17 de enero de 2015

"Venid y lo veréis"


Evangelio de Juan 1, 35-42

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: “Este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?” Él les dijo: “Venid y lo veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”. Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)”.


                           Mosaico de la Catedral de la Almudena, Marko Ivan Rupnik

           A tres semanas de haber renacido con el Niño, en Belén, después de haber evocado el Bautismo del Señor y nuestro propio bautismo, sentimos la llamada de ser discípulos, apóstoles, seguidores directos de Jesús (www.diasdegracia.blogspot.com ). Hoy nos fijamos en Juan y Andrés, dos de los que oyeron al Bautista y siguieron al Maestro.
       No sabemos cuánto tardaron los primeros apóstoles en decir sí a la llamada. Ya conocían a Jesús, lo leemos en el pasaje de hoy.
       Primero lo conocieron Andrés y el propio Juan, discípulos del Bautista. Él les preguntó: “¿Qué buscáis?” Ellos respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?” Y Él les dijo: “Venid y veréis”. Qué diálogo tan profundo en su aparente sencillez, qué riqueza de significados para el alma del discípulo. No se puede decir más con menos palabras. Luego vino esa larga e íntima conversación que el Evangelio esboza, conciso y sutil. Después, como en una danza de alegre generosidad, fue aumentando el grupo de los escogidos para seguir a Jesús. Andrés y Juan (siempre discreto cuando habla de sí mismo) se lo dijeron a sus respectivos hermanos mayores: Simón y Santiago (Jn 1, 40-42). Luego vino el cándido Felipe (Jn 1, 43), Natanael (1,47) y, más tarde, los demás.

      Por eso, cuando leemos la escena que muestra un sí inmediato y un seguimiento total (Mt 4, 19), sabemos que les había dado tiempo para pensarlo. Porque hay tres momentos en la vocación de todo discípulo, a veces simultáneos, aunque casi siempre sucesivos, aunque para Dios y para el que vive en Dios no hay tiempo:
- La escucha de la enseñanza, la palabra sembrada en el corazón.
- El asombro y la admiración por los signos exteriores o interiores.
- La decisión de aceptar la vocación. Entrega y seguimiento incondicionales.      

        No hay mejor manera de avanzar en el camino del cristiano que remitirnos a Jesús y Su Palabra. El Mensaje desnudo es el crisol que nos transforma y nos prepara para seguirlo e imitarlo. Porque el Evangelio, la buena nueva de Cristo resucitado, es el Camino (1 Cor 15, 1-11).
       Venid y lo veréis, dice Jesús a Andrés y Juan, al inicio del Evangelio del discípulo  amado. Ve a mis hermanos y diles… dice a María Magdalena, al final de este mismo Evangelio (Jn 20, 17).
            Venid y lo veréis, venid a mis hermanos y decidles, nos invita a todos en esos dos momentos; id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación, nos encomienda al final del Evangelio de Marcos (Marcos 16, 15).
Porque es a nosotros a quienes está hablando a través de ese prodigio de Arte Objetivo que es el Evangelio. Sí, a ti y a mí nos dice: "Venid y lo veréis, ve a mis hermanos y diles…, id y proclamad la Buena Nueva… Porque ya sois Hijos, ya estoy en vosotros, ya podéis ser como yo…”

Saber dónde vive es necesario para recibir la Misión, el Propósito de nuestra existencia, porque saber dónde vive es vivir con Él,  hacerse como Él, ser Él. Cuando decimos con San Pablo ya no yo, sino Cristo quien vive en mí, ya hemos vuelto a Casa, ya sabemos dónde vive/vives/vivo y podemos hacer por, con, en Él. Somos enviados, apóstoles, testigo, alter Christus.
Creemos porque vemos con los ojos del corazón, porque confiamos en el testimonio de aquellos que vieron y, sobre todo, confiamos en el verdadero Testigo del Padre, Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

Le has seguido, a veces bien, a veces a regañadientes, tantas veces pensando y afanándote en otras cosas…; pero le has seguido durante muchos años. Él lleva ya tiempo preguntándote ¿qué buscas? Y tú le has preguntado varias veces ¿dónde vives? Ven y lo verás, te ha dicho, te dice día tras día, ven y lo verás. Ya es hora de que vayas y lo veas y te quedes con Él, en Él, y dejes que Él se quede a vivir para siempre en tu corazón que es su templo, y también lo es tu cuerpo (1 Cor, 6…).
            Él vive en ti; ven y velo; vive en tus pensamientos y tus sentimientos y también en tus manos y tus pies, en tu boca y tus ojos, en cada aliento, en cada latido de tu corazón.
            Él, más íntimo a ti que tú mismo, no te deja un instante. Ya te ha dicho: “Eres mío, te quiero hasta el extremo, levántate, deja de buscarme afuera. Yo soy tu caricia sutil, tan sutil que estoy en tu piel y en tu carne. Búscame en ti, piénsame en ti, siénteme en ti, hasta que puedas mirarme cara a cara y saber que mi mirada nunca te ha faltado. Aunque tus ojos de carne no puedan verla, acostúmbrate a sentirla, con la certeza de que estoy contigo, más cerca que nadie porque estoy en ti.
            Yo soy la culminación de todos los caminos que has seguido. Todos buenos porque no te han alejado de mí, de ti, de esta unidad que somos. Vívela, aunque los sentidos, abotargados en este mundo de sombras e ilusión, a veces tengan que retirarse para dejar paso a esos otros sentidos más sutiles y afinados, más cercanos a la experiencia de comunión y amor infinito.    Yo soy el Camino que recorres, la Verdad que buscas, la Vida que te da la existencia”.

            Haz de Él tu vida, tu mente, tu corazón, tu forma de ser y estar en el mundo. Él, tu pensamiento que dispersa los pensamientos mezquinos, vanos o inútiles. Él, tu Sentimiento que te libera de emociones negativas. Él, tu cuerpo, que te sana y te restaura en lo que aún tienes de mortal, el Cuerpo glorioso que va modelando el tuyo para el día en que podáis abrazaros y fundiros y expresar este amor que contiene todo amor, todo cariño, todo gesto de ternura.
            Lo que piensas y sientes te va modelando y configurando tu vida. Abandona los pensamientos mezquinos y céntrate en un pensamiento inmenso y excelso, capaz de transformarte en Él. Suelta todo sentimiento negativo y también los aparentemente buenos que esconden un fondo egoísta. Aunque el corazón, acostumbrado a emociones pequeñas y limitadas, se resista, escoge el único verdadero Sentimiento: Amor por Él y en Él por los demás, capaz de sanar, liberar, transformarte y transformar a cuantos me rodean.



Non nobis, Domine, William Byrd


Habla Andrés:

             No sé por qué le llamamos Maestro desde el principio, ni sé por qué le hicimos aquella pregunta tan rara a un desconocido, ni siquiera recuerdo si lo dijo Juan o lo dije yo, pero eso es lo de menos, sólo sé que dijimos “Maestro ¿dónde vives?”. Y él sin extrañarse nos dijo “Venid y lo veréis”. Nos llevó a una pequeña y humilde morada y allí, sentados sobre el suelo conversamos los tres durante horas, sin sueño, sin hambre, con el corazón agitado de alegría y esperanza.


Habla Juan:

            Desde esta eternidad de luz y plenitud, escucho a los hombres, les veo afanarse. Dicen que no entienden lo que escribí en un arrebato de amor. Apocalipsis, lo llaman, como si fuera posible poner nombre a un relámpago de asombro y lucidez. Él me dijo: "escribe", y en lo que tardé en reconocer su voz y descansar en su semblante, el mismo que me llenó de paz y de esperanza cuando lo encontramos, en un instante eterno o una eternidad fugaz como una estrella errante, lo escribí todo. Una visión tan nítida y tan llena de matices que podía contarse en un segundo o en un millón de años. Qué más da..., sigo escribiendo atento a su voz y su semblante lo que nadie comprende, ni yo mismo si dejo de mirarle y de sentir el puente luminoso que construye, que sigue construyendo…


 

Maestro, ¿dónde vives?, Hermana Glenda

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