Evangelio según san Lucas 21, 25-28.34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre."
Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Efesios 5, 14
El amor nunca acabará. Las profecías serán eliminadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Porque conocemos a medias, profetizamos a medias; cuando llegue lo perfecto, lo parcial será eliminado.
1 Corintios 13, 8-10
El Hijo del Hombre que vemos venir en una nube viene a liberarnos a todos sin excepción; y viene ya, ahora, porque el día que caerá como un lazo sobre los habitantes de la tierra (Lucas, 21, 35) es hoy, siempre hoy.
Podemos percibir los signos en el sol, la luna y las estrellas que llevamos dentro: angustia, locura, miedo, temblor, amenaza de abismos insondables, de finales catastróficos... Estad siempre despiertos es una llamada universal a despertar los sentidos espirituales, vigilar, estar atentos, de pie, la cabeza levantada, el ánimo resuelto, porque el Libertador, el que era, el que es, el que viene (Apocalipsis 1, 8; 4, 8), está viniendo ahora para todos.
Es Quien nos salva, nos transforma y perfecciona para que estemos preparados. La visión que describe Jesús en el Evangelio de hoy es una imagen del mundo desastroso que hemos creado. Pero si despertamos, nos levantamos y estamos atentos, todo lo terrible de este mundo condenado a desaparecer pasa a un segundo plano porque fijamos la mirada y la atención en el Señor que salva y restaura, que hace nuevas todas las cosas, mientras el viejo mundo se repliega, como un libro que se cierra para no volver a abrirse, como un pergamino que se enrolla y se destruye porque ya no sirve.
Entonces ya no nos atemorizan los males de aquel viejo mundo que pasa y podemos ver los desastres, los conflictos de dentro y de fuera, la enfermedad, la muerte sin tambalearnos porque nuestra mirada está fija en el Hijo del Hombre que viene en una nube, con gran poder y majestad.
Las profecías no asustan ni inquietan si recordamos nuestra condición de resucitados, que es mucho más que ser inmortales. ¿Cómo va a temer quien se sabe ya muerto y resucitado en Cristo y habitado por el Espíritu Santo, con su fuerza y su valor? El que vive con esa consciencia, confiado y libre, no tiene miedo. Está informado de lo que sucede fuera, pero sabe que lo más importante es lo que sucede dentro. Atendemos a los cataclismos interiores, a las fuerzas interiores y las sometemos para hacer realidad con Cristo, por Él y en Él, los nuevos cielos y la nueva tierra.
Hoy empieza el Adviento, tiempo de espera y también tiempo de realización. Podemos vivir la vida de Jesús desde el Nacimiento en nuestras propias vidas. Él vivió la Pasión y Muerte por nosotros (para nosotros, por causa de nosotros y en lugar de nosotros), y quiere que vivamos Su vida. Preparémonos para recibirle y acompañarle hasta la resurrección, recordando que es vida nuestra, vida tuya, vida mía, la vida que hemos venido vivir. Comienza la historia de amor con Aquel que es la Fuente de agua viva en nuestro corazón, surtidor que mana hasta la vida eterna.
El Reino ya está aquí, dentro de cada uno. Y todos los fenómenos, crisis, dones y gracias que lo hacen posible, también. El Reino ya ha venido, está aquí, en tu corazón, en mi corazón, despierto.
Diálogos divinos 23. Adviento
DE SAN BERNARDO SOBRE LAS TRES VENIDAS DEL SEÑOR
Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10), sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres (Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan.
De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres (Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan.
De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.