (Is 53, 3-7), el gusano, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo (Sal 22, 7)... Así anunciaban a Cristo las Escrituras, antes incluso de la Encarnación. No nos escandalicemos ni miremos a otro lado, o a esas imágenes que disfrazamos con encajes y túnicas de seda. Sí, el "gusano"; ¿es posible más humildad del mismo Dios? Hasta ahí llegó Su amor. ¿Hasta dónde llega el nuestro?

Si decidimos seguir a Jesús con todas las consecuencias, iremos siempre más lejos, más profundo, más vertical, a la verdadera raíz, al Acto único de Dios que sostiene todo, que parece desplegarse en el tiempo, pero es atemporal. Entonces podemos, con una nueva lucidez que viene de la luz primigenia (Fiat Lux) contemplar con desapego y sin engaño la tramoya que sostiene el drama de nuestras vidas, y desde ahí ver cómo se suceden todas las actitudes y todos los personajes dentro de uno mismo. Ambiciosos y desapegados, primeros y últimos, prepotentes y sencillos, obsesionados por la apariencia y siervos fieles que encuentran su dignidad sirviendo, discretamente, en esa aparente vulgaridad de lo cotidiano.

Porque, la verdadera sencillez y la verdadera humildad no necesitan manifestarse. Cuántos, aparentemente humildes, hacen alarde de una falsa virtud. El verdaderamente humilde ni siquiera necesita saber que lo es, porque se sabe nada y por eso puede llenarse del Todo. 

Cuando comprendes que Dios quiere darse por completo y quiere ser Uno contigo, sabes que no tienes que defenderte de nada o prevalecer sobre nadie. Lo que mueve el mundo: deseos de aceptación, reconocimiento, admiración, poder…, ya no importa; ni siquiera aparecen esos conceptos de inseguridad, miedo, egoísmo y separación, en este nuevo lenguaje claro y transparente del servicio, de la entrega, del amor, de la donación libre y total. Donación, don..., perdón, el colmo del don (per-don) y del amor. Porque hemos sido perdonados, amamos mucho, como veíamos en el Evangelio del jueves.

Perdonados, amados, transformados desde la esencia, capaces de perdonar y amar. Ya no buscamos destacar o ser valorados, ni necesitamos reforzar ninguna imagen mental propia o ajena. Esta es la base de la auténtica libertad que Cristo nos enseña continuamente porque nos quiere libres. La Verdad nos hace libres y Él es la Verdad.

Ya no somos buenos o malos, generosos o egoístas, soberbios o humildes, primeros o últimos; hemos trascendido el mundo transitorio de la dualidad, y somos nada, es decir, somos todo con Jesucristo y en Él, que es la fuente de la auténtica Bondad, de la Verdad y la Vida, alcanzamos la plenitud. 

La cruz, que es antesala de la resurrección, el sacrificio, la elección difícil (y fácil porque no hay otra en realidad para el que quiere alcanzar la Vida verdadera y eterna) hace posible que la obra sea entregada, la misión, cumplida. Nos acercamos a este Misterio de otra forma en www.diasdegracia.blogspot.com .

Esa plenitud, donde ya somos reales y libres,  la cruz aceptada que lleva a la Vida, nos recuerda el propósito de la existencia, lo que hace que las experiencias tengan sentido como combustible para el Retorno. Pero, a ese no-lugar infinito, solo se accede por el camino estrecho, por el ojo de aguja del desapego y la humildad. Para ser grandes, hemos de ser pequeños, para ser primeros, hemos de ser últimos, para ser herederos del Reino hemos de ser siervos que hacen lo que han de hacer, sin esperar recompensa, por "amor al arte", por amor.

                            En mi Getsemaní, María José Bravo

15 de septiembre de 2018

¿Quién decimos que es Él?


Evangelio de Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le contestaron: “Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”. 



Si alguien pudiera demostrarme que la verdad está fuera de Cristo y que realmente Cristo está fuera de la verdad, preferiría estar con Cristo antes que con la verdad. 
                                                                      Dostoievski

Desde el principio, Marcos proclama que Jesús es el Mesías esperado: “Comienzo del evangelio de Jesús, el Mesías” (Mc 1,1). La escena de hoy está en el centro de su Evangelio, porque es el eje central de su relato, cuyo propósito más evidente es mostrarnos qué tipo de mesianismo es el de Jesús. Por eso, a diferencia de Mateo, que da un salto en la escena, Marcos se centra rápidamente en la sorprendente reacción de Jesús ante el empeño de Pedro de que evite Su Camino de Cruz. Marcos no presenta a un Mesías triunfal según el mundo, sino a un Dios que se hace hombre por amor y entrega su vida para la salvación de todo el que la acepte.

La trascendencia de lo que Jesús está preguntando se anuncia ya en el inicio de la escena, narrada por los tres evangelistas sinópticos. No se trata de una conversación como cualquier otra. En Lucas, Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos. La cuestión surge de la oración, de la comunión con el Padre, y se dirige al corazón de los discípulos, a nuestro corazón. En Mateo y Marcos van de camino, se dirigen a Cesarea de Filipo, que no es un lugar cualquiera. Jesús ha escogido bien el tiempo y el lugar de la Revelación que hoy nos ofrece, porque es "hoy" cuando quiere que le digamos Quién es Él para cada uno de nosotros. 

En aquel momento, los apóstoles ya le habían reconocido como Mesías. Sin ir más lejos, después de que manifestara Su poder contra los elementos, al apaciguar la tempestad. Pero la doble pregunta es planteada en un momento crítico, pues muchos discípulos han decidido no seguir, porque el camino les resulta demasiado duro e incomprensible. Son los que no han sido capaces de ver que solo Él tiene palabras de vida eterna. Además, han empezado a recrudecerse las hostilidades contra un Mesías incómodo para tantos. 

Cesarea de Filipo se encuentra a los pies del monte Hermón. Un lugar hermoso, refrescante, con ciervos, como canta el Salmo 42: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”. Todo habla del Mesías anhelado en la escena, si estamos atentos a estas claves. Cesarea de Filipo está también muy cerca del Mar de Galilea En Isaías 9:1, leemos: “Mas no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia, tal como la aflicción que le vino en el tiempo que livianamente tocaron la primera vez a la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí; pues al fin llenará de gloria el camino del mar, de aquel lado del Jordán, en Galilea de los gentiles.”

Después de que Pedro responda con espontaneidad y contundencia, en nombre de los doce, Jesús les pide que no lo digan, que guarden silencio para que sigan ahondando en sus corazones hasta llegar al sentido último de esta respuesta, y también para que asimilen el nuevo anuncio de la pasión y las condiciones para ser verdadero discípulo. Ahora, callad para que todo se cumpla; luego, hablad para que el mundo lo sepa. Los anuncios de su pasión y muerte son siempre privados, en la intimidad del grupo más cercano. 

Pedro ha manifestado el sentimiento de los apóstoles, madurado en esa íntima cercanía con el Maestro, pero solo después de la Pasión y de la venida del Paráclito, tendrán un conocimiento total y profundo de Quién es Él. 

Jesús nos lleva a ahondar en nuestro propio corazón porque la experiencia del encuentro con Él es personal; de ahí que la pregunta vaya de lo exterior a lo interior. diasdegracia.blogspot.com De la respuesta que demos, depende cómo sigamos el camino de discípulo, con qué entusiasmo, con qué compromiso. En la segunda parte de este Evangelio, pone todas las cartas sobre la mesa para que el que decida seguirle sepa a qué se enfrenta.

Apártate Satanás nos dice tantas veces. Satanás, el príncipe de este mundo, el diablo, el separador… Al preguntarnos Quién es Él para nosotros, preguntémonos también qué es lo que Jesús quiere apartar de nosotros y en nosotros, qué hay del príncipe del mundo en cada uno. Apártate, renuncia a lo que te encadena al pensamiento diabólico, separador del mundo, suelta lo que hay en ti que te impide entregarte y aceptar la voluntad de Dios en tu vida… Llama a Pedro Satanás para que se libere de la lógica del mundo de los hombres, dualista, lineal, de triunfalismo y competencia. El eje horizontal de la Cruz que venerábamos ayer, que, sin el eje vertical, se hunde en el légamo del tiempo, para acabar desapareciendo. 

Pero Jesús nos trae el eje vertical para que enarbolemos la Cruz salvadora, que ya no es patíbulo humillante, sino trono de gloria, el signo luminoso de la entrega por amor, la aceptación alegre y coherente de la Voluntad del Padre. Una lógica que sorprende, porque la mente no puede entender ni aceptar que los últimos sean los primeros y que todo un Dios sirva y se humille hasta la muerte destinada a los malhechores. 

Él no deja de interpelarnos: ¿Quién decís que soy? ¿Permanecéis en mí y mis palabras en vosotros? (Jn 15, 7) ¿Os sentís tan unidos a mí que vuestra tristeza se convierte en alegría? (Jn 16, 20) ¿Lográis recordar, en las luchas, que Yo he vencido al mundo? (Jn 16, 33).

Mirar la cruz, como hicimos ayer, y en ella a Jesucristo, la Sabiduría de Dios, contemplar su vida, escuchar su enseñanza, asistir a su sacrificio supremo, es la mejor vía para llegar a comprender qué es el reino de los cielos en la tierra. Porque en Él confluyen todos los caminos que hasta su nacimiento querían llegar hasta Dios. Y ya no es que Él sea un atajo, bien claro lo dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Lo anterior a Jesucristo es promesa, anuncio; lo posterior es incorporación, unión con Él. Y el que se une a Cristo, se consagra a su seguimiento, vive ya en al reino de los cielos. Siendo uno con Él, lo que Él realizó nos pertenece, forma parte de nuestra nueva naturaleza. 

Poco después, como respuesta a la confesión de fe de Pedro en nombre de todos los apóstoles, tres de ellos: el mismo Pedro, Juan y Santiago, serán testigos de la gloria de Jesús en el Tabor, que prefigura la luz pascual de la Resurrección.

                                      El que muere por mí, Schoenstatt


RESPONDE EL CORAZÓN

La gente dice que eres un gran profeta, como Juan el Bautista, como Elías, como los más grandes de la antigüedad. Algunos creen que eres un avatar, como Buda o Mahoma, o como Zaratustra. Hay quien afirma que eres el mismo Moisés retornado a la vida. Un hombre bueno, el mejor, dicen los solidarios. Un sabio, los que ni siquiera se acercan a tu Palabra de Verdad y Vida. Otros opinan que eres un terapeuta, un mago, un hechicero. Un chamán, por lo del barro y la saliva, dicen los naturistas. El primer socialista, el verdadero. Un loco, un exaltado, un chivo expiatorio, un pobre fracasado. Un arquetipo, un símbolo sublime, un ideal. Alguno hasta sostiene que vienes de un planeta de seres avanzados. Y se agotan sus libros, va por veinte ediciones, en las librerías-best seller de los hipermercados. Un maestro ascendido, para los seguidores de la nueva era de Acuario, que está por suceder a la de Piscis. Un revolucionario incomprendido, un gran líder, al final desencantado. Un hombre, en definitiva, más íntegro y sincero, eso sí, pero solo uno más, con lo mismo de hombre y lo mismo de Dios que tiene cada hijo de vecino. Un predicador que arriesgó demasiado, porque era bueno y generoso.

Y nosotros, ¿quién decimos que eres? Dejadme hablar a mí en nombre de todos, compañeros, dejadme hablar a mí, aunque todos sepamos la respuesta que hemos de manifestar para que el corazón la vaya haciendo carne y sangre, cruz y luz para los doce. Dejadme, hermanos, ser el más decidido esta vez, para que cuando toque ser cobarde no me muera de pena. Dejadme abrir el corazón en público para la posteridad; este corazón apasionado, que sabe y siente lo mismo que vosotros, porque nos alimentamos de la misma Luz y del mismo Pan: Aquel cuya Palabra basta para sanarnos, la fuente del amor. 

Tú lo sabes todo, pero para los nuevos y para los escépticos, diremos en voz alta que Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios vivo. El Verbo, que vino a su casa y los suyos no lo recibieron. El rostro de Yahvé sobre la tierra, el resplandor más cierto de Su luz. Sol de Justicia, Rey de reyes, Príncipe de la Paz, fuerza para seguir amando hasta el final. Verdadero Dios y verdadero Hombre. Nuestro padre (Jn 13, 33), nuestro hermano (Jn 20, 17), y nuestro esposo (Mt 9, 15). Alfa y omega, principio y fin (Ap 21,6). Piedra angular (Ef 2, 20), nuestro juez (Jn 5, 22) y nuestro abogado (1 Jn 2, 1). Sol invicto, la misericordiosa mirada del Padre en los ojos del hombre, para que nos miremos en Ti y un día, Dios lo quiera, Tú lo quieras, nos veamos en Ti. El hijo de David y el Señor de David, sublime paradoja, como todas las Tuyas, para que comprendamos. El que nos acompaña cada día; Camino, Verdad, y Vida. El Nombre que quisiera que pronuncien mis labios cuando llegue la hora. El amor derramado por un Dios que es amor, el nuevo Adán para levantarnos: amor crucificado por amor, amor resucitado por amor. Aquel que en un sepulcro nuevo y prestado fue estrenando, durante apenas tres días, todas las sepulturas que por Ti serán solo refugio pasajero, antes de la vida eterna que nos has regalado. Porque Tú eres el que era, el que es, el que viene (Ap 1, 8), el que sentado en el trono dice: “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).