3 de junio de 2023

Dirección: La Trinidad


Evangelio según san Juan 3, 16-18

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

                        La Stma. Trinidad coronando a  María. Velázquez

La Trinidad es lo único necesario, el Valor supremo. Lo que se pone en juego en toda vida humana es la Trinidad ganada o perdida para siempre. La historia del mundo es un drama de redención; para unos acabará todo con la visión de Dios, para otros con una desesperación eterna… ¡Cómo cambiaría todo si supiésemos comprender que, a través de nuestros pasos diarios, prosigue la subida de las almas hacia la inmutable Trinidad! Sería preciso colocar en todas las encrucijadas de nuestras grandes ciudades un cartel o una flecha indicadora que nos indicara el porqué del mundo y de nuestra vida. Dirección única: LA TRINIDAD.
                                                                                            Marie Michel Philipon

Santísima Trinidad, tres Personas en un solo Dios. Un solo amor fecundo e inagotable. ¿Qué podemos hacer para que la Trinidad nos habite? Vaciarnos de palabras que pasan y cumplir la Palabra eterna. Disponibles para ponerla por obra, fieles a las promesas del Bautismo que nos transformó en hijos de Dios. Vivir en la verdad porque Jesucristo, el rostro visible del Padre, es la Verdad y el Espíritu Santo es el espíritu de la Verdad.

Prepararse para ser habitado por la Santísima Trinidad es el verdadero despertar. Lo más abstracto, para la mente limitada, nos saca de vanas elucubraciones y nos capacita para amar, porque la Trinidad es el ejemplo de la Unidad que conserva la individualidad para que el intercambio de amor sea continuo. Es lo opuesto de Babel, es la comprensión absoluta, la sintonía perfecta, que también contemplamos en www.diasdegracia.blogspot.com.

Reconocer la Trinidad como la dirección por la que avanzamos, como dice Philipon en la cita que abre este post, es haber encontrado el verdadero sentido. Hasta que aceptamos vivir la vida que Dios ha soñado para cada uno, todo es especular, en el literal sentido de la palabra. Cuando conocemos y asumimos Su Voluntad, la vida es obrar en Cristo, o mejor, dejar que él obre en ti, para que todo se oriente a ese amor divino que es origen y llegada, meta y propósito. El amor enfocado al amor. Cualquier actividad adquiere luz de eternidad. Incluso escribir cobra un nuevo sentido. Ya no es trabajar para obras vanas e innecesarias, como la mayoría de las obras publicadas, que recogen experiencias que se quemarán. Escribir es aprender el canto del Cordero, el Poema que sea grato al Señor como dice el Salmo 103. 

San Atanasio dice que todo se nos da por el Padre a través del Hijo en el Espíritu Santo. Por eso la “consigna” es vivir unidos a Cristo. No como una idea hermosa o como una doctrina, sino como la verdadera vida, de la que la otra es espejo, vivida en comunión trinitaria porque El Padre y el Espíritu Santo nos habitan por el Hijo que, como dice el Evangelio de hoy está con nosotros hasta el final de los tiempos.

Nicolás Cabasilas lo expresa así “En la creación, el Padre fue el modelador; el Hijo, la mano; y el Espíritu Santo, el que insufla o la vida. En la redención, el Padre nos reconcilió, el Hijo obró la redención y el Espíritu fue el don concedido a los que llegamos a ser amigos de Dios.”

Puede ser difícil vivir estas verdades si no se comprende, y se interioriza, que hay dos formas de existencia. La del mundo, del que, por Cristo, ya no somos, que es la que nos resulta familiar. Está condicionada por el espacio, con sus tres dimensiones, limitadas y concretas, y el tiempo, con su discurrir inexorable, ante el que nos sentimos indefensos, vencidos de antemano. 

La segunda forma de existencia, el nuevo mundo al que estamos llamados, en el que ya somos, aunque no nos demos cuenta, es la verdadera realidad, la dimensión eterna que nos corresponde, a la que Cristo asciende, ya en plenitud, sin por ello dejarnos. Porque es una realidad que se trenza con la otra, la de lo aparente, lo material, y lo sublima, espíritu y materia, trascendencia e inmanencia, Unidad, al fin.

Unidos a Él, ya estamos en el cielo, en la gloria, en el siglo venidero, aunque aún no nos hayamos despojado de los velos, a veces tan tupidos, de la carne. El viejo hombre y el viejo mundo han pasado; la nueva creación nos reclama. Vivamos ya la nueva vida de resucitados; hombres nuevos, capaces de ser testigos de Jesucristo y de llevar a cabo la misión que Él mismo nos ha encomendado: guardar, enseñar, compartir Su Palabra. Porque Aquel que tiene pleno poder en el cielo y en la tierra está con nosotros y Es en nosotros, todos los días hasta el fin del mundo. 

                              52 Diálogos Divinos. La Trinidad en el alma

“Señor, tu misericordia es eterna. Y tú, Cristo, que eres toda la misericordia, danos tu gracia; extiende tu mano y ven ayudar a todos los que están tentados, tú que eres bueno. Ten piedad de todos tus hijos y ven a socorrerlos; concédenos, Señor misericordioso, poder refugiarnos a la sombra de tu protección y vernos liberados del mal y de los secuaces del Maligno.
Mi vida se ha enmarañado como una tela de araña.
En tiempo de desgracia y turbación, hemos llegado a ser como refugiados, y nuestros años se han marchitado bajo el peso de la misericordia y de todos los males. Señor, tú has calmado la mar con una palabra tuya; en tu misericordia, aplaca también las turbulencias del mundo, sostén al universo que se tambalea bajo el peso de sus pecados.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Señor, extiende tu mano misericordiosa sobre los creyentes y confirma la promesa hecha a los apóstoles: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Socórrenos como los socorriste a ellos y, por tu gracia, sálvanos de todo mal; danos seguridad y paz para que te demos gracias y en todo tiempo adoremos a tu santo nombre.”
                                                                                                           Liturgia Caldea

Lo que agrada a Dios, Luis Alfredo Díaz

“Pensad en la unidad, y ved si en la multitud misma agrada algo que no sea la unidad. Gracias a Dios, vosotros sois muchos: ¿quién os conduciría sino disfrutarais de unidad? ¿De dónde procede ese descanso en la multitud? Pon unidad, y habrá un pueblo; quita la unidad, y habrá una turbamulta.
¿Qué es un turbamulta sino una multitud confusa? Escuchad al Apóstol. Hablaba a una multitud, pero quería que todos fuesen unidad. Os ruego, hermanos, que todos digáis lo mismo y que no haya entre vosotros divisiones; sed perfectos con un mismo sentir y con un mismo saber. Y en otro lugar: Sed unánimes, sintiendo la unidad, sin hacer nada por rivalidad ni por vanagloria.
Ved, entonces, como se nos recomienda la unidad. Nuestro Dios es ciertamente Trinidad. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos. Y, sin embargo, no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un único Dios omnipotente; la misma Trinidad es un único Dios, porque la unidad es necesaria. A esta unidad no nos conduce otra cosa que el que, aun siendo muchos, tengamos un solo corazón.”
                                                                                                      San Agustín

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