25 de febrero de 2017

La confianza de los Hijos


Evangelio de Mateo 6, 24-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos."

 
 
                          El Sermón de la Montaña, Carl Bloch


Job era rico; se servía del dinero, pero no servía al dinero, era el dueño y no el adorador. Consideraba su bien como si hubiera sido de otro. Se consideraba como el dispensador y no como el propietario. Por eso no se afligió cuando lo perdió.
San Juan Crisóstomo
 

Si desnudo se nace, desnudo se renace. Sólo quien se ha despojado de riquezas, de ambiciones, de poderes, de falsas ilusiones, de odios y revanchas, podrá seguir esa nueva palabra creadora que le introducirá en el Reino.                                               
                                                                                               J. L. Martín Descalzo

  
            El pasaje de hoy es un canto a la confianza, la actitud que Jesús quería para sus seguidores, sus amigos, sus hermanos. Así lo expresa el que comprendió esta lección como nadie, Juan, el discípulo amado, el que recostaba la cabeza en el costado del Señor y nos representó a todos como Hijos, a los pies de la Cruz: “No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí” (Juan 14,1). “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar. ¡No os inquietéis ni tengáis miedo!” (Juan 14,27). “En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo, yo he vencido al mundo” (Juan 16,33)
           El agobio y la preocupación surgen cuando se vive en la proyección, fuera del presente, que es lo único real. El que vive agobiado no vive, se desvive, proyectando miedo e inseguridad hacia el futuro.
            "Hoy", es la palabra para designar tiempo más usada en los Evangelios; porque es en el presente atemporal donde se hace realidad el Reino. En él somos conscientes de nuestra verdadera esencia y nos sabemos invulnerables, pues lo que Es no puede dejar de Ser. Vivimos libres y confiados porque no hay nada que proteger, nada que asegurar.
          El cristiano “vende” todo alegremente para comprar la perla de gran valor, porque sabe que no hay nada comparable a ella. Y, consciente de que el Reino es aquí, ahora, no busca más, pues el que se distrae con hipótesis o proyecciones se pierde lo real, lo que Es. Cada día su propio afán, siempre el mismo: ser o no ser, saber que se es o seguir durmiendo hasta que Su voz nos despierte.

           Lo triste es que muy a menudo nos olvidamos de este camino, tan sencillo y seguro, de la confianza. Entonces, el ser humano, creado a imagen de Dios, se entretiene rebuscando entre el lodo y vende su herencia por un plato de lentejas. Renuncia a su misión de realizar el Reino, para adorar el mundo y a sus ídolos.
Es hora de darnos cuenta, con todo nuestro ser, de que la Luz ha venido al mundo, para acogerla definitivamente, renunciando a las tinieblas y sus consecuencias: miedo, inseguridad, culpa y separación.

Cuando se comprende la verdadera dimensión de la confianza, se comprende también que sin confiar no puede haber amor, porque la desconfianza lleva al miedo, que nos convierte en títeres incapaces de amar, muñecos a merced del tiempo y de la muerte, que todo lo encogen, lo dividen y separan, lo contraen.

            Confiar es soltar, reconocerse como hijos de Dios, que vela por nosotros y nos da siempre todo cuanto necesitamos. Ya no hay que controlar ni buscar aprobación o seguridad; ya no hay que defenderse, porque todo cuanto necesitamos nos viene dado por nuestro Padre. ¿Qué mejor fuente, qué mejor guía, qué mejor guardián, protector o defensor podríamos soñar? (www.diasdegracia.blogspot.com).
Confiando en Él, reconocemos lo que somos por herencia: lucidez, valor, fortaleza, generosidad, libertad, perseverancia, amor. Y nos desprendemos con alegría de todo lo que no somos: miedo, ambición, codicia, pereza, soberbia, inseguridad, ira, intransigencia. 
            Ocupémonos de lo esencial, lo que va a durar para siempre. Mucho de lo que hoy nos preocupa, nos ocupa, nos absorbe, no es más que una brizna de polvo frente a la eternidad. Confiemos en Dios, que es Padre y Madre, y no se olvida de nosotros ni un instante. Cómo iba a hacerlo, si somos en Él...

Entonces descubriremos que no hay nada que hacer, ningún sitio al que llegar, ningún bien que conseguir, guardar, proteger o acumular. Sólo hay que Ser, vivir lo que somos, soltando los condicionamientos, los agobios y obsesiones, que no son nada.

            Primero el Reino, que es Él, su amor infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino, y lo demás, lo que haga falta, siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.

            El reino ya ha venido, está aquí, en tu corazón despierto. Y comprendes que ya no se trata de hacer las cosas bien o mal; se trata de hacerlo todo con Él, consciente de Él, sabiendo que, incluso cuando Le olvidas, Él nunca se olvida de ti y sigue a tu lado, esperando que vuelvas a prestarle atención. En eso consiste la vocación del cristiano: en caminar consciente de Su presencia a tu lado, dentro de ti y alrededor.

             Si te cierras es por miedo; temes a la vida y crees que en ese “paraíso” artificial, mustio y perecedero que has creado estás a salvo. Con tus rutinas, con tus inercias, con tus manías, con tus falsos silencios... Porque la voz del miedo nunca calla, ni se callan las voces de la obsesión o la ignorancia. No nos salvan ni nos protegen las jaulitas de oro; nos salva Jesucristo. Y Él es apertura, disponibilidad, libertad, confianza, amor desinteresado y sin medida.

             Para acostumbrarnos a vivir en Su presencia, conviene cambiar los pensamientos mezquinos, de escasez y carencia, por pensamientos de abundancia, prosperidad, libertad, expansión, altura de miras.
            Mirando todo a lo grande, como Jesucristo, así es y así vive el verdadero discípulo: corazón abierto, grande y generoso, mirada elevada y con gran perspectiva, mente magnánima y abierta, espíritu sereno y libre.




            Este es el testimonio de Santa Teresa de Lisieux sobre la confianza del verdadero discípulo:
            Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré (Is 66,13).  Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más. Tú, Dios mío, has rebasado mi esperanza, y yo quiero cantar tus misericordias (Sal. 88,2).

No hay comentarios:

Publicar un comentario