13 de mayo de 2017

"Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí"


Evangelio de Juan 14, 1-12 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le responde: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le replica: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre”.

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                                                       Cristo Resucitado, Giotto


El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y completa de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación.
                                                                                             Vladimir Soloviov


Creer en Jesucristo nos transforma completamente y transforma nuestra vida. ¿Qué es creer en Él? ¿Qué supone creer? ¿Creemos de verdad que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador? Él mismo nos lo pregunta hoy, a través de Felipe, y muchas otras veces en otros pasajes del Evangelio. Porque hay dos tipos o niveles de fe. El primero no supera el nivel del entendimiento; la mente es capaz de concebir la existencia de Dios, de integrar esa creencia en la vida cotidiana, disertar sobre ella, compartirla… Es a este nivel inferior de fe al que pueden llevar los signos y los milagros.

Y luego está otro nivel superior de fe, la profunda, la que Jesús quiere despertar en nosotros. Y esta no necesita evidencias sensibles, porque se instala en el nivel espiritual, donde somos capaces de intuir verdades superiores y experimentar sentimientos genuinos, más allá de lo emocional.

Ahí se siente la presencia de Dios en el corazón, y ya no es la mente la que cree, ni falta que hace, porque el conocimiento se hace viviente, sin los filtros de las creencias y los conceptos. Jesucristo viene al corazón, hace morada en él y todo se hace secundario ante el inmenso tesoro de vivir unido a Cristo (1 Juan 1-3; 1 Corintios 6, 17).

No es algo estático sino un proceso dinámico, una relación continua que nos hace ir progresando, creciendo en fe, esto es, en amor, en intimidad con Aquel que hace posible todo, y que ha abrazado al pobre siervo que somos, con un amor tan grande que lo ha transformado en Sí mismo.

Esa es la fe que mueve montañas: vivir en comunión con Él. Ruysbroeck llamaba esta experiencia la “vida viviente”. Ninguna catequesis, ningún doctorado en teología, ninguna brillante carrera eclesial puede otorgar esta experiencia. Solo pueden ayudarnos el amor que nace de un corazón vacío de sí mismo, la pureza y la humildad, la renuncia consciente a la propia persona (del griego, máscara), el  abandono gozoso a esa Presencia que es la fuente de la que renacemos, capaces y libres, transformados.

Si la fe verdadera nace del verdadero amor, creciendo en amor, nuestra fe será aumentada sin límite. Libres del ego, que no puede creer porque no puede amar ni conocer, podemos ser llenados de Verdad y Vida, para que todo nos vaya siendo revelado en el Camino.  

Porque fe, pistis, significa otra profundidad de pensamiento. Crecer en fe es pasar de una comprensión literal a otra más honda y trascendente, que supera los límites del intelecto y permite conectar con lo no manifestado, la fuente que nos vivifica (Hebreos 11, 3).

Es la entrega a Cristo, Camino, Verdad y Vida, lo que nos permite unirnos a Él y que sea Él quien piense, sienta, haga en nosotros. Y cuando es Cristo quien vive en ti, en mí, somos capaces de hacer las obras que Él hizo e incluso mayores, como dice el Evangelio de hoy. Pero lo importante no son las obras, los milagros, los imposibles realizados, sino la comunión con Aquel que nos guía hacia el Padre. Por eso nos declaramos siervos inútiles tras haber cumplido nuestro deber, porque nos miramos en el primer Siervo y no queremos otra cosa que ser como Él, almas ligeras, sin pasado, sin futuro, pura Vida que brota de Aquel que hace nuevas todas las cosas. Y lo vivimos con asombro y gratitud cada día, cada instante, compartiendo esta certeza, a veces en silencio, a veces con palabras que evocan la Palabra.

Hacemos nuestro el canto y el lema de los templarios (Non nobis domine), orden injustamente difamada, cuyo nombre original es Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón. No eran herejes, sino pobres siervos, como hemos de ser todos, como Santa Jacinta y San Francisco Marto, que acaban de ser canonizados.



Non nobis, Domine


Himno inspirado por el Salmo 113:9 . San Bernardo de Claraval, primer padre espiritual de
la Orden de los Caballeros Templarios, se lo impuso como lema.

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Soy en Dios por Su gracia.
Me pierdo en Su abrazo infinito
y soy gota de agua,
fundida con Su Sangre
que recrea los mundos
y recuerda los nombres
que nosotros aún
no recordamos.

Él, más íntimo a ti que tú mismo, como decía San Agustín, no te deja un instante. Ya te ha dicho: “Eres mío, te quiero hasta el extremo, levántate, deja de buscarme afuera. Yo soy tu caricia sutil, tan sutil que estoy en tu piel y en tu carne. Búscame en ti, piénsame en ti, siénteme en ti, hasta que puedas mirarme cara a cara y saber que mi mirada nunca te ha faltado. Aunque tus ojos de carne no puedan verla, acostúmbrate a sentirla, con la certeza de que estoy contigo, más cerca que nadie porque estoy en ti. Yo soy la culminación de todos los caminos que has seguido y que no te han alejado de mí, de ti, de esta unidad que somos. Vívela, aunque los sentidos, abotargados en este mundo de sombras e ilusión, a veces tengan que retirarse para dejar paso a esos otros sentidos más sutiles y afinados, más cercanos a la experiencia de comunión y amor infinito. Yo soy el Camino que recorres, la Verdad que buscas, la Vida que te da la existencia”.

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