14 de octubre de 2017

Vestirse de fiesta


Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos."


                                                     Las Bodas de Caná, Veronés


                                      Dios, que es mi baluarte poderoso,
hizo irreprochable mi camino.

                                        2 Samuel 22, 33


Sumérgete en ese Océano de dulzura,
y deja que todos los errores
de la vida y de la muerte te abandonen.

                                     Kabir
                                                                                                           

El pueblo judío rechazó la invitación a la celebración del Amor que Dios les ofrecía. No supieron reconocer en Jesús al Mesías, el Hijo de Dios. Y nosotros... ¿Lo reconocemos? A pesar de que el banquete ya está preparado y de que todos estamos invitados, porque el anfitrión es infinitamente magnánimo, muchas veces seguimos rechazando la invitación a la gran fiesta de la gracia, la dicha y la unidad.

Buenos o malos, justos o pecadores, ricos o pobres, brillantes o mediocres..., al Rey que nos invita no le importa nuestra condición, solo nos pide que aceptemos la invitación, reconociendo a su Hijo como el esposo y el salvador que instaura el Reino definitivo. Y con qué paciencia sigue invitándonos para llenar la sala del banquete. Espera el tiempo necesario para que dejemos nuestros afanes mezquinos e intereses individuales y optemos por lo esencial, la plenitud del Ser eterno, la única verdadera Referencia que salva y transforma. Espera y nos da la libertad para aceptar o no. Por eso, aunque muchos son los llamados, pocos los elegidos, porque es uno mismo el que elige, como vemos en   diasdegracia.blogspot.com

Pero, si aceptamos la invitación, se nos pide algo más: que nos pongamos el traje de fiesta, el vestido blanco con el que hemos de presentarnos a la celebración de los esponsales. Hace falta haber dejado atrás las vestiduras lúgubres de la soberbia, la mentira, el egoísmo y la tibieza.

¿Cómo pudo alguien colarse en la fiesta sin vestir el traje necesario? Tal vez se valió de algún medio ilícito, alguna estratagema propia de tramposos. Son muchos los que creen que hay atajos o puertas ocultas para acceder al Reino donde se celebra el banquete. Son aquellos que se consideran especiales, mejores que los demás, más cumplidores, y también los que se creen capaces de dominar ciertas técnicas que permitan avanzar más rápidamente, saltándose las Leyes sagradas que Cristo ya perfeccionó y simplificó en la Ley del amor. Ese es el vestido de fiesta; el amor. No el amor emocional o sensiblero, claro, sino el amor de la voluntad, de la intención, el amor que ha pasado la prueba que lleva al grado más excelso de amor, el que permite perdonar de corazón.

Esa es la vestidura nupcial que Jesucristo, el Maestro, el Esposo nos regala si queremos. No hay más vestido ni más invitación que los que Él nos brinda, y tampoco hay más atajo o puerta escondida, porque Él es el Camino y la Puerta, el ojo de aguja... Vistámonos de fiesta, aunque tardemos en conseguir el tejido impecable que no se deshilacha ni se ensucia ni se transforma en harapos, como le sucedió a Cenicienta después de las doce. En realidad, ya es nuestro, lo llevamos puesto bajo los disfraces de escasez, fealdad, pobreza o dudas.
       
¿De qué sirven los esfuerzos personales del que no acepta que todo es gracia, derroche generoso, abundancia, don gratuito de Dios? ¿Cuánto tardarán en ser desenmascarados los que han pretendido saltarse las Leyes para intentar igualarse a Dios, como hicieron Adán y Eva en el Paraíso? 

Son la humildad y la pureza de corazón las que van desnudándonos de harapos y vestidos sucios, inapropiados para una boda, las que van descubriendo el albo lino que nos viste de fiesta. Si recuperamos la inocencia esencial, nuestro será el derecho a participar en el banquete eterno, aunque hayamos sido grandes pecadores. No en vano, Jesús relató en otra ocasión la parábola del fariseo y del publicano, para hacernos ver quiénes serán los elegidos entre los muchos llamados.

Los soberbios, los vanidosos, los tibios y los que se valen de trampas y artificios para pretender colarse en la fiesta no están preparados para disfrutar del banquete y sus  manjares. Los que se saltan la Ley del Amor, que incluye todas las demás, serán expulsados de la mesa del Rey del Universo.

En cambio, los que se han desnudado de seguridades, vanidad, falsas creencias y prejuicios, los que lucen con garbo y prestancia el vestido de la sencillez y la coherencia verán cómo su pasado, todo lo que un día les afeaba o les hacía sentirse indignos de tal celebración, desaparece o se transforma en elegancia, dignidad, belleza transfigurada, como las del Hijo del Rey.

No volvamos a rechazar la invitación. Acudamos al banquete, desnudos de los harapos de impostores, vestidos con la túnica que nos espera desde antes de todos los tiempos. Y, como dice el Salmo 23, que hoy recitamos: habitaremos en la casa del Señor, nuestro verdadero hogar, por años sin término.

            

                                                               Salmo 23


EL TRAJE DE FIESTA

No es fracaso,
sino el extremo de un lazo
que habrá de unir en tu historia
lo malo y lo bueno,
lo oscuro y lo claro,
lo tuyo y lo ajeno,
en un todo orgánico,
plenitud esencial
del alma restaurada
que ha dicho sí
y ha aceptado ponerse
el vestido de fiesta necesario
para el banquete eterno
al que hemos sido,
todos, invitados.

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