17 de febrero de 2012

El perdón


            Hace falta ser muy valiente y muy noble para perdonar de corazón.
            Dice Georges Chevrot en Las bienaventuranzas: “Antes de tachar de cobarde al hombre que tiende la mano al que lo ha injuriado, haría falta que supiéramos que con esa misma mano ha querido estrangularlo y que le ha sido precisa una virilidad poco común para olvidar que su honor había sido escarnecido. El perdón es un acto de fortaleza; pero la fortaleza no es la dureza.”
            Y, más adelante, ensalza los beneficios de saber perdonar: “La vida presente es corta y os trae ya los suficientes fastidios para que les añadáis unas penas inútiles. Olvidad, sonreíd y gustad una de las mejores alegrías de la tierra: la alegría de haber perdonado.”

            Perdonar siempre, setenta veces siete, lo “gordo” y lo pequeño, lo que ha dolido y lo que solo ha molestado. Perdonarte a ti mismo cada día, por lo pasado y lo presente, incluso todo el mal que gracias a Dios no cometimos. Como decía San Agustín: “Yo confieso, ¡oh Dios mío!, que tú me has perdonado no solo el mal que hice, sino también el que, gracias a Ti, no llegué a cometer.”

                La más sublime manifestación del perdón la contemplamos en Jesucristo, vendido, negado, traicionado, abandonado por sus propios discípulos y amigos. Su primer mensaje, la primera Palabra desde la Cruz, es la oración del perdón: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.


Cristo crucificado
Cristo crucificado, El Greco



         Los verdaderos discípulos imitan al Maestro en el perdón, que es consecuencia del amor desbordante e incondicionado que solo las almas espiritualmente maduras son capaces de sentir. San Esteban, mientras estaba siendo lapidado, pide a Dios que no les sea tenido en cuenta ese crimen a sus verdugos.


Martirio de San Esteban
Martirio de San Esteban, Juan de Juanes

  
            Al-Hallay fue un místico sufí, seguidor de Jesucristo (Isa). Aprendió como pocos sus enseñanzas sobre el amor y el perdón. Condenado a muerte en el año 922, fue ejecutado mediante la horca, crucificado, mutilado y quemado. Consciente de ser Su discípulo en la vida y en la muerte, cuando era llevado al suplicio por los fanáticos cumplidores de la ortodoxia y las normas vacías de sentido, pronunció estas palabras:

          ¡Señor!, aquí están esas gentes, tus adoradores. Por celo de Tu nombre se han reunido para hacerte obra grata, dándome la muerte. Perdónales. Si les hubieras revelado lo que a mí me has revelado, no lo harían; y si Tú me hubieras ocultado lo que les ocultas, no me vería yo en este trance. Tuya es la alabanza por lo que haces, Tuya sea la gloria por lo que quieres.


Archivo:Hallaj.jpg
Muerte de Al-Hallay, Anónimo



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