22 de noviembre de 2014

El Rey y los súbditos


Evangelio de Mateo 25, 31-46 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.” 



            Esto escribíamos el año pasado en www.diasdegracia.blogspot.com reflexionando sobre la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Lo releemos aquí, ahora, porque la reflexión de esta semana ha resultado una continuación de la serie "Banda Sonora del Retorno", que allí nos va saliendo.
              Era otro el pasaje del Evangelio que la liturgia proponía. Pero la esencia del mensaje es la misma: el Amor, la Unidad, la entrega, las apuestas valientes y decisivas por el Reino, lo Real, lo Verdadero, lo Eterno...


Evangelio de Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”.Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.


Resultado de imagen de la crucifixion duccio


                                              La Crucifixión, Duccio di Buoninsegna


EL PRIMER SÚBDITO

Conocemos su nombre, Dimas, por los evangelios apócrifos. Es aquel al que la tradición llamaría el "Buen Ladrón", uno de los “malhechores” que mueren junto a Jesucristo. El primer santo, y el único canonizado directamente por el Maestro, no quiere salvarse por miedo, como tantos a lo largo de la historia, tantos aún hoy. En realidad, ni siquiera aspira a salvarse, su humildad se lo impide, se siente tan indigno… Sólo quiere un recuerdo del Jesús cuando llegue a Su Reino.

No solo es el primer santo, es también el primer contemplativo. Reconoce a Jesús como el Mesías, y se conforma con un recuerdo suyo, un eco de Su dicha. Qué lucidez la suya en esa frase inmortal que vale por la salvación y por el Reino. Logra lo más alto en apenas un instante.
            Me recuerda a un samurái valeroso y decidido que, antes de la batalla, se da por vencido, y así, no teniendo nada que ganar ni nada que perder, se siente libre del miedo, se sabe libre, y vence.


El primero en entrar en el Reino, después de Jesús, es un paria, un ladrón, un delincuente, o solo un pobre hombre, como todos, pero un hombre con el alma muy pura y una humildad sencilla y transparente.

Seguramente Dimas lamentara en su agonía no tener tiempo para seguir a Jesús, ser Su discípulo y dar la vida por Él, pero, al mirarle y escucharle, comprendería que en un instante vivido junto a la Verdad cabe toda una existencia. Qué conversión tan rápida y tan profunda, tan radical como para recibir el premio equivalente a una vida de entrega y devoción.

            Todos hemos de pasar por la cruz antes o después, y muchos, como Dimas, sabemos que lo merecemos. Pedimos un recuerdo, una mirada del Hijo de Dios, pues así Lo reconocemos. Y en ese reconocimiento, y en la tristeza y el arrepentimiento, Él nos otorga la plenitud de Su gracia y nos ensalza, borrando todo lo malo de nuestro pasado, haciendo que se convierta en un sueño, dejando solo la humildad lúcida, la pureza, la inocencia que Él ensalzará hasta completar una vida perfecta para nosotros, la que no supimos vivir y Él nos devuelve, restaurada y completa, plena, irreprochable.

El "Buen Ladrón" llegó a la plenitud de la santidad en un momento, con un gesto de humildad y sinceridad. Y la misericordia del Señor borró todas sus culpas.

            Gestas (el otro "malhechor", también según los apócrifos) y Dimas son símbolo de toda la humanidad. Son el hombre que se niega a ver y el hombre que quiere ver; el hombre de corazón cerrado y el hombre que ha logrado abrir el corazón, los dos arquetipos en cada uno de nosotros. Uno es el hombre perdido, el que renuncia a aceptar la Salvación, el otro, ya está en el Reino hoy, y para Dios siempre es hoy. Lo logra en el momento en que demuestra el nivel de comprensión al que ha llegado y reconoce al Rey de su corazón.


MORIR POR ÉL O MORIR CON ÉL

            Quién tuviera una vida por delante para morir por Él… Pero muchos pueden morir por Él. Intuyo que serán miles los que mueran por Él; y solo Gestas y yo tenemos el privilegio de morir con Él. Pero Gestas lo desprecia, su corazón de piedra no podría valorar tal don. Yo, Dimas, durante treinta años ciego, ahora veo Su luz, Lo reconozco y muero con Él.
Quién pudiera vivir un poco más, unos años más, unos días más. Nunca he tenido apego a la vida, la mía ha sido tan miserable que no merece ser llamada vida. Pero este hombre, que es mucho más que un hombre, me está enseñando con su muerte que hay una forma más digna de vivir.
Susana estuvo en aquel monte, escuchándole de cerca, y desde entonces no fue la misma. Ojalá hubiera escuchado yo también sus palabras. Y seguirle, aunque fuera de lejos, verle caminar, aprender sus enseñanzas.
Tanto dolor en un rostro…, pero tan sereno a pesar de la sangre y los ojos hinchados por los golpes. A mí no me han lastimado tanto antes de clavarme al madero. ¿Qué tienen contra Él? ¿Tan peligroso es lo que ha enseñado y ha hecho?
INRI, han puesto en su Cruz, “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”, ha dicho ese soldado que le mira con seriedad, puede que con respeto. Creo que esa inscripción mal tallada es lo más cierto que he leído jamás, pues solo un rey puede morir así, entre criminales, desnudo, humillado, sin perder su majestad, esa expresión tan digna y serena en su agonía.
Si me atreviera a hablarle, si pudiera dirigirme a Él, aunque solo sea para que sepa que no le desprecio como ese infame…, pobre Gestas…
            Vamos Dimas, es tu hora, para eso estás aquí, díselo, que tú crees en él aunque no seas digno de morir a su lado, venga, dile que te recuerde, a ti que no mereces entrar en su Reino, que al menos se acuerde de ti… Ánimo, Dimas, díselo ya…


                         Las siete palabras de Cristo en la Cruz. Segunda Palabra, J. Haydn

               
EL REY

Ahora miremos al Rey que ha logrado transformar con su presencia y su mirada a un delincuente, o solo un pobre desgraciado, en un santo. El Rey que tiene como trono una cruz. Rey del Universo, Rey de Reyes, Rey de los judíos ¿Cómo se le “honró” en aquellos tiempos como rey?
Aclamándole con palmas en su entrada a Jerusalén a lomos de una borriquilla. Homenaje tan poco sincero, o tan inconsciente, que los mismos que le vitorean, pedirán la condena a muerte días después.
Escarneciéndole y burlándose de Su majestad: corona de espinas lacerantes, manto rojo, báculo de caña… Ecce homo por siempre… Varón de dolores…
Con un letrero en su infame patíbulo INRI: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos.
Allí, en el Calvario, el Rey volvió a experimentar las tentaciones. El Adversario hace un último intento vano de que claudique, a través de las burlas e ironías de las autoridades, de los soldados, del malhechor crucificado a su izquierda, y, con ese susurro sibilino que siempre se escucha, si estamos atentos, detrás de cada sufrimiento, cada desamparo, cada soledad. Y el Suyo es el sufrimiento más absoluto, porque en esa cruz está clavado todo el dolor, todo el desamparo, la soledad, el pecado y la muerte, asumidos por Aquel que viene a liberarnos de tanta tiniebla por amor.

El Hijo de Dios tiene su título de Rey en la cruz donde se desangra y agoniza. Y nosotros, pobres criaturas, incapaces, limitados, llenos de miserias, ¡qué importancia damos a títulos, vanidades, prestigios, apariencias, casi siempre irreales!

El Hijo de Dios, desnudo, clavado a la cruz bajo su título de Rey, y las paredes de nuestras madrigueras exhibiendo los títulos de nuestras naderías, y nuestros cuerpos disfrazándose de “títulos” aún más insustanciales para aparentar poder, distinción, elegancia, atractivo efímero para un mundo de sombras, agazapadas tras falsos destellos: Armani, Prada, Gucci, Versace, Calvin Klein…
El Hijo de Dios, nuestro Rey, no tiene nada ni quiere nada ni necesita nada para salvarnos con su sufrimiento cuajado de amor.



                                    King of Glory, King of Peace, Walford Davies
                    

OTROS SÚBDITOS

Hace un año conocí al padre Enrique González. Nada más verle, supe que estaba ante uno de los poquísimos auténticos seguidores de Jesucristo. Sus pies, amoratados por el frío (venía de la sierra, de ayudar, como siempre), en unas viejas sandalias; un jersey sencillo y unos vaqueros gastados, cubriendo un cuerpo más que delgado. Su mirada brillante, sus manos grandes, su rostro destilando paz y compasión, su abrazo sincero, tan cálido que aún lo recuerdo cuando se me enfría el alma.
Pude ver retazos de su obra: camastros sencillos, sábanas y mantas en cajas de plástico trasparente, con nombres rotulados en cada una, esperando a sus pobres usuarios, cajas de galletas…, y un hombre, solo uno a esa hora de la sobremesa para quien tiene mesa y comida sobre ella, acostándose en uno de los camastros azules para echar un sueñecito y descansar u olvidar por un rato su injusta condición. Y en ese hombre de mediana edad, que me dio las buenas tardes con voz ronca mientras se abrigaba con la manta, una de las sonrisas más bellas y sinceras que recuerdo.

El padre Enrique y su obra, Evangelio en acción, Palabra encarnada, discípulo fiel, digno súbdito del Rey del universo y de su corazón.
¿Cómo vivir en este mundo absurdo, de opulencia para pocos, de imagen y superficialidad, de figurines vacíos, cartón piedra que camina por las calles con pasos de pasarela, mecánicos y fríos? ¿Cómo vivir entre zombis, sin que te muerdan y te conviertan en uno de ellos?
Si recordamos que nuestro Rey mostró sus credenciales a toda la humanidad clavado a un madero, intentaremos vivir como el padre Enrique, en el mundo sin ser del mundo. Que nuestro afán no sea comer, beber, comprar, vender, sembrar, construir o casarnos o descasarnos (Lc 17, 26-37). Pero, si algo de esto hemos de hacer, que el corazón no se vaya tras los afanes del mundo. Como dice san Pablo, “queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran, los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él. Porque la representación de este mundo se termina” (1 Co 7, 29-31).

 Como el padre Enrique los que puedan; para ellos serán las moradas más cercanas al Maestro en Su Reino. Los demás, los que no son perversos, ni malintencionados, ni siquiera tibios, pero, como el joven rico, no se atreven a soltar todo y apostar a lo grande, que vivan con la dignidad necesaria para seguir a distancia a un Maestro desnudo y azotado, para ser súbditos de un Rey crucificado, coronado de espinas, que por amor agoniza entre dos ladrones.
Como el padre Enrique, los valientes que aún estén a tiempo, o como Dimas los que hayan desperdiciado su vida, pero conserven una fe tan limpia, tan libre, tan sólida, que sean capaces también de soltar todo, darlo todo, reconocer sus miserias y suplicar una mirada, un recuerdo del Rey.
Entonces Él dirá: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Y todo habrá tenido sentido, hasta los errores, felix culpa, que han preparado el alma para aceptar al Redentor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario