10 de agosto de 2024

Pan de Vida

 

Evangelio según san Juan 6, 41-51

En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo", y decían: "¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo? Jesús les respondió: "No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre. Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida''.


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La multiplicación de los panes y los peces, Tintoretto

Jesucristo, el Pan Vivo que se nos ofrece cada día. El Cuerpo y la Sangre de Cristo, Su Alma y Su Divinidad, que entra en comunión con nosotros, si Le recibimos y Le acogemos. Dios que se da a Sí mismo tras el velo del pan y del vino, por amor. Como decía san Juan de la Cruz, a la tarde nos examinarán en el amor. Solo eso nos llevaremos, el amor, esa entrega total e incondicionada, de la que Jesucristo es modelo y maestro. 

En cada Eucaristía el Señor me sana. Digo: “No soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra Tuya bastará para sanarme”. Y me doy cuenta de Cuál es la Palabra: la actualización del Sacrificio eterno y la Comunión con Él. Y, entonces, digo también: “ven a Tu casa, entra en Tu casa, y quédate”.

En la Consagración, ofrezco al Padre mi vida, mi ser, mi pasado, incluso mi futuro, junto a Jesucristo, el Cordero de Dios, el eterno inmolado, para que me transforme en Él. ¿Qué mejor sanación? Desaparezco; lo enfermo, lo roto, lo perdido, lo erróneo, lo fracasado desaparece. Y Él es en mí; la integridad, la perfección, la vida, la plenitud. Vivo en Cristo y Él vive en mí, sin tiempo ni espacio.

El Verbo increado, el Niño del pesebre, el Maestro que enseña a amar, el Crucificado, el Resucitado, Cristo eterno, como un diamante de infinitas facetas en mí. Pues ya no soy yo quien conecta con lo infinito, sino, como siempre, es el infinito el que ha descendido. Prodigioso intercambio que se inició en Nazaret, cuando María dijo “hágase en mí”, y tiene lugar ahora que comulgo y acepto que Él me asimile a Sí.

Más íntimo a mí que yo mismo, dice San Agustín. Es la meta de Dios; la identificación total. Si fuéramos conscientes de que, al comulgar, Dios entra verdaderamente en cada uno, seríamos transformados hasta en lo físico. Si tuviéramos la firme convicción de que es Jesús, todo sería rehecho, recreado por Él. www.diasdegracia.blogspot.com

El Evangelio es la buena noticia de la intimidad del alma con Dios. El Reino es Él; no hace falta traerlo, esperarlo o proyectarlo. El Reino, la fuente de la vida que restaura la semejanza perdida, ya está aquí, ¡dentro de cada uno al comulgar! Vivamos de forma que pueda quedarse, más allá de lo que tardan las especies en desintegrarse. 

Déjale espacio; desaparece para que pueda quedarse, que no tenga que irse por no encontrar correspondencia en tu corazón, que nada te distraiga. Es Dios en ti, viene a demostrarte cuánto te ama, haciéndose Uno contigo. 

Viene encadenado, aprisionado en una Hostia, sin poder moverse ni hablar. Solo quiere que Le acojas, para no salir de ti cuando las especies de pan y vino han sido consumidas. Quiere encontrar la correspondencia para poder quedarse y vivir en ti. Quiere encontrarse a Sí mismo en ti.

No mires el reloj, pensando si la Misa ha sido larga o corta o qué vas a hacer ahora, ¡estás en la eternidad! No cantes por inercia esa cancioncita que te sabes y han empezado a entonar algunas voces… No la cantes, si no eres capaz de cantarla mientras mantienes la atención en Lo que ha entrado en ti, que es más grande que todo el universo, más importante que todos los siglos pasados y por venir. Más que inmenso, más que trascendente, más que infinito…, la Fuente inagotable del Amor que quiere saltar en ti hasta la vida eterna, para que ames, como Él, hasta el extremo.

Pero cantamos, charlamos, pasamos deprisa a la siguiente actividad del día, retomando nuestra distracción y dispersión habituales… Y Jesús no puede quedarse…, y has vuelto a perder la vida divina que estás llamado a vivir desde toda la eternidad. Esta tarde vuelve a actualizarse el Sacrificio nuevo y eterno de un Dios que no se cansa de esperar la Comunión verdadera y definitiva. Ponte nuevamente en el altar, con tus miserias y anhelos, sin reservarte nada, y, cuando comulgues, detente, calla, escucha. Es Dios que te abraza y que te habla. Es Dios en ti, deja que Sea. 



Ave Verum Corpus, Mozart, por Andrea Bocelli

Nos despertamos en el cuerpo de Cristo
cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos.
Bajo la mirada y veo que mi pobre mano es Cristo;
él entra en mi pie y es infinitamente yo mismo.
Muevo la mano, y esta, por milagro,
se convierte en Cristo,
deviene todo él.
Muevo el pie y, de repente,
él aparece en el destello de un relámpago.
¿Te parecen blasfemas mis palabras?
En tal caso, ábrele el corazón.
Y recibe a quien de par en par
a ti se está abriendo.
Pues si lo amamos de verdad,
nos despertamos dentro de su cuerpo,
donde todo nuestro cuerpo,
hasta la parte más oculta,
se realiza en alegría como Cristo,
y este nos hace por completo reales.
Y todo lo que está herido, todo
lo que nos parece sombrío, áspero, vergonzoso,
lisiado, feo, irreparablemente dañado,
es transformado en él.
Y en él, reconocido como íntegro, como adorable,
como radiante en su luz,
nos despertamos amados,
hasta el último rincón de nuestro cuerpo.

                                                          Simeón, el Nuevo Teólogo



De La Misión, de Roland Joffé, 1986

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