20 de diciembre de 2025

Emmanuel, Dios con nosotros.

 

Evangelio según san Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:  "Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa «Dios con nosotros»”. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

 El sueño de José, Goya 

Virgen indica alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando todavía no era. (…) Si estuviera en el ahora, presente, libre y vacío, por amor de la voluntad divina, para cumplirla sin interrupción, entonces verdaderamente ninguna imagen se interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era cuando todavía no era.
  Maestro Eckhart

Oh tú, alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera de ti al que está en ti, todo entero, de la manera más real y manifiesta? Y puesto que tú participas de la naturaleza divina, ¿qué te importan las cosas creadas y qué tienes que hacer con ellas?
                                                                                                           San Agustín

Estamos muy cerca de celebrar la Navidad, la venida de la Luz, el Sol invicto, imagen de nuestro propio comienzo. Conmemorando el nacimiento de Jesús, nos disponemos a alumbrar en nosotros el Niño Divino. Como recuerda Anselm Grün, la Navidad proclama: "no estás fatalmente encadenado por tu pasado, por el recuento de tus heridas, ni eres el resumen de tus fracasos ni de los sucesivos quebrantos sufridos en tu vida". Dios mismo festeja con nosotros un nuevo comienzo, naciendo en nosotros. Y, al nacer Dios en el corazón del ser humano, todo cambia y se transforma en Bien y en Bueno: el pesebre se ilumina, la pobreza es un tesoro, el abandonado se ve estrechado en un fuerte abrazo, el herido es sanado…

No es metáfora, la Trinidad hace realmente morada en aquel que se ha desprendido de todo, ha renunciado a lo ilusorio y perecedero y está listo para experimentar el segundo nacimiento del que Jesús habló a Nicodemo. Nace así una nueva criatura, el antiguo “Adán” mortal se convierte en otro Cristo, resucitado e inmortal. Y todo con el pecho inflamado en las llamas purificadoras del fuego sutil, el Amor, que nos transforma.

        Enmanuel, Dios con nosotros. La inmanencia puede ser tan espiritual y profunda como la trascendencia. Dios no está más allá de nosotros, sino con nosotros, en nosotros. Ignorarlo es olvidar nuestra esencia, el Nombre grabado en el fondo del alma, trascendencia divina que se hace inmanente. 

Volver al Nombre, hacer realidad el Yo Soy, es regresar al Paraíso antes de la Caída, y vivir ya en el Reino. Es recordar que lo femenino y lo masculino forman parte de cada ser humano, para celebrar los esponsales espirituales que nos hacen semejantes a Dios.

          Es el femenino interior el encargado de la maternidad esencial, la que, para el Adán que somos, consiste en alumbrarse a sí mismo, dar nacimiento al hijo interior.  Porque, según san Basilio, el hombre es una criatura que ha recibido la orden de convertirse en Dios. En el mismo sentido, san Cirilo de Alejandría dijo: si Dios se ha hecho hombre, el hombre se ha hecho Dios.

       Pero volver al Paraíso no es el Camino, es el sendero que nos lleva al inicio del Camino y nos pone en condiciones de emprenderlo. Es ahora cuando vamos hacia un estado en que ni ojo vio ni oído oyó. Porque la regeneración humana es una historia de amor inefable que el espíritu necesita expresar pero no puede, mientras siga confinado en este plano de límites y entropía. El Cantar de los Cantares es quizá el intento más logrado de cantar ese Amor divino, ese Dios con nosotros y en nosotros, que nos unifica y nos recrea, nuevos y libres.

No hay nada capaz de superar ese encuentro atemporal, no hay mayor tesoro, ni más digna ambición para el hombre y la mujer, nacidos para gestar dentro de sí mismos el verdadero Hombre y la verdadera Mujer, unidos indisolublemente por toda la eternidad, mientras las sombras pasan, mientras las sombras siguen pasando.

El Verbo encarnó; nosotros también hemos de encarnar en nuestro cuerpo, encontrando ese cuerpo profundo donde es posible el Misterio. Lo que nos conecta con el cuerpo sutil, llamado a perdurar cuando el polvo vuelva al polvo, es un mecanismo que a fuerza de no usarlo se nos ha oxidado y que tiene que ver con rendición, con apertura y acogida, con dejarse hacer, con inocencia esencial y confianza. Hay que “aceitarlo” para que funcione de nuevo y podamos unificarnos con lo Real que somos. Y, al volver a la Fuente de la Vida, es posible el alumbramiento de uno mismo a sí mismo a otros niveles de consciencia.

          Es en lo cotidiano, en el discurrir de la historia, donde lo trascendente se hace inmanente. Si contemplamos el evangelio de hoy desde la figura de José, constatamos su bondad y coherencia. Se diría que, después de María, es el primer discípulo de Jesús, al que cuidará y amará como hijo y como Dios. José antepone el amor frente a la ley, incumple la norma por amor a su prometida, aunque tenga el corazón roto y confundido. Por eso será recompensado al ciento por uno.

          Imitemos a María y a José en su inocencia y en esa audacia libre de prejuicios y condicionamientos. Trabajemos para alcanzar la virginidad espiritual, que es apertura, disponibilidad de mente, corazón y cuerpo. Porque ser virgen significa ser nuevo, sin pasado, sin proyecciones, sin carga, sin lastre… Virginal es quien no se dispersa y aprende a conectar con una alegría que está más allá de los placeres mundanos, un gozo superior a cualquier goce, y todo sin represión o rigidez, sin tristeza o cobardía, logrando ser cada vez más dueño de sí mismo para poder entregarse por entero (si no te tienes, no puedes darte) a Aquel que obra el gran milagro, Aquel que está viniendo si nosotros vamos hacia Él.
Porque la clave para vivir bien la Navidad es, además de la virginidad espiritual, la confianza, ser conscientes de que solos no podemos hacer nada, abrirnos y aceptar que se haga Su Voluntad en nosotros. Y callar, para que en el silencio del corazón, libre ya de ruidos, de palabras inútiles, del bullicio de los vanos deseos, pueda encarnar la Palabra.
Oratorio de Navidad, Camille Saint-Saëns 

En La realidad interior, Thomas Merton nos presenta a Jesucristo como Camino y Puerta hacia la unidad y la plenitud, e incide y profundiza en algunas de las intuiciones que hemos ido esbozando: 

         Los Padres griegos creían que antes de la Caída, Adán y Eva eran real y literalmente dos personas en una sola carne, es decir, un solo ser. Aquella naturaleza humana, unida a Dios, era absoluta y completa en sí misma. Pero después de la Caída el hombre se dividió en dos y a partir de entonces intentó recuperar su unidad perdida por medio del amor sexual. Pero este deseo siempre se frustra por culpa del pecado original. El fruto del amor sexual no es la perfección, ni la totalidad, sino el nacimiento de otro Adán o de otra Eva frágiles, exiliados e incompletos. El hijo a su vez llega a la adultez y, devorado por el mismo viejo anhelo de sentirse completo, se casa, repite el mismo oscuro misterio del amor y la desesperanza, da a luz a nuevos seres incompletos y frustrados y, al final, muere incompleto.
            Pero la venida de Cristo ha exorcizado la inutilidad y la desesperanza de los hijos de Adán. Cristo ha desposado a la naturaleza humana, ha unido al hombre y a Dios en Sí mismo, en una Persona. En Cristo se alcanza la plenitud para la que nacimos. En Él ya no existe más el casarse o el entregar a alguien en matrimonio. Pero en Él todos son uno en la perfección de la caridad.
            

13 de diciembre de 2025

Domingo de la Alegría


Evangelio según san Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de una mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él".

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La Virgen María con Jesús y Juan Bautista niños, Abbott Handerson Thayer


Celebramos el Domingo Gaudete, Tercer Domingo de Adviento, Domingo de la Alegría. 
Es tiempo de cantar la alegría de la Salvación que está llegando. La alegría de Zacarías, que rezamos cada mañana en el Benedictus, y la de Isabel, los padres de Juan Bautista. La alegría de María, resumida  en el Magníficat, la del propio Juan, que le llevó a saltar en el seno de su madre, la de David, el rey pecador, convertido en poeta y santo por la gracia, “padre” e hijo a la vez del Señor que esperaba, la nuestra, por sabernos ciudadanos del Reino de la alegría. 

Juan el Bautista marca la transición del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, la Buena Nueva que libera, alegra, expande el corazón. Esperar a Jesús, anhelarle, querer unirnos definitivamente a Él pasa por reconocer nuestra miseria con la humildad de Juan Bautista, por eso la alegría del Salvador que se acerca nos embarga ya, pero no olvidamos el ascetismo y la sobriedad pues necesitamos velar para que a Su llegada nos encuentre despiertos. 

Conversión, arrepentimiento, metanoiateshuváh, el giro, el gesto, el paso imprescindible que nos encamina hacia esa muerte que genera vida. La palabra arrepentimiento suscita cierta repulsa, pero su significado verdadero es muy hermoso: pensar de nuevo, nada que ver con el remordimiento que es morder(se) dos veces. El arrepentimiento consciente es el fuego purificador donde el ser humano se acrisola y se transforma. No podemos esperar a ser perfectos para amar lo bueno, lo bello, lo verdadero. De ese amor a lo perfecto, desde nuestra evidente imperfección, nace el arrepentimiento consciente, sincero,  transformador y liberador.

Convertirse es mirar de otra forma, dejar de mirar como miramos, para mirar como mira Dios. Nosotros miramos con el egoísmo de nuestras seguridades, comodidades, parcelitas de control. Dios mira rebosando amor, con un corazón palpitante, que no se cansa de derramar sus dones, gracias y bendiciones. El que solo se preocupa por controlar y asegurar “sus” cosas, “sus” costumbres, “sus” inercias, “sus” apegos es estéril, no puede dar fruto, se va secando, encogiendo y arrugando como una pasa.

Jesús no hizo nunca nada destinado a buscar seguridad. Él solo estaba interesado en amar, dar, preocuparse por las necesidades de los demás. Si queremos seguirle, y prepararnos para su inminente venida, hemos de vivir como Él vivió, olvidándonos de nosotros mismos, para mirarnos en Él y que Él se mire en nosotros. Salgamos de una vez de las ensoñaciones vanas que nos desviven y nos desgastan, porque todo lo que se experimenta en el terreno de lo ilusorio está condenado a desaparecer.

La mejor conversión es dejar que la misericordia nos impregne hasta ser capaces de amar como Jesucristo ama. Si aprendemos a amar así a nuestros hermanos, estaremos amando a Dios, porque seremos en Jesucristo, uno con Él en Su Amor. Y Él, no solo es el rostro visible de Dios, sino también el presente de Dios, su continua actualización para quienes hemos sido enviados para anunciar la libertad a los cautivos, y ser testigos ante el mundo de que los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva.

Cantata de Adviento, "Elevaos con alegría". J. S. Bach

6 de diciembre de 2025

Está cerca el Reino de los Cielos

 

Evangelio según san Mateo 3, 1-12

Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos." Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: "Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos." Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: "¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”.

                                  San Juan Bautista, Juan Sariñena

En un momento dado el Señor vino en carne al mundo. Del mismo modo, si desaparece cualquier obstáculo por nuestra parte, en cualquier hora y momento se halla dispuesto a venir de nuevo a nosotros, para habitar espiritualmente en nuestras almas con abundancia de gracias. 
                                                                                         San Carlos Borromeo

El Hijo de Dios, el Salvador, Jesús, nació en la tierra, en la historia, en nuestro mundo de límites, para transformarlo y transformarnos, para devolvernos la dignidad, la semejanza con el Creador. Se hace uno de nosotros, el Infinito viene a lo finito por Amor.

El Incondicionado, el Verbo increado, decide encarnar, nacer y vivir entre nosotros, criaturas condicionadas, pero Él no se cree la representación de este mundo que ya pasa, tan hermosa a veces y tan terrible, no se deja arrastrar por las múltiples posibilidades, sabe que es un drama con fecha de caducidad. Por eso nos enseña a ser auténticos, coherentes con lo que somos, imagen y semejanza Suya.

Volvamos al desierto a escuchar la voz que anuncia la llegada de Jesús. Soltemos disfraces, proyecciones, fantasías, voces de sirenas traicioneras. Volvamos al silencio, a la esencia, que no está en lo que el mundo valora, sino en lo humilde, lo sencillo. Como la Madre, María Inmaculada, que celebraremos el próximo miércoles, la única criatura verdaderamente libre, inocente, capaz de acoger el Misterio en su seno y de aplastar la cabeza de la serpiente embaucadora, el adversario, el separador, príncipe de este mundo donde la mentira se disfraza de verdad y lo virtual de real.

El Bautista anuncia a Aquel que viene a instaurar el Reino de la Verdad, la Paz y el Amor. Juan es el puente entre la larga espera del Mesías y Su llegada. Sabe que Aquel que viene a juzgar el universo viene, a la vez, a perdonarlo, a recapitular todo para hacer nuevas todas las cosas.

Acaba el "seréis como dioses" y todas sus diabólicas versiones (dia-bólicas, separadoras), con las di-versas posibilidades y futuribles que nos convierten en "expertos" en fantasear y proyectar, en lugar de vivir. ¿Cómo allanar lo escabroso, cómo enderezar lo torcido, como transformar todo? Convirtiéndonos (con–versión), para renacer, hombres y mujeres nuevos, conscientes de que hemos muerto con Cristo y  hemos resucitado con Él. 

Dice san Gregorio Magno: “¿Qué es esta vida mortal sino un camino? ¡Qué locura, hermanos míos, agotarse en el camino, no queriendo alcanzar el fin!... Así, hermanos míos, no améis las cosas de este mundo, que, como vemos según los acontecimientos que se producen alrededor nuestro, no podrá subsistir por mucho tiempo”.

Y Chesterton, también actual, siempre lúcido, con una afirmación  que hizo justo antes de morir y que deberíamos repetir hoy (siempre es hoy): "El asunto está claro ahora. Está entre la luz y las sombras, cada uno debe elegir de qué lado está." Y la Luz que viene es Jesucristo, que ilumina el camino para llegar a la meta de dicha y plenitud que Dios soñó para cada uno de nosotros. Él es la Luz del mundo y las sombras son el mundo, este laberinto de posibilidades, algunas tan apetecibles e incluso buenas. Pero ¿quién quiere lo bueno, cuando tiene lo Bueno? Las sombras, las posibilidades, tan legítimas y plausibles a veces..., cantos de sirena que nos entretienen girando en círculo, como burros atados a la noria, para que no veamos la espiral que eleva, la única posibilidad, el regreso a Casa.

Alegría, confianza y consuelo  nos transmiten la lecturas de estos días. Porque no se trata de recrearse morbosamente en los remordimientos que nos anclan al pasado y solo crean más pasado, sino de una conversión serena y decidida para mirar hacia el mejor futuro, el que preparó para todos Jesucristo, y Juan lo vio y lo anunció. Nosotros solo tenemos que aceptarlo y vivirlo, en un  querer que venga, sabiendo que ya viene, que ya está y salimos a su encuentro. Nos preparamos para recibir a Aquel que viene detrás de Juan, Aquel que tanto nos amó como para hacerse uno de nosotros en el mundo, para vencer y trascender el mundo, sembrando en nuestros corazones la semilla del Reino.

                               22 Diálogos Divinos, "Ven, Señor Jesús"

29 de noviembre de 2025

Maranatha

 

Evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre. Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre".

                                                        Visión del Apocalipsis, El Greco

Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Ap 3, 20
                                                                                                  
Durmiendo yo, mi corazón velaba.
Y en esto, la voz de mi amado que llama…
                                                                        Cantar de los cantares, 5, 2

Entre los primeros cristianos nació una expresión Maranatha, ¡Señor nuestro, ven! traducción al griego de una palabra  aramea. En indicativo, marán athá, el Señor viene. En esta expresión, que la liturgia repite continuamente estos días, se resume el sentido del Adviento.

Comprender y vivir el  Adviento consiste en descubrir que Él viene, que siempre está viniendo. Es darse cuenta de esta realidad, despertar del sueño que nos mantiene en una espera pasiva de que algo externo, a ser posible espectacular y evidente, nos salve.

Ya estamos salvados; llevamos la Salvación escrita en nuestro ADN desde el Misterio del Calvario. Él viene, está a la puerta y llama… La Salvación está ya en ti, en mí. No hay nada que hacer, ningún mérito que conseguir, solo despertar y darse cuenta de esta experiencia de salvación y liberación que ya Es. Emmanuel: Dios con nosotros.


                                             MARANATHA                                             
            
            Si logro estar alerta, me descubro:
            soy atención serena y sostenida,
            soy la mirada fiel, soy el aliento
            de una respiración que me respira.
            
            Si logro estar alerta, Le descubro:
            es todo para mí,
            soy todo para Él.

            Soy real en el centro de mi ausencia,
            presencia Suya al fin
            y para siempre.


El dueño de casa siempre está viniendo. Está a la puerta, pero no le oímos, ni siquiera vemos la puerta. Porque no es una puerta normal, no divide dentro y fuera, interior y exterior; no divide…  Es la puerta del darse cuenta, de estar atento, vigilante, despierto, la puerta de la consciencia que permite a cada uno/todos/Uno volver al Centro, desprenderse de lo falso para reconocerse en el Ser, único, indivisible, real, eterno.

La pereza, el exceso de comodidades el miedo y las falsas creencias son los causantes del parloteo de la mente que nos impide estar en vela y nos roban la atención necesaria para mantenernos en el presente, en el amor consciente. 

En espíritu y en verdad… Si traducimos literalmente del griego: en pneumati kai aletheia: en la respiración (en pneumati, de pneuma, el aliento, rouah en hebreo) y en la vigilancia (a-letheia, sin lethè, sin sueño, sin letargo). Hemos de vivir despiertos, vigilando, con una respiración consciente. Cobra así todo su sentido la exhortación a orar siempre de san Pablo.

Adviento, tiempo de oración continua, de vigilar y estar alerta como nunca, tiempo de velar. Porque cuando nos dormimos, volvemos a poner la mente y el corazón en los afanes del mundo, abandonando ese estado de vigilancia y verdad. Nos dejamos llevar de nuevo por la inercia, las creencias, lo conocido, los hábitos cansinos…

Porque la Fuente nunca nos abandona; somos nosotros los que podemos olvidarla. Si nos mantenemos atentos, despiertos, vigilantes, podemos ser conscientes de la Verdad en la que somos, esa que configura nuestra identidad, que nos llena de amor porque es más íntima a mí que yo misma. 

El Evangelio de hoy es una nueva llamada a despertar, vigilar, estar atentos, de pie, la cabeza levantada, el ánimo resuelto, porque el Libertador, el que era, el que es, el que viene (Apocalipsis 1, 8; 4, 8), está viniendo para todos. 

Adviento, tiempo de velar y también de reparar, en los dos sentidos de la palabra. "Reparar", rehacer, restaurar lo que está roto, lo torcido, lo erróneo, lo mal hecho o no hecho y "reparar en", darse cuenta, ser consciente. Ambos significados se unen en la actitud de reparación, que ha de ser una constante en nuestras vidas. Tal vez por eso ha surgido, como un regalo de Dios para estos tiempos convulsos, y a la vez maravillosos, el movimiento de Reparación Perpetua en Divina Voluntad, abierto a todos los que quieran unirse. 

                                                      I. Novena de Navidad

Pensamientos de Imitación de Cristo de Thomas Kempis, que nos animan a velar:

Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir.

Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana? Mañana es día incierto; y ¿qué sabes si amanecerás mañana?

¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!

Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.

22 de noviembre de 2025

Jesucristo, Rey del Universo

 

Evangelio según san Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

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Cristo del Perdón, Luis Salvador Carmona

Vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán.

                                                                         Daniel 7, 14 

Hay pasajes en el Evangelio, como el del domingo pasado, en los que el tono del Maestro puede resultar duro, sobre todo cuando habla del final de los tiempos y de lo que sucederá antes de que Él vuelva para juzgar a vivos y muertos. Pero Jesús quiere nuestra salvación y mucho más aún: restaurarnos a nuestra esencia original, la que Adán perdió. 

¿Cómo va a ser juez implacable el que dio Su vida en rescate por todos y le abrió las puertas de su Reino a Dimas, el ladrón crucificado a su derecha?
  Hoy celebramos la Solemnidad que cierra el año litúrgico: Jesucristo, Rey del Universo, Uni-Verso, Uno, Único, el Verbo encarnado, muerto y resucitado para que todos seamos Uno en Él.

Vivir ya en el Reino pasa por morir a uno mismo, negarse a uno mismo, para descubrir al Rey, y a los demás en Él. Solo así somos capaces de amar, cuando podemos decir: "No yo, sino Cristo en mí" (Gálatas 2, 20). Es Él Quien ama en ti y a Quien amas cuando sirves, ayudas, entregas tu vida por los que tienes cerca.

¿Cómo reina Jesucristo en el mundo? Él ha de ser rey de tu corazón, de tus pensamientos de tu cuerpo, de tus bienes, de tu tiempo y de tu voluntad, de todo tu ser. Ha de ser el Señor de tu vida, gobernando sobre ella, llenando de Su gloria y majestad todo, con su cetro, que no es de oro, sino que es Su Corazón traspasado en la cruz, su corazón abierto dando vida. 

No he de hacer, sino dejarme hacer en todo lo que soy, fui, seré, tengo, tuve, tendré. Él va colonizando mi existencia, la llena de Sí ahora que Lo miro y Lo acepto y, desde este hoy eterno, coloniza también mi pasado y mi futuro porque se lo doy todo.

Parece demasiado maravilloso para ser cierto. La mente a veces se resiste a aceptar que somos coherederos del Reino, con solo aceptarlo. Tan hermoso… y, aun así, cierto, lo más real de nuestras vidas. Un Dios que se ha hecho hombre por amor nos hace ciudadanos del Reino de la paz, el amor y la alegría.

Jesucristo, Rey del Universo, y María, la Reina de todo lo creado, la que hizo posible el Gran Milagro, con su Sí eterno. Ella nos quiere a su lado, por eso nos enseña a aceptar y guardar todo en el corazón. 

Celebramos al Rey mirándole, sintiéndole, escuchando Su Palabra, dando vida a Su Voluntad en nosotros, uniéndonos a Él en la Eucaristía que, junto con Su Palabra y Su Voluntad, es  "el Pan nuestro de cada día" que pedimos en el Padrenuestro. Es lo más adorable, mucho más que las imágenes con cetro y corona con que representan al Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en este vértice del tiempo que conecta con la eternidad, se ha hecho Pan de Vida para acompañarnos y alimentarnos, ir asimilándonos a Sí, mientras caminamos de regreso a la Casa del Padre.

Jesucristo, Rey del Reino eterno, reina también aquí, en la representación de este mundo que pasa, desde el trono invisible del Sagrario, el absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.

San Francisco de Borja, cuando tuvo que reconocer el cadáver descompuesto de la emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las célebres palabras: "nunca más servir a señor que se me pueda morir". Y lo dejó todo, eligió servir al único Señor, el que no muere, el Único. 

Son muchos los que se han atrevido a este cambio total de vida que consiste en no volver a vivir con la voluntad humana separada de la Voluntad Divina. Una de las primeras fue María Magdalena, que supo cómo el Rey puede hacer, de una prostituta, una princesa, si la "mujer vieja y perdida" se ha vaciado de sí y se ha llenado de Amor.

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Magdalena Penitente, Pedro de Mena

En la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, vemos a Santa María Magdalena contemplando a Cristo crucificado. Así reina Él sobre el corazón de quienes purifican sus días de ceguera y olvido. Y así quiero vivir, mirando cómo salva, libera y renueva, mirándome en Él. Santa Teresa de Jesús nos exhorta: no os pido más que Le miréis. Mirando a Jesús, descubro quién soy: tan miserable como para que haya tenido que sufrir tanto por mis pecados, y tan valiosa como para que haya pagado el precio de Su Vida por mí. Mirando a Jesús veo lo que he sido separada de Él y Lo que debo ser en Él.

Reconocer que Él es Rey nos hace súbditos de Su Reino. Un Reino que no es de este mundo, pero está en este mundo si dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Cristo en la Cruz, en el altar, en la Eucaristía, en nuestro corazón cuando da vida a la Voluntad Divina y  "ya no soy yo, sino Cristo Quien vive en mí". Porque, si somos tibios, Él es fiel, si somos débiles, Él es fuerte, si somos mezquinos, Él es generoso, si somos falsos, Él es verdadero. 

Así lo expresa también Santa Teresa: “¡Oh Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que a los que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones 10, 11).

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Nuestra Señora del Henar, s. XII

Jesús en el trono del regazo de su madre en el Santuario de Nuestra Señora del Henar, en Cuéllar. Ella es Trono del Rey y es también Reina. Majestades que se funden y se entrelazan por amor. 

Ante el Rey, solo cabe una actitud: mirarle con adoración, como Le mira Su madre en el Calvario. En su mirada se funden dolor y amor y nos enseña que adorar fortalece y da sentido al sufrimiento. 

María, Reina y primera súbdita, maestra del sufrir adorando, del asombro dolorido y reverente, me recuerda que el Reino está dentro de mi corazón y me enseña a callar, a poner fin al parloteo y dispersión que suelen aprovechar los usurpadores para instaurar un reinado de sombras. Con ella voy perdiendo tierra y ganando cielo, como decía Sor Ángela de la Cruz. 

María, la Madre y la Reina, va sanando las heridas del corazón, embelleciendo los dones, limpiándolos, perfeccionándolos para que sean del agrado del Rey que, aunque nos ama a pesar de todas nuestras miserias e imperfecciones, nos quiere transformar. Por eso dio Su Sangre y por eso reina en el Universo, para que mirándonos en Él, seamos reales en Su realeza. Si unimos nuestras cruces a la Suya, el sufrimiento es precio de Salvación, y cuando Él vuelva en gloria y majestad secará toda lágrima de nuestros ojos.


                                   103. Diálogos divinos, Hijos del Rey

“Aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. Vino una vez, pero vendrá de nuevo. Es su primera venida, pronunció estas palabras que leemos en el Evangelio: “Desde ahora veréis que el hijo del hombre viene sobre las nubes.” ¿Qué significa: “Desde ahora”? ¿Acaso no he de venir más tarde el Señor, cuando prorrumpirán en llanto todos los pueblos de la tierra? Primero vino en la persona de sus predicadores, y llenó todo el orbe de la tierra. No pongamos resistencia su primera venida y no temeremos la segunda.
(…) Regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad. ¿Qué significan esta justicia y esta fidelidad? En el momento de juzgar reunirá junto así a sus elegidos y apartará de sí a los demás, ya que pondrá a unos a la derecha y a otros a la izquierda. ¿Qué más justo y equitativo que no esperen misericordia del juez aquellos que no quisieron practicar la misericordia antes de la venida del juez? En cambio, los que se esforzaron en practicar la misericordia serán juzgados con misericordia. Dirá, en efecto, a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Les tendrá en cuenta sus obras de misericordia: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber” y lo que sigue.
Y a los de su izquierda ¿qué es lo que les tendrá en cuenta? Que no quisieron practicar la misericordia. ¿Y dónde irán? “Id al fuego eterno.” Esta mala noticia provocará en ellos grandes gemidos. Pero, ¿qué dice otro salmo? “El recuerdo del justo será perpetuo. No temerá las malas noticias. ¿Cuál es la mala noticia? “Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Los que se alegrarán por la buena noticia no temerán la mala. Esta es la justicia y la fidelidad de que habla el salmo.
¿Acaso, porque tú eres injusto, el juez no será justo? O, ¿porque tú eres mendaz, no será veraz el que es la verdad en persona? Pero, si quieres alcanzar misericordia, sé tú misericordioso antes de que venga: perdona los agravios recibidos, da lo que te sobra. Lo que das ¿de quién es sino de él? Si dieras de lo tuyo, sería generosidad, pero porque das de lo suyo es devolución. ¿Tienes algo que no hayas recibido? Estas son las víctimas agradables a Dios: la misericordia, la humildad, la alabanza, la paz, la caridad. Si se las presentamos, entonces podremos esperar seguros la venida del juez que regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.”

                                                                                                             San Agustín