22 de febrero de 2020

Sed perfectos


Evangelio según san Mateo 5, 38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Yo, en cambio os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y a quien te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

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El Sermón del Monte, James Tissot


Antes de tachar de cobarde al hombre que tiende la mano al que lo ha injuriado, haría falta que supiéramos que con esa misma mano ha querido estrangularlo y que le ha sido precisa una virilidad poco común para olvidar que su honor había sido escarnecido. El perdón es un acto de fortaleza; pero la fortaleza no es la dureza. 
La vida presente es corta y os trae ya los suficientes fastidios para que les añadáis unas penas inútiles. Olvidad, sonreíd y gustad una de las mejores alegrías de la tierra: la alegría de haber perdonado.

                                                                                                       Georges Chevrot

Esta semana he vuelto a ver la película Tiempo de amar, tiempo de morir, cuyo final deja un poso de amargura inesperado. Somos testigos de una enorme injusticia: el beneficiado mata al benefactor, el salvado, en lugar de agradecer el bien recibido, la propia vida que iban a arrebatarle, asesina a su salvador y trunca su futuro, tan prometedor, su amor, su familia recién creada, sus sueños, sus esperanzas. Asoman pensamientos de venganza; piensas que el protagonista no tenía que haber impedido a su compañero que los matara y así, al menos, él, “el bueno”, se habría salvado. 

Pero si lo piensas mejor, es así como “el bueno” se ha salvado, pero no al modo humano, sino al modo divino, porque da su vida por la justicia, la misericordia y la paz. El que da su vida, la gana…; ha ganado la Vida eterna y eso es lo que importa. En el mundo hay injusticias, traiciones, humillaciones, maldades, atrocidades, tragedias… Para los que sean contados como dignos de la Vida, solo hay justicia, premio, compensación, bondad, verdad, dicha infinita.

Amar como Jesús a los enemigos es no separar, no hacer acepción de personas, no discriminar. Es el “giro” perfecto que abarca todo, integra a todos. Es recoger, en lugar de desparramar, porque Jesús dio Su Vida por toda la familia humana sin excepción, aunque no todos aceptan la Redención. Por eso, igual que la liturgia se corrigió (volvió al origen, en realidad) y, en la fórmula de la Consagración, las palabras: “por todos los hombres” pasaron a “por muchos”, porque no todos dicen sí; podemos hacer realidad ese juego infantil que, inspirado por la Sabiduría, decía “por mí y por todos mis compañeros” y en ese “compañeros” están todos. 

Dios se encargará de ordenarlo todo, no podemos decir a quién sí y a quién no. Porque el amor perfecto es amar a Jesús en todos y a todos en Jesús, con Jesús, por Jesús, como Jesús, esto es, sin distinción, sin condición, sin medida, y eso solo se entiende si se sabe que el amor verdadero no es una emoción o un sentimiento, el amor verdadero es la fidelidad a nuestra verdadera esencia, que es estar unidos con Dios en perfecta correspondencia, para vivir la vida divina a la que estamos llamados. 

Volviendo a la película, con final desolador si se ve con ojos humanos, el soldado Ernst Graeber ha amado perfectamente, acorde con lo que ha comprendido al descubrir los horrores del nazismo por el que ha combatido. Ha sido testigo de persecuciones injustas y crueles asesinatos, ha enterrado con sus propias manos las cenizas de su suegro, ha conocido el odio y el amor, la maldad y la generosidad. Ha amado bien  y esa elección le ha llevado a la muerte en el mundo y a la Vida en el Reino. 

¿Quién puede entender esto, si no se mira con los ojos de la fe, la esperanza y la caridad? Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y los amigos de Jesús son todos. Los que le reconocen y los que le desprecian, los que le aman y los que le odian, los que le siguen y los que le crucifican. Toda la familia humana de todos los tiempos es “amiga” de Jesús, aunque sean pocos los que lo saben y menos aún los que deciden vivir en consecuencia. 

Ese amar a todos, incluyendo a los enemigos, ese agradecer los males sufridos parece algo heroico, inalcanzable para el corazón humano. Pero es posible si somos Uno con el Héroe, el único Héroe; Sus méritos nos bastan. Amar al enemigo no es someterse a la maldad, es renunciar al odio, a la injusticia, a la venganza. Es querer el Reino para todos, y no permitirse nada que no sea digno de nuestro Padre y su Amor perfecto. www.diasdegracia.blogspot.com

No esperemos aquí recompensa por el bien que hagamos, porque, como le dijo la Santísima Virgen a Santa Bernardita: «No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro» Y Santa Bernardita, modelo de amor, perdón, aceptación, renuncia y perfecto abandono, entendió bien el mensaje de la Inmaculada Concepción. Su "testamento" espiritual, que incluyo a continuación, así lo demuestra. 

Por la pobreza en la que vivieron papá y mamá, por los fracasos que tuvimos, porque se arruinó el molino, por haber tenido que cuidar niños, vigilar huertos frutales y ovejas; y por mi constante cansancio... te doy gracias, Jesús.
Te doy las gracias, Dios mío, por el fiscal y por el comisario, por los gendarmes y por las duras palabras del padre Peyremale...
No sabré cómo agradecerte, si no es en el paraíso, por los días en que viniste, María, y también por aquellos en los que no viniste. Por la bofetada recibida, y por las burlas y ofensas sufridas; por aquellos que me tenían por loca, y por aquellos que veían en mí a una impostora; por alguien que trataba de hacer un negocio..., te doy las gracias, Madre.
Por la ortografía que jamás aprendí, por la mala memoria que siempre tuve, por mi ignorancia y por mi estupidez, te doy las gracias.
Te doy las gracias porque, si hubiese existido en la tierra un niño más ignorante y estúpido, tú lo hubieses elegido...
Porque mi madre haya muerto lejos. Por el dolor que sentí cuando mi padre, en vez de abrazar a su pequeña Bernardita, me llamó "hermana María Bernarda"..., te doy las gracias.
Te doy las gracias por el corazón que me has dado, tan delicado y sensible, y que me colmaste de amargura...
Porque la madre Josefa anunciase que no sirvo para nada, te doy las gracias. Por el sarcasmo de la madre maestra, por su dura voz, por sus injusticias, por su ironía y por el pan de la humillación... te doy gracias.
Gracias por haber sido como soy, porque la madre Teresa pudiese decir de mí: "Jamás le cedáis lo suficiente"...
Doy las gracias por haber sido una privilegiada en la indicación de mis defectos, y que otras hermanas pudieran decir: "Qué suerte que no soy Bernardita"...
Agradezco haber sido la Bernardita a la que amenazaron con llevarla a la cárcel porque te vi a ti, Madre... Agradezco que fui una Bernardita tan pobre y tan miserable que, cuando me veían, la gente decía: "¿Esa cosa es ella?" la Bernardita que la gente miraba como si fuese el animal más exótico...
Por el cuerpo que me diste, digno de compasión y putrefacto... por mi enfermedad, que arde como el fuego y quema como el humo, por mis huesos podridos, por mis sudores y fiebre, por los dolores agudos y sordos que siento... te doy las gracias, Dios mío.
Y por el alma que me diste, por el desierto de mi sequedad interior, por tus noches y por tus relámpagos, por tus rayos... por todo. Por ti mismo, cuando estuviste presente y cuando faltaste... te doy las gracias, Jesús. 
                                                                                                  Santa Bernardita

                             Tiempo de amar, tiempo de morir (1958), Douglas Sirk

 El colmo del Amor,
amor hasta el extremo:
amar al que te odia,
al que te ataca,
al que mira indiferente
cómo sangra la herida
que su envidia infligió
en tu piel inocente
o en tu confianza.
Amar al que traiciona,
al que ignora tu voz
implorando su ayuda. 

Amor sin medida,
ni condición.
También al que se porta
como enemigo cruel,
sin razón ni motivo,
al que ofende y se burla,
al que te hace caer,
al rencoroso… 

La paradoja santa,
valor que abrasa el odio
y enciende el corazón.
Amor purificado
que dignifica,
y te hace fuerte, libre
para seguir amando hasta el final
como el Maestro.

Amor total, Amor,
fuego divino
inflamando la tierra,
espada de doble filo,
arrancándonos el miedo
con tajo firme,
cirujano preciso,
dolor que se transforma
en amor si le damos
peso de eternidad,
y todo, hasta el pecado,
tiene sentido, feliz la culpa
que mereció tal Redentor.

Amor que salva
clavado en una Cruz.
De la Cruz a la Luz,
del dolor al amor,
para la Vida.

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