4 de noviembre de 2017

El que se humilla será enaltecido


Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: “En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame “maestro”. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.


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Jesús y los fariseos, James Tissot

Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor. Toda la pena y toda la alegría provienen del amor.

Meister Eckhart


El Evangelio es siempre actual porque nos está hablando hoy, siempre hoy, a cada uno de nosotros. Hoy nos previene contra la soberbia, la ambición y la falsedad que nos condicionan a todos, en diferente grado y de diferentes formas, algunas muy sutiles, y nos llama a la humildad, a la sencillez, al reconocimiento del único Maestro, del único Padre, del único Señor al que servir, obedecer y seguir.

Todavía hay quienes creen que los méritos son suyos, que pueden salvarse solos o liberarse a sí mismos. Se vanaglorian de lo que han conseguido en lo material y en lo espiritual y esperan, en vano, como vanos son ellos, su recompensa. Si no reconocen y asumen con lo más profundo de su ser que todo lo bueno viene del Señor y que el único esfuerzo consiste en aceptar tanta gracia, cuando acabe su tiempo, ya habrán recibido su recompensa: vanidad de vanidades, polvo, sombra, nada.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Así acaba el pasaje que contemplamos hoy. En otros pasajes de los Evangelios aparece esta enseñanza, tan clara y contundente (por ejemplo, Lucas 14, 1.7-11; Lucas 18, 9-14). La insistencia en la virtud de la humildad tiene sentido porque, para seguir a Jesús, hace falta recorrer el camino descendente. Igual que Él encarnó, abajándose al máximo, ha de ser un abajarse real, una experiencia concreta, un ponerse a ras de tierra, humus, auténtica humildad, camino que María recorrió antes que nadie y por eso fue ensalzada como nadie, como canta el Magníficat que escuchamos abajo. 

El despreciado y rechazado, el cordero llevado al matadero, la oveja que enmudece (Isaías 53, 3-7), el gusano, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo (Salmo 22, 7)... Así anunciaban a Cristo las Escrituras, antes incluso de la Encarnación. No nos escandalicemos ni miremos a otro lado… Sí, el "gusano"; ¿es posible más abajamiento del mismo Dios? Hasta ahí llegó Su amor. ¿Hasta dónde llega el nuestro?

No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí (Juan 14, 1), nos decía Jesús el jueves en la conmemoración de los fieles difuntos. ¿Qué es creer en Dios? ¿Cómo se expresa esa fe? Entregándonos a Él por completo, escuchando Su Palabra y cumpliéndola, no sirviendo a más señor que a Él, porque no se puede servir a dos señores; no llamando Maestro o Padre a nadie, sino a Él; demostrando que nuestra única ambición es cumplir Su voluntad, amar como Él nos ha amado, la perfección del mandamiento del amor que veíamos el domingo pasado. Y viviendo cada día esa fe, para que nada nos haga confundirnos de Maestro, de Padre, de Señor.

El mensaje de Jesucristo es el más radical y revolucionario que se haya escuchado porque transforma los corazones para que el Reino se realice; todo lo demás es añadidura. Por eso, la auténtica humildad es la que no necesita manifestarse a los ojos del mundo. El verdaderamente humilde ni siquiera necesita saber que lo es, porque ha alcanzado ya la dicha de los pobres en el espíritu. Es la infancia espiritual que te hace humilde y confiado, pues sabes que no tienes que defenderte de nada o prevalecer sobre nadie. Lo que mueve el mundo: deseos de aceptación, reconocimiento, admiración, poder…, ya no importa; surge un nuevo modo de vivir, basado en el servicio, la entrega, el amor.

Vacíate para que puedas ser llenado; sal para que se pueda entrar, dice San Agustín. Nos mantenemos en guardia, vigilantes para poder discernir cuándo el fariseo que llevamos dentro quiere hacerse notar y sentirse superior. En cuanto asome, le recordaremos que somos servidores porque el único Maestro fue el primero en servir y se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2, 8-11).

                                              Magnificat, Hermana Glenda 

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