Y encontré algo que me aterró: un zoológico de lujurias,
un manicomio
de ambiciones, una guardería de miedos,
un harén de odios mimados. Mi nombre
era Legión.
C. S. Lewis
Midió luego la muralla, y resultaron ciento cuarenta y cuatro codos,
según la medida humana, que fue la utilizada por el ángel.
Apocalipsis 21, 17
El ojo con el cual veo a Dios es
el mismo ojo con el que Él me ve.
Maestro Eckhart
Me
llamo Johannes Angelus Silesius. Una vez vi al diablo y tuve miedo. No
tenía una forma infernal, no era un macho cabrío andando a dos patas, ni una
figura envuelta en llamas con rabo y tridente. Más bien tenía rasgos familiares
y una silueta que me recordaba… a mi madre. Sí, era como mi madre, pero con los
ojos de un enemigo que medita. Fueron esos ojos los que me estremecieron.
Escondían el tormento de la desesperanza y la falta absoluta de amor, la guerra
y la crispación del mundo. Esa visión me condujo a un profundo abismo, pero
tuve la suerte de encontrar en ese abismo la ternura de Dios. Sin amor nada
tiene sentido, con amor tiene sentido la nada. Eso fue lo que aprendí.
Cómo no creerte, Johannes, yo también he visto al diablo, y demonios de muchas especies. En alguna ocasión, con un rostro tan familiar que me recordaba... a mí. A veces con expresión triste, otras, con gesto airado, y alguna con un aire de olvido o dispersión que parecía rozar la demencia de un abismo. Y en cada abismo, como tú, encontré siempre la ternura fiel y compasiva de Dios.
Y he visto ángeles; los llevo viendo desde la infancia.
Estos días azules, de hospitales soleados con pasillos en penumbra, de confianza y silencio, de atención y milagros, presencia, realidad, vida en estado puro, he pasado muchas horas entre ángeles, visibles e invisibles, risueños y callados, ocultos o evidentes. Siempre cerca del ángel más hermoso que haya conocido, tan familiar que tiene el rostro y la voz de mi madre.
Y he recordado aquel día en que descubrí que hay ángeles que aún no han ganado sus alas, como el dulce Clarence de Qué bello es vivir, y otros ángeles que olvidaron que lo son, por amor y esperanza, por amor y ternura, por amor, para que todo, hasta la enfermedad y la muerte, todo, hasta la nada, siga teniendo sentido.
Ese día escribí algo, para recordarlo si alguna vez lo olvidaba:
Cómo no creerte, Johannes, yo también he visto al diablo, y demonios de muchas especies. En alguna ocasión, con un rostro tan familiar que me recordaba... a mí. A veces con expresión triste, otras, con gesto airado, y alguna con un aire de olvido o dispersión que parecía rozar la demencia de un abismo. Y en cada abismo, como tú, encontré siempre la ternura fiel y compasiva de Dios.
Y he visto ángeles; los llevo viendo desde la infancia.
Estos días azules, de hospitales soleados con pasillos en penumbra, de confianza y silencio, de atención y milagros, presencia, realidad, vida en estado puro, he pasado muchas horas entre ángeles, visibles e invisibles, risueños y callados, ocultos o evidentes. Siempre cerca del ángel más hermoso que haya conocido, tan familiar que tiene el rostro y la voz de mi madre.
Y he recordado aquel día en que descubrí que hay ángeles que aún no han ganado sus alas, como el dulce Clarence de Qué bello es vivir, y otros ángeles que olvidaron que lo son, por amor y esperanza, por amor y ternura, por amor, para que todo, hasta la enfermedad y la muerte, todo, hasta la nada, siga teniendo sentido.
Ese día escribí algo, para recordarlo si alguna vez lo olvidaba:
Mi
madre es un ángel. No se trata de una metáfora, una exageración o un tópico. Es
un ángel de verdad, de los pocos que se atreven a bajar a la tierra. Ella aún
no lo sabe, aunque a veces lo intuye. Por eso se disfraza de mujer impaciente,
a ratos gruñona, a ratos divertida, ya casi siempre cansada.
Fue guapa, tan guapa que deslumbra desde
las viejas fotos. No es muy agradable que la madre de uno sea tan guapa. Duele a quien no ha conseguido el desapego total ver transformarse el semblante querido, ser testigo de ese
inevitable, cruel gota a gota que es el envejecimiento. Mi madre ha sido –es–
tan guapa por su condición de ángel; ha venido a mostrarnos dónde está la
belleza verdadera. Por eso ha envejecido, por eso envejece, para enseñarnos a
encontrar la mirada que mira por detrás de los ojos, la suave mano que
acaricia, disfrazada de mano que la artritis deforma, los labios transparentes
que hablan y besan a través de labios marchitos, la sonrisa radiante, como la de
Audrey Hepburn (otro ángel, más conocido que mi madre aquí abajo), en un rostro
que el tiempo y las ausencias han ido entristeciendo.
Mi
madre es un ángel que interpreta bien su papel de madre y me
riñe todavía, que me cuide, que coma, que siente la cabeza. Un ángel que, cuando hace alguna travesura, se ríe como ríen
esos niños que conservan intacta la inocencia. Un ángel
que me guarda, fingiendo que soy yo quien la cuida y la protege. Un ángel
bien camuflado que de pronto se mueve diferente, habla diferente, calla
diferente, y en ese silencio inaudito, en ese temblor del aire que precede a
cada destello de asombro, por despiste o como un guiño, me deja ver el extremo
blanquísimo de un ala.
Mi
madre es un ángel que aún no sabe que lo es, aunque en ciertos momentos lo intuye. Entonces
se disfraza aún más y finge ser borde o mezcla temas para confundirnos, o se muestra distante, seria, como si estuviera enfadada
con el mundo o con la vida.
Porque es un ángel vestido de mujer vulnerable
y a veces, cuando habla, cuando mira, cuando calla, derrama a su alrededor
polvo de estrellas. Si alguien se da cuenta y lo recibe, gana para siempre el
don de volar si es necesario. Yo lo tengo hace mucho, gracias a mi
madre-ángel, y vuelo sin escoba, recorro mundos paralelos donde el tiempo no existe,
pero siempre regreso. Ayer estuve en la Edad de Oro, recorrí la Atlántida y luego visité a
los kobdas, que me dieron recuerdos para ella.
Mi
madre es un ángel que ha venido en misión de servicio. Por eso ha ido cargando
con mucho lastre. Para quitármelo a mí, para quitárselo a tantos... Yo, que lo
sé, la ayudo. Juntas, vamos soltando poco a poco, caminando cada vez más libres,
siempre unidas aunque no lo parezca. Yo, corredora de fondo; ella,
puro vuelo, impulsándome, inspirándome, guiándome. Un soplo de luz, un ángel
disfrazado de tiempo.
"Como un ángel que ya no se acordara
ResponderEliminarde que lo es, y aún trajera el mensaje en su frente,
tú le tienes... Detrás de ti se esconde,
vive en ese paisaje
que hay al final del hondo corredor de tus ojos... "
Jose María valverde.
El Señor y tú.
Aunque no nos conozcamos personálmente, Eugenia-Cordelia, sólo basta que me recoja en este silencio intratrinitario que burbujea a la orillita de mi mente, para ser tú y tu mundo, para vivir tus sentimientos...
Gracias, Marco, desde ese Silencio-Fuente donde somos Uno. Y gracias también por recordarme lo mucho que me gusta Mahler y su "desolación luminosa".
ResponderEliminarUn poema sufí para ti, Marco, poeta de la Unidad:
ResponderEliminar“Llamé a la puerta
y me preguntaron: ¿quién es?
Contesté: soy yo.
La puerta no se abrió.
Llamé de nuevo a la puerta.
Otra vez la misma pregunta: ¿quién es?
Contesté: soy yo.
Y la puerta no se abrió.
Otra vez llamé
y de nuevo me preguntaron: ¿quién es?
Contesté: soy tú.
Y la puerta se abrió”