27 de diciembre de 2014

La familia espiritual


Evangelio de Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por todo lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret, El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.


                            La Presentación en el Templo, Giovanni Battista Pittoni


                           Mirad hacia Él y quedaréis radiantes.
                                                                  Salmo 33,6


              Cuando se apague la lámpara de esta vida, brillará la luz de la vida que no se apagará jamás. Será para ti como la aparición del esplendor del mediodía en pleno atardecer. En el momento en que piensas que vas a extinguirte, te levantarás como la estrella de la mañana (Jb 11,17), y tus tinieblas se transformarán en luz de mediodía (Is 38,10).
                                                                      Beato Guerrico de Igny


En Malaquías 3, 1-4, aparece una prefiguración de Jesucristo como Salvador. Se nos dice que viene como fuego que purifica, como lejía que blanquea, como fundidor que refina y sutiliza… Podemos participar de esa Obra que Él hace en nosotros, si actuamos, pensamos sentimos en Él, porque Él transmuta todo, refina todo, purifica todo. Y como Él no viene con paños calientes ni algodones, nosotros hemos de ser también decididos y radicales en esta labor necesaria para que la ofrenda que somos pueda ser presentada.

El Verbo se hizo hombre para liberarnos, nos recuerda San Pablo en la Carta a los Hebreos 2, 14-18. Y como hombre, con muerte de hombre, venció al diablo, al separador,“y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos.” Se hizo hermano nuestro para elevarnos, y ha pasado voluntariamente por la prueba del dolor para “auxiliar a los que ahora pasan por ella.” Se ha hecho uno de nosotros para que nosotros seamos uno con Él y con el Padre. Porque la vocación definitiva del hombre es la unidad con el Único. Qué misterio grandioso para la mente…, solo el corazón vislumbra su grandeza.

En el versículo que precede inmediatamente al Evangelio de hoy, leemos: y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 21). Ese Nombre, que significa Salvador, es la mejor, más efectiva y poderosa bendición que podemos dar y darnos. Nombre nuevo y antiguo, Nombre eterno, que no separa ni divide como el resto de los nombres, sino que ilumina, transforma y da la Vida.

Cuarenta días después de su nacimiento, como establecía la ley de Moisés, María y José llevan al Niño Jesús al templo, con el fin de ofrecerlo al Señor. Con este ritual se llevaba a cabo la purificación de la madre y la ofrenda del primogénito a Dios. Otro ejemplo claro de que cuando Jesús irrumpe en la Historia, no abole las leyes, sino que las completa y perfecciona, las trasciende dentro de ellas.

Los dos pichones que llevan, la “tasa”de los pobres, son todo un símbolo, como su nacimiento en el portal de Belén, de la actitud que Jesús tendrá, y nos enseñará a tener, hacia las riquezas del mundo, y de quiénes son sus “preferidos”: los pobres, los últimos, los excluidos, los abandonados.

Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad. Porque Lo hemos “visto”, podemos, como Simeón, irnos en paz cuando llegue la hora, ya no hay miedo a la muerte, lo ha conjurado Jesús. Desde el principio, su existencia terrena es una purificación destinada a todos.

“Y a ti una espada te traspasará el alma”: es el anuncio del sufrimiento extremo de María, corredentora, como todos los que saben aceptar y entregar el sufrimiento consciente. A la Virgen María la espada del dolor le traspasó el alma, como vaticina hoy Simeón. Y ese dolor que no sufrió en el parto del Hijo, y sí en el parto espiritual de nosotros, también sus hijos, la hizo corredentora. Todo sufrimiento consciente, asumido con la mirada en esa Meta de Amor y de Unidad, hace de nosotros nuevos corredentores, luz del mundo, presencia de Dios.

En Ana de Fanuel vemos la constancia, la esperanza, la fidelidad, la coherencia, el servicio, la entrega generosa y entusiasta. Cuántas virtudes nos transmite Lucas, en apenas cinco líneas…

Fe y confianza, sin ellas no podríamos avanzar en el Camino. Simeón y Ana son nombres simbólicos: Simeón, “el señor ha escuchado” y, Ana, “regalo”. Dos profetas ancianos, sencillos y fieles, que se han preparado para poder reconocer la Luz y recibirla, que esperan y confían. Queda claro que en ese momento de revelación y anuncio, acaba el tiempo de la ley y comienza el tiempo del Espíritu, que les ha inspirado e impulsado.

La trayectoria y la actitud de Ana y Simeón nos recuerdan que, por nosotros mismos, podemos hacer muy poco, pero, si contamos con la luz y el apoyo de Dios, somos capaces de todo. Jesús es nuestro guía hacia la más íntima fusión con la propia esencia divina. Caminamos de su mano, junto a Él, enamorado de cada alma individual, hacia la Unidad.

Jesús, el Salvador, la Luz del mundo es bandera discutida, como dice Simeón, porque la entrega a Él no admite medias tintas o ambigüedades: lo aceptamos o lo rechazamos; estamos con él o contra él. La radicalidad de su mensaje y su misión nos pide ser radicales también en las opciones

José y María cumplen con la ley y regresan a su casa, su trabajo, su cotidianeidad, en la que el Niño irá“creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.” Jesús, como hombre, ha de desarrollarse, vive un proceso de crecimiento exterior e interior, no nace sabio… Es la gracia de Dios, Su propia gracia, la que acompaña al ser humano que también es, y le permite desarrollarse en todos los sentidos hasta llegar a Su plenitud.



"Nunc dimittis", Cántico de Simeón, Taizé


Hoy, Solemnidad de la Sagrada Familia y memoria de los Santos Inocentes, asesinados por Herodes (www.diasdegracia.blogspot.com ), la Iglesia celebra la Jornada por la Familia y por la Vida

En la Carta a Filemón, San Pablo nos dice que los lazos espirituales son infinitamente superiores a los carnales. Porque la libertad a la que nos guía la Sabiduría fortalece la fraternidad; escuchar a Cristo y cumplir la voluntad del Padre es conectar con la verdadera familia (Lc 8, 21).

En claro paralelismo con la figura de Moisés, que condujo a su pueblo en el éxodo de Egipto hacia la tierra prometida, Jesucristo nos libera de la muerte y, además, de las esclavitudes a las que nosotros mismos nos sometemos, pues el Egipto opresor está dentro de nosotros, y la tierra prometida que mana leche y miel, también (Ex 3, 17).

Hacerse consciente, saberse prisionero, es el primer paso para abandonar Egipto, la tierra de la esclavitud y la inconsciencia, y darse la vuelta para regresar a Israel, tierra de la plenitud y la realización, de la consciencia y la libertad. Las diez plagas que asolaron Egipto antes de que los judíos emprendieran su camino por el desierto, son símbolo del proceso necesario para alcanzar la consciencia plena.


File:Raffaello Sanzio - La Sagrada Familia con un cordero.jpg

La Sagrada Familia del Cordero, Rafael


            La Sagrada Familia es modelo para todas las familias desde hace dos milenios; para las familias institucionalizadas o exteriores y, sobre todo, para la verdadera familia: la familia espiritual, unida por lazos eternos, la formada por aquellos que, en palabras del propio Jesús, escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lc 8, 20). No es, por tanto, una familia según la carne o la sangre, sino en espíritu y en verdad.

             La familia como institución puede llegar a ser nociva y, de hecho, por mucho que gusten esas lindas imágenes de ofrendas al papa por familias exteriormente modélicas, hay mucho sueño, incoherencia y mecanicidad en casi todos los hogares, como los hay en uno mismo. La familia exterior es a menudo reflejo de la sociedad en que surge, y reproduce sus lacras: consumismo, hedonismo, competitividad, egoísmo, inercia…

              La verdadera familia es la espiritual, la que está más allá de la reproducción y el crecimiento de la especie… Ya Jesús mencionó, ensalzándolos sutilmente para el que puede entender, a quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos (Mt 19, 12). Y San Pablo escribió que si casarse es bueno, no casarse es mejor (1 Cor 7 7-9.27.37-38).

            Es la Palabra encarnada en cada uno la que hace posible la familia real y duradera como semilla del Cuerpo Místico, esa Iglesia interior que nos llama desde la Jerusalén celeste.

             Posponer al padre y a la madre, a la mujer y los hijos, a los hermanos y hermanas, es requisito ineludible para seguir a Jesús (Lc 14 26). ¿Queremos ser buenos, o perfectos como el Padre? ¿Conformarnos con obrar según la norma externa, como el joven rico, o, además, ser coherentes desde el centro del corazón (Mt 19, 16-23)? La perfección es seguir radicalmente al Jesucristo, el Maestro, que no tiene nada ni se apega a nada ni nadie que lo detenga y lo aleje de su Misión. Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt 8, 20).

            La familia según la carne puede incluso atacar a la que se forma con los lazos del espíritu, cuando cree que esos lazos, sutiles y firmes, amenazan el orden establecido, las costumbres y normas externas y los valores que priman hoy, tan alejados a veces de los que inspira la enseñanza de Jesús (Mt 10, Mateo 10, 21), revolucionaria como ninguna.

           Docilidad, desapego, generosidad, confianza, valores evangélicos tan olvidados en una sociedad competitiva y hedonista, donde afanarse, preocuparse, medrar, prosperar a costa de lo que sea o de quien sea, suele ser hasta bien visto.

             Pero la vida de Jesús, el Maestro, es lo más alejado de los afanes mundanos, la estabilidad, los placeres, las comodidades y los privilegios. El verdadero discípulo no se asienta ni se acomoda, no se establece ni se congela, no busca en el exterior un bienestar que le adormece. Al contrario, está siempre de pie, el corazón encendido, la cintura ceñida, dispuesto a reemprender el camino en medio de la noche.

             Por eso, la Sagrada Familia es ejemplo de actitud y de propósito. Van, vienen, cambian, crecen, evolucionan según la Voluntad del Padre, valientes y libres, confiados y generosos, sin apegarse a lugares o circunstancias. Un seguimiento radical como el suyo es imprescindible para el que no se conforma con ser “bueno” y decide trabajar por el Reino, que sufre violencia y los violentos lo arrebatan (Mt 11-12).

           ¿Qué tiene que ver esto con la estabilidad, el orden, el conformismo o el bienestar? Si aún nos cuesta responder a esta pregunta, o la respuesta va a ser titubeante; un “sí pero…”, un “bueno, pero esto está sacado de contexto…”, leamos a Lucas: “He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres, estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra.” (Lc 12, 49-53).

            La Sagrada Familia es modelo para las familias físicas pero, sobre todo, para la familia espiritual. No en vano, el Padre de esta Familia es Dios Padre, el esposo, el Espíritu Santo y el Hijo es el Verbo. San José cumple la función de padre impecablemente, sin ser padre de carne, y María es hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo, lo que cada alma está llamada a ser siguiendo su guía.


                   Imágenes de El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini

              En rápida sucesión y al ritmo de Bach, una metáfora de la vida terrena de la Sagrada Familia, siempre en la inestabilidad material, en lo incómodo, en lo precario y amenazado por los poderes del mundo. Su centro de gravedad, sus apoyos, nunca estuvieron aquí, en lo transitorio, sino en la confianza depositada en lo Verdadero. Que su libertad, su desapego y generosidad sean nuestra inspiración.

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