19 de octubre de 2019

Orar ahora


Evangelio según san Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario». Por algún tiempo se negó; pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».” Y el Señor añadió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

Moses with men holding up his hands


                               Yo te invoco, oh Dios, porque tú me respondes.

           Salmo 17,6

En la primera lectura de hoy (Éxodo 17, 8-13), vemos cómo Moisés se abre al auxilio del Señor con total confianza. Y se abre ahora, confía ahora, porque solo hay un “ahora”, ese instante en el que somos eternos si estamos unidos a Dios.

Como la viuda insistente del pasaje del Evangelio, que no se rinde ante el juez indiferente y nos da una lección de perseverancia y confianza. Ella no carga con el lastre de falsas creencias, prejuicios o miedos. No se dispersa ni se distrae en su petición. “Solía ir a decirle”…; era constante, fiel…. ¿Qué es ser fiel? ¿Cómo es el “fiel” de una balanza? Vertical, en su centro, preciso, infalible… Perseverancia, constancia, oración continua. San Pablo nos lo recuerda y tantos santos y padres de la Iglesia…

Pero hay otra vía, que en el fondo es la misma, la Única, aunque no lo parezca. Existe una oración tan directa, tan contundente que va al centro de la diana. Y ¿cuál es la diana para nosotros los cristianos, sino el Sagrado Corazón de Jesús, del que brota la Divina Misericordia?

Esa otra vía es la oración que nos aconseja Santa Teresa, cuya fiesta acabamos de celebrar: mirarle solo a Él. O la de Dimas, el buen ladrón, maestro de oración: Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. O San Agustín, que nos enseña que el Señor es más íntimo al corazón del hombre que uno mismo.

Basta una oración, un gesto, una mirada si se hace desde esa consciencia capaz de integrar todo y dar sentido a toda una vida… Basta una oración, como un rayo contundente y decisivo, un rayo tan luminoso que, aunque basta, podemos, queremos repetirlo cada día, cada instante, fundidos en el Sol del que emana, Sol de Justicia y Misericordia, Sol invicto que es el Señor.

Jesús oraba siempre, pero cada vez como si fuera la única. Y todo confluyó, con-venció, se cumplió en la oración final: En tus manos encomiendo mi espíritu. O ni siquiera fue esa…; la última, acaso, fue un gesto: inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Jesús, que oraba siempre, hizo su última, total oración con ese gesto de abandono supremo.

Las dos vías, orar siempre (www.diasdegracia.blogspot.com), orar ahora, se unen en la única Vía, Jesucristo, Camino único. Porque la oración constante y continua es sobre todo una actitud interior, un giro constante para fundirnos con Él que nos mueve, nos alienta y vivifica. Oración como un estado de conciencia que se expresa en toda una vida, y también en un gesto, una mirada, una elección valiente, que nos de-termina, nos de-fine, nos cumple. 

Porque ya no se trata de escoger entre cantidad o calidad. Ambas son necesarias, pero fuera de corsés, más allá de ritos de voluntad humana que fomentan la inercia, la rutina, el olvido de lo esencial, esa mejor parte que no nos será quitada: vivir siempre fundidos con Jesucristo, para que Él viva en nosotros. Fusión de voluntades, imagen y semejanza.


                           Jesús,  mi vida, viviendo en mí, Dietrich Buxtehude

Todas mis ansias están en tu presencia" (Sal. 37,10)... Tu deseo, es tu oración; si tu deseo es continuo, tu oración también es continua. Por eso el apóstol Pablo dijo: "orar sin cesar" (1Te 5,17). ¿Puede decirlo porque, sin tregua, doblamos la rodilla, prosternamos nuestro cuerpo, o elevamos las manos hacia Dios? Si decimos que rezamos sólo en estas condiciones, no creo que pudiéramos hacerlo sin tregua.
Pero hay otra oración, interior, que es sin tregua: es el deseo. Aunque te encuentres en cualquier ocupación, si deseas este descanso del sábado, del que hablamos, rezas sin cesar. Si no quieres dejar de rogar, no dejes de desear.
¿Tu deseo es continuo? Entonces tu grito es continuo. Te callarás sólo si dejas de amar ¿Quiénes son los que se callaron? Son aquellos sobre los que se dijo: "al crecer la maldad, la caridad de muchos se enfriará" (Mt 24,12). La caridad que se enfría, es el corazón que se calla; la caridad que quema, es el corazón que grita. Si tu caridad subsiste sin cesar, gritas sin cesar; si gritas sin cesar, es porque deseas siempre; si estás repleto de este deseo, es porque piensas en el descanso eterno. 


                                                                                                        San Agustín

Acuérdese, se lo ruego, de lo que le recomendé, que es pensar a menudo en Dios, de día, de noche, en todas sus ocupaciones, en sus ejercicios de piedad, incluso durante sus distracciones; Él está siempre junto a nosotros y con nosotros, no Lo deje solo: a usted le parecería una descortesía dejar solo a un amigo que la visitase. ¿Por qué abandonar a Dios y dejarlo solo? Así pues, ¡no Lo olvide! Piense en Él a menudo, adórelo sin cesar, viva y muera con Él, esa es la verdadera ocupación de un cristiano; en una palabra, es nuestro oficio; si no lo conocemos, hay que aprenderlo. 

                        Fray Lorenzo de la Resurrección

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