Óbolo de la viuda, James Christensen
Evangelio de Marcos
12, 38-44
En aquel tiempo,
entre lo que enseñaba Jesús a la gente dijo: “¡Cuidado con los escribas! Les
encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza,
buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los
banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Éstos
recibirán una sentencia más rigurosa.
Estando
Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba
echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y
echó dos monedas de muy poco valor. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os
aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie.
Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad,
ha echado todo lo que tenía para vivir.
El que pretenda guardar su vida, la perderá;
y el que la pierda, la recobrará.
Tengo miedo
de lo que doy, pues me esconde lo que no doy.
Michel
Quoist
La mujer valiosa, ¿quién la
hallará?
Vale mucho más que las perlas.
Proverbios, 31, 10
"Mujer" es la palabra más noble que puede atribuirse al alma
y es mucho más noble que "virgen".
Maestro Eckhart
El contraste
que nos muestra el Evangelio entre las actitudes de los escribas y la mujer que
deposita sus últimas monedas en el gazofilacio, cuando está acabando la
actividad pública de Jesús, es contundente. La palabra “viuda” es la que
vincula ambos fragmentos, referidos a dos formas opuestas de ser y estar en el
mundo. En este caso, los contrastes a
superar, integrar y conciliar en la Unidad a la que estamos llamados son: ricos
y pobres, tener y ser, hipocresía y sinceridad, injusticia y amor, egoísmo y generosidad,
mezquindad y desprendimiento. La viuda que Jesús mostró a los apóstoles como
ejemplo de nobleza y humildad no pretende aparentar nada, es lo que es, inmensa
en su gesto, perfecta en su entrega.
Jesús ya había
“purificado” el templo con aquel acto de cólera sagrada. Por eso, la contemplación
del sacrificio (sacer fare, hacer
sagrado) de esta mujer va mucho más allá de cualquier argumento, por otro lado,
respetable, sobre si estaba siendo explotada o no. Ella no está dando una
limosna a la dimensión humana del templo, sino que, entregando cuanto tiene
para vivir, se está ofreciendo a sí misma a Dios, con una actitud de absoluta
confianza. Y, en ese darse por entero, cumple ejemplarmente con el primer mandamiento,
pues está amando con todo su corazón, toda su alma, toda su mente, todo su ser
(Marcos, 12, 30).
Su recompensa
está a la altura de su ofrenda. Aunque ella aún no lo sabe, su esposo
definitivo será Aquel que ya la está mirando con los ojos radiantes de amor y
de ternura.
Siempre
me han impresionado e inspirado las viudas que la Palabra de Dios nos ofrece como
modelo. Qué arquetipo tan hermoso, tan profundo y lleno de matices.
La viuda de
Sarepta, que, confiando en la providencia de Dios y en el profeta Elías, no se
reservó nada para sí (1Reyes 17, 10-16).
Rut, la
moabita, que decidió acompañar por siempre a su suegra Noemí, viuda también,
que había perdido a sus dos hijos. Cuando esta insistió en que, por su bien,
volviera a casa de su madre, para encontrar nuevo marido, aunque la dejara a ella
en la soledad y la pobreza, destino de las viudas, Rut pronunció aquellas
palabras eternas: “No insistas en que te deje y me vaya lejos de ti; donde
vayas tú, iré yo; donde mores tú, moraré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios
será mi Dios” (Rut 1, 16).
El Evangelio
de hoy nos invita a contemplar a la discreta y silenciosa viuda pobre que, al
dar todo cuanto tiene, en realidad, está dando todo cuanto es y, sin saberlo,
en su ofrenda silenciosa, está renaciendo bajo la mirada de Jesús de Nazaret,
tan próximo ya a la Pasión.
¿Qué fondo de
confianza la sostiene para que sea capaz de darlo todo? ¿Cómo la miraría Cristo,
estando a punto de entregarse él mismo, de forma total y definitiva?
Qué inspirador
pasaje, para meditar y contemplar el Misterio de un Dios hecho hombre.
La verdadera
riqueza, la que perdura, la fortaleza, el poder que mueve montañas consisten en
no reservarse nada, ningún bien material o inmaterial. “El que no renuncia a
todos sus bienes no puede ser discípulo mío” (Lucas 14, 33).
Es, de nuevo,
la lección de la confianza, de la pobreza en el espíritu, paso previo al
necesario morir a uno mismo, que abre las puertas de la Jerusalén celeste, que
ya es, aquí, ahora, para el que ha dado ese salto sin red sobre el abismo.
¿Qué podemos
ofrecer cada uno para poder dar ese salto? ¿De qué nos cuesta desprendernos? ¿A qué nos
aferramos? ¿Seguridad, afectos, comodidades, bienes materiales, rutinas,
prejuicios, prestigio, creencias, tranquilidad, proyectos, fantasías, triunfos, fracasos, emociones
negativas (porque de todo hay)? Eso a lo que tanto nos cuesta renunciar es
nuestra cárcel, los barrotes que nos impiden alcanzar lo verdadero.
La entrega
total, en cambio, abrazarse a la cruz, es el puente hacia la Vida, que se
despliega bajo nosotros, precisamente, mientras estamos saltando sobre el
abismo.
Y no se trata
solo de dar o de soltar: hacer una generosa donación a Cáritas o a Vicente Ferrer,
renunciar al apego a esa persona sin la que crees que no puedes vivir,
abandonar un trabajo que acaricia tu ego y te anestesia, liberarse de tantas
comodidades, a veces tan sutilmente diabólicas. Hay que ir a la raíz de la
entrega total, transformar las actitudes que nacen en el corazón y son las que pueden
ensuciar o limpiar, oscurecer o iluminar nuestras vidas y las de los que nos
rodean. Porque, sin amor, cualquier donación desinteresada, cualquier renuncia,
cualquier altruismo aparentemente heroico no sirve de nada (1 Corintios 13,
1-3).
Y es que, en
el fondo, da igual que se lo diera al templo, del que no quedará piedra sobre
piedra (Marcos 13, 2), a un mendigo o al propio Judas, que guardaba la bolsa,
(Juan 13, 29). Estamos intentando mirar el gesto de esa viuda y verla a ella
con los ojos de Cristo; su nobleza, su ofrenda, su belleza transparente. No sé
por qué, la imagino hermosa, no anciana, sino más bien joven, o…, mejor,
atemporal, con el cutis terso, la mirada limpia y la mano que deposita los dos leptos,
grácil, delicada. Una mujer que había conocido el amor de un hombre y, al
perderlo, se entregó al Amor de Dios, alcanzando un nivel y una calidad de
pureza infinitamente superior a la de muchas vírgenes solo en lo físico.
– ¿Qué dices, loca? Exageras, como
siempre. ¿Cómo va a recobrar una viuda la pureza de una virgen? ¿Puede el amor
a Dios y a los demás transformar así los cuerpos?
– Claro, pero solo si antes ha
transformado el alma.
La viuda
silenciosa, iluminada por la mirada del Maestro, tan cerca ya de Su propio
Sacrificio en la cruz, tiene, como la generosa viuda de Sarepta o como la fiel
y compasiva Rut, el alma traslúcida del que ha logrado la virginidad
espiritual, que es la absoluta disponibilidad. Cuánto más bella y trascendente es
esta virginidad que la meramente física, que, si no se alcanza también la del
espíritu, acaba corrompiéndose, manchándose de soberbia, rigidez y vanidad.
La viuda de
Sarepta, Rut, la viuda del templo, las tres son ejemplo de la mujer valiosa, la
que añora en los Proverbios Lemuel, rey de Masá (Proverbios, 31, 10). Viudas vírgenes
las tres, aunque hubieran tenido cinco maridos como la samaritana, pues la verdadera
pureza nace de la disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios y ofrecerse
por entero a Él y al prójimo. Cada una a su manera, en su lugar y circunstancias,
ha pronunciado el “hágase Tu voluntad” que, al brotar del corazón, las hace
libres.
También
nosotros podemos ser libres si seguimos su ejemplo y el de tantos que se
miraron en ellas, que escucharon la Palabra y la pusieron por obra, como
Bernardo de Claraval, que dijo: “Siguiendo el ejemplo de aquella mujer del Evangelio,
he dado en mi pobreza todo lo que tenía”.
Un paso
inicial hacia esa meta sería comprender, por fin, que las Sagradas Escrituras,
y muy especialmente el Evangelio, están hablando de nosotros y para nosotros.
Solo así nos irá transformando su poderosa alquimia.
Tan solo he entrado una vez en este blog buscando un correo electrónico, Nunca había transitado estas páginas, hasta esta noche, en la que paseo por ellas buscando maravillosas sincronías. Las he encontrado alumbrando como luciérnagas, desplegándose como estrellas que brillan luminosas con la energía del Misterio.
ResponderEliminarEl Espíritu revolotea, conecta, enciende, despierta...
"No enseñamos a la manera que enseña la filosofía, sino a la manera que enseña el Espíritu. Deseamos explicar las cosas espirituales en términos espirituales"
(1Cor. 2,13)
Y esta noche esa enseñanza se viste de luminosa causalidad ante la que yo tambien guardo un reverente y emocionado silencio.
Un beso Eugenia
Bienvenido A.A.M.
ResponderEliminarSin duda es el Espíritu, que sopla donde quiere, el artífice de estas sincronías y causalidades tan propicias y llenas de resonancias.
Las luciérnagas del Misterio solo brillan para quien mira con ojos que ven.
Que tu mirada limpia y generosa siga encontrando esos destellos que la hacen infinita.
Gracias por compartirla, y también por ese maravillosa versión del Adagietto de Mahler.
Besos.