20 de julio de 2012

¿El gran negocio?


Cristo expulsando a los mercaderes del Templo
Jesús expulsa a los mercaderes del Templo
Carl Heinrich Bloch



               Porque los que aman a Dios de todo corazón, no temen la muerte, ni el tormento, ni el juicio, ni el infierno, pues el amor perfecto tiene segura entrada para Dios.

                                                                                                         Thomas Kempis


                                    El que no viva aquí la vida eterna que se despida de la vida eterna.

                                                                                                            Evagrio Póntico



             En una homilía que escuché recientemente, el sacerdote recordó que San Ignacio de Loyola decía que el gran negocio es salvar el alma. Buen negocio, sin duda; excelente, el mejor, si miramos los negocios que nos roban paz hoy en día. Cristalizar el alma, alcanzar la inmortalidad, el gran negocio de las escuelas del “cuarto camino” y tantos otros caminos que olvidan el Camino. Yo Soy el camino, la verdad y la vida. Juan 14, 6.
            Pero hoy (que me disculpen este sacerdote y San Ignacio, que merecen todos mis respetos) me parece un negocio mediocre, corto, para tibios. Hoy, que siento que la meta es avivar y conservar el fuego del Amor, no concibo negocios, porque no hay intercambio ni ventaja posible para el que ama sin condiciones, pues su esencia es amar.
             No creo que Cristo en la Cruz pensara o sintiera estar haciendo un buen negocio al salvar a toda la humanidad. Él estaba amando, entregándose hasta el extremo, dando su sangre, su cuerpo, su vida, todo, por amor.
             Son también ciertos sectores de las religiones institucionalizadas los que se plantean el Camino como negocio y transforman la vida del Espíritu, que sopla donde quiere, en un intercambio. Rebajan lo espiritual, pretenden equipararlo a nuestros negocios mundanos y cotidianos. Una oración: mil almas sacadas del purgatorio; cinco rosarios completos: mi sobrino aprueba. Treinta misas gregorianas: enviamos al abuelito al cielo. Y no es que no crea en la oración de intercesión, creo en ella y la practico. Lo que "chirría" es esa actitud simplona, a veces especulativa, otras, comercial.
             Señor, cómo te hemos pretendido convertir en un contable, un tendero, un favorecedor de ricos, o “listos” o esforzados… El abuelo que tiene nietos con dinero para pagar las misas iría al cielo mucho antes que el anciano sin nietos, cuya vida fue una ofrenda a Dios y a cuantos fue encontrando por el camino, aunque tuviera, como todos, sus faltas y errores. El beato que reza mecánicamente rosario tras rosario, y procura que la gente lo vea o lo sepa, estaría, en este Dios a medida, mucho más cerca de Él que el hombre o la mujer que rezan lo justo, o aparentemente nada, pero son incapaces de juzgar, criticar o envanecerse, y tienden la mano al que lo necesita procurando que nadie lo sepa.
            Estaría también este experto en despachar –sin poner la conciencia ni el corazón– rosarios, coronillas, indulgencias y misas gregorianas, más cerca de Dios que la joven prostituta nigeriana, humilde y pura, que entra en la Iglesia y se queda al fondo, para pasar desapercibida, antes de volver a la calle a bregar con viejos que tal vez gozarán los beneficios de sus treinta misas gregorianas y tienen el corazón oscurecido por la lascivia y el egoísmo.
             Que no te hagamos pequeño, Señor, que no queramos un Dios a la medida de nuestras limitaciones. Que no sea nuestra oración un pago o una condición, sino ofrenda de amor, libre y desinteresada. Que seamos valientes para contemplarte grande y generoso, inalcanzable para nuestros pies de barro.

               Dijo también en aquella homilía, muy serio, el sacerdote, que no se puede hablar de demonios de forma alegórica, como hacen algunos teólogos, porque los demonios existen realmente. ¡Claro! Por eso se puede hablar de ellos, como de todo, de forma metafórica y alegórica, porque hay muchos planos en cada realidad y podemos intentar "taladrarlos" hasta llegar a la esencia que dio origen a tantas ondas. La piedra que cae en el lago es piedra, y sigue siéndolo, aunque podamos contemplar a la vez las ondas concéntricas que ha generado.

              Volviendo al inicio de esta reflexión sobre la mediocridad de pensar e instalarse en que salvar el alma es el “gran negocio”, las palabras de la mística sufí del siglo IX, Rabi’a al’Adawiyya: “Dios mío, si Te he adorado por miedo al Infierno, quémame en su fuego. Si es por deseo del Paraíso, prohíbemelo. Pero si Te he adorado solo por Ti, entonces no me prohíbas ver Tu rostro.”

               Y, de nuevo, uno de mis poemas favoritos, del anónimo autor enamorado y, por eso, valiente y libre:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.


No hay comentarios:

Publicar un comentario