8 de marzo de 2014

Desierto y tentaciones


Evangelio de Mateo 4, 1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Pero él contestó diciendo: “Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”." Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras”.”  Jesús le dijo: “También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”.” Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor, le dijo: “Todo esto te daré si te postras y me adoras”. Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.” Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían.



                                          Jesús en el desierto,  Carl Bloch


                                                          La llevaré al desierto y le hablaré al corazón.
 
                                                                                                              Os, 2, 14

             Después de la Teofanía en el Jordán, Jesús necesitaba silencio y soledad, para poder mirar en lo más profundo de su ser, y discernir acerca del sentido de su misión. Se retiró al desierto y ayunó durante cuarenta días, sometiéndose a la gran prueba de la soledad. Allí fue tentado y, venciendo las tentaciones, nos abrió camino para que venzamos nosotros.
¿Sucedió realmente en el desierto? ¿Fueron realmente cuarenta días y cuarenta noches? ¿O se trata de uno de los muchos recursos literarios para transmitir verdades que utilizan los evangelistas? Es lo de menos; lo que importa es que Jesucristo, el Verbo encarnado, fue tentado en lo más esencial de su misión: su mesianismo.

Desierto: soledad, desvalimiento, aridez, espejismos, prueba, lucha interior, combate escatológico. El desierto es la desposesión absoluta, que nos enseña que dependemos de Dios. Cuánto desierto hay en cada uno, cuántos espacios yermos que esperan ser despertados y fertilizados en nuestras almas. Pero antes debemos descubrir las fuerzas malignas que nos habitan, para combatirlas y liberarnos de ellas. Porque en la soledad del desierto está el Espíritu Santo y también el espíritu no-santo, el adversario diabólico, el separador.
Qué es el desierto, sino el destierro, este mundo de aridez y rigores donde el hombre se hace consciente de su hambre y su sed esenciales, las que no sacia lo material, ni el poder ni la gloria de este mundo. Qué es el desierto, sino la búsqueda constante de la Fuente de donde mana el agua de la vida.

Atravesar el desierto es necesario para renacer o nacer por segunda vez, lo que a Nicodemo le costaba entender. Es el Espíritu quien llevó a Jesús al desierto, a ese estado de soledad e incertidumbre. Es también el Espíritu el que nos lleva al desierto y nos somete a las pruebas necesarias para purificarnos y hacernos renacer con una nueva comprensión, humildes y conscientes, valientes y libres.
Cuarenta días de ayuno permiten renacer. Jesús ayuna cuarenta días y cuarenta noches. Cuarenta: número de la totalidad, y también de la preparación. Cuarenta fueron los días que duró el diluvio y los años del éxodo de Egipto hacia la Tierra Prometida. Cuarenta días, tras la Resurrección, estuvo Jesucristo en la tierra antes de subir al Padre.



                             Las tentaciones de Jesús, Duccio di Buoninsegna


                  Hijo mío, si te das al servicio de Dios, prepara tu ánimo a la tentación.

                                                                                                                Eclo, 2, 1
                                                                                                              
Mateo y Lucas mencionan las tres tentaciones primigenias y universales que, de un modo u otro, todos tenemos que superar. Las tres se orientan a poner a Jesús en la prueba de escoger entre su propia voluntad y la voluntad de Dios.

            Se diría que la primera tentación es puramente física. Nada más lejos del verdadero sentido del Evangelio. Como responde Jesús: no solo de pan vive el hombre. La han llamado la tentación del materialismo, pero su alcance es más sutil y refinado; apunta a esa tendencia, presente en el hombre, a obrar según su propia voluntad y "alimentarse" de sus propias ideas y consideraciones. La maligna propuesta consistiría en usar el poder espiritual para contravenir las leyes naturales en beneficio propio.

La segunda, es la tentación de la soberbia, la vanidad espiritual, la más sutil. Es muy astuto este diablo; no son solo instintos y bajas pasiones lo que Jesús está combatiendo; ni siquiera son las terribles tentaciones de San Antonio. No podía ser de otro modo, si el tentado es el Santo de Dios, que vence de nuevo, por amor, humildad y confianza.
 
La tercera tentación es la del poder y la gloria del mundo. Satán, sibilino, propone a Jesús hacer alarde de sus poderes para ganarse la adhesión de las gentes, que esperan un Mesías triunfal que se rebele contra Roma. En lugar de sublevarse contra la opresión romana, Jesús decide hacer la Verdad accesible a todos, predicar el Reino, completar la Ley con el Amor, cambiar las almas para cambiar el mundo. Negándose a adorar y servir al príncipe de este mundo, está aceptando, ya en el desierto, la cruz.
 
Las tentaciones que nos acosan a lo largo de la vida nacen de estas tres grandes pruebas y se adaptan, según esa astucia diabólica, al nivel de ser y de comprensión espiritual de cada uno.
Si tuviéramos más clara la Meta, no solo con lo intelectual, sino también, sobre todo, con lo emocional, no caeríamos tan a menudo ni perderíamos tanto tiempo. Porque las tentaciones siempre tienen que ver con algo que es bueno, un bien menor. Jesús es maestro en discernimiento, nos enseña a escoger el Bien absoluto, anteponiendo la voluntad de Dios a la propia.
Como dice Santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae: “La tentación que viene del enemigo se realiza a modo de sugerencia. Ahora bien, una sugerencia no se propone a todos de la misma forma: a cada uno se le presenta partiendo de aquello a lo que está apegado. Por eso, el demonio no tienta de primeras al hombre espiritual con pecados graves, sino que comienza con cosas ligeras para llevarlo más tarde a cosas graves.”
Cada uno de nosotros tiene un rasgo o defecto principal, un nudo gordiano de su carácter, la espina de Satanás que San Pablo decía tener clavada en la carne y le impedía hacer lo que quería y le instaba a hacer lo que no quería. Ahí es donde estas tentaciones primordiales se “especializarán”, para atacar a cada uno en su talón de Aquiles, que tiene que ver con su defecto o rasgo principal, donde más le duele a cada uno. Es necesario luchar contra los falsos “yoes”, que se aglutinan entorno a ese rasgo principal.

Según Dostoievski, las tres propuestas diabólicas, resumen toda la historia de la humanidad desde ese momento hasta hoy. Nos conoce bien, el adversario… Y, como señala el torrencial e incisivo Fabrice Hadjadj, se oponen a tres de las peticiones del Padrenuestro. Transformar las piedras en panes se opone a la petición del pan de cada día. Arrojarse desde el Templo, a Hágase tu voluntad. Todos los reinos de la tierra a cambio de adorar al tentador, es lo opuesto a Venga a nosotros tu reino.

            La astucia del diablo usa nuestras propias defensas y las vuelve en nuestra contra. Lo hace hasta con las Sagradas Escrituras, tergiversando su sentido. Qué manipulables son los textos sagrados si se acude a ellos sin contar con Dios. El "acusador", el "separador" los conoce y recita a la perfección con sus fines malévolos, en este combate escatológico que se sigue librando en nuestras almas. Pero tenemos la Palabra viviente para vencer a quien quiera manipularnos con la palabra escrita. ¿De qué nos sirve la vana palabrería, por muy erudita, sugerente o novedosa que pueda resultar, si nos separamos de la Palabra encarnada?
 
Mundo, codicia y vanagloria se disfrazan de pan, tierra, paz… Cómo me suena la demagogia de este seductor sibilino que camufla sus malas artes con un falso humanitarismo y una justicia limitada. El diablo presenta a Jesús posibilidades aparentemente buenas para él y para todos. Pero lo que busca es que haga algo por sí mismo, por su cuenta, prescindiendo de la voluntad de dios. Pan, tierra, paz, justicia para todos… ¡Claro!, sin olvidar que Jesús, el verdadero y más radical revolucionario, quiere darnos más, mucho más, no se queda solo en las realidades perecederas de este mundo, a las que todos tenemos derecho y debemos defender, sino que apunta a Lo Real y, por lo tanto, eterno.



                                   Jesús vence las tentaciones, William Hole


Jesús prefiere el desprecio de las masas, una muerte humillante, un fracaso aparente que abre las puertas a la Vida verdadera para todos, antes que un triunfo mundano y por tanto fallido. Por eso se negó a desafiar la voluntad del Padre, se negó a utilizar su propio poder y a realizar milagros innecesarios o exhibiciones vanas. Los valores de este mundo son sometidos por Aquel que nos muestra el camino. El nuevo Adán vence donde el viejo Adán cayó. No se dejó engañar por un mesianismo falso, terrenal, disfrazado de buenas intenciones.

            Él venció en el desierto para enseñarnos las virtudes de la humildad y de la confianza en Dios. Con las tentaciones sufridas en soledad, en ese combate “cuerpo a cuerpo”, el alma se fortalece, se vigoriza y se libera de lo que ya no le sirve, para seguir creciendo, elevándose hacia la mejor versión de sí misma. Pero creer que es uno mismo, por sus propios méritos, el que vence y se libera es volver a apostar por la gloria de este mundo, caer en sus redes de soberbia y vanidad.

            Jesucristo es el Hombre Nuevo, que nos señala el camino de transformación. Porque la tentación no es mala en sí, al contrario, permite evolucionar, al vencer las fieras (Mc 1, 13) interiores y exteriores. Por eso, en el Padrenuestro, la oración por excelencia, no pedimos ser librados de la tentación, sino ayuda para vencerla. Porque lo que propone Satanás son, como dice Fulton Sheen, los tres atajos para no pasar por la cruz. Vencer consiste en no tomarlos y seguir por el caminio estrecho que conduce a la Vida.

           Jesús vence por amor y, en lugar de aceptar milagros en su propio beneficio, decide seguir los caminos del Padre, aunque estos lleven al fracaso aparente y la muerte en cruz, y no los caminos de los hombres, de triunfo y gloria en el mundo. Él sabía que debía transformar a los hombres con el arma del amor, no con la espada o los milagros. La astuta dialéctica del diablo es vencida por la fuerza de la verdadera inteligencia, la que conecta con el corazón.



                                   Jesús es servido por ángeles, Fra Angelico


                                                                              Acostúmbrate, hijo, al desierto.

                                                                                                       Joseph Brodsky


El tentador no pudo doblegarle y se retiró hasta otra ocasión. Probablemente intuía que en la Cruz el Hijo de Dios volvería ser invencible; por eso ya nos estaba mirando a nosotros de soslayo, frotándose las manos. Diría: iré a por esos que, si quieren, en Él son invencibles, pero son débiles y les va a costar comprenderlo. Y ahí es donde se sutiliza al máximo su estratagema, con esa demagogia de“benefactor” que nos quiere vender a un Jesús más humano y asequible, más de“andar por casa”.
Las argucias diabólicas siguen siendo solapadas y difíciles de captar. Hoy se basan a menudo en ese postmoderno prescindir de Dios, tomando a Su Hijo por uno más o, como mucho por otro avatar, como si fuera solo una preciosa metáfora del itinerario que hemos de seguir, un simple manual, muy bien concebido, eso sí, de lo que hemos de hacer para realizarnos.
Una metáfora maravillosa, un símbolo prodigioso..., pero también, y sobre todo, el Camino, la Verdad y la Vida. Si perdemos la realidad del Verbo encarnado, esa Verdad plena y fecunda, si la soltamos, hipnotizados por tendencias, teorías, concepciones conciliadoras y relativistas, perdemos el sentido de nuestra vida y, ¡ay!, de nuestra muerte.

            Solo Dios basta, solo Dios Es, y Jesucristo es Dios. Lo saben aquellos a los que el Espíritu se lo revela. No se trata de quedarnos estancados en lo mágico o en lo mitológico, sino de cerrar el círculo, dando un salto infinito e integrador que nos hace infinitos y nos integra, porque nosotros, en Él, con Él y por Él, somos Uno. He ahí el verdadero no-dualismo, la Unidad. El mesianismo fácil que Jesucristo rechazó, por la perfección y pureza de su alma, puede calar muy fácilmente en nosotros, que tantas veces confundimos y pervertimos el sentido de lo religioso y lo espiritual. Caer en la tentación, y perder la vida, sería fabricarnos un Jesús a nuestra medida, según nos sugiere este adversario seductor.
 
Para los que se aferran a lo material tiene su amplio repertorio de tentaciones, de diferente grado de sutileza, desde lo más grosero a lo más refinado. Y, para los que han conectado con lo trascendente y aspiran a los valores imperecederos, es a quienes dirige ese arsenal tan perverso como astuto, lleno de ambigüedades y de mentiras sutilísimas que, solo respaldados por Aquel que es la Verdad, podemos desenmascarar. Entonces, cuando sintamos asomar su pezuña insidiosa, dentro o fuera, hay que afinar y mantener la guardia, recordando que sin Jesucristo no somos nada, y que Él venció al mundo.
 
Porque también para los que defienden la divinidad de Jesús, el adversario tiene sus artimañas embaucadoras. Ese creerse y sentirse superiores a los que no piensan, sienten, viven igual, olvidando aquello de “quien no está contra mí, está conmigo".
 
Jesús venció las tentaciones y nosotros las podemos vencer si nos mantenemos unidos a Él y reconocemos que todo lo bueno, lo real, nos viene de Su mano. Solo así podemos desenmascarar al tentador, que nos ofrece un Jesús falso, mostrándolo atractivo y fácil de seguir, con el fin de que perdamos las huellas del verdadero. Unas huellas que, le guste o no al ego, pasan inevitablemente por el camino del calvario y por la cruz, preámbulo de la resurrección.
 
No caigamos en la tentación de suavizar el Mensaje, ni hacer de Jesucristo una píldora fácil de tragar, evitando todo lo que tenga que ver con el sufrimiento o el sacrificio. Porque precisamente el Sacrificio de la Cruz venció al príncipe de este mundo, que aún intenta en vano, separarnos de la Vida y el Amor.
 

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