30 de septiembre de 2017

Nunca es tarde para el alba de oro


Evangelio de Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después de arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de los cielos. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni creísteis”.


                                   Fotograma de La Misión, de Roland Joffé (1986)


El ex mercenario y ex traficante de esclavos, Rodrigo Mendoza, cumpliendo su penitencia autoimpuesta de cargar día y noche con su armadura, por haber matado a su hermano.

Después de ser liberado de sí mismo por aquellos a quienes esclavizó, qué gran "Sí", valeroso y desbordante, siguió a sus terribles "No quiero". No solamente fue a "la viña", sino que imitó al Maestro hasta el final, dando, como Él, la vida por sus amigos.


Y esto debería ser nuestro negocio: querer vencerse a sí mismo, y cada día hacerse más fuerte y aprovechar en mejorarse. (…) Ciertamente en el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán honestamente hubiéramos vivido

                                                                                                    Thomas de Kempis


Allí donde no habitas tú con tu ipseidad y tu voluntad propia, allí habitan los ángeles contigo y por todas partes. Y allí donde habitas con tu ipseidad y tu voluntad propia, ahí es donde habitan los demonios contigo y por todas partes.
                                                                             Jacob Boëhme

Con esta parábola, Jesús vuelve a denunciar la hipocresía de escribas y fariseos, los más fieles servidores del príncipe de este mundo, el príncipe de la mentira. Ellos están en el hombre exterior, que aún ha de morir para nacer de nuevo. Hablan sin sentir lo que dicen, se dejan llevar por palabras vacías,  hacen alarde de su cumplimiento (cumplo y miento), sin atreverse a mirar sus contradicciones e incoherencias.  Por eso, los publicanos y las prostitutas les preceden en el Reino. Los humildes, libres de soberbia y vanidad, vacíos de pretensiones y creencias, están más preparados para negarse a sí mismos y dejarse transformar. 

Nos conmueve el primer hijo, que recapacita y cede, después de mostrar esa rebeldía espontánea e inofensiva que brota de un alma pura y transparente. Sabe soltar, renunciar a sus propios deseos y comodidades, vencer las resistencias, que tan bien conocemos. En ese decir “¡no quiero!” y luego ir, hay lucha interior, fricción, ternura, vida… En el hipócrita y desalmado (sin alma) “voy, Señor” del segundo hijo, hay falsedad, cobardía, traición; hay tibieza; hay muerte.

Busquemos en nosotros toda actitud de incoherencia y palabrería vana. Y busquemos también al hombre (o mujer) interior, humilde y sincero, tal vez áspero en apariencia y modales, pero noble en el fondo, que recapacita y cumple la voluntad del Padre. Si tenemos el valor de observarnos implacablemente y reconocer nuestra fragmentación y mentira existenciales, nuestra falta de consistencia y fidelidad, recapacitaremos e iremos a la viña a cumplir con el trabajo que se nos ha encomendado; seremos ese vaso vacío que puede ser llenado de Verdad y Vida.

No importa las veces que hayamos dicho “no quiero”, ni lo infieles que hayamos sido, ni lo que hayamos abusado de la misericordia del Padre. Seguimos siendo llamados al trabajo por el Reino, una y otra vez, invitados a ir a la viña.

En el Apocalipsis, el Señor expresa su disgusto por la tibieza, pero permanece incansable a la puerta de nuestros corazones, llamando, esperando a que abramos y le dejemos entrar.


Estoy a la puerta y llamo, Jesed

Y ese llegar tarde a la hermosura, siempre antigua y siempre nueva, que canta San Agustín, puede hacer que el alma desee liberarse ya de la prisión, para volcarse en el Amor tardíamente descubierto. Como dice San Pablo en la segunda lectura del domingo pasado (Filipenses 1, 20c-24.27a), con qué gusto volveríamos a Casa, ahora que el "recreo" se va acabando, con este final de los tiempos que ya acontece, si miramos con ojos que ven. Pero, como añade el apóstol, hay que seguir aquí para trabajar, servir, convertirse en puente y faro para los demás, porque solos no nos salvamos. 

No queda otra, ya no hay vuelta atrás. Por eso, no nos lamentemos por el tiempo perdido ni por las veces que hemos dicho “no quiero” a la llamada del Padre. Digamos con Rubén Darío "¡mas es mía el alba de oro!", recordando que Él todo lo restaura, lo completa, lo unifica… Nos conduce a la renovadora “comunión de las aguas” (agua de vida y agua de experiencia), donde ya estamos si queremos verlo. La frescura y la transparencia del agua de Vida disuelve la amargura y las impurezas del agua de la experiencia, con sus heridas, distorsiones, fracasos, olvidos…

Él hace de nuestros defectos, errores y limitaciones, incluso de nuestras reiteradas negativas, algo bueno. De la duda de Tomás, hizo la primera y más sublime expresión de fe-amor. Sobre la triple negación de Pedro, construyó dignidad, lucidez, misión de puente y de guía. De la superficialidad, logra hacer fidelidad; de la inmadurez, coherencia; de la carencia, abundancia; de la fragilidad, fortaleza; del miedo, valentía; de la tristeza, alegría; de las ensoñaciones, realidad; de las proyecciones, construcción firme sobre roca; de las ataduras, libertad…

Es entonces cuando, transformado, vaso nuevo, uno empieza a adentrarse en el Camino, descubre que lo que creía su voluntad personal es humo, polvo, mentira…, que su verdadera voluntad coincide con la de Dios. Y está preparado para recubrir todo lo que hace, piensa, siente y dice con el oro del Amor. Angelus Silesius nos da una gran clave: “cristiano, todo lo que hagas, recúbrelo de oro, o Dios no te será propicio, ni a ti ni a tus obras.”

Oro del Amor que pasa por el servicio y la entrega gratuita de sí mismo, como nos enseña el Maestro… A años luz de la falsa espiritualidad de los que piensan pero no sienten, dicen pero no hacen, prometen pero no cumplen, creen pero no viven, dicen "voy", pero no van… Callemos y hagamos, pero sin esa actividad febril, ese afanarse propio del mundo. Callemos y hagamos, vayamos a la viña, dóciles a la Voluntad del Padre, muerta la mentira, impecables, esto es, sin el mayor pecado, que es la soberbia, recubriendo todo de oro. Y seremos auténticos “ad-oradores”, de los que adoran en espíritu y en verdad. Ad–oro: voy, ven, vayamos hacia el oro del amor.

Y es que veces creemos que, para ser impecables y encontrar el sentido de la vida, tendríamos que hacerlo todo bien. Pero no es así; no se trata de hacerlo todo bien, sino de hacerlo todo con Jesucristo. Hacer la voluntad del Padre es hacer todo con el Hijo. Dios Padre hace todo con Él desde la Creación: “Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1, 3).

Todo habrá valido la pena si somos capaces de vivir, caminar, hacer todo con el Verbo (encarnado, muerto y resucitado). Ya no es bien o mal; es con Él. Todo, consciente de Él, sabiendo que, incluso cuando te olvidas de Él, Él nunca se olvida de ti y sigue a tu lado, esperando que vuelvas a prestarle atención. Qué maravillosa vocación: caminar conscientes de su presencia a nuestro lado, dentro de ti y de mí, dentro y fuera, alrededor. Y compartir esa consciencia de estar con Él, de ser en Él, con quienes caminan a nuestro lado. Corazón grande y generoso, mente magnánima y abierta, mirada expandida y vertical, espíritu inmenso y libre.



                  ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? Del poema de Lope de Vega


Hijos del Mar y de la Luz

Pasamos la vida aprendiendo a dar;
entre el sí y el no,
el mío y el tuyo,
la constante fricción enciende el fuego
que ilumina el camino.

Ahora puedes andarlo
ligero de equipaje,
y entender al poeta
que se hizo a la mar casi desnudo,
acaso libre.

Pasamos la vida aprendiendo a dar;
aprende ahora a darte
y partirás desnudo,
acaso libre,
otro hijo del Mar y de la Luz.


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