24 de diciembre de 2024

Santa Navidad

 

Evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este era de quien yo dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado. 


       El nacimiento de Jesús, B. Murillo
                                      
      Aunque Cristo naciera mil veces en Belén
      y no dentro de ti, tu alma estará perdida.
     Mirarás en vano la Cruz del Gólgota 
     hasta que se eleve de nuevo en tu interior.

                                                                                               Angelus Silesius

Ya sabemos que la Navidad no es un tiempo de vacaciones, comidas familiares, regalos, luces y jolgorio. Los que la viven así no conocen su verdadero sentido. Pero ¿la viven y la comprenden realmente los que parecen darle una dimensión cristiana? ¿La vivimos y comprendemos realmente, con lo más profundo del corazón? Si logramos soltar todo lo que no es la Navidad, podemos profundizar en el gran Misterio, el gran Milagro, que es el Nacimiento del Hijo de Dios como uno de nosotros.

Hace falta silencio para experimentar la verdadera Navidad. El Verbo nace en el silencio de la noche. Si queremos que Él nazca en nosotros, hemos de hacer silencio y vaciarnos, liberarnos de ruido, palabras vanas, imágenes, distracciones, actividad innecesaria, todos esos ídolos, a veces aparentemente buenos, que se oponen al Nacimiento de Dios. Liberémonos de todo lo que amenaza ese silencio, lo que impide que encarne, se geste y nazca en nosotros la Palabra. 

Frithjof Schuon insiste en que la venida de Cristo es "el Absoluto hecho relatividad, a fin de que lo relativo se haga Absoluto". Bendita relatividad, bendita multiplicidad, entonces, contemplada desde la esencia que nuestra condición restaurada de Hijos nos otorga.

Celebramos el Amor; Él nos ama tanto que hace que su Hijo nazca hombre pasible. Si no fuera por el misterio del Amor, que solo en el silencio podemos experimentar y vislumbrar, el verdadero significado de la Navidad sería visto desde fuera como una locura. Que Cristo encarne en un niño, que Dios se haga hombre, esa locura maravillosa, nos da una dignidad que nada ni nadie puede quitarnos. Nos enseña a ser humildes, contemplando al mismo Dios, desvalido y envuelto en pañales, en un pesebre. 

Estamos conmemorando la segunda creación del hombre. Desde el nacimiento de Jesús, el hombre tiene libre acceso a las dimensiones más elevadas de sí mismo. No hay amor más grande, no hay alegría mayor; podemos entrar en comunión con el Amor a cada instante, en ese eterno presente donde ya somos uno con Él.

Ese Amor encarnado, el resplandor de la naturaleza humana divinizada, enciende una chispa en el corazón del que está atento y dispuesto a acoger al Niño. El destino de esa chispa es crecer hasta que se convierta en un fuego purificador que nos transforme y queme lo que queda de hombre viejo, de viejo mundo, en nosotros. He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! (Lc 12, 49), nos dirá Jesús, treinta años después de su primera venida. ¿Cómo no reconocer que Él es nuestro amor, nuestra luz, nuestra alegría?

            En Belén se inicia el camino que nos permite recuperar la inocencia primordial, esa dimensión sin espacio ni tiempo ni coordenadas, en la que todas las cosas y todos los seres mueren para renacer en la Unidad, en un presente eterno, un único latido que trasciende las formas y los nombres, ante el único Nombre, que siempre está viniendo.  


                                             26. Diálogos divinos. Navidad

21 de diciembre de 2024

Acoger a la Vida

 

Evangelio de Lucas 1, 39-45

María se puso en camino y fue aprisa a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, la criatura saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."

                                                         La Visitación, Icono bizantino

Trabajad por vuestra salvación con temor y temblor,
porque es Dios quien activa en vosotros el querer
y el obrar para realizar su designio de amor.
                                                      
                                                                                   Filipenses 2, 12-13

TEMOR Y TEMBLOR

Temor y temblor en el regazo oscuro
cuando la luz atraviesa
el útero como un rayo
para mostrarme el Camino.
Dos embriones se encuentran;
uno, de hombre,
otro, divino,
acostumbrándose a la sangre,
haciéndose carne para poder tocar,
acariciar, derribar mesas de cambistas,
bendecir, sanar, resucitar a los muertos,
resucitar, Él Mismo, al tercer día.

¡Y ya lo veo!
Cómo no saltar en el seno de mi madre,
Isabel, Isha Bethel, que significa:
mujer, casa de Dios;
cómo no agitarme
viendo, presintiendo mi latido de non nato
el drama, entero, consumándose
más allá del tiempo y del espacio…

Gigantesco Jesús,
inmenso desde el seno virginal,
deja que mengüe,
que disminuya desde ahora,
aunque mi cuerpo siga creciendo
para ser el asceta rudo
que se va formando desde el vientre
tan cercano al más puro
que te gestó, gesta, gestará infinitamente.

Es mi madre también,
más que ninguna después de la tuya,
Isha Bethel, mujer, casa de Dios.
Dioses sois recordará el Maestro,
yo lo seré, si Tú quieres,
en Ti, por Ti, contigo,
en ese reino de Hijos que vienes a anunciar.

Pero deja que antes disminuya, que mengüe,
que descienda, que desande,
me desnude de formas y ritos,
desaprenda los dulces pasatiempos,
renuncie a los goces de la carne,
que se forma en el seno de mi madre,
sorprendida de ver en el rostro de su prima,
la luz dulcísima, la belleza infinita
y eterna de la madre de Dios,
ya madre nuestra.


                 105 Diálogos divinos "María poseedora de todos los bienes"

14 de diciembre de 2024

La Buena Nueva

 

Evangelio según san Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: “Entonces, ¿qué hacemos?” Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No exijáis más de lo establecido”. Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos nosotros?” Él les contestó: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga”. El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

                      San Juan Bautista predicando, Pier Francesco Mola

En el Evangelio del domingo pasado, Lucas insistía en demostrar con nombres y geografía que Jesús nació aquí, en la tierra, en nuestro mundo de límites, para transformarlo y transformarnos, para conducirnos a la Unidad de lo Ilimitado. Se hace uno de nosotros, se mezcla con nosotros, el Infinito viene a lo finito por Amor.

El Verbo eterno, decide nacer en este mundo de criaturas condicionadas. Nace entre nosotros y vive entre nosotros, con la gran diferencia: Él no se cree este escenario, tan hermoso y a la vez tan terrible, no se deja arrastrar por las múltiples posibilidades, sabe que es una representación con fecha de caducidad. Nos lleva al desierto una y otra vez, para que soltemos disfraces, proyecciones, fantasías y reencontremos la Esencia desnuda de lo que somos, imagen y semejanza Suya.

Volvamos al desierto a escuchar la voz que anuncia la llegada de Jesús. Volvamos al silencio, a la esencia que no está en lo que el mundo valora, sino en lo humilde, lo sencillo. Como la Madre, María Inmaculada, que celebrábamos el día 8, y no es por casualidad la fecha, el Infinito vertical encarnado en una mujer, la única criatura verdaderamente libre, inocente, capaz de acoger el Misterio en su seno.

Juan Bautista señala a Jesús, que trae la buena nueva, el Reino de paz, justicia, amor y unidad. Es el final de los tiempos de vivir separados de Dios y de los hermanos, el final de la división y la comparación, de la lucha y la defensa. Juan es el puente entre ambas visiones. Él ya sabe que el que viene a juzgar el universo viene, a la vez, a perdonarlo, integración de opuestos, que transforma y crea una nueva Realidad, haciendo nuevas todas las cosas. Es la maravillosa paradoja del amor, que da la vuelta a los criterios humanos. Acaban las posibilidades que la soberbia humana proyecta, esos futuribles que nos apartan del único Futuro posible ya, que es volver a Casa. Acaba el seréis como dioses y todas sus diabólicas versiones (dia-bólicas, separadoras), con las diversas opciones del árbol del bien y del mal, que nos convierten en "expertos" en fantasear, en lugar de vivir. Llega el tiempo de la conversión, la vuelta a la única Versión, con todo el equipaje de miseria, error y confusión que El que vino, viene, vendrá transforma en combustible para ese viaje de retorno.

Como nos proponían las lecturas del segundo domingo de Adviento: allanemos lo escabroso, enderecemos lo torcido para emprender ese camino de regreso, libres de los vestidos de luto y aflicción. Alegrándonos y gozando, libres, sin temor, como dice la primera lectura de hoy (Sofonías 3, 14-18a).

¿Cómo allanar, cómo enderezar, como transformar todo transformándonos? Convirtiéndonos para renacer, hombres y mujeres nuevos, resucitados, porque hemos muerto con Cristo y  hemos resucitado con Él.  

Estemos alegres, que nada nos preocupe, nos recuerda la 2ª lectura (Filipenses 4, 4-7). Dice san Gregorio Magno, con palabras de plena actualidad: “¿Qué es esta vida mortal sino un camino? ¡Qué locura, hermanos míos, agotarse en el camino, no queriendo alcanzar el fin!... Así, hermanos míos, no améis las cosas de este mundo, que, como vemos según los acontecimientos que se producen alrededor nuestro, no podrá subsistir por mucho tiempo”.

Y Chesterton, también actual, siempre lúcido, con una afirmación  que hizo justo antes de morir y que deberíamos repetir hoy (siempre es hoy): "El asunto está claro ahora. Está entre la luz y las sombras, cada uno debe elegir de qué lado está." Y la Luz que viene es Jesucristo, que ilumina el camino regreso al Padre, al sueño de dicha y plenitud que Dios soñó para cada uno de nosotros. Él es la Luz del mundo y las sombras son el mundo, este laberinto a veces tan hermoso de posibilidades, algunas tan apetecibles y buenas. Pero ¿quién quiere lo bueno cuando tiene lo Bueno? Las sombras, las opciones, tan legítimas y plausibles a veces..., cantos de sirena que nos entretienen girando en círculo, como burros atados a la noria, para que no veamos la espiral que eleva, la única posibilidad, el regreso a Casa.

Alegría y confianza nos transmiten la primera y segunda lectura. Se acabó el recrearse en los remordimientos que nos anclan al pasado y solo crean más pasado. Es hora de crear futuros, o, mejor dicho, el mejor futuro, el único en realidad, que ya existe, ya Es, lo creó para todos Jesucristo, y Juan lo vio y lo anunció. Nosotros solo tenemos que aceptarlo y vivirlo.

Adviento, tiempo de espera llena de esperanza porque la promesa ya está cumplida. Espera en tensión, pero tensión buena, de estar alerta, despiertos, conscientes. Es un  querer que venga, sabiendo que ya viene, que ya está y regresamos con Él, apartando lo que nos dificulta la marcha.

Todos las instrucciones que da Juan para responder a la pregunta ¿qué tenemos que hacer?, están muy bien, pero ya no se trata de mal o bien… se trata de por qué lo hacemos y, sobre todo, desde dónde lo hacemos.

Compartir ropa y comida es muy bueno. Ser honesto es buenísimo. Dar limosna es bueno, pero puede ser Bueno. Depende de cómo y desde dónde lo hagas, podría llegar incluso a ser malo. ¿Quién da? ¿A quién ves cuando das? ¿Ves al mendigo al que tratas inconscientemente de mantener en su triste y mísera condición? ¿O ves su esencia original, y la honras compartiendo?  ¿Ves tu esencia  original en él pues es la misma? ¿Os veis unidos en el amor?

Las verdaderas buenas obras nacen del reconocimiento de uno mismo desde el Sí mismo donde ya somos. Superar las propias miserias de criaturas condicionadas, superar incluso el alma ya aquí, pues somos más, infinitamente más que el alma. Superar límites, condiciones, instrucciones para sobrevivir en el mundo, soltando, acogiendo al que ya viene, al que ya llega, al que nunca deja de venir, la Luz del mundo. Preparémonos para recibirle, apartémonos de las tinieblas que nos impiden verlo, reconocerlo y reconocernos en su mirada de amor. Tiempo de anunciar y esperar la segunda venida de Jesucristo que, en su primera venida, tanto nos amó como para hacerse uno de nosotros, en el mundo para vencerlo y trascenderlo, llevándonos a todos con Él de regreso a nuestro verdadero Hogar.

                         La Virgen sueña caminos, Carmelo Erdozain

7 de diciembre de 2024

Virgen y Madre

 

Evangelio según San Lucas 1, 26-38

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible". María contestó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

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Inmaculada Concepción, Tiepolo

Cristo nace misteriosamente sin cesar, encarnándose a través de aquellos a los que salva, y hace del alma que le da a luz, una nueva madre virgen.
                                                                             San Máximo el Confesor

Hoy miramos a María, la Virgen y Madre, símbolo del Adviento y de la humanidad que espera, que escucha y acoge la Palabra para guardarla en el corazón. Sólo ella es Inmaculada desde su concepción. Los demás, si no aprendemos a confiar, esperar y amar con su humildad y sencillez nos perderemos. 

            Contemplando el misterio de la Virgen-Madre, una con Su Hijo desde el Sí que hizo posible la Salvación, descubrimos que unidos a ella, nos unimos a Él. Por eso María es porta coeli y camino seguro hacia la vida eterna. Este era uno de los consejos de San Maximiliano María Kolbe: "Ámala como Madre, con toda generosidad; Ella te ama hasta sacrificar al Hijo de Dios; en la anunciación te acogió como Hijo, Ella te hará semejante a sí misma, te hará cada vez más inmaculado, te nutrirá con la leche de su gracia. Déjate sólo guiar por ella, déjate plasmar cada vez más libremente por ella".

         “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lucas 2, 49). Es en el Templo donde María encontró a Su hijo a la edad de doce años, y en el Templo Le encontramos hoy. Por eso tenemos que convertirnos en Templo donde unirnos a Él, porque los verdaderos adoradores son los que Le adoran en Espíritu y en Verdad. María nos va transformando en una morada digna para Su Hijo.

La grandeza de María está en vivir la voluntad del Padre. Muriendo a su palabra humana, de humilde doncella de Nazaret, dio a la luz a la Palabra. Dejémonos modelar por ella, vacíos de nosotros mismos, abiertos y disponibles, para que el Verbo encarne y viva en nosotros.  

     Porque Dios quiere hacer maravillas en nosotros, como canta María en el Magnificat y, como ella, nosotros, pobres criaturas, podemos llevar a Cristo en el corazón e imitar a Su madre en la maternidad espiritual, mucho más importante que la física, como lo dijo el mismo Jesús: "bienaventurados, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (Lucas 11, 28). 

                   24 Diálogos Divinos, Inmaculada Concepción

          "¡Oh almas criadas para estas grandezas, y para ellas llamadas!” Qué bien expresó San Juan de la Cruz la profundidad del Misterio. Estamos llamados a la eternidad, a la dicha y la plenitud perfectas, pero malvivimos, desperdiciando el sagrado y valioso tiempo que nos ha sido concedido, entreteniéndonos en cosas vanas. Vivamos ya el reino de los cielos en la tierra; hagamos realidad aquí esa dicha y plenitud perfectas. Recordemos siempre la dignidad de nuestra alma inmortal, el sentido de nuestra existencia: reconocer y aceptar nuestra esencia de Hijos de Dios y vivir como tales. Si somos conscientes de esa Verdad, nada nos robará la paz ni la alegría. Porque si muchas veces la vida se convierte en un campo de batalla y nos sentimos amenazados, indefensos, heridos, María es defensora y fortaleza, es sanadora y conciliadora. Nos enseña que la victoria definitiva pasa por aceptar y amar la voluntad de Dios. Y esa aceptación no es sumisión pasiva, sino el paso más digno y valiente que puede dar una criatura, el único, además, que lleva a la plenitud. Así lo expresa San Luis María Grignion de Montfort: "El espíritu de María es el espíritu de Dios, ya que Ella no se guió jamás por su propio espíritu, sino siempre por el espíritu divino, que de tal modo se hizo dueño de María, que vino a ser su propio espíritu. Qué dichosa es un alma cuando está del todo poseída y gobernada por el espíritu de María, que es un espíritu suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo."

           Ahora comprendo la respuesta de María, ese fiat eterno que abrió las puertas a un mundo nuevo. Pronunciemos esas palabras con el corazón abierto y disponible. Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.
             Hágase en mí tu luz, tu verdad, tu vida.
            Cúmplase en mí y hazme como Tú quieras que sea.
            Hazme como Tú.
            Hazme Tú. 

                                O virtus sapientiae, Hildegard von Bingen

2 de diciembre de 2024

Despiertos


Evangelio según san Lucas 21, 25-28.34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre."


Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
       Efesios 5, 14

El amor nunca acabará. Las profecías serán eliminadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Porque conocemos a medias, profetizamos a medias; cuando llegue lo perfecto, lo parcial será eliminado.                                                                            
                                                                                       1 Corintios 13, 8-10

El Hijo del Hombre que vemos venir en una nube viene a liberarnos a todos sin excepción; y viene ya, ahora, porque el día que caerá como un lazo sobre los habitantes de la tierra (Lucas, 21, 35) es hoy, siempre hoy.

Podemos percibir los signos en el sol, la luna y las estrellas que llevamos dentro: angustia, locura, miedo, temblor, amenaza de abismos insondables, de finales catastróficos... Estad siempre despiertos es una llamada universal a despertar los sentidos espirituales, vigilar, estar atentos, de pie, la cabeza levantada, el ánimo resuelto, porque el Libertador, el que era, el que es, el que viene (Apocalipsis 1, 8; 4, 8), está viniendo ahora para todos.

Es Quien nos salva, nos transforma y perfecciona para que estemos preparados. La visión que describe Jesús en el Evangelio de hoy es una imagen del mundo desastroso que hemos creado. Pero si despertamos, nos levantamos y estamos atentos, todo lo terrible de este mundo condenado a desaparecer pasa a un segundo plano porque fijamos la mirada y la atención en el Señor que salva y restaura, que hace nuevas todas las cosas, mientras el viejo mundo se repliega, como un libro que se cierra para no volver a abrirse, como un pergamino que se enrolla y se destruye porque ya no sirve. 

Entonces ya no nos atemorizan los males de aquel viejo mundo que pasa y podemos ver los desastres, los conflictos de dentro y de fuera, la enfermedad, la muerte sin tambalearnos porque nuestra mirada está fija en el Hijo del Hombre que viene en una nube, con gran poder y majestad.

Las profecías no asustan ni inquietan si recordamos nuestra condición de resucitados, que es mucho más que ser inmortales. ¿Cómo va a temer quien se sabe ya muerto y resucitado en Cristo y habitado por el Espíritu Santo, con su fuerza y su valor? El que vive con esa consciencia, confiado y libre, no tiene miedo. Está informado de lo que sucede fuera, pero sabe que lo más importante es lo que sucede dentro. Atendemos a los cataclismos interiores, a las fuerzas interiores y las sometemos para hacer realidad con Cristo, por Él y en Él, los nuevos cielos y la nueva tierra.

Hoy empieza el Adviento, tiempo de espera y también tiempo de realización. Podemos vivir la vida de Jesús desde el Nacimiento en nuestras propias vidas. Él vivió la Pasión y Muerte por nosotros (para nosotros, por causa de nosotros y en lugar de nosotros), y quiere que vivamos Su vida. Preparémonos para recibirle y acompañarle hasta la resurrección, recordando que es vida nuestra, vida tuya, vida mía, la vida que hemos venido vivir. Comienza la historia de amor con Aquel que es la Fuente de agua viva en nuestro corazón, surtidor que mana hasta la vida eterna.

El Reino ya está aquí, dentro de cada uno. Y todos los fenómenos, crisis, dones y gracias que lo hacen posible, también. El Reino ya ha venido, está aquí, en tu corazón, en mi corazón, despierto.


                                              Diálogos divinos 23. Adviento


DE SAN BERNARDO SOBRE LAS TRES VENIDAS DEL SEÑOR

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10), sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres (Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan.
De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.