4 de abril de 2015

Un sepulcro nuevo



                                          El entierro de Cristo, Caravaggio


               Cuando menos lo esperes, será la parte más oscura de la noche. No es nuestra súplica la que trae de regreso al Maestro; Él viene cuando ve que hemos completado nuestra preparación. El sufrimiento de esperar está en proporción al gozo de la resurrección.
                                                                                               Thomas Keating


Jesús es introducido en un sepulcro nuevo, como nuevo e intacto fue el vientre inmaculado, escogido para su primera concepción, pues el enterramiento de Cristo es el comienzo de una segunda, breve y maravillosa gestación.
El cuerpo de Jesús, su cadáver, se transforma milagrosamente en el cuerpo glorioso que aparecerá ante María Magdalena, y después ante el resto de los discípulos más cercanos.
A nosotros también nos espera esa gestación callada y prodigiosa. Precisamente cuando todo parezca haber acabado, comenzará lo nuevo, porque nuestra carne ha heredado, por Él, el mismo destino de transmutación en cuerpo glorioso, inmortal.
             En todos nosotros, seamos más o menos conscientes de ello, palpita un deseo de resurrección. Y para todos los que siguen a Jesucristo y quieren imitarle, la vida es un cortejo con la muerte. Vamos asumiéndola, afrontándola, venciéndola para alcanzar el alba de la Resurrección. Por Él y con Él, vamos aprendiendo a unir la Cruz, inevitable en este mundo de sombras y noches largas, con el anuncio alegre de la Pascua.

              Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, hace posible con su muerte y su resurrección el triunfo de la vida para toda la humanidad. Desde ese momento, verdaderamente actual, no vivimos sometidos al tiempo y la muerte, vivimos en Kairós, el tiempo de la gracia, y la muerte ya no tiene poder sobre nosotros. Sufrimos y morimos como una circunstancia temporal, sobre la que nos alzamos, para llegar a nuestro destino de seres creados para vivir eternamente.
              Así lo expresa San Pablo en la Primera Carta a los Corintios (1 Cor 36.42-44.51-55):

            Lo que tú siembras no revive si no muere. (...) Pues así en la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción y resucita en incorrupción. Se siembra en vileza y se levanta en gloria. Se siembra en flaqueza y se levanta en poder. Se siembra cuerpo animal y se levanta un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo animal, también lo hay espiritual. (...) Voy a declararos un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al último toque de la trompeta -pues tocará la trompeta-, los muertos resucitarán incorruptos y nosotros seremos transformados. Porque es preciso que lo corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito:
            La muerte ha sido sorbida por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?

                                          Diálogos Divinos. La Reina del Cielo 13

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