29 de agosto de 2020

Perder la vida para encontrar la Vida


Evangelio según san Mateo 16,21-27:

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.» Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.» Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»

Del Blog, Meditando el Evangelio con María Valtorta

Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.
           Hebreos 12, 2

Seguir a Jesús es asumir, como Él, los designios del Padre, aunque estos lleven al  sufrimiento y al fracaso aparente. Es dejar de ambicionar el triunfo y los bienes que el mundo idolatra. Seguir a Jesús con la propia cruz, aprendiendo de Él a desprendernos de todo, a perder, a ser traicionados y abandonados, atravesar noches oscuras de soledad y angustia.

Quien está preparado para morir, sabe vivir, y, quien vive de verdad, va muriendo a lo falso. Es renunciar al mundo para ganar el alma, perder la vida para ganar la Vida, morir a uno mismo para nacer al Sí mismo.

Derrota aparente, tan estrepitosa  e inconcebible para el mundo, es la pasión y muerte de Jesucristo. Un "fracaso" fecundo como ninguno, pues desemboca en la victoria definitiva sobre todo fracaso, toda pérdida, toda derrota.

Los apóstoles tienen miedo a saber; o quieren ni oír hablar de la Cruz, pero llegarán a comprender. Su cercanía al Maestro les irá abriendo el corazón y el entendimiento. Nosotros lo tenemos más fácil. Sabemos que Su muerte en cruz es antesala de la resurrección, y sabemos que Él se ha quedado con nosotros.

No nos dejemos llevar por la aversión al sufrimiento, pues la Cruz es el Camino a la Vida, es la opción generosa y valiente de los que emprenden el camino de regreso a Casa: servir y darlo todo para vivir de verdad, que es infinitamente más que sobrevivir, mientras logramos la Obra que hemos venido a ser y a entregar. 

Apártate Satanás nos dice tantas veces Jesús, como a Pedro. Satanás, el príncipe de este mundo, el diablo, el separador… Al preguntarnos Quién es Él para nosotros, como hicimos el domingo pasado, preguntémonos también qué es lo que Jesús quiere apartar de nosotros y en nosotros, qué hay del príncipe del mundo en cada uno. Aparta, renuncia a lo que te encadena al pensamiento diabólico, separador del mundo, suelta lo que hay en ti que te impide entregarte y aceptar la voluntad de Dios en tu vida… 

Jesús llama a Pedro Satanás para que se libere de la lógica del mundo, dualista, lineal, de triunfalismo y competencia. Es el eje horizontal de la Cruz que, sin el eje vertical, se hunde en el légamo del tiempo, para acabar desapareciendo. 

Pero Jesús nos trae el eje vertical para que enarbolemos la Cruz salvadora, que ya no es patíbulo humillante, sino trono de gloria, el signo luminoso de la entrega por amor, la aceptación alegre y coherente de la Voluntad del Padre. Una sabiduría que sorprende, porque la mente no puede entender ni aceptar que los últimos sean los primeros y que todo un Dios sirva y se humille hasta la muerte destinada a los malhechores. 

Acepta las ofensas, traiciones, humillaciones a las que el mundo te somete. Encájalas con la dignidad propia de un hijo de Dios que sabe que su heredad es la mejor y la valora, la aprecia y se goza en el gozo del Señor. Él, que es Dios, vino a salvarnos y dejó que se sometió a la más tremendas ofensas, traiciones  y humillaciones. 

Tu sufrimiento vivido junto a Jesús se convierte en  sufrimiento redentor. Adán cruzó la voluntad humana sobre la divina. Jesús cruza la Voluntad Divina sobre la humana. La cruz es siempre dolorosa, porque la Voluntad Divina y la voluntad humana debían de ir unidas, fundidas y esa unión se rompió con la caída primera y la rompemos todos una y mil veces. Por eso, cada uno ha de cargar con su cruz personal y seguir a Jesús.

La Cruz que formó Adán significa muerte. Se abrió un abismo entre lo divino y lo humano por la crucifixión en el hombre de la Voluntad Divina. Para unir este abismo y crear el puente, se necesitó que el Verbo encarnado, teniendo las dos voluntades, divina y humana hiciera lo contrario. En la Cruz del Calvario es la Voluntad Divina la que se cruza sobre la voluntad humana para devolvernos la Vida. La Cruz es el puente que se tiende entre divinidad y humanidad, la muerte y la Vida.

Por eso, hacer de Cristo crucificado nuestra referencia es el Camino. Quien mantiene sus ojos fijos en Él no pierde nada, porque la perspectiva se amplía hasta lo infinito, y todo se va transfigurando, iluminado por la luz de Jesucristo. Estamos de nuevo ante el “camino del no soy” que tantas veces hemos contemplado: de la riqueza a la pobreza; del orgullo a la humildad; de la idolatría de los bienes del mundo, a la desposesión que hace posible la entrega total.

Y si tienes que cargar con cruces que te parecen demasiado pesadas y con humillaciones y traiciones que resultan demasiado duras, recuerda que estás unido indisolublemente a Jesús con vínculos eternos y di con Él: “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre.” Juan 12,27-28.

La meta es unirnos de tal modo a Cristo que Su vida sea la nuestra y nuestra pobre vida mortal quede clavada en Su cruz, integrada en Su Vida. Entonces la pérdida se transforma en una ganancia inimaginable; la negación de sí, en un hallazgo del verdadero Sí mismo; toda renuncia, en el Encuentro decisivo; la muerte del ego, en la Vida verdadera. 

En www.diasdegracia.blogspot.com, una homilía sobre la Cruz del Cardenal Newman, anglicano que se convirtió al catolicismo, canonizado en 2019.

        La Cruz y el sufrimiento, fuentes de reparación en el Reino de la Divina Voluntad

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