17 de agosto de 2024

Pan bajado del Cielo

 

Evangelio según san Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Disputaban entonces los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.” 


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 La multiplicación de los panes y los peces. Goya

Desde ahora, a nadie conocemos según la carne; y aun a Cristo, si lo conocimos según la carne, ahora no lo conocemos así.
      2 Corintios 5, 16

Cuanto más frecuente sea la Comunión, más abundantes serán las bendiciones. Por ello, si existieran dos hombres absolutamente iguales por su vida y uno de ellos hubiera recibido dignamente el cuerpo de Nuestro Señor una sola vez más que el otro, sería en comparación con ese otro como un sol fulgurante, y tendría una muy especial unión con Dios. 
                                                                                                          Maestro Eckhart

La Eucaristía es el centro de nuestra fe, Dios con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. Soltamos lo que nos impida abrir el corazón, contemplar el Misterio y adorar. Porque en el Santísimo Sacramento del Altar, además del Jesús que recorrió Galilea, está el Verbo creador, el Cristo victorioso del Apocalipsis, todo el poder de un Dios misericordioso, que se esconde para alimentarnos.

Verbo increado y Dios encarnado… tanto amó Dios al mundo… En la Hostia y el Cáliz consagrados, vemos, tocamos, comemos a Aquel que anhelaba este encuentro desde toda la eternidad, el intercambio prodigioso, la correspondencia de amor que solo era posible haciéndose uno de nosotros. Pero además quiere, y así nos lo enseñó en la Última Cena, que cada uno de nosotros, de los Suyos, se haga Él.

En el Cenáculo Dios consagra a Dios, ofrece a Dios, comulga y da a comulgar a Dios, llevando en Sí a todos los que se habían perdido, se pierden, se perderán. Redención total para el que la acepta. Cuando veas o sientas dolor de cualquier tipo, recuerda que Jesús aquella noche luminosa, asumió sobre Sí todos los dolores. Él, todo en todos. Él, todos para el Todo. El Cordero sin mancha que nos enseña a comulgar: unidos a Su Sacrificio eterno, con Su voluntad, Su humanidad y Su divinidad, poniendo en cada Comunión lo que Él puso en Aquella Comunión del Jueves Santo.

Por eso, en la Consagración, me ofrezco junto a Cristo y Dios acepta mi ofrenda insignificante, toma mi voluntad humana, la nada que soy, mis errores, olvidos y desvaríos, y lo transforma todo en Él. Y al comulgar, renuncio de nuevo a mí misma, para que Él sea en mí, me llene, me colme, me transforme, para que pueda amar y entregarme sin condiciones, como Él. 

Lo más cercano al cielo que hay en la tierra es la Eucaristía, sacramento del amor verdadero, donde somos preparados y enviados para amar (ite missa est). Ahí es donde hemos de poner la atención, y Él pone Su atención en nosotros; nos transforma en Sí. La Eucaristía, lo aparentemente nada para el mundo de los ciegos, lo más real para la Vida.

Si supiéramos con todo nuestro ser y creyéramos con una fe firme y sin fisuras que tras la apariencia del pan y del vino está el Verbo que ha creado el universo, caeríamos de bruces. Adorar, qué otra cosa podemos hacer…, desaparecer en Él, abandonarnos en Su Vida, soltar todo lo que no es Él, dejar de ser para Ser. 

                                    Panis Angelicus, Cesar Franck, por Pavarotti


Todos los que le tocaban quedaron curados.

Cuando Jesús estuvo en este mundo, el simple contacto con sus vestiduras curaba a los enfermos. ¿Por qué dudar, si tenemos fe, que todavía haga milagros en nuestro favor cuando está tan íntimamente unido a nosotros en la comunión eucarística? ¿Por qué no nos dará lo que le pedimos puesto que está en su propia casa? Su Majestad no suele pagar mal la hospitalidad que le damos en nuestra alma, si le es grata la acogida. ¿Sentís la tristeza de no contemplar a nuestro Señor con los ojos del cuerpo? Dígase que no es lo que le conviene actualmente...

Pero tan pronto como nuestro Señor ve que un alma va a sacar provecho de su presencia, se le descubre. No lo verá, cierto, con los ojos del cuerpo, sino que se le manifestará con grandes sentimientos interiores o por muchos otros medios. Quedaos pues con él de buena gana. No perdáis una ocasión tan favorable para tratar vuestros intereses en la hora que sigue la comunión.

                                                                                        Santa Teresa de Ávila 
                                                                              Camino de Perfección, cap. 34 

                                          14. Diálogos divinos. Eucaristía

14 de agosto de 2024

La Asunción. "Enaltece a los humildes".


Evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

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La Asunción de la Virgen, Annibale Carracci


El Magnificat, el canto evangélico de María, señala el camino hacia el Hogar, que es asunción, porque Dios quiere elevarnos hacia Sí para asumirnos en Sí. Ya nos asumió con todo lo bueno y lo malo en la Encarnación. Ahora nos quiere elevar, para que donde Él esté estemos también nosotros.

Si María Santísima ha sido asunta al cielo en cuerpo y alma… ¿Dónde está? ¿Cómo está? ¿Dónde están ella y Jesús, con sus cuerpos, los únicos cuerpos gloriosos hasta el final de los tiempos? ¿Qué tiempos, si para Dios no hay tiempo? ¿En qué estado viven, aguardan los santos? ¿Qué es el Cielo? ¿Cómo es el Cielo? Si no es lugar, sino estado… ¿Cómo será llegar a él? No lo sé, ni falta que hace. Me basta saber que todo es parte del Plan maravilloso del Dios del Amor y de la Vida. 

¡A Jesús por María!, como dice San Luis María Grignion de Monfort y Santa Madre Maravillas de Jesús. Caminar hacia Él, sobre las aguas turbulentas de la vida, de la mano de María. Y, como a ella, es Él quien nos iza, nos alza, nos eleva y nos asumirá.

Nuestras vidas están en su humanidad encarnada, muerta y resucitada. Enamorados de Jesús, fundidos con Él, que santificará y eternizará todo lo bueno de nuestras vidas. 

Mira hacia el Cielo, mírale a él y tendrás todo. María inauguró este fundirse en la Voluntad Divina con el Fiat mihi. Continúa tú pronunciando con cada acto de tu vida el Fiat Voluntas Tua 

Muchos rechazan la existencia del Cielo y una vida perdurable porque son cobardes. El Cielo supone responsabilidad y coherencia. Es más fácil, más cómodo, más ventajoso, incluso, para los incoherentes, los tibios, los que ponen su corazón en lo mundano, que todo acabe aquí.

El Cielo supone valor, coraje, coherencia y responsabilidad, sacrificio y entrega total. No es resignación ni opio de los pueblos, sino compromiso auténtico. Es afrontar la propia coherencia, la propia autenticidad. 

Porque para poder ser elevados, hemos de desprendernos de lo que pesa. La buena noticia es que se puede “rehacer” la propia vida si se vive en unión con Cristo. Él nos devolverá nuestra vida, pues la vivió por nosotros, para que la revivamos a la luz eterna del más allá–más acá, pero con una claridad distinta, con una densidad diferente, la materia glorificada.

Ascenderemos a nuestro Yo real y eterno, el que Dios soñó para cada uno. ¿Quién asciende?, ¿cómo asciende?, ¿en qué se asciende? Esencia, centro, corazón, alma inmortal, cayendo al fin lo viejo y lo caduco... Ascenderemos con nuestra apariencia eterna, la de nuestra verdadera juventud, que es nuestro ser más profundo, el impulso de todo aquello que el Señor nos ha dado y hemos aceptado, incorporado, unificado en Él.

                       Concierto para la Asunción de la Virgen María, Vivaldi


El tronco corrompido por el pecado que soy yo recibirá por el Nombre de Jesús savia y vigor; por Él, reverdecerá mi humanidad y dará frutos a la gloria de Dios. El espíritu de mi voluntad, que ahora está en la humanidad de Cristo, y que vive por su Espíritu, dará por Su virtud savia a la rama desecada, para que el último día, a la invocación de las trompetas celestes que son la voz de Cristo y la mía propia en Él, resucite y reverdezca en el Paraíso.
                                                                                                              Jacob Boëhme

10 de agosto de 2024

Pan de Vida

 

Evangelio según san Juan 6, 41-51

En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo", y decían: "¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo? Jesús les respondió: "No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre. Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida''.


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La multiplicación de los panes y los peces, Tintoretto

Jesucristo, el Pan Vivo que se nos ofrece cada día. El Cuerpo y la Sangre de Cristo, Su Alma y Su Divinidad, que entra en comunión con nosotros, si Le recibimos y Le acogemos. Dios que se da a Sí mismo tras el velo del pan y del vino, por amor. Como decía san Juan de la Cruz, a la tarde nos examinarán en el amor. Solo eso nos llevaremos, el amor, esa entrega total e incondicionada, de la que Jesucristo es modelo y maestro. 

En cada Eucaristía el Señor me sana. Digo: “No soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra Tuya bastará para sanarme”. Y me doy cuenta de Cuál es la Palabra: la actualización del Sacrificio eterno y la Comunión con Él. Y, entonces, digo también: “ven a Tu casa, entra en Tu casa, y quédate”.

En la Consagración, ofrezco al Padre mi vida, mi ser, mi pasado, incluso mi futuro, junto a Jesucristo, el Cordero de Dios, el eterno inmolado, para que me transforme en Él. ¿Qué mejor sanación? Desaparezco; lo enfermo, lo roto, lo perdido, lo erróneo, lo fracasado desaparece. Y Él es en mí; la integridad, la perfección, la vida, la plenitud. Vivo en Cristo y Él vive en mí, sin tiempo ni espacio.

El Verbo increado, el Niño del pesebre, el Maestro que enseña a amar, el Crucificado, el Resucitado, Cristo eterno, como un diamante de infinitas facetas en mí. Pues ya no soy yo quien conecta con lo infinito, sino, como siempre, es el infinito el que ha descendido. Prodigioso intercambio que se inició en Nazaret, cuando María dijo “hágase en mí”, y tiene lugar ahora que comulgo y acepto que Él me asimile a Sí.

Más íntimo a mí que yo mismo, dice San Agustín. Es la meta de Dios; la identificación total. Si fuéramos conscientes de que, al comulgar, Dios entra verdaderamente en cada uno, seríamos transformados hasta en lo físico. Si tuviéramos la firme convicción de que es Jesús, todo sería rehecho, recreado por Él. www.diasdegracia.blogspot.com

El Evangelio es la buena noticia de la intimidad del alma con Dios. El Reino es Él; no hace falta traerlo, esperarlo o proyectarlo. El Reino, la fuente de la vida que restaura la semejanza perdida, ya está aquí, ¡dentro de cada uno al comulgar! Vivamos de forma que pueda quedarse, más allá de lo que tardan las especies en desintegrarse. 

Déjale espacio; desaparece para que pueda quedarse, que no tenga que irse por no encontrar correspondencia en tu corazón, que nada te distraiga. Es Dios en ti, viene a demostrarte cuánto te ama, haciéndose Uno contigo. 

Viene encadenado, aprisionado en una Hostia, sin poder moverse ni hablar. Solo quiere que Le acojas, para no salir de ti cuando las especies de pan y vino han sido consumidas. Quiere encontrar la correspondencia para poder quedarse y vivir en ti. Quiere encontrarse a Sí mismo en ti.

No mires el reloj, pensando si la Misa ha sido larga o corta o qué vas a hacer ahora, ¡estás en la eternidad! No cantes por inercia esa cancioncita que te sabes y han empezado a entonar algunas voces… No la cantes, si no eres capaz de cantarla mientras mantienes la atención en Lo que ha entrado en ti, que es más grande que todo el universo, más importante que todos los siglos pasados y por venir. Más que inmenso, más que trascendente, más que infinito…, la Fuente inagotable del Amor que quiere saltar en ti hasta la vida eterna, para que ames, como Él, hasta el extremo.

Pero cantamos, charlamos, pasamos deprisa a la siguiente actividad del día, retomando nuestra distracción y dispersión habituales… Y Jesús no puede quedarse…, y has vuelto a perder la vida divina que estás llamado a vivir desde toda la eternidad. Esta tarde vuelve a actualizarse el Sacrificio nuevo y eterno de un Dios que no se cansa de esperar la Comunión verdadera y definitiva. Ponte nuevamente en el altar, con tus miserias y anhelos, sin reservarte nada, y, cuando comulgues, detente, calla, escucha. Es Dios que te abraza y que te habla. Es Dios en ti, deja que Sea. 



Ave Verum Corpus, Mozart, por Andrea Bocelli

Nos despertamos en el cuerpo de Cristo
cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos.
Bajo la mirada y veo que mi pobre mano es Cristo;
él entra en mi pie y es infinitamente yo mismo.
Muevo la mano, y esta, por milagro,
se convierte en Cristo,
deviene todo él.
Muevo el pie y, de repente,
él aparece en el destello de un relámpago.
¿Te parecen blasfemas mis palabras?
En tal caso, ábrele el corazón.
Y recibe a quien de par en par
a ti se está abriendo.
Pues si lo amamos de verdad,
nos despertamos dentro de su cuerpo,
donde todo nuestro cuerpo,
hasta la parte más oculta,
se realiza en alegría como Cristo,
y este nos hace por completo reales.
Y todo lo que está herido, todo
lo que nos parece sombrío, áspero, vergonzoso,
lisiado, feo, irreparablemente dañado,
es transformado en él.
Y en él, reconocido como íntegro, como adorable,
como radiante en su luz,
nos despertamos amados,
hasta el último rincón de nuestro cuerpo.

                                                          Simeón, el Nuevo Teólogo



De La Misión, de Roland Joffé, 1986