Hace falta ser muy valiente y muy noble para perdonar de corazón.
Dice Georges Chevrot en Las bienaventuranzas: “Antes de tachar de cobarde al hombre que tiende la mano al que lo ha injuriado, haría falta que supiéramos que con esa misma mano ha querido estrangularlo y que le ha sido precisa una virilidad poco común para olvidar que su honor había sido escarnecido. El perdón es un acto de fortaleza; pero la fortaleza no es la dureza.”
Dice Georges Chevrot en Las bienaventuranzas: “Antes de tachar de cobarde al hombre que tiende la mano al que lo ha injuriado, haría falta que supiéramos que con esa misma mano ha querido estrangularlo y que le ha sido precisa una virilidad poco común para olvidar que su honor había sido escarnecido. El perdón es un acto de fortaleza; pero la fortaleza no es la dureza.”
Y, más adelante, ensalza los beneficios de saber perdonar: “La vida presente es corta y os trae ya los suficientes fastidios para que les añadáis unas penas inútiles. Olvidad, sonreíd y gustad una de las mejores alegrías de la tierra: la alegría de haber perdonado.”
Perdonar siempre, setenta veces siete, lo “gordo” y lo pequeño, lo que ha dolido y lo que solo ha molestado. Perdonarte a ti mismo cada día, por lo pasado y lo presente, incluso todo el mal que gracias a Dios no cometimos. Como decía San Agustín: “Yo confieso, ¡oh Dios mío!, que tú me has perdonado no solo el mal que hice, sino también el que, gracias a Ti, no llegué a cometer.”
La más sublime manifestación del perdón la contemplamos en Jesucristo, vendido, negado, traicionado, abandonado por sus propios discípulos y amigos. Su primer mensaje, la primera Palabra desde la Cruz, es la oración del perdón: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
Cristo crucificado, El Greco |
Los verdaderos discípulos imitan al Maestro en el perdón, que es consecuencia del amor desbordante e incondicionado que solo las almas espiritualmente maduras son capaces de sentir. San Esteban, mientras estaba siendo lapidado, pide a Dios que no les sea tenido en cuenta ese crimen a sus verdugos.
Martirio de San Esteban, Juan de Juanes |
Al-Hallay fue un místico sufí, seguidor de Jesucristo (Isa). Aprendió como pocos sus enseñanzas sobre el amor y el perdón. Condenado a muerte en el año 922, fue ejecutado mediante la horca, crucificado, mutilado y quemado. Consciente de ser Su discípulo en la vida y en la muerte, cuando era llevado al suplicio por los fanáticos cumplidores de la ortodoxia y las normas vacías de sentido, pronunció estas palabras:
¡Señor!, aquí están esas gentes, tus adoradores. Por celo de Tu nombre se han reunido para hacerte obra grata, dándome la muerte. Perdónales. Si les hubieras revelado lo que a mí me has revelado, no lo harían; y si Tú me hubieras ocultado lo que les ocultas, no me vería yo en este trance. Tuya es la alabanza por lo que haces, Tuya sea la gloria por lo que quieres.
Muerte de Al-Hallay, Anónimo |
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