24 de abril de 2021

El Buen Pastor


Evangelio según san Juan 10, 11-18 

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que al asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido de mi Padre. 


El Buen Pastor, Cristóbal García Salmerón


            Alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera de ti lo que está en ti todo entero y del modo más verdadero y manifiesto?

                                                                    San Agustín

Celebramos el "Domingo del Buen Pastor" y la Jornada de Oración por las Vocaciones. Jesucristo, el Cordero de Dios, es el Buen Pastor, otra luminosa paradoja para que comprendamos que lo Absoluto se nos hace concreto por amor. Buen Pastor, Cordero, Piedra angular (diasdegracia.blogspot.com), Camino, Verdad y Vida, Resurrección y Vida…  Todos los nombres, todos los colores, todos los matices, todos los silencios están contenidos en el nombre de Jesús, porque todo fue hecho por Él y para Él y todo regresa a Él. 

En las Escrituras Sagradas vamos encontrando, si estamos atentos, esos nombres, esa plenitud de significados que solo es posible en Aquel que es verdadero Dios y verdadero hombre. José María Cabodevilla, en Cristo Vivo, hace una síntesis de todos los nombres, facetas y colores que están en Jesucristo y que se encuentran repartidos en las Escrituras. Entre decenas de apelativos y atributos, se encuentran también los que hoy contemplamos a la luz de Evangelio: “Es pasto y pastor, y puerta del redil y cordero. Cordero pastor: "el Cordero, que está en medio del trono, los apacentará.” (Apocalipsis 7, 17)” 

Simeón, el Nuevo Teólogo, distingue entre el Hijo, que es la puerta (Juan 10, 7.9), el Espíritu Santo, la llave de la puerta (Juan 20, 22-23), y el Padre, la casa (Juan 14, 2). Pero estos son solo tres de los infinitos símbolos, de las innumerables metáforas que pueden ayudarnos a intuir el Misterio.

Jesús es Camino, Verdad y Vida, Pan Vivo, Puerta y Pastor, Cordero y Rey porque es el Hijo de Dios. Por eso, Él no tiene que "evolucionar", como pretenden tantos falsos “maestros”, Él, al contrario, tuvo que involucionar, abajarse, descender para elevarnos. No se trata por tanto de un hombre más adelantado, sino del Hombre, el Verbo encarnado por amor, para obedecer todas las leyes que Él mismo había creado. Su humanidad, en cambio, voluntariamente asumida, sí tuvo que aprender y crecer, pasando por todas las etapas que atraviesa un ser humano. 

Los cristianos no tenemos por qué hacer un duro trabajo interior, solos, con pocas esperanzas y una meta lejana; Cristo ha hecho el trabajo por nosotros. Nos queda nada más, y nada menos, reconocerlo, creyendo en Él, y aceptar agradecidos tan alto don, sabiendo que el Buen Pastor, fiel a Su promesa, nos acompaña todos los días hasta el fin del mundo. Solo hemos de aceptar ese Amor y corresponder, con coherencia y gratitud.

Es el sentido de la pobreza de espíritu, la infancia espiritual consciente y libre. Hacerse como niños es ser capaces de lo que no logró el joven rico: renunciar a todo y seguir al Maestro, con la confianza del que se sabe guiado por el Buen Pastor, siempre atento y vigilante para que ninguno de los Suyos se pierda. 

Los ricos de espíritu no pueden pasar por la «puerta estrecha», ese umbral invisible, que da acceso al Reino, ese acceso escondido para los sabios y entendidos del mundo porque no pertenece a este mundo. La pobreza de espíritu, en cambio, es el camino de retorno, desde el exilio al Paraíso, a nuestra esencia original, anterior a la Caída que la soberbia provocó.

Los ricos de espíritu no pueden reconocer la supremacía divina sobre lo creado y, escogiendo la separación, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, caen en la eterna tentación de Adán y Eva, alejándose de la Sabiduría. La pobreza espiritual nos hace reconocer la voz del Buen Pastor y la Puerta que lleva a los verdes pastos, en cuyo centro está el Árbol de la Vida. 

El verdadero pobre de espíritu no solo se ha desapegado de bienes materiales, sino que se ha liberado también de las cadenas de la mente, que se disfrazan de conocimientos, saberes, ideologías…, ha soltado incluso la necesidad de hacer y de saber. Es la muerte del ego, el renunciar al mundo para ganar el alma, el perder la vida para ganar la Vida, el morir a uno mismo para nacer al Sí mismo. 

El poeta José Miguel Ibáñez Langlois canta con precisión y belleza la esencia del camino del cristiano: que Jesucristo es la Fuente de la Vida, el Camino, la Luz, el Hijo de Dios que viene a liberarnos.

 

Él no es un iluminado porque Él es la Luz.
Él no ha buscado la verdad porque es la Verdad.
No es un héroe del verbo porque es el Verbo.
Él no se ha descubierto ni a sí mismo.
Jesús de Nazaret, qué diantres,
con la voz de la infinita humildad,
simplemente susurra antes de morir:
yo soy la resurrección y la vida,
yo soy la luz del mundo,
Yo Soy El Que Soy,
Yo Soy.

                                El Señor es mi Pastor, Salomé Arrecibita

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