12 de diciembre de 2020

Testimonio de la Luz

 

Evangelio según San Juan 1,6-8; 19-28 

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?” Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?” Él dijo: “No lo soy”. ¿Eres tú el Profeta? Respondió: No. Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo? Él contestó: Yo soy “la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor” (como dijo el profeta Isaías). Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Michelangelo Merisi, called Caravaggio - Saint John the Baptist in the Wilderness - Google Art Project.jpg
Juan Bautista, Caravaggio

Es tiempo de cantar la alegría de la Salvación que está llegando. La alegría de Zacarías, que rezamos cada mañana en el Benedictus, y la de Isabel, los padres de Juan Bautista. La alegría de María, resumida  en el Magníficat que hoy leemos en lugar del salmo, la del propio Juan, que le llevó a saltar en el seno de su madre, la de David, el rey pecador, convertido en poeta y santo por la gracia, “padre” e hijo a la vez del Señor que esperaba, la nuestra, por sabernos ciudadanos del Reino de la alegría. Porque hoy es el Domingo Gaudete, tercer Domingo de Adviento, en el que el Evangelio de Juan, nos anuncia a través del Bautista el Reino que ya viene. Contemplamos la escena y, discípulos amados también nosotros, recostamos la cabeza en el pecho del Maestro, sabiendo que Él es la fuente de la alegría, la Luz que esperamos en Adviento.

Juan el Bautista marca la transición del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, la Buena Nueva que libera, alegra, expande el corazón. Esperar a Jesús, anhelarle, querer unirnos definitivamente a Él pasa por reconocer nuestra miseria con la humildad de Juan Bautista, por eso la alegría del Salvador que se acerca nos embarga ya, pero no olvidamos el ascetismo y la sobriedad pues necesitamos velar para que a Su llegada nos encuentre despiertos.

Juan predicaba y bautizaba sabiendo que se acercaba un mensajero muy distinto, un hombre diferente a todos, el propio Mensaje, la Enseñanza viviente. Y el mensajero bautizó al Mensaje, el anunciador bautizó a la Buena Noticia, la voz bautizó a la Palabra, encarnada en Aquel hombre hermoso y austero que se sumergió en las aguas del Jordán. ¿Qué sentido tendría aquel gesto? ¿Qué tomó de las aguas, que le hizo emerger diferente, como más maduro o más cansado? Tendrían que pasar tres años para que el mundo entendiera cuánto lastre, siglos de pecado y olvido, había cargado con aquel simple gesto. Allí empezó su camino hacia la Cruz, aunque ninguno, ni siquiera Juan, la voz que clamaba en el desierto, lo pudo imaginar. En diasdegracia.blogspot.com, una reflexión sobre el camino del “no soy”, del que Juan el Bautista es modelo a imitar.
  
La Visitación, Van der Weyden


DEJA QUE MENGÜE

Temor y temblor en el regazo oscuro,
cuando la luz atraviesa
el útero como un rayo
para mostrarme el Camino.

Dos embriones se encuentran;
uno, de hombre,
otro, divino,
acostumbrándose a la sangre,
haciéndose carne para poder tocar,
acariciar, derribar mesas de cambistas,
bendecir, sanar, resucitar a muertos,
resucitar, Él Mismo, al tercer día.

 ¡Y ya lo veo!
Cómo no saltar en el seno de mi madre,
Isabel, Isha bethel, que significa:
mujer, casa de Dios;
cómo no agitarme 
viendo, presintiendo 
el drama consumándose
más allá del tiempo y del espacio…  

Gigantesco Jesús,
inmenso desde el seno virginal,
deja que mengüe,
que disminuya desde ahora,  
aunque mi cuerpo siga creciendo
para ser el asceta rudo
que se va formando desde el vientre
tan cercano al más puro
que te gestó, te gesta, 
te seguirá gestando eternamente.

Y mi madre Te alaba,
alabando a la Tuya. Isabel 
abraza a Isha Bethel, 
mujer, casa de Dios. 

Dioses sois, recordarás.
Yo lo seré, si Tú quieres,
pero en Ti, por Ti, contigo,
en ese Reino de Hijos 
que vienes a anunciar.

Deja que antes disminuya, mengüe,
que descienda, desande,
me desnude de formas y de ritos,
desaprenda los dulces pasatiempos,
renuncie a los goces de la carne 
que se forma en el seno de mi madre,
sorprendida al ver en la Bendita, 
inmensa María,
la Luz radiante, la belleza inefable,
eterna, de la madre de Dios.


23. Diálogos Divinos. Adviento

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