Evangelio de Lucas 1,
26-38
A
los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su
presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú
entre las mujeres”. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué
saludo era aquel. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás
por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le
dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y
su reino no tendrá fin". Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco
varón?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se
llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su
vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril,
porque para Dios nada hay imposible". María contestó: “Aquí está la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Escena de la Anunciación, Jesús de Nazaret, Franco Zeffirelli, 1977
Virgen
indica alguien que está vacío de toda imagen extraña, tan vacío como cuando
todavía no era. (…) Si estuviera en el ahora presente, libre y vacío, por amor
de la voluntad divina, para cumplirla sin interrupción, entonces verdaderamente
ninguna imagen se interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era
cuando todavía no era.
Maestro Eckhart
Cristo
nace misteriosamente sin cesar, encarnándose a través de aquellos a los que
salva, y hace del alma que le da a luz, una nueva madre virgen.
Máximo el Confesor
Desde que era muy pequeña, siempre me
ha encantado ver películas sobre Jesucristo. Ya entonces sentía la necesidad de
ver, sentir, constatar la humanidad de Jesús y ver a Su madre como una mujer de
carne y hueso, no como esas imágenes inmóviles y frías que veía en las iglesias.
Mucho más adelante, hallé una razón
más profunda de esa afición y esa necesidad de captar lo sensible en mis
Modelos. Tenía, tiene que ver con que cada mujer
está llamada a transformarse de Eva en María. ¿Y cada hombre?…, también de Adán
en María, porque todos hemos de dar a luz al Hijo interior, mujeres y hombres
por igual. Y también todos hemos de transformarnos de Eva y Adán,
condicionados, limitados, distorsionados, caídos (tantas formas de llamarlo…) en
Cristo.
Hoy
miramos a María, la Virgen y Madre, símbolo del Adviento y de la humanidad que
espera, que escucha y acoge la Palabra para guardarla en el corazón.
Sólo ella es Inmaculada desde su
concepción. Los demás, si no aprendemos a ser como el loto, con la raíz en el
lodo y los pétalos impecables, nos dejaremos arrastrar por la soberbia,
creyéndonos por encima del bien y del mal y arrebatándonos las posibilidades de
crecer. Porque solo puede crecer y elevarse el que, siendo consciente de estar
a ras de tierra, ha recibido la inspiración necesaria para mirar a las
estrellas.
Que
veamos a través de los ojos de María la imagen del Hijo. Porque Jesús nunca
murió en su Madre, el mundo no se quedó definitivamente sin luz; Él siguió
alumbrándonos a través de ella. Cuando nos damos cuenta de esa verdad,
comprendemos lo que es María, su verdadera trascendencia y el sentido más
profundo del “Hágase en mí según tu Palabra”. Ella renunció a su palabra, para
vivir la Palabra. Por eso se convierte en palabra viva y testimonio vivo de
Dios.
Contemplando ese misterio de la
Virgen-Madre, una con Su Hijo desde el Sí que hizo posible la Salvación, me doy
cuenta de que, si la Eucaristía es recibir realmente la sangre y el cuerpo de
Jesús, ¡y lo es!, Su sangre y la mía se unen.
Es
lo que sucedió con Su Madre: ella dejó que la sangre del Hijo prevaleciera
sobre la suya. En nosotros ocurre de forma sacramental, que es también real.
Cuerpo, sangre, alma y divinidad nos alimentan; nuestra vida tiene que
transformarse en la de Él; más intimidad no se puede dar. Desde
ahí se puede construir una vida para la Vida, dejando que nuestra sangre sea Su
sangre. Entonces nuestra vida será la Vida del Señor.
“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). Es en el Templo donde María encontró a Su hijo a la edad de doce años, y en el Templo Le encontramos hoy. Por eso tenemos que
convertirnos en Templo donde unirnos a Él, porque los verdaderos adoradores son los
que Le adoran en Espíritu y en Verdad. Le encontramos en nosotros, donde está
Su sangre mezclada con la nuestra. Pero aún no permitimos que la Suya circule
por nosotros y por eso, a veces, volvemos a abandonarle. En cambio, para la Madre,
su sangre y su vida no importaban ante la sangre y la vida de
Su Hijo.
La
grandeza de María está en vivir la voluntad del Padre. Muriendo a su palabra
humana, de humilde doncella de Nazaret, dio a la luz a la Palabra. Sigamos su ejemplo, seamos humildad, silencio y apertura, totalmente vacíos de
nosotros mismos y disponibles, para que la Palabra encarne en nosotros y Su Vida sea
nuestra vida.
Para
esta entrada del blog, he escogido imágenes de dos de esas películas tantas
veces vistas, en las que nos presentan a dos “Marías” magníficas, muy
diferentes, para que podamos mirarnos en una y otra y, a la vez, buscar la que palpita en nuestro interior, la que integra todas las versiones, todos los matices, contemplando, meditando todo, guardándolo todo en el corazón, como dice el Evangelio (Lucas 2, 19), y la canción que hoy escuchamos en www.diasdegracia.blogspot.com
Escenas de El Evangelio según San Mateo, Pier Paolo Pasolini, 1964
Pienso en mi relación con la Virgen
María a lo largo de la vida. Sé que, si no me he perdido, a pesar de
tanto camino equivocado, tantos errores, tantos desvíos, ha sido porque me encomendé
a ella desde que aprendí a rezar, o, mejor, desde que recordé lo que es rezar,
porque somos oración.
Aquellas contemplaciones en la capilla
del colegio, leyendo el Evangelio, o en la naturaleza, cuando era
montañera de Santa María, grabaron en mi corazón su imagen, indeleble. Y ahora
veo que mi vida en los últimos años ha sido una metáfora de aquellos tiempos de
entrega confiada, de montañas y esfuerzos conscientes: subir, bajar, volver a
subir, sin desfallecer, “montañera, siempre adelante”…
Qué claro tenía este misterio
de niña: María, la Virgen, Madre de Dios. Entonces no había exceso
de conceptos, prejuicios y condicionamientos… Tan
claro lo tenía, que bastaba sentarme en una roca a escuchar el silencio y el
sonido de la naturaleza, mirar un árbol, un río, un prado, para sentir su caricia de Madre, serenando el corazón, mediadora de
todas las gracias que Su Hijo concede.
Y ahora vuelvo a saber, con la
inocencia de ayer recuperada, que somos Hijos y herederos. Nunca dejamos de serlo, pero algunos
hemos tenido que vivir una larga noche oscura del alma para purificarnos,
transformarnos y volver a unirnos a Él, imitando a María en lo más grande, en
lo sublime. Podemos llevar a Su Hijo en el corazón y seguir su ejemplo en esa
maternidad espiritual, más importante que la física.
Si piensas, sientes, actúas, vives
consciente de esa gestación maravillosa, Él y Su Madre te bendecirán
y harán que puedas dar a luz al Hijo, al Cristo interior.
"¡Oh almas criadas para estas
grandezas, y para ellas llamadas!” Comprendo el sentido del poema de San Juan de la Cruz. Estamos
llamados a la eternidad, a la dicha y la plenitud perfectas, pero malvivimos,
desperdiciando el sagrado y valioso tiempo que nos ha sido concedido, entreteniéndonos
en cosas vanas. Vivamos ya el reino
de los cielos en la tierra; hagamos realidad aquí esa dicha y plenitud
perfectas. Recordemos siempre la dignidad de nuestra alma inmortal, el sentido
de nuestra existencia: reconocer y aceptar nuestra esencia de Hijos de Dios y
vivir como tales. Si somos conscientes de esa Verdad, nada nos robará la paz ni
la alegría.
Recordemos la respuesta de María,
ese fiat eterno que abrió las puertas a un mundo nuevo. Pronunciemos esas
palabras con el corazón abierto y disponible. Aquí
está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.
Hágase en mí tu luz, tu verdad, tu vida.
Cúmplase en mí y hazme como Tú quieras que sea.
Hazme como Tú.
Hazme Tú.
Hágase en mí tu luz, tu verdad, tu vida.
Cúmplase en mí y hazme como Tú quieras que sea.
Hazme como Tú.
Hazme Tú.
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